Algunas reflexiones sobre multipolarismo y socialismo. Jesús Lara. CMEES. Enero de 2023

Discursos y análisis sobre la multipolaridad emergieron y proliferaron durante las últimas dos décadas en boca de diversos sectores políticos en todo el planeta. Sin embargo, la consolidación de China como potencia mundial y la guerra tecnológico-comercial que Estados Unidos libra contra ella, así como el estallido de la guerra en Ucrania, que apunta hacia la separación definitiva de Rusia del bloque occidental, han colocado al debate sobre la multipolaridad al orden del día.

Del mismo modo, las fuerzas políticas de izquierda antimperialistas y socialistas se posicionan firmemente por la construcción de un mundo multipolar, y, generalmente, determinan sus posiciones en política exterior tomando como criterio principal la medida en que un evento particular contribuye a la multipolaridad. Esto vuelve imprescindible un análisis crítico acerca de la relación entre multipolaridad, imperialismo y socialismo.

El objetivo de este trabajo es contribuir a esa discusión. El argumento central es que el marxismo cometería un error enorme al rechazar el objetivo de la multipolaridad, pero también que no puede aceptar acríticamente ninguna las concepciones dominantes sobre la misma.

El reto consiste en entender cómo el desarrollo real del capitalismo global se dirige o no hacia la multipolaridad, y cómo esto favorece o no los intereses de largo plazo de la clase trabajadora mundial. Esto demanda análisis concretos de cada situación en las que se juega el balance de fuerzas global, y no una toma de postura basada en un esquema fijo y predefinido.

En esta primera parte, presento la concepción básica de la multipolaridad, su relación con el imperialismo y con las luchas de las masas por vías de desarrollo alternativas al neoliberalismo y, eventualmente, por el socialismo. 

Multipolaridad e imperialismo

La primera y obvia definición de multipolaridad es que es lo contrario a la unipolaridad. Esta última, a grandes rasgos, se refiere a la concentración del poder en un solo polo, que en la actualidad está liderado indiscutiblemente por Estados Unidos con sus aliados subordinados de Europa occidental y Japón. El marxista egipcio Samir Amin denomina a este polo la triada imperialista

La fuente de esta asimetría de poder yace en la superioridad económica (que abarca aspectos tecnológicos, de infraestructura y organizacionales), científica y militar del bloque liderado por EE. UU. Esto le otorga la capacidad de limitar el espacio de acción de los gobiernos del resto del mundo y, más aún, de dirigir el desarrollo económico de los mismos de acuerdo con sus propios intereses.

Este orden unipolar es, a su vez, producto del colapso del campo socialista en los ochenta y noventa del siglo pasado, que significó el fin del mundo bipolar. Los dos grandes polos en disputa eran el bloque imperialista (el “primer mundo”) y el campo socialista (el “segundo mundo”). Los países no abiertamente adheridos a uno de los bloques aprovechaban en distinto grado el conflicto entre los dos hegemones y en muchos casos el apoyo abierto y decidido de la Unión Soviética para negociar condiciones favorables a su desarrollo económico o a sus procesos revolucionarios y de liberación nacional.

El multipolarismo, puesto de manera sencilla, significaría el fin del poder desproporcionado de la triada imperialista sobre el resto del mundo. Esto supone, necesariamente, el surgimiento de otros polos con capacidades económicas y militares, así como con importancia demográfica y estratégica, similares a las de la triada; esto, por un lado, obligaría a los participantes más importantes de cada polo a negociar en pie de igualdad cualquier cuestión en la que busquen avanzar sus intereses.

Por otro lado, y quizás lo más relevante para la periferia mundial, que en el corto plazo no tiene posibilidades reales de consolidarse como poder global o regional, el mundo multipolar representaría un aumento efectivo de la soberanía nacional para todos los países del mundo. O, puesto en otros términos, representaría la posibilidad de elegir caminos de desarrollo económico y político que actualmente son sancionados y prohibidos por el imperialismo norteamericano.

Así entendida, muy pocas objeciones podrían encontrarse hacia la meta de construir un mundo multipolar. Sin embargo, esta es una elaboración sumamente abstracta de la cuestión. Al menos dos puntos se vuelven evidentes cuando se analiza el problema desde el punto de vista marxista.

El primero es que se toma a los estados-nación e implícitamente a los gobiernos nacionales como la unidad básica de análisis. Se ignora así, en primer lugar, que cada nación está interconectada a todas las demás por complejas redes de producción y distribución que crecen y desarrollan siguiendo la lógica de la acumulación de capital, que tiene independencia relativa de los distintos gobiernos nacionales. (Lo que …llamaba el sistema mundo…RP)

En segundo lugar, y quizás más importante, en la formulación anterior cada estado-nación es una unidad homogénea, carente de contradicciones internas, la más importante de ellas siendo la división entre clases sociales antagónicas que luchan por coordinar la producción social y asignar el excedente que de ella se deriva.

Pongamos un ejemplo para ilustrar el problema. Supongamos que, fruto de conflictos internos entre Estados Unidos, Europa y Japón, el bloque que ellos representan se desmembrara en dos bloques distintos: Estados Unidos (junto con Canadá) contra Europa occidental y Japón. Para la ilustración del argumento, supongamos que ni China ni Rusia están en condiciones serias de equipararse a alguno de estos dos bloques.

Este mundo, en el sentido puramente político, efectivamente habría dejado de ser unipolar: ni Estados Unidos ni Europa-Japón podrían avanzar sus intereses a costa del resto del mundo de manera unilateral.

Ahora bien, en un sentido más profundo, el mundo seguiría siendo unipolar en tanto todo el planeta estaría dominado no solo por relaciones de producción capitalistas, sino por la unidad entre el estado nación de los países imperialistas con sus monopolios nacionales, que se repartirían el mundo para la provisión de materias primas, energía, mercados y súper explotación de fuerza laboral.

En una palabra: habríamos regresado a 1914, a la antesala de la Primera Guerra Mundial, es decir, al sistema imperialista clásico en donde las diversas potencias se  dividen el mundo y, además, entran en conflictos inter-imperialistas por la redivisión del mismo, como tan nítidamente apuntaron los grandes teóricos marxistas del imperialismo clásico: Vladimir Lenin y Nikolai Bujarin.

Ese mundo no es necesariamente más propicio para el avance de luchas proletarias que la unipolaridad imperialista. Como demuestra la historia durante el periodo imperialista clásico, las potencias capitalistas son capaces de superar temporalmente sus diferencias para aplastar avances revolucionarios que amenacen al orden capitalista; basta recordar la invasión conjunta de más de diez ejércitos extranjeros en apoyo a las Guardias Blancas contra el Ejército Rojo durante la Guerra Civil Rusa.

Tampoco crea mejores condiciones para el desarrollo económico de la periferia: el mundo de la preguerra fue el del colonialismo abierto en toda Asia y África, mientras que América Latina cayó definitivamente bajo el mando norteamericano.

De aquí se desprende una conclusión que, aunque puede parecer obvia, no siempre se menciona con la claridad necesaria: para que el mundo multipolar desempeñe un papel progresista con respecto al unipolarismo, es indispensable que al menos uno de los polos emergentes tenga un carácter no-imperialista.

Esto cambia radicalmente los términos del problema, porque en este caso, uno de los polos no determina su política exterior y su relación con el resto del mundo bajo el criterio del máximo beneficio para sus monopolios y el fortalecimiento estatal-militar. Las grandes potencias se ven en la necesidad, entonces, de negociar de manera más simétrica cuestiones que afectan sus intereses (los de su clase dominante), y el resto del mundo se puede beneficiar de esa nueva configuración.

Finalmente, es importante enfatizar que el carácter antimperialista o no-imperialista de un proyecto político no se puede determinar por los discursos o declaraciones de la clase dirigente del país en turno. La base de la teoría marxista del imperialismo es que la política de dominación más o menos directa sobre otras naciones, y los conflictos con otras potencias imperialistas, son la consecuencia necesaria de fenómenos de carácter económico: la formación del capital financiero o monopolista, problemas de subconsumo y rentabilidad a nivel interno, competencia con los oligopolios de otros países y sus respectivas maquinarias estatales, entre otros.

Por eso, cometen un error quienes se apresuran a calificar de imperialista, a un país de acuerdo con sus acciones de política exterior (Rusia) o por la creciente importancia de sus relaciones con el exterior para la economía doméstica (China).

Ninguno de los países que se perfilan a colocarse como fuerzas clave del nuevo polo emergente puede calificarse de imperialista en tanto su nivel de desarrollo es incomparablemente menor con el de los países de la tríada – siendo China la única posible excepción.

Por último, a pesar de que el polo no-imperialista estaría constituido temporalmente por países más “atrasados” en términos económicos, tecnológicos y militares, aspectos importantísimos como la magnitud de la población y el consecuente tamaño del mercado interno, y su papel en el suministro de recursos naturales y materias primas, pueden ser factores que eventualmente impongan costos enormes al polo imperialista si este último insiste en el ejercicio del poder unilateralmente.

Sin embargo, como bien afirma Samir Amin, la triada deriva su poder de cinco grandes monopolios: el monopolio tecnológico, producto de descomunales gastos militares; el de armas de destrucción masiva; el de acceso a los recursos naturales, el de control sobre los medios de comunicación masiva, y el del sistema financiero global.

Para que la multipolaridad sea una realidad, el polo no-imperialista debe romper inevitablemente esos monopolios, lo que demanda no solo coordinación entre gobiernos nacionales sino apoyo popular organizado y consciente: consciente de la explotación imperialista y la necesidad de revertir esa situación.

Así, el régimen político y económico de los países que conforman el nuevo polo cobra importancia esencial en la lucha por un mundo multipolar.

En síntesis, la formulación de la multipolaridad como la simple coexistencia de múltiples polos cuyas fuerzas tienden a un equilibrio pacífico es incompleta al ignorar la naturaleza de los regímenes político-económicos que constituyen esos polos. Estos sí son determinantes importantes de la forma en que la multipolaridad contribuye o no con objetivos de tipo progresistas y revolucionarios.

Por todo esto, los marxistas no pueden aceptar una visión de la multipolaridad que ignore la importancia de las relaciones de producción al interior de los nuevos polos emergentes y el papel que desempeñan en ellos las masas populares.

Y, a pesar de esto, no hay duda de que, partiendo del desarrollo real en la configuración de fuerzas, el mundo multipolar que emerge seguiría siendo un mundo capitalista, en tanto los nuevos polos de desarrollo seguirían estando caracterizados por relaciones capitalistas de producción al interior y entre los países que los conforman, con la excepción, siempre en disputa interna, de la República Popular China.

