De la frustración al fracaso

De la frustración al fracaso

1 diciembre, 2018

Joaquín Villalobos
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Joaquín Villalobos

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“Soy un aventurero, pero de los que exponen el pellejo para demostrar sus verdades”, este pensamiento del Che Guevara establece que la voluntad es un valor sagrado para que los revolucionarios hagan “posible lo imposible”. Sin embargo, el nombramiento del Che como presidente del Banco Nacional de Cuba fue el inicio del gran desastre que ahora es la economía cubana. Cuando el continente era gobernado mayoritariamente por dictaduras, dominaba la creencia de que los guerrilleros éramos la solución, pero en realidad solo éramos un síntoma del conflicto que generaban las propias dictaduras. El marxismo leninismo se generalizó como religión entre los insurgentes porque procuraba la ilusión de que, al tomar el poder, sería posible transformar la sociedad fácil y rápido.

Pensando en las lecciones negativas que la izquierda salvadoreña podría aportar a terceros hay, entre muchas, tres que podemos destacar: la voluntad convertida en culto a la ignorancia, el Estado tomado por militantes partidarios y, ante el problema de seguridad, la creencia de que la prevención sirve para evitar lo que ya pasó. Estos errores tienen orígenes ideológicos, pero en la vida real sus consecuencias han sido fatales. Los dos primeros condujeron a un gobierno estructuralmente ineficaz y el tercero al fortalecimiento exponencial de la delincuencia.

Ilustraciones: Patricio Betteo

La idea de que la voluntad es más importante que el conocimiento, la inteligencia y la experiencia ha sido una receta generalizada para el fracaso de la extrema izquierda en todas partes, y eso mismo ocurrió en El Salvador. Sin duda la voluntad puede ser importante, pero sin inteligencia, sin conocimiento y sin un contexto histórico que le dé viabilidad a un proyecto político, es simplemente ingenuidad. En este pensamiento extremista coindicen quienes piensan que para resolver un problema basta tener fe.

Una rebelión armada surge siempre de forma fragmentada, anárquica y con visiones fundamentalistas. En El Salvador todos los alzados pasamos por el marxismo, pero el marxismo no pasó por todos. En nuestra experiencia, hubo dos momentos en el proyecto de la izquierda. El primero fue la amplia coalición que luchó contra la dictadura militar en la cual participaron socialdemócratas y socialcristianos sin armas junto a grupos armados, que incluían desde comunistas ortodoxos hasta guerrilleros que simpatizábamos con la socialdemocracia. La coalición histórica que enfrentó a la dictadura mostró audacia y creatividad para hacer la guerra y capacidad política para transformar a El Salvador en una democracia liberal mediante una negociación pragmática que acabó con el poder político de los militares, dio poder real a la Justicia, a la Fiscalía, al Parlamento y al voto de los ciudadanos. Antes de eso lo único importante eran los cambios de posiciones de los generales y coroneles dentro de la Fuerza Armada.

Sin embargo, para los comunistas de la coalición, el acuerdo de paz había sido una derrota y un error que dejaba pendiente el desenlace revolucionario. El conflicto entre el dogmatismo marxista y el centroizquierda fue permanente durante la guerra, pero se agravó cuando ésta terminó. Los comunistas, muchos de los cuales habían sido irrelevantes en la guerra, terminaron tomando control del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) ya convertido en partido político. La hegemonía del extremismo de izquierda acabó dando preminencia a la voluntad y al fundamentalismo ideológico sobre el conocimiento y el pragmatismo. Se produjo en la izquierda una transición de la inteligencia a la incompetencia. Miles de excombatientes que aportaron creatividad y audacia en la guerra, junto a centenares de profesionales y potenciales tecnócratas que tenían capacidad de gobernar, abandonaron al frente y otros fueron expulsados. En el camino, algunos personajes de centroizquierda fueron utilizados para ganar posiciones y luego desechados, tal como tradicionalmente han hecho los partidos marxistas en muchas partes. Así, instrumentalizando a terceros que no eran del partido, el FMLN ganó la alcaldía de la capital y el primer período presidencial. Estos terceros fueron la táctica para lograr el propósito estratégico de que gobernaran los comunistas que supuestamente “habían puesto el pellejo”.

