Rosa Luxemburg

Rosa Luxemburg
por Tony Cliff

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Capítulo 7
La crítica de Rosa Luxemburg a los bolcheviques en el poder
Durante septiembre y octubre de 1918, mientras estaba en la prisión de Breslau, Rosa escribió un folleto sobre la Revolución Rusa. Utilizó como base no sólo la prensa alemana sino también la rusa del momento, que sus amigos introducían en su celda de contrabando. Nunca terminó ni pulió el trabajo, ya que el comienzo de la revolución alemana le abrió las puertas de la prisión.
La primera edición del folleto fue publicada después de la muerte de Rosa, en 1922, por su camarada en armas Paul Levi. Está edición no era completa, y en 1928 se publicó una nueva, sobre la base de un manuscrito recientemente encontrado.
Apoyo entusiasta de la Revolución de Octubre
Rosa fue una entusiasta partidaria de la Revolución de Octubre y del partido Bolchevique; lo dejó perfectamente aclarado en su folleto: “Lenin, Trotsky y los sus camaradas han demostrado que tienen todo el valor, la energía, la perspicacia y la entereza revolucionaria que quepa pedir a un partido a la hora histórica de la verdad. Los bolcheviques han mostrado poseer todo el honor y la capacidad de acción revolucionarios [de que carece] la socialdemocracia europea; su sublevación de octubre no ha sido solamente una salvación real de la revolución rusa, sino que ha sido, también, la salvación del honor del socialismo internacional.” (LR p126)16
También escribió: “el problema más importante del socialismo no es… esta o aquella cuestión menor de la táctica, sino la capacidad de acción del proletariado, la energía de las masas, la voluntad de poder del socialismo como tal. En este aspecto, Lenin, Trotsky y sus amigos son los primeros que han predicado con el ejemplo al proletariado internacional; son los primeros y, hasta ahora, los únicos que pueden decir, con Hutten: «¡Yo me he atrevido!».”
“Este es el aspecto esencial y perenne de la política de los bolcheviques, a los que corresponde el mérito histórico imperecedero de mostrar el camino al proletariado mundial en lo relativo a la conquista del poder político y los temas prácticos de la realización del socialismo, así como de haber impulsado poderosamente el enfrentamiento entre el capital y el trabajo en todo el mundo… En este sentido, el futuro pertenece en todas partes al «bolchevismo».” (LR p148).
Aunque alababa a la Revolución de Octubre en los términos más encomiables, Rosa creía que una aceptación acrítica de todo lo que los bolcheviques hicieran no sería de utilidad al movimiento obrero. Según ella, el método de análisis marxista no debía aceptar nada que no hubiera sido sometido a la crítica revolucionaria.
Efectos del aislamiento de la Revolución
Para Rosa estaba claro que las condiciones de aislamiento de la Revolución Rusa, causados por la traición de la socialdemocracia occidental, conducirían a distorsiones en su desarrollo. “La solidaridad internacional… es… una condición fundamental sin la cual las capacidades mayores y el sentido más elevado de sacrificio del proletariado en un solo país acaban en una confusión de contradicciones y errores.” (LR p119-120).
Después de señalar algunas de estas contradicciones y errores, revela claramente sus causas: “Todo lo que está pasando en Rusia es comprensible y constituye una concatenación inevitable de causas y efectos, cuyo origen y conclusión final no es otro que el fracaso del proletariado alemán y la ocupación de Rusia por el imperialismo alemán. Sería pedir lo imposible de Lenin y de sus camaradas suponer que, bajo tales circunstancias, podrían conjurar la democracia más bella, la dictadura del proletariado más perfecta o una economía socialista floreciente. Gracias a su actitud decididamente revolucionaria, su energía ejemplar y su fidelidad inquebrantable al socialismo internacional, los bolcheviques han hecho todo lo que cabía hacer en unas condiciones tan endemoniadas.” (LR p147).17
Errores de los líderes bolcheviques
Mientras que los factores objetivos pueden conducir a crasos errores a las revoluciones, los factores subjetivos en la conducción, pueden volver peligrosos dichos errores. Suponen un riesgo especial cuando son transformados en virtudes. “Lo peligroso comienza cuando tratan de hacer de necesidad virtud y de consolidar teóricamente y proponer al proletariado internacional como modelo de táctica socialista, digna de imitación, esa táctica que a ellos les fue impuesta bajo condiciones tan desdichadas.” (LR p147).