En el resto de países no habrá desaparecido la explotación del trabajo ni la anarquía de la producción, con sus implicaciones en términos de pobreza, desigualdad, crisis, destrucción ambiental y el riesgo de nuevas guerras mundiales y nucleares. Todo esto, claro, con una menor fuerza que en el mundo unipolar actual.

Si este es el caso: ¿por qué poner como objetivo la multipolaridad y no directamente el socialismo? La respuesta más simple al cuestionamiento anterior es que la multipolaridad, que no es sinónimo de socialismo, sí crea las condiciones para una eventual transición a éste.

La razón es que, en un mundo unipolar, todo proyecto político que vaya en contra de los intereses estratégicos de las potencias dominantes (dentro de los que se encuentran a la cabeza los proyectos socialistas) pueden ser dañados hasta niveles que vuelven al proyecto insostenible o sostenible con costos enormes.

Los medios para provocar estos daños incluyen medidas económicas, políticas y militares, como bloqueos y sanciones, el aislamiento internacional, el sabotaje, o la intervención militar directa. Estas medidas, cuando no logran provocar el colapso definitivo del proyecto, obligan al gobierno en turno a adoptar medidas de emergencia en todos los ámbitos, lo que suele acompañar una enorme centralización del poder político que, en la práctica, se ha mostrado muy difícil de revertir. Desde esta perspectiva, la unipolaridad imperialista es un obstáculo casi infranqueable en la lucha revolucionaria.

En conclusión, habría que apoyar la formación de un mundo multipolar, fundamentalmente, porque creará mejores condiciones para una transición socialista. Pero, una vez más, incluso esta tesis bastante razonable merece ser sometida a un escrutinio detallado, y éste puede iniciar con las siguientes preguntas: ¿por qué ni Marx ni los clásicos del marxismo hablaron nunca del multipolarismo como una etapa intermedia entre el capitalismo y el socialismo?

O, puesto, en otros términos, ¿qué transformaciones en el capitalismo global y en la experiencia revolucionaria han determinado la necesidad del multipolarismo como esa etapa intermedia necesaria? A estas dos cuestiones trataremos de dar respuesta en la segunda parte de este trabajo.

Jesús Lara es economista por El Colegio de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.

Contra el imperialismo multipolar. Promise Li. Enero 2023

Como escribió el difunto Samir Amin en 2006 , “los desafíos a los que se enfrenta la construcción de un mundo multipolar real son más serios de lo que piensan muchos ‘alterglobalistas’”. Dieciséis años después, el llamado de Amin para que las naciones se “desvinculen” del orden económico liderado por Occidente parece ser más ignorado ahora que nunca por las élites estatales del Sur global. A principios de este año, en un discurso en Davos, Xi Jinping reafirmóque “China seguirá permitiendo que el mercado desempeñe un papel decisivo en la asignación de recursos”, mientras “mantiene el sistema de comercio multilateral con la Organización Mundial del Comercio en su centro”. Y los ataques de Rusia a Siria y Ucrania, respaldados financieramente por sus saqueos en regiones como Sudán, sirven como un recordatorio de que el surgimiento de potencias nacionales que supuestamente desafían la hegemonía estadounidense no garantiza que las condiciones sean más favorables para la izquierda internacional. Por lo tanto, como señaló recientemente Aziz Rana , la izquierda necesita un marco internacionalista que “universal y efectivamente una la ética antiimperialista y antiautoritaria”, y rechace tanto “una Pax Americana vieja y rota” como “un nuevo orden multipolar dictado por gobiernos en competencia”. autoritarismos capitalistas”.

Pero la praxis solo puede surgir de una comprensión teórica precisa de las condiciones objetivas del imperialismo hoy. ¿Qué caracteriza este nuevo orden multipolar y la naturaleza de la competencia intercapitalista? En su conjunto, este mundo multipolar emergente de estados burgueses no crea mejores condiciones para desafiar al imperialismo global, sino que simplemente preserva e incluso aumenta estas dinámicas capitalistas. Martín Arboleda advierte contra “fetichizar” el papel del Estado en la facilitación del imperialismo hoy a expensas de dar cuenta del papel de los actores internacionales y, por el contrario, tampoco debemos exagerar la capacidad del Estado, incluso los desarrollistas, para resistir al imperialismo. . 1El declive del poder imperial estadounidense y el surgimiento de múltiples “polos” en el escenario global solo reorganiza qué estados están mediando en las relaciones globales de producción existentes, sin reorganizar estas últimas de manera diferente y sin empoderar fundamentalmente a los movimientos independientes en cada región. Identificar la estrategia más efectiva para que la izquierda global construya poder requiere entender cómo funciona esta nueva expresión del imperialismo. En lugar de ver la multipolaridad como la apertura de un espacio para las luchas revolucionarias contra el imperialismo, sostengo que la multipolaridad contemporánea funciona como una nueva etapa del sistema imperialista global, un alejamiento de la hegemonía unipolar de EE.UU. sin caer claramente en el modo tradicional de rivalidad interimperialista como tal. descrito por Vladimir Lenin y Nikolai Bujarin comentando el siglo pasado.

El imperialismo multipolar de hoy representa una intensificación del sistema mundial esbozado por Bujarin, que ve la internacionalización del capital financiero y el desarrollo de grupos capitalistas nacionales como dos aspectos del mismo proceso. Si bien la globalización neoliberal ha dejado cada vez más de lado a los bloques económicos nacionales en favor de las instituciones multinacionales, vemos, sin embargo, el fortalecimiento del poder de los estados-nación para ayudar a facilitar el capital financiero para contener aún más a la clase trabajadora. Por lo tanto, una teoría marxista del imperialismo actual no debe exagerar la dinámica de la rivalidad interimperialista sin respaldar la perspectiva de que los estados capitalistas ahora están entrando en una etapa de coexistencia pacífica habilitada por la interdependencia financiera, o lo que Karl Kautsky llamó “ultraimperialismo”. Este entrelazamiento más profundo del estado y el capital permite dinámicas nuevas y más complejas entre las élites gobernantes.múltiples geografías de relaciones interimperiales, con diferentes ciclos y capas de colaboración y competencia entre diferentes sectores de la clase dominante. Ahora, junto con una clase a menudo invisible de inversionistas institucionales, las élites estatales recurren a tecnologías más sofisticadas de represión y control a través de bloques geopolíticos, lo que lleva a un desarrollo desigual de autoritarismos globales para contrarrestar los movimientos independientes y populares. Esta erosión generalizada de la democracia política, que adopta diversas formas, es, por lo tanto, una política central del imperialismo en la actualidad.

Todo esto no sería sorprendente para Amin y otros defensores de izquierda de la multipolaridad. Pero necesitamos concepciones de la revolución mundial que amplíen creativamente lo que Amin llama “frente[s] nacional, popular y democrático”. 2 Esto implica dejar atrás una concepción de la geopolítica que ve la multipolaridad tal como existecomo requisito previo necesario para la descolonización y la democratización mundiales. Una alternativa genuinamente democrática al imperialismo requiere construir nuevas relaciones entre varios movimientos antiautoritarios que pueden no ser fácilmente percibidos como conmensurables, desde las luchas indígenas contra las corporaciones transnacionales hasta la izquierda de los movimientos a favor de la democracia. Las luchas desde abajo deben trabajar hacia la institucionalización y la cooperación internacional de alguna forma, pero también debemos entender cómo un nuevo “Bandung” del siglo XXI debe ir más allá de los límites de la nación.liberación. La democracia socialista revolucionaria puede surgir de una pluralidad organizada de diferentes fuerzas antiautoritarias en todas las regiones que promueva la asamblea y la gobernabilidad democráticas para forzar al sistema imperialista global hasta sus límites, ya sea un mundo unipolar o multipolar de estados imperiales.

Multipolaridad capitalista de estado

La defensa izquierdista de la multipolaridad se ha convertido en el marco político implícito para la mayoría de las organizaciones occidentales contra la guerra. La mayoría no se hace ilusiones de que la multipolaridad en sí misma produciría las condiciones adecuadas para el socialismo global. Más bien, creen que la multipolaridad abriría más espacio para las luchas independientes por la soberanía y la autodeterminación. Como lo describe Ignatz Maria , “la multipolaridad ha permitido una mayor capacidad de respuesta a las condiciones locales sobre el terreno”, y la multipolaridad se trata como una especie de “neutralidad positiva” que deja espacio para que florezcan los movimientos populares. Esta perspectiva tiende a citar los movimientos de descolonización de la posguerra como precedentes históricos de tal lógica.

Pero nunca hubo ninguna garantía de que la progresión de la historia hacia un mundo multipolar necesariamente amplió el espacio para la lucha de los movimientos democráticos: la mayoría de los estados del Tercer Mundo del pasado no han podido perdurar, mientras que la multipolaridad moderna en general no logra expresar la diversidad que encarnaron los estados anticoloniales del siglo pasado. Uno no puede crear paralelismos simples entre las oportunidades brindadas a los movimientos de la clase trabajadora por la última marea rosa en América Latina y los desarrollos políticos dentro de los regímenes en toda Asia que defienden la retórica antioccidental. Algunos expertos de izquierda defienden a países como China y Vietnam como modelos para la gestión de la salud pública en el manejo de la pandemia de COVID-19 por parte de esos regímenes en 2020,

La negativa a resistir activamente las tendencias autoritarias de regímenes como China, Rusia, Siria, Venezuela, Nicaragua e Irán nos prohíbe estructuralmente organizarnos contra el imperialismo como sistema global.

De hecho, los países que han denunciado abiertamente la unipolaridad estadounidense se alinean mucho más con su orden imperial global que con cualquier supuesta multipolaridad. Estados de diferentes bloques geopolíticos han diseñado políticas inspiradas en la “Guerra contra el Terror” liderada por Estados Unidos. Algunos países están estableciendo relaciones de dominación hacia minorías racializadas dentro de los límites del Estado, o lo que Pablo González Casanova llama “colonialismo interno”. Etiopía, por su parte, ha apoyado de cerca a los EE. UU. durante sus operaciones de la Guerra de Irak, y ahora cambia el nombre de la retórica de la “Guerra contra el terrorismo” en una ofensa genocida contra los tigrayanos. Lo hace vendiendo retórica antioccidental con una comisura de la boca mientras exigiendo más reestructuración de la deuda del Banco Mundial con la otra. Mientras tanto, China está incorporandoantiguos socios de Blackwater en los centros de seguridad de Xinjiang mientras adopta métodos de contrainsurgencia israelíes para vigilar a las minorías étnicas y uigures en Xinjiang. Las tecnologías que surgieron de la marca china de “Guerra contra el terrorismo” ahora también son utilizadas por el gobierno de Malasia para vigilar a los inmigrantes musulmanes indocumentados.

