Gramsci y América Latina: Guerra de movimientos-guerra de posiciones

Gramsci y América Latina: Guerra de movimientos-guerra de posiciones
x Daniel Campione

El Estado es el que traza la política general que conviene en primer lugar al gran capital, pero el Estado no tiene que imponer el poder del gran capital hasta sus últimas consecuencias, porque eso equivaldría a perder el consenso de las clases subalternas. Por eso se necesita un conflicto con la Shell por acá, un enfrentamiento con la “oligarquía vacuna” por allá

Seminario “El Pensamiento Vivo de Antonio Gramsci”
Agrupación Contrahegemonía
Martes 17 de abril de 2007

En primer lugar: Gramsci y América Latina. ¿De dónde viene esa relación? Hay relaciones que son constitutivas del marxismo latinoamericano. Por ejemplo, el primer marxista latinoamericano unánimemente reconocido es José Carlos Mariátegui, que tuvo la parte fundamental de su formación intelectual como marxista en Italia, igual que Gramsci, y en una época similar a aquella en la que Gramsci empezaba a actuar como dirigente destacado del entonces Partido Socialista Italiano o del flamante Partido Comunista Italiano. O sea, entre 1921, 1922, por esa fecha Mariátegui está en Italia. Se podría decir que, en un punto, hay una cercanía desde el comienzo entre el marxismo latinoamericano y el marxismo de Gramsci, el marxismo de Italia.

Si nos alejamos de esa coincidencia, porque Gramsci y Mariátegui no se conocieron íntimamente, no se leyeron entre sí, por lo menos la obra que nosotros conocemos como fundamental de Gramsci (porque como ustedes saben, la obra fundamental de Gramsci, los Cuadernos de la Cárcel, se difundieron después de la Segunda Guerra Mundial, después de la muerte de Gramsci en el ’37), ¿cuál es el primer país del mundo en la cual se traduce a Gramsci a otro idioma y se difunde su pensamiento? ¿Lo saben? En Argentina es donde se toman por primera vez, donde a fines de los ’50 se traduce gran parte de los Cuadernos al español.

Más allá de los detalles, de las fechas y los momentos, que quizás no es lo que más nos interesa ahora, lo que hay que tener en cuenta es que Gramsci ingresa en América Latina por Argentina, a fines de los años ’50, entre otras cosas, como una forma de discutir con la política de la izquierda tradicional en nuestro país. Y sobre todo como una forma de jóvenes comunistas de la época, como José Aricó, Oscar del Barco (que creo que no era afiliado al Partido Comunista, pero estaba vinculado), Juan Carlos Portantiero, etc. Una forma que ellos intentan de discutir con la dirección del PC, es basarse en el pensamiento de Gramsci de los Cuadernos de la Cárcel, y plantear temas ligados a la necesidad de renovación de las dirigencias, la necesidad de la formación de intelectuales orgánicos, etc. ¿Por qué esto que suena tan lejano tiene importancia? Porque en esa época no había una izquierda marxista del tipo de la que se pueden imaginar ustedes, la izquierda marxista era básicamente el PC, que era mucho más grande e importante de lo que es ahora en Argentina, y después había pequeños grupos, algunos ligados al trotskismo, otros ligados a alguna otra vertiente. En el momento, discutir con la dirección del PC era discutir con la dirección visible de la izquierda en Argentina. Quiero imaginarme un parangón con algo actual, pero no hay una dirección de la izquierda hoy en la Argentina.

Gramsci penetra por ese lado, como un pensamiento más ágil, más complejo que lo que podía ser el marxismo soviético, el DIAMAT, como se lo dio en llamar después. Era como la forma, el modo de arribar a la formación de una izquierda nueva, de una izquierda renovada. Esta experiencia termina unos años después, cuando a los jóvenes que seguían esta tendencia, al abrigo de un dirigente comunista mayor, Héctor Pablo Agosti, los expulsan del PC. Los expulsan por haber planteado de alguna manera, aunque fuera indirecta y discreta, un cuestionamiento a la dirección partidaria. Pero por ahí entra Gramsci en América Latina, y el itinerario de Gramsci en América Latina es un itinerario de poner nuevos elementos en la discusión, se lo utiliza a Gramsci de muchas maneras diferentes. Se lo utiliza a Gramsci en algún momento para ser uno de los fundamentos del paso a la lucha armada; se lo utiliza en otro para intentar impugnar la idea de democracia representativa y levantar la idea de democracia directa, de democracia de los consejos. En 1983, se toma a Gramsci como fundamento de una transición democrática, tomando las ideas básicas de este autor como vehículo para formar una nueva democracia, un nuevo consenso, una nueva hegemonía, que albergara a vastos sectores sociales.