Pero fue precisamente esta peligrosa idea la aceptada por los partidos estalinistas (y también por algunos que se llaman a sí mismos antiestalinistas).
Rosa criticó a los bolcheviques en el poder lo que ella consideraba su error político en los siguientes aspectos:
1. La cuestión agraria;
2. La cuestión de las nacionalidades;
3. La Asamblea Constituyente;
4. Los derechos democráticos de los trabajadores.
Trataremos cada problema por separado.
La política agraria bolchevique
Una política socialista de la tierra, sostenía Rosa, debe apuntar a estimular la socialización de la producción agrícola, “…la nacionalización de los latifundios, única que puede conseguir la concentración técnica progresiva de los medios y métodos agrarios de producción que, a su vez, ha de servir como base del modo de producción socialista en el campo.
Si bien es cierto que no es preciso confiscar su parcela al pequeño campesino y que se puede dejar a su libre albedrío la decisión de aumentar su beneficio económico, primeramente mediante la asociación libre en régimen de cooperativa y, luego, mediante su integración en un conjunto social de empresa, también lo es que toda reforma económica socialista en el campo tiene que empezar con la propiedad rural grande y mediana; tiene que transferir el derecho de la propiedad a la Nación o, si se quiere, lo que es lo mismo, tratándose de un gobierno socialista, al Estado, puesto que solamente esta medida garantiza la posibilidad de organizar la producción agrícola según criterios socialistas, amplios e interrelacionados.” (LR p127).
No obstante, la política bolchevique era exactamente la contraria: “la consigna de ocupación y reparto inmediato de las tierras entre los campesinos, lanzada por los bolcheviques…no solamente no es una medida socialista, sino que es su opuesto, y levanta dificultades insuperables ante el objetivo de transformar las relaciones agrarias en un sentido socialista.” (LR p128).
Rosa, muy acertada y proféticamente, señaló que la distribución de los latifundios entre los campesinos reforzaría el poder de la propiedad privada en el campo, y de esta manera sumaría dificultades a la ruta futura de la socialización de la agricultura: “Anteriormente, una reforma socialista del campo hubiera tenido que enfrentarse, todo lo más, a una pequeña casta de latifundistas nobles y capitalistas, así como a una minoría reducida de burgueses aldeanos ricos, cuya expropiación por medio de las masas populares revolucionarias es un juego de niños. Hoy día, después de la ocupación de las tierras, cualquier intento de nacionalización socialista de la agricultura se enfrenta con la oposición de una masa muy crecida y muy fuerte de campesinos propietarios, que defenderá con dientes y uñas su propiedad recién adquirida contra todo atentado socialista.” (LR p129).
El aislamiento de una pequeña clase trabajadora en el mar de un campesinado semicapitalista, antagónico y retrógrado demostró ser un hecho importante para el ascenso de Stalin.
De todos modos, Lenin y Trotsky no tuvieron alternativas. Es verdad que el programa del Partido Bolchevique tuvo en cuenta la nacionalización de todos los latifundios. Durante muchos años, Lenin había discutido calurosamente contra los social-revolucionarios que estaban a favor de la distribución de la tierra entre los campesinos. No obstante, en 1917, cuando el problema de la tierra requería una solución inmediata, él enseguida adoptó las consignas de los tan condenados social-revolucionarios, o más bien del movimiento campesino espontáneo.
Si los bolcheviques no hubieran hecho esto, ellos y la clase trabajadora urbana que dirigían hubieran quedado aislados del campo, y la revolución hubiera nacido muerta o, como máximo, hubiera vivido muy poco (como la revolución húngara de 1919).
Por ninguna concesión estratégica o táctica podían los bolcheviques superar una contradicción básica de la revolución rusa: el hecho de que fue llevada a cabo por dos clases contradictorias, el proletariado y el campesinado, el primero colectivista, el otro individualista.