Estos regímenes a menudo se ven como parte de un bloque antiimperialista opuesto a los EE. UU., pero como Salar Mohandesiobserva, “es precisamente porque el estado está tan completamente plagado de contradicciones que el imperialismo a menudo toma formas tan contradictorias”. Pero mientras que Mohandesi advierte contra asumir que el imperialismo puede reducirse a formas tradicionales de acumulación de capital, su caso puede estar exagerado. Mucho más que nunca, vemos nuevas relaciones entrelazadas entre el estado y el capital, lo que debería llamarnos a actualizar cómo y dónde podemos ubicar las expresiones del imperialismo en estas nuevas configuraciones. Por un lado, el deseo de China de atrincherarse en el sistema neoliberal global acerca al país a las instituciones multilaterales internacionales (una realidad que predijo Amin), lo que entra en tensión con la retórica feroz de China contra Estados Unidos y Occidente. Promocionó programas a favor del Sur global como el New Development Bankcofinancia la mayoría de sus proyectos con las entidades financieras a las que pretende desafiar, al tiempo que promueve acuerdos de préstamos corruptos y descuida sistemáticamente la consulta a las poblaciones necesitadas. La Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI, por sus siglas en inglés) liderada por el Banco Mundial ha sido una de las principales soluciones de China para países africanos como Zambia y Angola que están muy endeudados con él desde la pandemia: simplemente ofrece la suspensión de la deuda, no el alivio. Y aunque el alivio de la deuda que China prometió recientemente a los países africanos es bienvenido, la estructura fundamental de extracción financiera de los países africanos para la acumulación de capital global permanece intacta. Los detalles de los préstamos chinos siempre se han oscurecido, ya que a menudo se destinan afinanciar proyectos de desarrollo con estándares ambientales o laborales mínimos. Ahora que Beijing corteja a países como Arabia Saudita para que se unan a los BRICS, cualquier concepción coherente de la multipolaridad progresiva, incluso para los estándares más bajos, como describe el economista político Patrick Bond, amenaza con desmoronarse en “una mezcolanza de miembros ideológica y funcional más allá de cualquier comprensión lógica. ”

No solo no ha surgido un mundo multipolar más equitativo, sino que esta nueva configuración del imperialismo global también está innovando técnicas centradas en el poder de gestión del ” desarrollo impulsado por la infraestructura “, desde China hasta varios estados regionales y de tamaño medio. En otras palabras, no solo la forma estatal, incluso en el Tercer Mundo, no sirve como vehículo para desarrollar la soberanía anticolonial de los pueblos oprimidos, sino que está siendo empujada activamente para facilitar nuevas fuerzas de acumulación de capital global. Como observan Ilias Alami, Adam Dixon y Emma Mawdsley(sobre la base de lo que Daniela Gabor llama “el Consenso de Wall Street”), la “dinámica global de la acumulación de capital” ha empujado aún más al estado “como promotor, supervisor y propietario del capital”, en la forma de “modernización de híbridos de estado y capital”. … que imitan las prácticas y los objetivos organizativos de entidades comparables del sector privado, adoptan las técnicas de gobernanza liberal y, en términos generales, confirman el mercado”. Este intento de “preservar y consagrar aún más la centralidad de la regulación del mercado en el desarrollo en una era de capitalismo de estado en ascenso y reordenamiento geopolítico turbulento [requiere] el desarrollo desigual y combinado de formas más poderosas de estatismo y la expansión de híbridos de capital de estado”. Y entonces,

En lugar de revertir las estructuras globales de desigualdad, estos desarrollos señalan nuevas tecnologías de explotación para la clase trabajadora. Alami y Dixon señalan cómo lo que ellos denominan “desarrollo capitalista de estado desigual y combinado” se ha convertido en un modo cada vez más preferido por los estados-nación para ayudar a expandir las operaciones del capital. Más precisamente, muchos estados están cada vez más dispuestos a asumir riesgos financieros para reforzar el poder de los inversionistas institucionales directamente dentro de los proyectos de desarrollo nacional para administrar y contener la fuerza laboral. En los últimos años, las palancas centrales de la acumulación de capital global han pasado de los accionistas a unos pocos administradores de activos, como Blackrock y Vanguard, siendo este último uno de los bloques de accionistas más grandes tanto en Exxon como en la estatal china Sinopec .. Los proyectos de desarrollo de infraestructura como la Iniciativa de la Franja y la Ruta no solo no logran desafiar al imperialismo global, sino que también representan nuevas formas de capital financiero que trabajan de la mano con varios estados-nación y sus bancos estatales (como asociaciones público-privadas). La implicación aún mayor es que la oposición de la izquierda al imperialismo multipolar no solo debe abordar el papel de las grandes potencias, sino también de las potencias medianas y regionales como facilitadores clave del imperialismo global.

Autoritarismos desiguales y antiautoritarismos

Lo que Alami, Dixon y Mawdsley ven como “formas musculares de estatismo” crecientes pero desiguales apunta a un motor fundamental del imperialismo que Amin y muchos otros han observado pero no han logrado abordar con rigor: el autoritarismo. Si bien Amin reconoce que la democratización es fundamental para la multipolaridad socialista, sus recomendaciones políticas se centran únicamente en los ajustes de política económica. Sin embargo, correctamente señala que “las estructuras autoritarias aquí favorecen a las fracciones compradoras cuyos intereses están ligados a la expansión del capitalismo imperialista global”. 3De hecho, esta perspectiva ha sido constantemente minimizada en muchas discusiones marxistas contemporáneas sobre el imperialismo, especialmente entre aquellos que están interesados en mantener la transferencia de valor tradicionalmente imperialista de las periferias al centro. En cambio, debemos reconocer cómo los crecientes autoritarismos en todo el mundo son un síntoma de la competencia interimperialista entre los estados-nación. Para mantener sus posiciones en un sistema mundial imperialista, cada una de estas naciones se ve obligada a explotar a los trabajadores, en ocasiones fortalecer las medidas de austeridad y contener sus movimientos independientes para beneficiarse de la dinámica global en desarrollo de la acumulación de capital.

La negativa a resistir activamente las tendencias autoritarias de regímenes como China, Rusia, Siria, Venezuela, Nicaragua e Irán nos prohíbe estructuralmente organizarnos contra el imperialismo como sistema global. Centrarse solo en ciertos aspectos de la influencia de los EE. UU. a expensas de abordar la complicidad de otros estados en la economía global, trabajando junto con otros aspectos del dominio de los EE. UU., solo de manera selectiva .critica el imperialismo global. De hecho, los pilares de la izquierda contra la guerra se ven obligados a adoptar una posición que se centra únicamente en el desmantelamiento del militarismo de EE. UU., mientras que son incapaces de ofrecer un apoyo positivo a los movimientos democráticos en otros regímenes a medida que se acercan a la integración económica capitalista. Aferrarse a un análisis de la “desvinculación” de la economía global sin una comprensión de la democracia política no lograría controlar las crecientes fuerzas del autoritarismo que dificultan la promoción de un mundo multipolar más democrático. Por un lado, el estado autocrático de Eritrea, que había estado ayudando militarmente a la campaña genocida de Etiopía contra los tigrayanos, ha recibido elogios de algunos eritreos proestatales en el extranjero . Medios “anti-guerra” como Black Agenda Report y Black Alliance for Peaceelogie a Eritrea como uno de los pocos países africanos que rechaza a los EE. UU. y otras formas de ayuda e influencia occidentales, alabando su postura “antiimperialista”. Su incapacidad para dar cuenta de los graves excesos autocráticos del régimen de Eritrea demuestra los límites de tal antiimperialismo que guarda silencio sobre la contención del poder independiente de la clase trabajadora por parte de este régimen.

¿Dónde podemos ubicar el lugar más libre para que los movimientos actúen y expandan su poder y capacidad —bajo las condiciones menos coercitivas— en cada coyuntura histórica precisa?

Dado que, para citar nuevamente a Mohandesi, las relaciones imperiales “siempre están condicionadas e impulsadas por una pluralidad de otras fuerzas, a menudo contradictorias”, y por lo tanto “muchas naciones-estado que intentaban liberarse del imperialismo a menudo se encontraron exhibiendo un comportamiento que se acercaba peligrosamente a el mismo imperialismo que buscaban abolir”. Tal régimen es insostenible ya que su legitimidad política deriva únicamente de su jefe de estado, en el caso de Eritrea, Isaias Afwerki. Y con las organizaciones independientes y la sociedad civil neutralizadas casi por completo por el estado, el futuro político más probable para Eritrea después del reinado de Afwerki sería el mismo libro de jugadas neoliberal dictado por el FMI y otros actores financieros globales.

Nuestra alternativa no es suscribirnos a la línea del establecimiento occidental de demarcar las “democracias” liberales occidentales de los regímenes “autoritarios” del Sur global. En cambio, debemos reconocer la adopción y el desarrollo desiguales de estrategias autoritarias de gobierno en entornos geopolíticos, como lo muestra la incorporación de la contrainsurgencia de la “Guerra contra el Terror” en diversos contextos nacionales. Es importante reconocer esta desigualdad porque los diferentes tipos de autoritarismo requieren diferentes movimientos y estrategias para combatirlos. Sobre la base del análisis de Alami, Dixon y Mawdsley sobre el desarrollo del estatismo en la economía capitalista global, una praxis antiimperialista genuina debería tener en cuenta cómo los estados aprenden unos de otros y desarrollan sus propios regímenes represivos de control. El ataque generalizado de China a las libertades civiles estructura la relación del Estado con el capital a su manera, que difiere solo en grado y método de la privación de derechos de las minorías dirigida e inestable por parte de Estados Unidos. Ambos encuentran un denominador común, para tomar prestado deTrotsky , al “frustrar la cristalización independiente del proletariado”. Esta contención de los movimientos de masas de ambos lados ayuda a estabilizar el capitalismo global. Sin embargo, cada uno personaliza sus métodos de control de acuerdo con una confluencia compleja de factores en un momento dado: su relación particular con las cadenas de suministro globales, la fuerza de las organizaciones de masas independientes nacionales o locales, y la escala y expresión del malestar entre su gente.