Por ese camino, Salvador Sánchez Cerén un profesor de primaria, activista sindical, sin carisma, sin capacidad de comunicar, con escasos méritos en la guerra y poseedor de una extrema pobreza intelectual se convirtió por sólo 6 mil votos en presidente de El Salvador. Como candidato lo escondieron y como presidente se escondió. Para los izquierdistas bastó su voluntad y su historia de sacrificio. Pero lo central es que este presidente fue el símbolo del asalto al Estado por parte de la militancia y activistas del FMLN. En nuestro continente todos los partidos usan el Estado para dar empleo a algunos militantes, pero solo los proyectos de extrema izquierda toman masivamente el aparato de gobierno con sus militantes y arrasan con cualquier vestigio de meritocracia. Esto ha ocurrido en Venezuela, Nicaragua y Cuba, donde la lealtad al partido es más importante que la inteligencia.

La explicación ideológica a este problema reside en que el reconocimiento a los pobres como clase acaba convertido en culto a la ignorancia y a la pobreza como valores permanentes, más que en estados de atraso que deben superarse. Se trata de una visión religiosa aparentemente inocente y compasiva, pero que le sirve perversamente a un proyecto político que requiere obediencia total. Esta obediencia es incompatible con la naturaleza crítica, por lo tanto, el talento es considerado peligroso y la superación personal un valor derechista contrario a sus ideas. El carácter religioso de esta visión puede generar adeptos incluso entre personajes educados que se subordinan a quienes representan la voluntad, el sacrificio, la lucha o el heroísmo, no importa que se trate de líderes ignorantes, fundamentalistas o intransigentes equivocados. El culto a Chávez, padre de la hambruna venezolana, sería el ejemplo más reciente y la santificación del Che Guevara el caso más clásico.

Las pandillas centroamericanas son una catástrofe social que acabó convertida en un problema criminal masivo que tiene poca o ninguna conexión con el narcotráfico, pero que domina territorios en los que extorsiona, viola mujeres, asesina sistemáticamente a quienes se les oponen, impide el libre tráfico de personas, recluta a los jóvenes bajo amenaza y mantiene aterrorizadas a millones de personas. Su fuerza es tal, que son la causa de la segunda emergencia humanitaria del continente, después de la venezolana, con las caravanas de migrantes. La explicación de este fenómeno no es la pobreza que siempre ha estado presente. Guatemala, Honduras y El Salvador reciben cada año más de 17 mil millones de dólares en remesas que son un subsidio directo a la pobreza. Lo que provoca que la gente huya es la incapacidad de los gobiernos de establecer su autoridad y brindar seguridad a los habitantes de extensos espacios urbanos y rurales en los cuales las pandillas deciden a su antojo quién vive y quién muere.

Algunos pensamos que el FMLN iba a fracasar en todo menos en la seguridad. Su pasado como fuerza guerrillera le permitía entender el carácter territorial del problema y diseñar una estrategia para recuperar el territorio y liberar a la población. Sin embargo, la ineficiencia estructural también le pasó factura en este tema. En general las derechas tienden a poner el énfasis en las víctimas y priorizan la represión, mientras que las izquierdas suelen considerar a los delincuentes como víctimas sociales y dan prioridad a la prevención. En El Salvador, cuando las pandillas eran un problema más social que delictivo, los gobiernos de derecha aplicaron planes de mano dura que contribuyeron a que los pandilleros se convirtieran en una amenaza criminal. La extorsión y la armamentización nacieron tras el encarcelamiento de miles de jóvenes sólo por pertenecer a las pandillas. La cárcel los organizó y graduó como delincuentes; antes de la “mano dura” utilizaban puñales, piedras y garrotes, después pasaron a usar pistolas, armas automáticas y hasta explosivos.