Ya en 1903, Trotsky había postulado la probabilidad de que la futura revolución, en la que la clase trabajadora conduciría a los campesinos, terminaría con estos últimos en tan profunda oposición a los primeros, que sólo la extensión de la revolución podría salvar al poder de los trabajadores de ser derrocado:
“El proletariado ruso… contará frente a sí con la hostilidad organizada de la reacción internacional y con la disposición al apoyo organizado del proletariado internacional. Abandonada a sus propias fuerzas, la clase obrera rusa sería destrozada inevitablemente por la contrarrevolución en el momento en que el campesinado se apartase de ella. No le quedará otra alternativa que entrelazar el destino de su dominación política, y por tanto el destino de toda la revolución rusa, con el destino de la revolución socialista en Europa.“18

La apreciación de Rosa sobre la política bolchevique de la tierra muestra una verdadera penetración en la situación de la Revolución Rusa, y señala los frecuentes peligros inherentes a las políticas bolcheviques. Pero la situación no permitía a los bolcheviques ninguna otra política revolucionaria del régimen de la tierra que la que implementaron: acceder al deseo democrático y espontáneo de los campesinos de distribuir la tierra expropiada a los latifundistas.
La política de las nacionalidades
Rosa no fue menos crítica respecto de la política bolchevique en la cuestión de las nacionalidades, advirtiendo a la revolución de los más graves peligros: “Los bolcheviques son parcialmente culpables del hecho de que la derrota militar se haya transformado en el hundimiento y la disgregación de Rusia. Son los mismos bolcheviques los que, en gran medida, han agudizado estas dificultades objetivas al propugnar una consigna que han situado en el primer plano de su política: el llamado derecho de autodeterminación de las naciones, o lo que en realidad se escondía detrás de esa frase: la desintegración estatal de Rusia.” (LR p130). ¡Cuán equivocada estaba Rosa en esta cuestión!
Si los bolcheviques hubieran seguido su consejo en este asunto, las clases gobernantes de las naciones anteriormente oprimidas se las hubieran arreglado cada vez mejor para reunir a las masas populares alrededor de ellas y así acentuar el aislamiento del poder soviético.

Sólo enarbolando la consigna de la autodeterminación podía la nación, anteriormente opresora, ganar la unidad revolucionaria de todos los pueblos. Es por este camino que los bolcheviques fueron capaces de ganar a la revolución parte, al menos, del territorio perdido durante la guerra mundial y el comienzo de la guerra civil Ucrania, por ejemplo. A raíz de la desviación de esta política de autodeterminación para todos los pueblos, el Ejército Rojo fue primeramente rechazado a las puertas de Varsovia, y luego llegó a acarrearse el odio de los georgianos al entrar y ocupar Georgia de la manera más burocrática y antidemocrática.19
Tanto en el caso de la cuestión nacional como en el del régimen de la tierra, Rosa se equivocó porque se alejaba del principio de la decisión popular, un principio tan básico a sus pensamientos y actos en general.
La Asamblea Constituyente
Una de las críticas que Rosa Luxemburg hizo a los bolcheviques estaba referida a la dilatación de su Asamblea Constituyente. Rosa escribió: “Es un hecho innegable que, hasta la victoria de octubre, Lenin y sus camaradas estuvieron exigiendo, con toda intransigencia, la convocatoria de una asamblea constituyente y que, precisamente, la política dilatoria del gobierno de Kerensky en este aspecto daba pies a las acusaciones de los bolcheviques, formuladas con los improperios más vehementes. En su interesante obrita De la revolución de octubre hasta el tratado de paz de Brest, Trotsky llega a decir que la rebelión de octubre había sido precisamente «una salvación para la constituyente» y para la revolución en general. «Y cuando nosotros decíamos continúa que el camino hacia la asamblea constituyente no pasaba por el preparlamento de Zeretelli, sino por la conquista del poder por los Soviets, teníamos toda la razón»” (LR p136-137). Después de llamar a la Asamblea Constituyente de esta manera, los mismos líderes la disolvieron el 6 de enero de 1918.
Lo que Rosa proponía en su folleto era la idea de soviets más Asamblea Constituyente. Pero la vida misma mostró muy claramente que esto hubiera conducido a un poder dual, que hubiera amenazado al órgano del poder obrero, los Soviets. Los líderes bolcheviques justificaron la disolución de la Asamblea Constituyente, en primer lugar sobre la base de que las elecciones se habían celebrado al amparo de una ley obsoleta, que daba un peso indebido a la minoría rica de los campesinos, quienes, en la primera y única sesión de la Asamblea, se negaron a ratificar los decretos sobre la tierra, sobre la paz, y sobre la transferencia del poder a los soviets.
Rosa Luxemburg contraataca esto sosteniendo que los bolcheviques podían, sencillamente, haber realizado nuevas elecciones que no sufrieran las distorsiones del pasado.
Pero la verdadera razón de la disolución yacía mucho más profundamente.
Era, en primer lugar, resultado del hecho de que mientras los soviets eran principalmente organizaciones de la clase trabajadora, la Asamblea Constituyente estaba basada sobre todo en los votos de los campesinos. No fue por tanto accidental que los bolcheviques, que tuvieron abrumadora mayoría en el Segundo Congreso de los Soviets, (8 de noviembre de 1917), elegidos por alrededor de veinte millones de personas, no contaran con el apoyo de más de un cuarto de la Asamblea Constituyente, elegida por todo el pueblo de Rusia.
El campesino, defensor de la propiedad privada, no podía identificarse con el bolchevismo, aun cuando estuviera muy satisfecho por contar con el apoyo bolchevique para la distribución de la tierra y para la lucha por la paz. Los soviets eran, por lo tanto, un soporte mucho más digno de confianza para el poder obrero, lo que la Asamblea Constituyente jamás podría ser.