Ahora, ¿qué nos puede decir Gramsci hoy, en la América Latina actual? Y ahí lo podemos relacionar con el tema de guerra de movimientos y guerra de posición. Gramsci distingue entre dos tipos de sociedades: sociedades de tipo oriental y sociedades de tipo occidental. No son conceptos geográficos, ni siquiera étnico culturales; son conceptos políticos. ¿Cuáles son las sociedades de tipo oriental? Sociedades como la Rusia de los zares, con escaso desarrollo de la sociedad civil, de debate político abierto, de opinión pública, de sindicatos u otras organizaciones de nivel económico corporativo, de partidos políticos de oposición. ¿Cuáles serian las otras sociedades, las de tipo occidental? Sociedades con amplio debate público, con parlamento, generalmente, o con otros espacios de debate, con una sociedad civil desarrollada. ¿Qué ocurre? Si nos situamos en la época en que Gramsci escribe, los primeros años 30, se podía pensar que buena parte de América Latina (y Gramsci la mira, hay breves escritos suyos sobre América Latina), eran sociedades de tipo oriental, sociedades con poco desarrollo de la sociedad civil; parecía un espacio social, político y cultural de tipo oriental. Dictaduras militares, escaso desarrollo de la opinión pública, sociedades de escasa complejidad todavía, economías de énclave, economías de plantación. Gramsci dice que en el único país donde quizás se pueda dar una lucha política más parecida a la de los países occidentales, es en Argentina. A todos los demás los engloba de alguna manera en ese concepto de Oriente.

¿Cuál era la diferencia importante, que venía de esta distinción? Que en Oriente cabía lo que Gramsci llama guerra de movimientos o maniobras: el ataque frontal, la insurrección contra el Estado, la lucha que podía destruir más o menos rápidamente a todo el orden social existente y reemplazarlo por otro. El asalto al poder, el “hagamos como en Rusia”: un grupo, un partido que toma el poder, que asalta el Estado, que “toma el Cielo por asalto”, dicho en términos más poéticos. Gramsci sostiene que cuando tenemos sociedades de tipo occidental esto ya no es posible, el sistema de dominación tiene hegemonía: muchas mas herramientas para defenderse, más casamatas, más fortalezas construidas en torno al núcleo duro del poder económico y su sustento militar. Si no nos quedamos en los años ’20 o ’30 y pensamos en la América Latina de comienzos del siglo XXI, nos encontramos con que en la mayoría de sus países más desarrollados (y buena parte de los no tan desarrollados), es una sociedad de tipo occidental. Son sociedades con amplio desarrollo de la sociedad civil, con movimientos populares, con opinión pública, pero también con Estados que tienen partidos políticos que les sirven, parlamento, sindicatos de masas burocratizados. Hay una conformación social de América Latina hoy que nos lleva a pensar que el escenario no es el de una guerra de movimientos sino de una guerra de posiciones.

¿Qué quiere decir guerra de posiciones? Dice Gramsci que requiere una concentración inaudita de hegemonía, necesita de la participación de las más amplias masas; no puede ser resuelta por un golpe de mano, por imperio de la voluntad, requiere un desarrollo largo, difícil, lleno de avances y retrocesos, pero tras lo cual, si se logra la victoria, ésta es más decisiva y estable que en la guerra de maniobras. Gramsci está pensando la revolución, la transformación social, como algo que ya no esta centrado en un determinado acontecimiento sino que es un proceso complejo y contradictorio, y que además requiere disputar el consenso, las voluntades, el sentido común, el modo de pensar, del conjunto de la población, de las más amplias masas. Un ejemplo: la Rusia del 1900 que era un país con un nivel importante de desarrollo capitalista (no era asiático-feudal) pero tenia mas del ochenta por ciento de su población en el campo, en su mayor parte analfabeta, al margen totalmente de instituciones de la vida política moderna. Formal y no sóloformalmente era monarquía absolutista, tenía una forma de gobierno de tipo despótico oriental, tenia una iglesia que funcionaba como apéndice del Estado, no como un aparato generador de hegemonía autónomo y con su propia política y sus intelectuales como la Iglesia Católica en Occidente. ¿Cómo es la América Latina de hoy? ¿Más parecida a la Rusia de 1900 o a la Italia de 1930, la que ve Gramsci?