Cuando el FMLN llegó al gobierno, las pandillas ya eran un fenómeno criminal homicida de gran escala. Sin embargo, el gobierno del FMLN decidió actuar en dirección opuesta a la derecha y se propuso prevenir la matanza en medio de la matanza. Esto condujo a otro error más grave, intentaron una tregua y un acuerdo de paz que le permitió a los delincuentes presentarse como personajes con vida pública, realizar conferencias de prensa y dar largas entrevistas por televisión. El mensaje fue claro: si el Estado negociaba con pandilleros, los ciudadanos víctimas debían pagar las extorsiones, obedecer y aceptar su autoridad. La idea surgió como un intento de copiar el acuerdo de paz entre el Estado y los insurgentes. El punto de partida moral fue considerar a la pobreza como la causa principal del incremento delictivo y establecer que los delincuentes son más víctimas que victimarios. Pero hay una enorme distancia moral y política entre delincuentes e insurgentes. Con una fuerza rebelde, a pesar de las diferencias ideológicas, existen valores básicos compartidos porque su propósito es político y su enemigo es el Estado. Con los delincuentes no existen valores compartidos porque, independientemente de que se origine en la pobreza, su motivación es la codicia y su enemigo son los ciudadanos que el Estado debe proteger.

Otro argumento utilizado para justificar la tregua fue decir que Estados Unidos negociaba con los delincuentes, con lo cual confundieron negociación política con sometimiento a la justicia. Lo primero supone reconocimiento político y alguna forma de amnistía, lo segundo es una estrategia judicial para destruir organizaciones criminales. Esto supone ofrecer reducción de penas a cambio de: confesar delitos, ayudar a capturar capos y entregar información y recursos. La utilización de una narrativa pública de tregua y negociación hacia las pandillas tuvo gravísimas consecuencias porque multiplicó el poder de los delincuentes y el miedo de los ciudadanos. Lo paradójico fue que la tregua se volvió tan impopular que el gobierno del FMLN tuvo que abandonarla y viró radicalmente hacia una estrategia de confrontación con las pandillas que ha sido juzgada por algunos como política de exterminio. El resultado actual de todo esto son centenares de policías, soldados y pandilleros muertos sin haber logrado recuperar los territorios ni liberado a los ciudadanos que continúan sometidos a la autoridad de las pandillas.

La izquierda marxista del FMLN vive una severa crisis de identidad. Pensaron que harían una revolución como la cubana cuando esto ya no era posible, luego se asumieron como socialistas bolivarianos y esto tampoco fue posible. En teoría se han mantenido leales al marxismo leninismo, a Cuba y a Maduro, pero siendo comunistas trataron de volverse empresarios. Con el dinero venezolano fundaron una financiera, una línea aérea, tuvieron el 30% de la distribución de combustible, una generadora de energía y muchos otros negocios, pero en todos quebraron. Sufrieron una aparatosa derrota en las elecciones parlamentarias de este año y las encuestas recientes los mandan a tercera posición en las presidenciales del 2019. A pesar de su retórica extremista, el baño de realidad los terminó acomodando al poder porque, en sentido estricto, se puede decir que no han sido un gobierno ni de izquierda, ni de centro, ni de derecha. Hace algunos años Gerardo Le Chevalier, ex dirigente democratacristiano, me dijo que el FMLN marxista de la posguerra tenía vocación de sindicato, eran maestros de la queja y especialistas en exigirle al poder, pero sin vocación para ejercerlo. Transitaron así de la frustración ideológica al fracaso político. Con mucha soberbia se creyeron buenos en todo pero una vez gobernando, demostraron que eran unos buenos para nada.

Joaquín Villalobos
Ex jefe guerrillero salvadoreño, consultor en seguridad y resolución de conflictos. Asesor del gobierno de Colombia para el proceso de paz.

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