A partir de este análisis del autoritarismo y el imperialismo, podemos imaginar cómo puede ser una “multipolaridad” genuinamente socialista: reunir movimientos antiautoritarios para fortalecer las instituciones democráticas de lo global a lo local. Este objetivo exige más que simplemente formas estatistas de soberanía o confiar en la reorganización del poder entre los estados-nación en el contexto de la hegemonía estadounidense en declive. Es imperativo construir alianzas entre movimientos que luchan contra diferentes formas de autoritarismo creciente. Al mismo tiempo, debemos entender que para los movimientos que actúan dentro de estados no liberales y autoritarios, esto último se vuelve casi imposible sin las libertades básicas que brinda la democracia burguesa. En tales casos, como en Rusia o Hong Kong bajo las leyes de seguridad nacional,

Y así como no nos aferramos a una definición rígida de autoritarismo, tal asamblea de movimientos antiautoritarios no debe conceptualizarse en términos utópicos. Como revelan las protestas contra el proyecto de ley de extradición de Hong Kong, la resistencia masiva contra la junta de Myanmar, la autodefensa militar de Ucrania contra Rusia y el movimiento de Sri Lanka contra los Rajapaksas, las tensiones étnicas y los prejuicios políticos han plagado a estos movimientos desde el principio. Los esfuerzos del imperio estadounidense para afirmar su influencia, desde el apoyo militar de la OTAN hasta las subvenciones del National Endowment for Democracy, han continuado sin cesar. Entonces, ¿cómo localizamos fuerzas independientes para apoyar? En tales casos, debemos definir la independencia no como un espacio de suma cero (ya que ninguno puede existir en geopolítica), sino como un espectro.condiciones menos coercitivas —en cada coyuntura histórica precisa? No se puede responder a esta pregunta de manera preventiva, especialmente cuando diferentes fuerzas reaccionarias están presentes en diferentes lados del conflicto; y debería, en cambio, discernir críticamente las relaciones de fuerza en sus propios términos.

Una breve reseña de algunos levantamientos más recientes demuestra que no se puede generalizar ningún modelo de lucha. Bajo el aparato estatal controlado por la junta militar de Myanmar o el gobierno de Hong Kong, existe una flexibilidad mínima para que los movimientos puedan maniobrar. Las recientes luchas de masas en China e Irán obligaron a sus regímenes a contemplar algunas reformas, pero sigue siendo difícil que estos movimientos se mantengan en cualquier nivel legal o institucional, ya que activistas clave han sido incapacitados rápidamente. La insurgencia actual en Sudán ha dado lugar a comités de resistencia políticamente diversos y el futuro del movimiento aún está por determinarse. Mientras que algunos, como los comités de Mayurnu, abogan por construir un gobierno revolucionario autónomofuera del estado, otros piden la institucionalización de nuevas infraestructuras democráticas mediante la reconstrucción del estado existente. En todos los casos, la izquierda debe centrarse en cultivar fuerzas lo más independientes posible del liderazgo político de los movimientos burgueses o de liberación nacional, diferenciando entre lo que Hal Draper llama “apoyo militar” y “apoyo político” de movimientos con elementos burgueses prominentes que ejercen el control. En todo momento, debemos tratar de superar en organización a los componentes reaccionarios de los movimientos sociales, desde los chovinistas nacionales de derecha hasta los afiliados al imperialismo estadounidense, sin abandonar por completo el movimiento de masas.

Y por lo tanto, debemos fortalecer las alianzas entre las fuerzas que resisten los desafíos autoritarios a las democracias liberales y las que resisten los regímenes autoritarios desde el exterior. Como se describió anteriormente, la actual tendencia objetiva del imperialismo global obliga a los estados en todos los ámbitos a consolidar aún más su poder antidemocrático al servicio del capital financiero. Además, la última instanciación histórica de la multipolaridad de los estados burgueses generó un panorama de rivalidad interimperial que resultó en un costo humano extraordinario. Abogar por condiciones similares, incluso como una etapa de transición, solo sería un aceleracionismo intransigente que aplastaría, no empoderaría, lo que queda de los movimientos independientes en algunas regiones. Los desarrollos positivos para los movimientos en regiones seleccionadas de América Latina no indican un destino similar en otras regiones bajo este mundo en desarrollo de multipolaridad, como pueden atestiguar los movimientos disidentes en dificultades en regiones como China e Irán. Incluso Amin admite que “las opciones económicas y los instrumentos políticos necesarios [para la multipolaridad socialista] tendrán que desarrollarse de acuerdo con un plan coherente; no surgirán espontáneamente dentro de los modelos actuales influenciados por el dogma capitalista neoliberal”.4

La autodeterminación contra el imperialismo global implica la creación de plataformas para la asamblea democrática y la deliberación de los movimientos independientes.

Además, el desarrollo de nuevos capitalismos de estado autoritarios debería hacernos aún más escépticos de confiar acríticamente en el desarrollo dirigido por el estado como antídoto contra el capitalismo actual. Como escribe el socialista iraquí Muhammed Ja’far en una crítica a Amin en 1979, “solo es posible entender la formación nacional como la contrapartida social del modo capitalista de producción económica”. Alami actualiza y matiza aún más este análisis, explicando que para que el estado “asegure su propia reproducción así como la del dinero, se ve obligado a… canalizar los flujos [financieros] y manipular su contenido de clase con el fin de gestionar las relaciones de clase… en formas compatibles con la acumulación de capital global”. 5Esto no es para descartar la participación dentro de cualquier estado al por mayor, sino para reconocer que, en última instancia, la infraestructura del estado-nación hoy necesariamente sirve a los intereses de la acumulación de capital global. Incluso los movimientos que operan en el terreno del estado deben comprender que solo están presentes allí porque, de manera contingente, ofrece el mayor espacio para prosperar solo en condiciones políticas muy específicas que pueden transformarse rápidamente. Por otro lado, los movimientos empujados fuera del Estado a través de la represión autoritaria pueden encontrarse en condiciones más favorables frente al Estado tan pronto como fueron aislados de él.

Y así, la forma de resistir esta nueva instanciación del imperialismo multipolar es analizar objetivamente dónde y en qué formas emergen hoy los movimientos de masas independientes, y encontrar nuevas formas de institucionalizar la solidaridad más allá de los modelos que privilegian a las élites estatales. Por un lado, la rivalidad interimperial en el último siglo en sí misma no determinó las ganancias de los movimientos independientes para la descolonización en el vacío; no debemos pasar por alto el papel subjetivo de estos últimos en cambiar el curso de la historia. Si bien algunos de esos movimientos pueden servir de inspiración hoy, no debemos ser dogmáticamente nostálgicos acerca de sus expresiones históricas. Se requieren nuevas formas de organización de la clase obrera y de las masas populares a medida que la misma división imperialista del trabajo global pasa a ser mediada por diferentes estados, un cambio solo en la forma, pero no en el contenido.

Un nuevo internacionalismo

Una forma verdaderamente emancipadora de multipolaridad proporcionaría una infraestructura a un terreno muy variado de movimientos independientes, cada uno de los cuales se desarrollaría para maximizar su máximo poder de acción para democratizar su capacidad de autodeterminación. Estos movimientos pueden asumir diversas formas, desde comités de resistencia y sindicatos hasta partidos socialistas de masas. Cada uno encarna diferentes niveles de conciencia política, pero puede ser estimulado de diferentes maneras para militar contra diferentes aspectos del sistema capitalista global, aunque el éxito o el fracaso nunca pueden ser predeterminados. En este sentido, la autodeterminación contra el imperialismo global implica la creación de plataformas para la asamblea democrática y la deliberación de los movimientos independientes. Estos espacios pueden promover demandas revolucionarias que son incompatibles con los regímenes actuales, pero mientras tanto, puede construir poder exponiendo los límites de las formas degeneradas de gobierno hoy en día, desde el parlamentarismo burgués hasta el autoritarismo iliberal. Este difícil acto de equilibrio, como Devaka Gunawardena, significa tanto negarse a aceptar que la democracia burguesa es “suficiente” como estar abierto a “recurrir a elementos de los estados socialistas realmente existentes para criticarla, pero empujar los límites de la democracia tal como existe actualmente requiere comprometerse seriamente con su propia democracia interna”. contradicciones y limitaciones”.

¿Cómo cambia esto exactamente nuestra estrategia en torno a la solidaridad internacional como socialistas? Debemos repensar qué significa en la práctica “el principal enemigo está en casa”. Por supuesto, esto no es para abandonar la lucha contra el imperialismo en Occidente, sino para expandir nuestros horizontes para apuntar a sitios donde diferentes estados se cruzan entre sí e instituciones internacionales. Estos son algunos ejemplos de oportunidades para la solidaridad. La demanda de los socialistas ucranianos de Sotsialnyi Rukh de la “democratización del orden de seguridad internacional” para salvaguardar a las minorías y los pueblos oprimidos puede conectarse con otras luchas contra el colonialismo como en Papúa Occidental. BRICS desde abajoy se pueden seguir fortaleciendo otras iniciativas de base con movimientos locales para presionar contra la deuda y las instituciones financieras. La situación actual en Etiopía muestra que los países rivales , desde Irán hasta Israel, trabajan codo con codo para financiar la guerra de Etiopía contra los tigrayanos, lo que exige la necesidad de campañas coordinadas a nivel mundial contra las políticas de ” guerra contra el terrorismo ” de diferentes regímenes. Estos pueden basarse en campañas activas a favor de la abolición por parte de organizadores negros y musulmanes, como el trabajo de Muslim Abolitionist Futures . También podemos ayudar a los movimientos de puente que luchan en las intersecciones de diferentes capitales nacionales, desde Tagaeri y Taromenane.pueblos que luchan contra el gobierno ecuatoriano y la intrusión de las empresas chinas en su existencia aislada hasta las luchas contra la gentrificación en Flushing, Nueva York, donde los principales desarrollos corporativos estadounidenses se financian con la ayuda del capital bancario chino. Los partidos y organizaciones socialistas pueden ayudar a formalizar estos puentes respetando la existencia autónoma de cada lucha, construyendo el poder de manera plural sin subsumirlas todas bajo las filas de aquéllas. Más que nunca, reflexionar sobre los fracasos de la izquierda socialista en el siglo XX debería reivindicar aún más el principio de Ernest Mandel.hoy: que las vanguardias socialistas no deben “subordinar los intereses de la clase en su conjunto a los intereses de ninguna secta, ninguna capilla, ninguna organización separada”.