(Respuesta de un compañero del público: “Según qué país. Argentina quizás sea más parecida a Italia, Bolivia no.”)

Discrepo en cuanto a Bolivia. Fijate vos que Bolivia es un país con un fuerte componente indígena y campesino, pero ese componente está fuertemente organizado y tiene una tradición política. Y puede decirse incluso (en términos generales, porque no soy conocedor del país) que hay un vasto desarrollo de sociedad civil en Bolivia en los últimos años. Fíjense: Evo Morales es el presidente de Bolivia, gobierna un movimiento heterogéneo que ganó elecciones y está en el marco de una institucionalidad partidaria. Ya no es funcionamiento de tipo oriental. Hay una especie de movilidad que caracteriza a las sociedades avanzadas. Gramsci dice que en las sociedades hegemónicas se da un equilibrio cambiante, inestable, en que ambas partes se influencian y se modifican recíprocamente. Fíjense un ejemplo en el caso de Bolivia: hoy tenemos la imagen mediática de Evo Morales, el presidente indígena, con su chomba. El movimiento de Evo Morales era el movimiento sindical precisamente no-indigenista de Bolivia. Eran pobladores desplazados, que más que basarse en el argumento indigenista se basaban en la reivindicación de los objetivos de máxima de la revolución nacionalista del ’52. Ahora, cuando se acerca al poder, cuando debe ganar unas elecciones, cuando debe enfrentarse no como movimiento económico corporativo sino constituirse en movimiento nacional capaz de generar una insurrección triunfante, la apuesta mayor del MAS, ganar las elecciones, adopta banderas indigenistas, porque gran parte de la población boliviana se asume indígena. Pero es verdad lo que decías de “según qué país”: si hablamos de Haití o de Honduras quizás ya podríamos pensar que sean sociedades de tipo oriental.

Igual, no son categorías polares, son para guiarse: que una sociedad sea de tipo occidental no significa que no pueda haber irrupción armada o que no pueda haber una interrupción de la vida parlamentaria. En Italia, el fascismo, que es la anulación del régimen parlamentario, se puede considerar que tenía aspectos de construcción hegemónica muy importantes. Había un trabajo, consciente o no, del fascismo de, “robarle las banderas” a la izquierda, al socialismo y al comunismo, para generar un consenso mayor de masas en torno a un socialismo pero nacional, un socialismo pero antibolchevique, un socialismo pero antimarxista; y en parte esto tiene influencia sobre el carácter de masas que adquiere el fascismo en Italia.

Más allá de esto, ¿qué significa que las sociedades latinoamericanas de hoy sean de tipo occidental? Lo que seria un equívoco es pensar, a la manera de Portantiero desde los 80 o del ultimo Aricó, que sociedades de tipo occidental equivalen necesariamente a parlamentarización definitiva y pacífica de la vida política, e igual de erróneo sería pensar que la occidentalización de las sociedades equivale a que el capitalismo se vuelva un sistema inamovible, insustituible y definitivo. Portantiero, al volver del exilio, dice “sí, debemos seguir hablando de socialismo, pero de un socialismo en el sistema”: no se cree en la posibilidad de enfrentar el poder del capital, de dar la lucha de clases en sentido revolucionario o confrontativo. Esto se fundamenta de diversas maneras, entre ellas: que ya no hay movimiento obrero o Partidos Comunistas o revolucionarios de las características de hace 50 años. El problema es que el modo de entender la América Latina occidentalizada que floreció en los ’80 se vino abajo a fines de los ’90.