Pero hay una razón aun más básica que nada tiene que ver con el predominio campesino en la población rusa para que no hubiera una Asamblea Constituyente (o Parlamento) a la par de los soviets. Los soviets son una forma específica de gobierno de la clase trabajadora, del mismo modo que el Parlamento era la forma específica de dominación de la burguesía.
En realidad, en la revolución alemana, Rosa modificó radicalmente su punto de vista y se opuso vigorosamente a la consigna del USPD “Consejos obreros y Asamblea Nacional”. Así, el 20 de noviembre de 1918, escribía: “Quienquiera que ruegue por una Asamblea Nacional está degradando, consciente o inconscientemente, la revolución al nivel histórico de una revolución burguesa; es un agente camuflado de la burguesía, o un representante inconsciente de la pequeña burguesía…”
“Las alternativas que se nos presentan hoy no son democracia o dictadura. Son democracia burguesa o democracia socialista. La dictadura del proletariado es democracia en un sentido socialista.” (AR II p606).
Restricciones a los derechos democráticos de los trabajadores

La principal crítica de Rosa a los bolcheviques fue que ellos eran responsables de restringir y minar la democracia obrera. Y en este punto, toda la trágica historia de Rusia prueba que ella estaba profética y absolutamente acertada.

El núcleo del folleto de Rosa sobre la Revolución Rusa, lo mismo que de todo lo que ella escribió y dijo, era una confianza ilimitada en los trabajadores, la convicción de que ellos, y solamente ellos, eran capaces de sobreponerse a las crisis a que se ve enfrentada la humanidad. Rosa tenía la convicción de que la democracia obrera es inseparable de la revolución proletaria y el socialismo.
Escribió: “…la democracia socialista… no se puede dejar para la tierra de promisión, cuando se haya creado la infraestructura de la economía socialista, como un regalo de Reyes para el pueblo obediente que, entre tanto, ha sostenido fielmente al puñado de dictadores socialistas; la democracia socialista comienza a la par con la destrucción del poder de clase y la construcción del socialismo; comienza en el momento en que el partido socialista conquista el poder. La democracia socialista no es otra cosa que la dictadura del proletariado.
“Pues sí, dictadura! Pero esta dictadura no consiste en la eliminación de la democracia, sino en la forma de practicarla, esto es, en la intervención enérgica y decidida en los derechos adquiridos y en las relaciones económicas de la sociedad burguesa, sin la cual no cabe realizar la transformación socialista. Pero esta dictadura tiene que ser la obra de una clase y no la de una pequeña minoría dirigente en nombre de una clase…” (LR p147).
Aunque ella apoyó sin vacilaciones la dictadura del proletariado dirigida contra los enemigos del socialismo, arguyó que únicamente la democracia plena y consistente podía asegurar el poder de la clase trabajadora y dar impulso a sus enormes potencialidades.
Señaló que los bolcheviques se desviaban de esta concepción: “La teoría de la dictadura en Lenin y Trotsky parte de un presupuesto tácito, según el cual la revolución socialista es cosa que ha de hacerse mediante una receta que tiene preparada el partido de la revolución; éste no tiene más que aplicarla enérgicamente. Por desgracia o, quizá, por fortuna, depende de las circunstancias, esto no es cierto. No sólo no es una serie de prescripciones prestas para la aplicación, sino que, como sistema social, económico, y jurídico, la realización práctica del socialismo es algo que pertenece latente a las tinieblas del incierto futuro.