Si bien Amin creía que “las fuerzas y proyectos sociales [deben] tomar forma primero a nivel nacional como un vehículo para las reformas necesarias”, la idea de distintos niveles nacionales de lucha y desarrollo se vuelve cada vez más difícil de aislar con el rostro cambiante del imperialismo. 6Con la amenaza cada vez mayor de un desastre climático en medio de un sistema económico fallido que no brinda soluciones, debemos continuar construyendo organizaciones de masas para luchar por instituciones democráticas con claridad programática siempre que sea posible. Pero depositar nuestra fe en la reorganización del poder hegemónico de EE. UU. en una multipolaridad de élites nacionales para desbloquear mejores condiciones de lucha sería idealismo por derecho propio. Las luchas revolucionarias antiimperialistas deben permanecer vigilantes, pluralistas y antiautoritarias, y ver la multipolaridad sin democracia socialista como una mera expresión más del imperialismo, en lugar de su sentencia de muerte.

Promise Li es socialista de Hong Kong y Los Ángeles y miembro de Tempest Collective and Solidarity (EE. UU.). Está involucrado en el trabajo de solidaridad internacional con Lausan Collective e Internationalism from Below, y organiza inquilinos con Chinatown Community for Equitable Development (CCED) en Los Ángeles Chinatown.

¿Hacia dónde va el FMLN? Análisis de la crisis del FMLN y las posibilidades de superación. David López. ECA. Abril de 1999

Introducción: identificación y reconocimiento de la crisis en el FMLN

En los momentos de crisis de asociaciones humanas con fines objetivos, así como también en crisis de tipo personal, solemos hacernos 3 preguntas básicas: ¿de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde vamos? Y aunque estas preguntas no sean apropiadas únicamente para momentos de crisis, sería conveniente que en las actuales circunstancias se las hiciera el FMLN. Pero antes de ello es necesario identificar la crisis misma.

Es muy poco probable que la crisis que en la actualidad vive el FMLN se deba, predominantemente, a una lucha ideológica. Este tipo de crisis supondría la existencia, entre otras cosas, de un cuerpo objetivo y ordenado de ideas bastante definido que el partido cree y confiesa, una militancia sumamente ideologizada y cualificada; del mismo modo que personas o grupos que pretendan socavar o modificar ese cuerpo doctrinal frente a otro que quiera defenderlas.

Pero ninguna de estas condiciones existe en el FMLN y, por lo tanto, la raíz de la crisis puede ser cualquiera otra, menos un problema en esencia ideológico[1]. Sin embargo, resulta más gratificante, cómodo y elegante el enmascarar una lucha hegemónica bajo la forma de la defensa de la pureza ideológica o doctrinal, que presentarla como una disputa de poder, intereses personales o grupales. En este sentido, hay que desideologizar la ideologización de la crisis en el FMLN, pero también se debe ideologizar su superación.

Tampoco hay que buscar la raíz de la crisis en los resultados de las últimas elecciones. Un fracaso o una derrota en un grupo o persona bastante maduros y con ideas y fines objetivos, suele ser la ocasión más privilegiada para un examen de sus ideas y su modo de proceder con miras al resurgimiento personal o político, y no la causa de su hundimiento o de cargar a otros la propia responsabilidad del fracaso. En todo caso, el fracaso electoral no es la causa de la crisis, sino un fenómeno de la misma y quizás el más importante.

2. La pluralidad de causas de la crisis del FMLN

La raíz de la crisis del FMLN debemos buscarla en una pluralidad de causas. Cualquier intento de una comprensión monocausal de la crisis nos parece incompleto e incorrecto. Y dentro de dichas causas, mencionaremos las más relevantes.

(1) El FMLN no se preparó internamente para el nuevo escenario, que suponía su conversión en partido político tras el fin de la lucha armada. El paso de ser una fuerza militar a convertirse en un partido no es automático ni se da con la mera desmovilización y entrega de las armas. La astucia militar no se transforma de manera automática en astucia política. Con ello se cayó en una desactualización y en un desfase para los nuevos desafíos que presentaba el nuevo escenario político, tras la firma de los acuerdos de paz.

(2) El FMLN carece de un “credo político” básico, claramente definido y común a su membresía, de tal manera que toda su militancia sepa cuando está dentro y cuando está fuera o, dicho en otros términos, no hay un encuadre de ideales básicos comunes que sean la referencia fundamental de la razón de ser y las aspiraciones del partido.

Las ideas que hay al respecto son demasiado borrosas y desordenadas. En la guerra, en cambio, existía un cuerpo básico de ideas comunes, compartidas incluso por mucha gente fuera de sus filas y con las que muchos terminaban simpatizando.

Muchas de estas ideas, algunas utópicas, atraían y arrastraban a la gente, aun a la más diversa y plural. Y por eso nunca podría entenderse la necesidad de conformar un credo político básico como una amenaza al pluralismo, sino como una ayuda a la articulación y coherencia del desorden de ideas que actualmente existe, sin un núcleo básico que las articule. Se debe promover y respetar la pluralidad, pero a partir de un cuerpo básico de ideas, actualizables y vivas, sujetas a diversos desarrollos y actualizaciones. No se puede hablar de pluralismo sin un fondo común de ideas. Muchos pueblos antiguos, en especial los de carácter tribal, lograron articular la pluralidad y la diferencia con base en la conformación de un credo político religioso básico. El conformar y tener dicho credo ayudaría al FMLN a desideologizar la lucha interna, pues si este núcleo básico existiera, difícilmente la lucha interna actual podría enmarcararse como “lucha ideológica” o “lucha de creencias”.

(3) La forma de gobierno interno del FMLN no ha logrado separar y distinguir lo que es un liderazgo institucional de un liderazgo carismático.

Ambas formas no tienen por qué contradecirse. En la guerra estas formas de liderazgo se concentraban en las mismas personas -lo cual es propio de un liderazgo de tipo caudillista-, pero eso ya no tiene que ser así necesariamente, aunque son dos formas que tienen que coexistir y han coexistido hasta la muerte del portador o los portadores del carisma en muchas instituciones que tienen un origen carismático. Pero esta coexistencia debe ser normada en forma institucional, aunque no sin tensiones. Cuando un grupo con liderazgo carismático se institucionaliza y no se administra con sabiduría, la tensión normal entre institución y carisma fácilmente puede caer en dos peligros: el sobrepeso y anquilosamiento institucional o la formación de sectas cismáticas.

(4) Para la nueva fase tras los acuerdos de paz, ya como partido político, el FMLN no se preparó para un imperativo político de primer orden que debía enfrentar para convertirse en una opción de poder: la masificación de su membresía. Un grupo en su forma carismática nunca puede ser masivo, pero un partido institucionalizado y de origen carismático sí. Al no estar preparados para la masificación, esto se convirtió no sólo en nuevos adeptos e incremento de la militancia, sino también en nuevos problemas: se cayó rápidamente en la pérdida o desdibujamiento de ideales, sin poder sustituirlos por otros; se dio un relajamiento de la moral; se perdió el sentido de camaradería y compañerismo. Muchos entraron al partido sin saber por qué y para qué; otros entraron llevando sus propias tradiciones políticas, las que, al no contar el FMLN con un credo político básico, podrían haber propiciado el sincretismo político, o incluso haberse impuesto frente a la debilidad ideológica del FMLN. Y todo esto, y no por responsabilidad de los advenedizos o recién llegados, hizo que el

FMLN entrara rápidamente en el proceso de conversión en un partido tradicional y pragmático, en el que actualmente se encuentra.

(5) Tras la adquisición de una ingente cuota de poder a través de gobiernos municipales (54) y diputaciones (27), algunos cuadros y subgrupos dentro y fuera del FMLN han visto que es mejor vivir de la política que vivir para la política. La mayoría de los que ahora son funcionarios por elección popular quisieran continuar siéndolo frente a otros que aspiran a candidaturas.

Es más, algunos incluso propugnan una reforma estatutaria, por razones de pureza ideológica, para que sea posible aspirar a un tercer período en un cargo de elección popular, cosa expresamente prohibida en la actualidad. Y éste no es un problema de corrientes o tendencias, sino que trasciende, en general, a todo el partido, aunque es más manifiesto en aquellos que enmascaran sus pretensiones en aras de la pureza ideológica.

Algunos, en su falso análisis, creen que obtener una candidatura es equivalente a ganar las elecciones. Poco se mira a las necesidades y a la captatio benevolentiae[2] del electorado, a los retos que presenta el cargo al que se aspira y a la idoneidad[3] y cualidades morales del candidato: candidaturas fuera de estos criterios básicos no tienen razón de ser y, todavía peor, si con la candidatura el aspirante pretende resolver sus problemas económicos o existenciales.

El FMLN debería responder a los problemas existenciales o materiales de sus cuadros sin necesidad de que se caiga en semejantes aberraciones, aunque la mera crisis existencial o material no sea per se un impedimento para una candidatura porque, por otro lado, podrían existir funcionarios actuales o potenciales, con solvencia económica, que consideraran la actividad política como una extensión de su quehacer empresarial o profesional.

Ninguna de ambas situaciones, por sí misma, es garantía u obstáculo de una buena o mala candidatura.

(6) Por último, el FMLN carece de una política institucional de formación y cualificación política de sus cuadros y militantes. Y esta carencia se ha manifestado de varias formas: conducción impropia del partido en la mayoría de estructuras de gobierno interno, debilidad en el análisis político, falta de lucidez para decir la palabra apropiada en el momento oportuno, decisiones equivocadas en la escogitación de candidatos a puestos de elección popular, gestiones municipales flojas y desgastantes. Sin una adecuada decisión institucional que apueste a la formación y cualificación política de los cuadros y militantes, el FMLN tiene escasas posibilidades de convertirse en una opción de poder, a no ser por inercia, desgaste de la derecha o por un milagro político, pero en cualquiera de estos casos siempre se haría un mal papel.

Estas son, a mi juicio, las principales causas de la crisis del FMLN. Hay que reconocerlas e identificarlas, pues de lo contrario no se podrán superar.

La crisis que no se identifica y reconoce, no se supera.

3. Elementos esenciales para superar la crisis

Una vez identificada la crisis del FMLN, y si nuestro análisis es correcto, podemos ahora indicar los elementos esenciales para la superación de la misma. Nos vamos a mover aquí en una perspectiva fundamental, sin llegar a proponer medidas concretas, aunque la tentación de mencionar alguna de ellas no pueda ser del todo superada.