Los menos jóvenes de ustedes recordarán cuando era un axioma del análisis político vulgar decir que “ya no hay política de calles”, que la política moderna o posmoderna “se hace en los medios”, que “ya no habrá nuevas irrupciones de tipo antisistémico, todo se resuelve en el parlamento”, etc. Después de esto vino Chiapas, en 1994, y dijeron “es la primer guerrilla reformista de la historia”, la quisieron interpretar como movimiento democrático. ¿Qué hace la guerrilla de Chiapas? Escenifica un alzamiento guerrillero pero además habla de Zapata y de la toma del poder en México, no es guerrilla reformista. Pero aunque lo fuera, después de esto, ¿qué pasa? Movimientos populares que derrocan gobiernos neoliberales en América Latina, desde fines de los ’90 hasta hace muy poco, en Ecuador. Si queremos darle la razón a Portantiero, las sociedades latinoamericanas de los ’80 no daban para guerrillas de tipo foquista (por así decirlo, porque hay que ver el término “foquismo” es como el término “populismo”, se le endosa siempre al otro, nadie se asume como tal). Pero en lo que distaba de tener razón es en que no pudiera ver la constitución de un movimiento de voluntad colectiva nacional-popular, como dice Gramsci, de iniciativa de clases subalternas que pusiera en cuestionamiento la democracia parlamentaria y la economía de mercado. Si ustedes ven el Clarín de hoy se van a encontrar con que en Ecuador están debatiendo una posible Constituyente que pone en tela de juicio la existencia de los partidos políticos y el parlamento, esto es importantísimo porque en las transiciones democráticas de los ’80, la política del sistema, el pensamiento hegemónico era: “Señores, propongan todo los cambios que quieran, menos dos: 1) reemplazar la economía de mercado por un sistema de economía planificada no capitalista, y 2) reemplazar la democracia parlamentaria”. ¿Qué ocurre desde fines de los ’90 en América Latina? Brotan movimientos que postulan, por un lado, el ataque (si quieren: confuso, parcial, mezclado con reivindicaciones nacionalistas) al dominio ilimitado del gran capital y, por el otro, el cuestionamiento progresivamente más radical a las instituciones de la democracia parlamentaria. La transición democrática de los ’80 fracasó, pensada en sus términos originales: que la Argentina o Brasil se iban a convertir en una especie de España o Portugal; sociedades donde se iban a constituir corrientes de opinión y partidos que se asentaban en el sistema y que rehusaran cuestionar el capitalismo y la democracia parlamentaria.

¿Qué tiene que ver esto con el pensamiento de Gramsci? Tiene que ver con que el pensamiento de Gramsci está construido desde la idea de cómo lograr una nueva hegemonía, cómo lograr que quienes tienen el consenso de la población para desarrollar, reproducir y defender su poder lo pierdan, y lo pierdan a favor de otra construcción social, de otro bloque o polo de poder. Que un bloque histórico, término clave en Gramsci, pueda ser reemplazado por un nuevo bloque histórico. Que las clases sociales que hasta ese momento hicieron avanzar y organizaron la sociedad sean desplazadas por otras clases que puedan asumir la responsabilidad de reorganizar la sociedad. ¿Qué tiene que ver la Venezuela o el Brasil de hoy con el pensamiento gramsciano? Precisamente, Gramsci puede incidir en el tipo de mirada que le demos. La mirada chata de la izquierda tradicional de cualquier signo, sería mirar a la altura del Estado: “Chávez, el Comandante”. ¿Para qué? Para glorificarlo o para denostarlo. “Pequeño burgués, militar, traidor” es una posibilidad. La otra, “El Comandante Chávez, caudillo de la liberación latinoamericana”. ¿Qué pasa abajo? No importa, si como todos sabemos, el Estado es el que decide. Porque se sigue pensando en términos de sociedad de tipo oriental. El poder político formal, institucional, lo define todo. Ahora, la pregunta es: ¿qué hay debajo de eso? ¿Qué condiciona o debilita a Chávez y Evo Morales? ¿Quiénes los apoyan o critican y por qué? ¿Qué grado de organización tienen esas sociedades? Y ahí uno se encuentra con un mar de organizaciones, contradicciones, luchas y disputas que permiten abrir la expectativa de que esos procesos puedan avanzar en un sentido de radicalización. ¿Qué les dice a ustedes la palabra radicalización? Una interpretación sería la puramente estatalista: “Expropiaron la empresa de teléfonos: ¡Bravo, se avanza hacia el socialismo!”. No, no, eso es importante o puede serlo en un sentido, pero la mirada de fondo, la que Gramsci nos inspira cuando nos dice “No solo hay que saber, sino comprender y sentir”, es “¿qué está pasando allí con las masas populares, quién tiene la iniciativa? ¿Se están apoderando de la dirección de la sociedad un grupo de burócratas de cualquier tipo o signo, o están construyendo poder organizaciones sociales de distinto tipo?”. El análisis de Bolivia o Venezuela puede ser antigramsciano en dos sentidos aparentemente opuestos: uno, el descalificatorio porque la conducción es militar, pequeño burguesa, etc. El otro, el glorificador: ese tipo de pensamiento que lo primero que hace, cuando quiere hacer un debate sobre Venezuela, es invitar al embajador. Esa es la mirada estatalista.