Lo que tenemos en nuestro programa no son sino algunos indicadores generales que muestran la dirección en que deben tomarse las medidas, siendo éstas, además, de carácter predominantemente negativo. Sabemos, más o menos, lo que es preciso destruir de antemano a fin de allanar el camino a la economía socialista; no existe, sin embargo, programa de partido o libro de texto socialistas que nos ilustren acerca del carácter que han de tener las mil medidas concretas y prácticas, amplias o estrictas, para introducir los fundamentos socialistas en la Economía, en el Derecho y en todas las relaciones sociales.
Esto no es un defecto, sino, precisamente la ventaja del socialismo científico sobre el utópico. El sistema socialista únicamente puede ser, y será, un producto histórico, nacido de la escuela propia de la experiencia, en el momento de la plenitud del desarrollo de la historia viva que, como naturaleza orgánica (de la que, al fin y al cabo, forma parte) tiene la bella costumbre de crear, al mismo tiempo, la necesidad social real y los medios para satisfacerla, el problema y la solución. Si se admite esto, es claro el socialismo, en razón de su carácter, no se puede otorgar o implantar por medio de un decreto.” (LR p143).
Rosa también predijo que el grueso de los trabajadores rusos no tomaría parte activa en la vida económica y social: “…el socialismo aparece decretado, otorgado desde el cenáculo de una docena de intelectuales.
“Pero al sofocarse la actividad política en todo el país, también la vida en los soviets tiene que resultar paralizada. Sin sufragio universal, libertad ilimitada de prensa y reunión y sin contraste libre de opiniones, se extingue la vida de toda institución pública, se convierte en una vida aparente, en la que la burocracia queda como único elemento activo. Al ir entumeciéndose la vida pública, todo lo dirigen y gobiernan unas docenas de jefes del partido, dotados de una energía inagotable y un idealismo sin límites; la dirección entre ellos, en realidad, corresponde a una docena de inteligencias superiores; de vez en cuando se convoca a asamblea a una minoría selecta de los trabajadores para que aplauda los discursos de los dirigentes, apruebe por unanimidad las resoluciones presentadas, en definitiva, una camarilla, una dictadura, ciertamente, pero no la del proletariado, sino una dictadura de un puñado de políticos, o sea, una dictadura en el sentido burgués, en el sentido del jacobinismo…” (LR p144).
Las críticas de Rosa a la Revolución Rusa, lo mismo que todos sus escritos, no podían dar ninguna satisfacción a los críticos reformistas del socialismo revolucionario, pero podían servir como ayuda para aquellos que desearan mantener la ciencia de la acción de la clase trabajadora viva y sin trabas. Sus críticas al Partido Bolchevique están en las mejores tradiciones del marxismo, del axioma básico de Karl Marx: “…crítica despiadada de todo lo existente…”.
Notas
16. La traducción citada conlleva un error, que hemos corregido. Dice “que ha caracterizado” donde debe decir, tal como hemos puesto aquí, “de que carece”. ¡Una diferencia importante! (N. del T.).
17. En la traducción al castellano, en vez de “el fracaso del proletariado alemán”, se lee “la traición por parte del proletariado alemán”. Debe quedar claro, de toda la trayectoria de Rosa Luxemburg, que ella veía la traición de la revolución alemana como la responsabilidad de los dirigentes socialdemócratas, no de la clase trabajadora como tal. (N. del T.).
18. Leon Trotsky, “Resultados y perspectivas”, en 1905 y Resultados y perspectivas, Ruedo Ibérico, pp218-219.
19. La crítica de Rosa Luxemburg sobre la política de los bolcheviques en el poder, a propósito de las nacionalidades, era una continuación de las diferencias que durante dos décadas tuvo con ellos en este sentido. (Véase el Capítulo 6.)

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