3.1. La conformación de un credo político básico

Una de las cosas que más sorprende en la actual militancia del FMLN es la disimilitud en las creencias políticas: se carece de un núcleo o conjunto de ideales básicos comunes a toda la militancia y con los que ésta se identifique, y a partir del cual se pueda hablar de pluralismo. No hay un complejo de ideas a las que todos se adhieran.

Hace falta un cuadro fundamental que marque los límites de lo que se cree y se quiere. Un verdadero credo político no va contra el pluralismo, sino contra la promiscuidad en las concepciones políticas.

El credo político de un partido que surge de un movimiento revolucionario armado que aspiraba al socialismo, no puede dejar de contener, en las nuevas circunstancias, ideas firmes y perennes: unos fines objetivos concretos, unos principios abstractos y una utopía que constituyan un fondo estable, inamovible, pero actualizable. En este sentido, el FMLN debe ser un partido ideológico, es decir, que tenga una “concepción del mundo” o Weltanschauung, como se dice en la filosofía alemana. Esto ayudaría, por un lado, a que la adhesión al partido sea racional y, por otro, impediría que se convierta en un partido para la mera cacería de votos.

3.2. La necesidad de una definición del partido

En la teoría política clásica existen varias formas de ser de los partidos políticos. Algunas deben ser rechazadas radicalmente como modelo político ejemplar para el FMLN: los partidos que aspiran a que sus líderes lleguen a los más altos cargos públicos; el partido como una maquinaria que se dedica a la “caza de cargos públicos”; los que consideran el Estado como una institución de prebendas; el partido como una sociedad cerrada o testimonial o, lo que es peor, un partido estamental, clasista o de patronazgo[4]

El FMLN debería ser, en cambio, un partido con fines objetivos y orientado hacia ellos, que aspire a representar la voluntad política de la mayoría de salvadoreños y que tenga un credo político de carácter firme y perenne. No puede ser un partido que modifique su proyecto político según las circunstancias o coyunturas electorales, pero tampoco puede ser un partido cerrado e incapaz de actualizarse. En este sentido, el FMLN debería ser un partido altamente ideológico, que tenga fines objetivos y racionales, así como un credo político fundamental, con una militancia viva, definida y activa. La militancia en un partido así es una militancia racional, no emotiva, irracional u oportunista; pero además es una militancia que sabe lo que quiere y hacia dónde va.

Ser un partido ideológico no es un anacronismo ni es contrario a la concepción de un partido moderno. Una definición ideológica de un partido, a condición de que sea racional y actualizable, genera mayor estabilidad interna y mucha más mística en su militancia.

3.3. La necesidad de un liderazgo institucional, racional y democrático

Un partido moderno e ideológico, como creemos que debería ser el FMLN, necesita un liderazgo institucional, democrático y fuerte. Pero dada nuestra historia, creemos que este liderazgo no debe matar el espíritu ni los fuertes componentes de autoridad carismática que aún le quedan. Sin embargo, debe predominar el liderazgo institucional, pues es ello lo que da estabilidad a una institución;en cambio, un partido fundado predominantemente en una autoridad carismática -llámese ésta”caudillo”, “profeta” o “líder”- genera, por supropia naturaleza, inestabilidad e incertidumbre, ypodría favorecer subpartidos de carácter semipermanente. La autoridad carismática puede convivir con la autoridad institucional, pero sometida a ésta, aunque se debe estar consciente de que la autoridad institucional nunca debe aspirar a ser aceptada de manera universal en el FMLN.

El liderazgo institucional, o gobierno interno del partido, debe ser el primero en imbuirse del credo político, de la definición del partido y de la formación y cualificación política. Y se debe estar muy consciente de que en un partido, como el que creemos que debería ser el FMLN, es impensable creer que los cargos públicos serán para los líderes y cuadros dirigentes. En un partido como el que aquí se esboza, es el liderazgo institucional el garante y depositario de la tradición del partido, de su credo y sus ideales y, por lo tanto, difícilmente puede aspirar a un cargo público sin socavar los fundamentos del partido.

Pero un liderazgo institucional requiere, además, que sus cuadros de dirección sean personas que conserven lo mejor de la tradición política del FMLN. Es mejor que el gobierno del partido, local y nacional, esté formado, fundamentalmente, por el homo vetus (“hombre viejo”), cuando sea posible, pero en una sana combinación con el homo novus (“hombre nuevo”). Sí se debe evitar un gobierno de partido de puros “homo novus”. Y para esto hay razones de tipo sociológico y político: la militancia y el electorado, en general, sienten más confianza con el que le es más conocido y conservador de una determinada tradición. Se debe evitar en el gobierno del partido al mero advenedizo, a menos que haya sido suficientemente probado.

3.4. La necesidad de la formación y cualificación política

El FMLN necesita una estrategia de formación y capacitación de su dirigencia, cuadros intermedios, funcionarios y potenciales dirigentes, una formación política seria, excelente y actualizada a las nuevas circunstancias y desafíos. En el fondo de la crisis del FMLN no hay sólo un problema de intereses, disputas de liderazgo o aspiraciones a candidaturas -por lo demás legítimas y normales en cualquier partido político-, sino también un problema de comprensión de la realidad del país, sus desafíos, el rumbo que hay que seguir para sacar al país adelante, las nuevas realidades económicas, políticas e internacionales, entre otras cosas.

No sólo hay, entonces, un problema de comprensión o desconocimiento de la realidad objetiva en la que se debe actuar y transformar, sino también un problema de incomprensión del instrumento, el partido, que debe impulsar y vanguardizar los cambios que el país necesita.

En un breve diagnóstico sobre la formación y actualización política del FMLN, constatamos que la mayoría de su militancia -situación de la que también participan sus cuadros– carece de un adecuado instrumental teórico-práctico para analizar la realidad del país. La mayoría de la militancia desconoce qué tipo de partido es el FMLN, su naturaleza, su historia, es decir, de dónde viene, qué es y qué quiere. Tampoco hay claridad sobre lo que se quiere ser.

Casi nadie puede responder a la pregunta sobre qué tipo de partido es o quiere ser el FMLN.

Una formación política en el FMLN no debería pretender, obviamente, la creación de “espíritus ilustrados”, sino la dotación a la militancia de instrumentos básicos de análisis político, la internalización de los ideales políticos, la creación de una mística y un ethos político, y la necesaria actualización de la militancia y del partido a las nuevas realidades nacionales e internacionales.

Para salir de la crisis, por tanto, el FMLN necesita crear, entre otras cosas, una adecuada política de formación y educación política de sus cuadros y militantes. Y esta “escuela” sería el lugar para la difusión y el análisis de las ideas ya mencionadas y para la superación de la formación política concebida como adoctrinamiento o “toma de conciencia”.

3.5. La necesidad de candidaturas razonables

Una de las experiencias más claras y aleccionadoras de la gestión municipal y legislativa del FMLN, es la necesidad de ordenar y regular los procesos de selección de candidatos a puestos de elección popular. La forma actual de selección de candidatos, basada en la correlación numérica, el problema de género o el respaldo de grupos de poder, no tiene razón de ser si son los únicos criterios válidos que se tienen en cuenta. Hay que mirar por lo menos otros elementos importantes: la idoneidad y moralidad del candidato, las necesidades, expectativas y captación de la simpatía del electorado y las exigencias propias de la función que se va a desempeñar. Es posible armonizar todos estos elementos, pero iniciando desde el punto de partida correcto, el cual no puede ser la correlación numérica o el apoyo de grupos de poder. Dicho en otros términos: es necesaria la racionalidad en los procesos de selección de candidatos, pero también es necesaria la escogitación de candidatos racionales y sensatos[5]. Esto evitaría la aparición de espíritus poco ilustrados en las candidaturas o, lo que sería todavía peor, la emergencia de espíritus bastardos.

La ausencia de una política de selección de candidatos, ordenada y regulada racionalmente ha hecho mucho daño al FMLN, de tal manera que hay quienes se preguntan: ¿qué sentido tiene haber ganado 54 alcaldías y 27 diputados, si esto no sirvió para acumular y fortalecer al partido y que la buena gestión que se debería haber hecho fuera la principal carta de presentación en las elecciones presidenciales de 1999? ¿Acaso será razón suficiente ganar numerosos gobiernos municipales y diputaciones para emplear a cuadros y militantes?

Sin esta política, el terreno de las ambiciones desmedidas e irracionales podría continuar minando al partido, sobre todo cuando a lo que se aspira es desproporcional a las cualidades del aspirante, pues no todos los que en el FMLN desean una candidatura han aprendido y practican la lección de Julio César, que cuando pasaba por un miserable pueblo de los Alpes exclamó: “prefiero ser el primero en este pueblo que el segundo en Roma”.

3.6. La necesidad de una nueva ética política

Un partido político de izquierda, con la historia y como debería ser el FMLN, no puede seguir haciendo lo mismo, de igual manera y en nuevas circunstancias. Las relaciones en el partido ya no son

tan primarias e inmediatas como eran en el tiempo de la guerra. Las nuevas situaciones ya no permiten la vieja camaradería y fraternidad revolucionarias. Esta perspectiva de alteridad, de ver en el otro al compañero y a un sujeto moral, se ha perdido casi en su totalidad. La lucha de poder ha deshumanizado al partido, sin que aparezca una nueva forma de relación política fundada en principios morales válidos. Y lo mismo podría decirse, en general; de aquellos que ejercen un cargo público.

Por todo esto es necesario que el FMLN cree una nueva ética política y una nueva relación entre ética y política. Tal vez las viejas relaciones inmediatas de antaño, en que el individuo lleno de ideales vivía para la política, no sean reproducibles en la actualidad, pero sí es necesario mantener el principio de que el partido busca la transformación social, el actuar responsablemente en la sociedad, dignificarla actividad política, no vivir de la política y crearun ethos en la militancia. Y esto es válido también para quienes ejercen un cargo público: no se puedever el mismo como ocasión de un jugoso salario,altas dietas, prebendas, cupones de combustible,disputas por viajes al exterior, viáticos y la colocación en empleos de allegados y amigos. Es necesaria, entonces, una nueva moral en el FMLN. No sepuede ser un partido de izquierda, con la trayectoria del FMLN, con la identidad y aspiraciones queaquí expresamos, y con una moral de un partido de derecha. Hay que trascender esto mediante lacreación de una nueva ética política[6]

4. Conclusión: ¿libanización política, atomización o resurgimiento del FMLN?

La crisis del FMLN, que hemos descrito someramente, si no es superada, podría conducirlo a dos salidas igual y altamente peligrosas para el país. Por un lado, a una guerra política interna entre sus diversas facciones o a una especie de libanización -lucha entre diferentes clanes y señores, como en la guerra del Líbano, en que peleaban territorialidad, cuotas de poder, y por eso se mataban entre ellos, terminando por olvidar que su lucha era contra Israel y, en otros casos, pactando con él-, aunque esta libanización en el FMLN sea, en las condiciones actuales, estrictamente política. En todo caso, si el FMLN sigue esta ruta, habrá olvidado el viejo proverbio que reza que “cuando el gato no está bailan los ratones”.