Gramsci propone un análisis que abarque orgánicamente a la sociedad, en todos sus niveles. El término “orgánico” es clave. Uno de los significados de “orgánico” es para Gramsci aquello que abarca a la totalidad, lo de largo alcance (en contraposición a lo coyuntural). Es lo que marca el rumbo. Para darnos una idea orgánica de lo que es una sociedad hay que verla en movimiento de su totalidad; no “tomar la foto”, sino “filmar la película”. Equilibrio inestable entre partes que se oponen y modifican recíprocamente. Al interior del Estado venezolano hay lucha de clases. Al interior de cualquier institución la hay: la lucha de clases atraviesa todos los niveles de la vida social.

Gramsci nos invita constantemente a ver a la sociedad no sólo con el optimismo de la voluntad sino también con el pesimismo de la inteligencia. Es decir, ver elementos que favorecen o desfavorecen nuestro punto de vista y nuestras posibilidades de triunfo. Además, Gramsci hace hincapié en que para comprender y construir nuestra estrategia, primero tenemos que comprender cuál es, cómo desarrolla y construye la suya el enemigo, sino es imposible vencer, al menos en una sociedad compleja. Si uno no tiene comprensión de la estrategia del enemigo es porque carece de estrategia propia. Si uno no comprende lo que el enemigo está haciendo es imposible que construya su propia estrategia. Porque desde el lugar de la contrahegemonía, del abajo, si no entendemos de qué manera están desplegados los inmensos recursos que tenemos enfrente, mal podemos construir una estrategia eficaz.

¿Qué ocurre en los ’60 y ’70 en algunos países de América Latina? Se confunde la oportunidad de la guerra de movimiento con la oportunidad de la guerra de posición. No se distingue suficientemente lo que representan las Fuerzas Armadas en países como Argentina y Chile con lo que representaban en países como Cuba o Nicaragua. Estamos hablando del plano militar. Pero en términos político militares, es absolutamente diferente enfrentar a algo que se llama Guardia Nacional, compuesto por unos pocos miles de muertos de hambre a sueldo del Estado, que lo fundaron los norteamericanos cincuenta años antes para enfrentar a Sandino, que no tiene ningún arraigo, que no tiene un aparato propagandístico, que no esta vinculado al nacimiento de la nación, es muy diferente enfrentar a eso que enfrentar a las FFAA que proclaman que “nacieron antes de la Patria”. Aquellas por las cuales pasan todos sus ciudadanos mediante el servicio militar obligatorio, aquellas que no han sido víctimas de un movimiento antimilitar serio en toda su historia. Entonces, qué pasa: “Aquí, como en Honduras, Cuba, Haití, el Ejército es el perro guardián del imperialismo, no cuenta con ningún respeto de la población y vamos a derrotarlo”. Las memorias de la guerrilla del ’73 cuentan, entre otras cosas, que ellos se asombran de que los conscriptos, sin sus oficiales, les siguen disparando. No funciona el “hermano que escuchas, únete a la lucha”. Esos conscriptos están convencidos de que están luchando contra la subversión. En las FFAA, cuando son las FFAA de una sociedad compleja, también hay construcción hegemónica, también hay consenso, no son un cuerpo mercenario, el perro guardián del imperialismo. Lo decían algunos en el debate en Cuba en los años ’60: “Ojo con lo que hacen, muchachos. Porque los suboficiales se la creen. Los conscriptos se la creen. Y los cadetes del Colegio Militar son los mas fanáticos de todos. Los van a recagar a tiros”. Ahí esta el tema.

Distinguir en qué tipo de sociedad se está luchando. Gramsci empieza a pensar en los términos de los Cuadernos de la Cárcel después de una “casi victoria” del sector que él encabezaba, que va terminando en una derrota terrible, que es al ascenso del fascismo y la fascistización de Italia. Y uno de los primeros artículos que Gramsci escribe a propósito de esto se titula “No conocíamos Italia”: “no sabíamos en qué sociedad estábamos operando, no nos dábamos cuenta que estábamos en el corazón del la clase obrera industrial de Torino, capital industrial de Italia, y que eso quedaba demasiado lejos y era demasiado diferente de Sicilia, Cerdeña y hasta de Nápoles, que era una gran ciudad’. En los años ’70 en América Latina ocurre que ni Montevideo era similar a los peludos cañeros de Bella Unión ni el Tucumán de la zafra era la misma sociedad que Buenos Aires. Gramsci lo plantea en los años ’20 como la “cuestión meridional”: “Tenemos que conquistar el sur de Italia” y, nuevamente, no es un concepto geográfico, es un concepto político cultural. “Tenemos que conquistar no sólo a la clase obrera, porque sola no puede imponerse: tenemos que conquistar a otros grupos sociales”. Gramsci da una de las mejores definiciones de hegemonía: “un grupo se vuelve realmente consciente de sí mismo y compacto cuando entiende que debe superar el plano de sus intereses corporativos para extenderse sobre los intereses de otros grupos sociales”.

Otro ejemplo de los ’70, contado en la memoria de un ex dirigente del PRT: “Cuando nosotros secuestramos a Salustro, dijimos: “Este secuestro va a dar como resultado un rápido canje por los rehenes que queremos liberar y un gran éxito político porque estamos secuestrando al gerente general de una de las principales empresas multinacionales de la Argentina. La FIAT le va a ordenar al gobierno de Lanusse que tome las mediadas necesarias para liberar a Salustro”“. Una parte del análisis funciona: la FIAT va a exigirle al gobierno de Lanusse que tome las medidas necesarias, pero lo que falla es la palabrita “orden” No puede ordenarle. Que el Estado sea un Estado burgués en una sociedad compleja no quiere decir que obedezca órdenes de las grandes empresas. Justamente: el Estado de las sociedades complejas existe para que no sean los intereses económico-corporativos de las grandes empresas los que se contrapongan entre sí y terminen destruyendo o autodestruyendo el orden capitalista. Por eso ya decían Marx y Engels que el Estado es el “capitalista colectivo ideal”, representa al colectivo del capitalismo pero de una forma ideal, no es la suma de las partes, de las voluntades de las grandes empresas. El gobierno argentino del momento sabía que si cedía en la negociación con el PRT por Salustro se podía abrir una catarata del tipo de cuando Somoza cede en una negociación con el Frente Sandinista, unos años después. Entonces, FIAT da la indicación, no la orden, y Lanusse dice “No”. Y el secuestro termina mal, con la muerte de Salustro.

¿A qué voy con esto? De nuevo: imaginarse una realidad social mucho más simple, mucho mas esquemática de lo que es, decir “el Estado argentino es un Estado al servicio de las grandes empresas”, es una verdad de a puño si uno lo toma con todas las mediaciones necesarias. Ahora, si uno piensa que cada empresa le da órdenes al Estado y tiene poder omnímodo sobre ese Estado, se equivoca. Porque justamente el Estado es el que traza la política general que conviene en primer lugar al gran capital, pero el Estado no tiene que imponer el poder del gran capital hasta sus últimas consecuencias, porque eso equivaldría a perder el consenso de las clases subalternas. Por eso se necesita un conflicto con la Shell por acá, un enfrentamiento con la “oligarquía vacuna”, entre comillas, por allá (que ya no tiene el poder que tenia antes ni es tal oligarquía vacuna, pero la masa de la población no lo sabe) y una expropiación de compañía privatizada de los noventa por mas allá (que ya no están muy interesados en seguir y es mas una negociación que un enfrentamiento, pero la opinión pública no tiene por qué ser consciente de eso) y mientras tanto, negociamos, atendemos, comprendemos, mantenemos, cultivamos una relación con Repsol YPF, con Pérez Companc, con el núcleo de un poder económico que necesita transformarse en otra cosa para ser poder político. Del otro lado, del lado contrahegemónico, del lado de la izquierda, ocurren cosas parecidas. No hay en Venezuela o en Bolivia un partido de vanguardia, un partido revolucionario unificado (más allá de que ahora Chávez cometa la barbaridad o el gran acierto histórico, ya veremos, de organizarlo). Hay una multiplicidad de cuya lucha, de cuya contraposición, surge o va desarrollándose lo que es la política del Estado venezolano a su vez tironeado por el gran capital que tiene fuertes intereses en relación con ese estado y en esa sociedad.Dejamos acá. La idea central que traté de transmitirles es esto de la complejidad trazada por Gramsci en los ’30, que es la complejidad del mundo y de la América Latina de hoy.

Especial para La Haine

Texto completo en: http://www.lahaine.org/gramsci_y_america_latina_guerra_de_movim

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