Pero también la crisis podría resolverse en la atomización del partido, convirtiéndolo en eterna oposición, irrelevante y sin perspectiva de poder, hasta llegar a la muerte por inanición. Estas dosposibles salidas a la crisis no son incompatiblescon soluciones intermedias como, por ejemplo, que se “resuelva” la crisis mediante negociaciones de cuotas de poder y candidaturas para que probablemente algunos, como los niños, mientras tengan un juguete en sus manos, no lloren ni gruñan.

Pero una izquierda así no tiene futuro ni razón de ser y, mucho menos, es beneficiosa para el país y, por lo tanto, debe desaparecer, aunque su espacio sea llenado por sectas políticas y por partidos minúsculos, oportunistas, de centro, de izquierda, o como se quieran llamar.

Pero la crisis, a nuestro juicio, puede y debe ser superada, por respeto a la memoria de los caídos en la lucha y a las víctimas del conflicto y por respeto a las mayorías del país, que merecen algo mucho mejor que ser gobernados por sus opresores, explotadores y verdugos. Y en este caso, el FMLN resurgiría renovado y firme, con nuevas ideas y con un nuevo liderazgo democrático e institucional, con una nueva visión de sus relaciones con las diversas fuerzas sociales y con mayor responsabilidad histórica.

Pero esta salida -la que muchos deseamos- no es posible sin identificar y aceptar la crisis, y sin recorrer el camino de superación que hemos trazado y que, en nuestra opinión, es el correcto.

El FMLN tiene en sus manos, entonces, la libanización o atomización del partido o la superación de la crisis y su resurgimiento. Esperamos que la razón se imponga y que resurja como una fuerza viva y pujante, capaz de sacar al país adelante en beneficio de las mayorías pobres y desposeídas.


[1] Algunas personas y grupos, dentro y fuera del FMLN, han querido ver la raíz de la crisis -tal vez por ingenuidad, malicia o simplismo- en una disputa entre defensores de una ortodoxia marxista frente a un grupo social-demócrata. Nada más equivocado que esto: la formación marxista de la dirigencia del FMLN, tanto de los así llamados “ortodoxos” como “renovadores” y otros subpartidos, no llega, en general, ni a un conocimiento del Manifiesto del Partido Comunista y de los Manuscritos del 44. Y lo mismo sucede con el conocimiento de los postulados básicos de la socialdemocracia. El FMLN es actualmente un partido bastante pragmático, y este tipo de disquisiciones están ausentes de la discusión en un partido con tales características.

[2] “Captación de la buena voluntad”, es decir, tratar de captar o cautivar la simpatía de los electores.

[3] Convendría recordar a todos los aspirantes que para que los marineros se disputen el timón del barco, como dice Platón, es necesario que tengan conocimientos “del arte del piloto” (Cf. Platón, la República,- Libro VI), y esto sin ánimos de ser excluyentes, sino de llamar a la reflexión.

[4] No pretendo entrar en el uso de la terminología clásica para no hacer de estas ideas prácticas un ejercicio académico.

[5] Tal vez ayuden a este proceso algunas de las enseñanzas de Platón: (1) se debe confiar la autoridad a aquellos que no están celosos de poseerla, pues, de otra manera, la rivalidad hará surgir disputas; y (2) conviene que acepten un mando aquellos que, mejor instruidos que nadie en la ciencia de gobernar, tengan otra vida y otros honores que prefieran a los que la vida política les ofrece (Cf La República, Libro VII).

[6] He desarrollado ampliamente este tema en un artículo de próxima publicación y, por ello, creo innecesario cansar al lector con una disertación al respecto.

En su ocaso, el FMLN se niega a entender lo que le pasó. LPG. 5 de marzo de 2024

El Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional anuncia una reorganización total luego de las elecciones municipales, que lo dejaron sin un solo gobierno local por vez primera desde su debut en la contienda democrática hace ya tres décadas. Su secretario general sostuvo que al partido de izquierda pueden acusarlo de cualquier cosa excepto de haberse arrodillado, vendido o sometido sin sentido.

Es un discurso vulnerable, que admite muchas enmiendas y observaciones; su principal aporte es que revela la falta de autocrítica y de pragmatismo, las dos deficiencias que llevaron al otrora partido mayoritario a una irrelevancia impensable hace apenas unos años.

Nuevas Ideas no gobernará en al menos 15 de 44 alcaldías, incluida alguna cabecera departamental; fue un voto con un alto componente de castigo a gestiones municipales mediocres, reflejadas en una campaña en la que el principal discurso de los jefes edilicios que buscaban la reelección fue alrededor de su obediencia al presidente de la República y no centrada en las necesidades de las comunidades, azuzadas por el destripamiento del Fondo para el Desarrollo Económico y Social. Creer que ese votante eligió castigar al partido cyan pero no salirse del oficialismo y que por eso votó por Concertación Nacional, Democracia Cristiana o Gran Alianza por la Unidad Nacional es una abstracción falaz. Las y los ciudadanos de esos municipios, un porcentaje importante del padrón, eligieron esas banderas y no las del FMLN o ARENA porque en la mayoría de los casos esas dos fuerzas no presentaron una candidata o candidato digerible y competitivo.

Una de las explicaciones a esa incapacidad del Farabundo Martí para atraer líderes regionales potables y con posibilidades es que muy pocos en la sociedad civil quieren relacionarse con ese instituto político, sobre todo porque se sabe que desde el centro del poder hay una animadversión personal, que se ha traducido en disuasión, intimidación y bloqueos contra su dirigencia. En los tiempos que corren, ser cuadro del FMLN es un deporte extremo.

Pero los dirigentes del partido de izquierda no deben ser benevolentes consigo mismos: son los culpables de que el FMLN se haya quedado sin nada que decirle a la sociedad, con un contenido agotado y en un descrédito importante luego de traicionar primero su programa de gobierno durante la gestión de Mauricio Funes y después sus principios y ética durante el olvidable quinquenio de Sánchez Cerén. En ese decenio, en lugar de desmontar la telaraña de tecnocracia onerosa y abusiva y el parasitismo del erario público construido por Antonio Saca, el Frente se esmeró en perfeccionar esa estructura y sus principales líderes y allegados se beneficiaron del gobierno de una manera grosera.

Que uno de los vicepresidentes de esa década pretenda ser el líder de una renovación efemelenista lo dice todo: ese partido morirá sin que la nación se entere si hubo o no cuadros jóvenes dispuestos a recuperarlo. Los mismos que lo construyeron como formidable vehículo electoral se encargarán de enterrarlo.

No todos los actores de la partidocracia sobreviven a los ciclos de la historia y como no podía ser de otro modo, el ascenso del autoritarismo y la crisis democrática y republicana suponen un triunfo de la derecha en su versión más conservadora y torva y el ocaso del pensamiento de izquierda.

El “mundo multipolar”: eufemismo para apoyar los múltiples imperialismos. Frederick Thon. Momento Crítico. 2023

“Los imperialistas no luchan por principios políticos sino por mercados, colonias, materias primas, la hegemonía sobre el mundo y toda su riqueza”

– León Trotsky, 1938

[1] Después de la caída del Muro de Berlín y el colapso del bloque soviético, entre los nuevos mitos de la ideología del capitalismo tardío – del lado del “fin de la historia” y los nuevos bríos del “mercado libre” – surgió el concepto del “mundo unipolar”. En síntesis, se planteaba que, al terminar la Guerra Fría entre los dos “campos” rivales, el campo capitalista (representado principalmente por los Estados Unidos) y el campo socialista (que incluía a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a China, Vietnam, Cuba, Corea del Norte, etc.), pasaríamos entonces, a un mundo con un solo “campo”, o un solo polo, un mundo “unipolar”, en el que el capitalismo se mostraba triunfante a lo largo y ancho de la tierra. Pero, realmente, rara vez se hablaba del “capital” como fuerza dominante, sino que se le presentaba, digamos, un rostro nacional a este dominio: los Estados Unidos de América. En ese sentido, y a pesar de las múltiples acepciones del término, cuando se habla del mundo unipolar posterior a la caída del bloque soviético, se hace referencia mayormente a un mundo dominado por la hegemonía estadounidense*.

[2] Esta noción de la hegemonía estadounidense, sin embargo, hay que matizarla. Pues, si bien es cierto que la potencia principal a finales del siglo XX fue los Estados Unidos, también es cierto que era una potencia que ya evidenciaba una tendencia hacia su declive. Desde la recesión del 1973-1974, se empezaba a ver el debilitamiento de su influencia en el mercado mundial, a la vez que sufría derrotas militares humillantes, principalmente representadas por la Guerra de Vietnam, aunque sin perder de vista sus fracasos reiterados con respecto a los intentos de derrocar la Revolución Cubana. Con esa recesión del 1973-1974, se inicia en el capitalismo mundial una onda larga de desarrollo desacelerado, es decir, un periodo extendido en el que el capitalismo global experimenta, dentro de sus fluctuaciones recurrentes, un crecimiento débil. Y, en efecto, una de las características de las ondas largas de desarrollo desacelerado del capitalismo es el debilitamiento de la potencia hegemónica.

[3] A los pocos años (1981-1982), una nueva recesión demostró la continua fragilidad del sistema económico capitalista. La posterior caída del bloque soviético permitió un gran respiro para el capitalismo global debido a que el capital se expandió a áreas geográficas previamente dominadas por la planificación económica burocratizada de la URSS, y así aumentó sus ganancias rápida y momentáneamente. La caída del bloque soviético, además, significó que el capitalismo había triunfado en el mercado mundial. Era cierto, pues, que el sistema de producción capitalista se coronaba campeón hacia finales del siglo XX. Era cierto, también, que la potencia principal seguía siendo los Estados Unidos. Lo que es desacertado es confundir estas dos afirmaciones y suponer que Estados Unidos seguía siendo una potencia hegemónica a nivel mundial. Lo que se convirtió hegemónico no era Estados Unidos, sino el capital.

[4] Incluso previo a la Gran Recesión del 2008, la hegemonía estadounidense se veía aminorada por el desarrollo de nuevos actores globales, principalmente China, en su continuo proceso de restauración capitalista y expansión imperialista por el globo. Se vieron, también, proyectos de integración mundial, como el BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) o la Alianza Bolivariana y la CELAC, que experimentaron avances en la manera de intercambiar bienes a nivel mundial e incluso hicieron referencia a la posible creación de nuevos bancos mundiales para retar al dólar y al sistema financiero estadounidense.

[5] Pero el sistema de producción capitalista genera en sí mismo contradicciones que no puede superar, lo que implica crisis económicas y políticas periódicas. A su vez, la periodicidad de las crisis rompe cualquier hegemonía que pareciera ser absoluta o incuestionable. Los elementos subyacentes a la crisis del 1973-1974, si bien pudieron constreñirse, no pudieron detenerse, y con la Gran Recesión del 2008 volvieron a tronar las profundas debilidades del actual sistema económico.

[6] Nos encontramos ahora en una situación en la que múltiples sectores críticos del capitalismo estadounidense reconocen la existencia de un mundo “multipolar”. Al hablar sobre un mundo multipolar, hacen referencia a un momento histórico que se aleja del mundo unipolar previo, en el que nuevas potencias económicas (“nuevos actores geopolíticos”) retan el dominio de los Estados Unidos a nivel mundial. A China, potencia creciente desde finales del siglo XX, se le une, también, Rusia, y vuelven a sonar proyectos de colaboración internacional como el BRICS.

[7] Ante esta ¿nueva? situación, ¿cómo debe responder la izquierda revolucionaria? Conviene, para contestar esta pregunta, exponer brevemente lo que sucedió previo a la hegemonía estadounidense en la historia del capitalismo.

[8] La onda larga de desarrollo desacelerado de comienzos del siglo XX vio el debilitamiento de lo que antes fue la gran potencia capitalista, el Reino Unido. En el proceso de debilitamiento, en la época que la teoría marxista cataloga como la época (o fase) del imperialismo, las potencias capitalistas en ascenso y que retaban al Reino Unido buscaron aumentar su dominio. En el proceso, se dieron la Primera y la Segunda Guerra Mundial, dos guerras producto del interés de expansión del capital monopolista. Los múltiples imperialismos, pues, desembocaron en guerras mundiales. El que la competencia entre los distintos sectores del capital monopólico desembocara en guerra era una idea central de todo el análisis de ese periodo de la historia del capitalismo por parte del marxismo revolucionario (Lenin, Luxemburgo, Trotsky). El marxismo revolucionario rechazaba tomar partido con alguna potencia revolucionaria, sino que rechazaba el imperialismo de su faz.

[9] No es hasta el final de la Segunda Guerra Mundial que Estados Unidos se posiciona como la potencia mundial hegemónica ante una transformación de la economía global. Este es el periodo de un crecimiento económico sin precedentes en la historia del capitalismo. Posterior a la Segunda Guerra Mundial comienza, pues, una onda larga de desarrollo acelerado caracterizado por la hegemonía de los Estados Unidos a nivel del mercado mundial capitalista, y que duraría poco más de tres décadas. La recesión del 1973-1974 representa el cambio de esa onda larga de desarrollo acelerado a una onda larga de desarrollo desacelerado.

[10] Comparemos, entonces, estas dos ondas largas de desarrollo desacelerado. En una, tenemos al Reino Unido debilitándose como potencia capitalista, el surgimiento de nuevas potencias imperialistas (principalmente en Europa, aunque también Japón), guerras mundiales entre las potencias imperialistas como mecanismos para ejercer su dominio. Alrededor de estas potencias, otros países se alinean. En la otra, tenemos a los Estados Unidos debilitándose como potencia capitalista, el surgimiento de nuevas potencias imperialistas (China, Rusia), el inicio de las amenazas de guerras mundiales entre las potencias imperialistas como mecanismos para ejercer su dominio. Alrededor de estas potencias, otros países se alinean. En todo este panorama, en toda esta competencia entre países imperialistas, independientemente de quien gane, siempre hay un mismo triunfador: el capital.

[11] Como indicamos, múltiples sectores críticos del capitalismo estadounidense – quizás incluso la mayoría en Puerto Rico – hacen referencia a lo positivo que es el supuesto mundo multipolar. Este mundo nuevo, nos dicen, cuenta con múltiples potencias, principalmente los Estados Unidos, China y Rusia. Ya no tenemos una única visión hegemónica, sino un mundo plural. Ante las atrocidades que ha cometido los Estados Unidos, además, es positivo que esta potencia pierda su fuerza.

[12] Sin embargo, hay múltiples errores en estas afirmaciones. En primer lugar, el debilitamiento de los Estados Unidos es una realidad de la crisis actual del capitalismo y su onda de desarrollo desacelerado. El fortalecimiento de nuevas fuerzas imperialistas o potencialmente imperialistas, también. Poco tiene que ver con el acierto o desacierto de otras potencias económicas capitalistas. En segundo lugar, ninguno de estos países reta el sistema de producción capitalista. Más bien, lo que hacen es reintroducir la competencia entre países imperialistas, como se vio a inicios del siglo XX. Y la competencia entre países imperialistas no hace más que allanar el camino hacia las guerras mundiales. El actual conflicto en Ucrania es el ejemplo más reciente. Y las atrocidades que han cometido y cometen estas nuevas potencias no se pueden ignorar. Ver en Rusia y en China (o en aliados como Nicaragua) fuerzas antiimperialistas porque “retan” a la potencia estadounidense es perder de vista que no desean más que desvestir a un santo para vestir a otro, o, más bien, vestirse ellos mismos como nuevas potencias imperialistas.

[13] Si parte de la argumentación de estos sectores críticos del capitalismo sería afirmar que el mundo unipolar consistía en la hegemonía de los Estados Unidos posterior a la caída del bloque soviético, nuestra postura sería reconocer que nunca hubo tal hegemonía, sino una potencia imperialista, todavía dominante, pero en un proceso agudo de debilitamiento. No estamos pasando, entonces, de un mundo unipolar a uno multipolar, sino que sencillamente se está apreciando el deterioro de una potencia imperialista, deterioro que se inicia en la década del 1970.

[14] Por otro lado, si fuésemos a referirnos al mundo unipolar, no como uno dominado por los Estados Unidos, sino por el capital, la realidad actual sería la siguiente: la competencia entre estos distintos países imperialistas no representa una pugna entre polos con visiones antagónicas, sino que son conflictos interimperialistas y capitalistas, cuya rivalidad se sigue intensificando en una coyuntura global de tasas de ganancias estancadas y decrecientes.

[15] La división del mundo en “polos” o en “campos” tiene el gran inconveniente de segmentarlo a partir del balance de fuerzas globales expresado políticamente por distintos Estados-Nación. Los diversos actores sociales en cada país se quedan fuera de este mapa, tanto los movimientos revolucionarios en países imperialistas – con los que la izquierda revolucionaria debería aliarse y apoyar – como las resistencias a la burocratización y restauración capitalista que pueden darse en países socialistas, o las luchas populares que se dan contra gobiernos asociados con las nuevas potencias imperialistas. La fácil definición por polo o campo, si bien puede ser útil por su esquematización del plano global, también se aleja del análisis marxista centrado en las relaciones sociales y las fuerzas productivas. Se sustituye la relación entre los pueblos en lucha por relaciones con representantes de esos Estados-Nación (**).

[16] Con respecto a las grandes potencias capitalistas, la izquierda revolucionaria no debiera ni añorar la competencia entre países imperialistas ni desear que exista un país capitalista hegemónico, sino luchar en contra del dominio del capital. La coyuntura política y económica deberá trazar las especificidades de cada momento, pero el rechazo al imperialismo en todas sus manifestaciones es una posición de principio. Y el rechazo (no solo retórico) al imperialismo debería conllevar, también, un apoyo a las luchas populares en los distintos rincones de la tierra, y una defensa intransigente de los derechos y las libertades democráticas.

[17] Con respecto a los países “periféricos” que se alinean con alguna de estas fuerzas (Estados Unidos, principalmente, en un lado, Rusia y China en el otro), la posición no varía. Ni la dictadura reaccionaria de Daniel Ortega representa una amenaza al capitalismo, ni la debemos apoyar por su retórica “antiimperialista”. Todo lo contrario: en la medida en que se representa como una fuerza de la izquierda, no hace más que retrasar la lucha a nivel internacional, a la vez que violenta los derechos democráticos más básicos en su país.

[18] Por tanto, la izquierda que apoya este nuevo “mundo multipolar”, e incluso simpatiza con las nuevas potencias imperialistas (China, Rusia) o sus aliados, no hace más que repetir los errores del renegado Kautsky en la época de las guerras imperialistas de la primera mitad del siglo XX. Distorsionan los principios revolucionarios del marxismo de tal manera que las aleja de la lucha por el socialismo y le abre el camino a la guerra y a la destrucción.

Notas

(*) Usamos el término “hegemonía” con su acepción habitual, “supremacía que un Estado ejerce sobre otros”. No usamos el término “hegemonía” en el sentido que le da Antonio Gramsci, aunque en algunos momentos del escrito aplique su conceptualización.

(**) En el campo de los estudios de las relaciones internacionales, hay excepciones, desde la izquierda, a esta visión de “campos” o de “polos” globales. Algunos ejemplos son: Robert W. Cox, Fuerzas sociales, estados y órdenes mundiales: Mas allá de la Teoría de Relaciones Internacionales; Benno Teschke, The Myth of 1648; Justin Rosenberg, International relations in the prison of political science y Debating uneven and combined development/debating international relations: a forum).

La «multipolaridad», el mantra del autoritarismo. Kavita Krishnan. Abril 2024

La defensa de la multipolaridad, sin valores democráticos añadidos, se transforma en una coartada para diversos regímenes despóticos en diferentes partes del mundo. El presidente ruso Vladímir Putin ha utilizado también esta figura mientras emprendía la invasión de Ucrania, que parte de la izquierda vacila en condenar con claridad.

La multipolaridad es hoy la brújula que orienta la visión de la izquierda de las relaciones internacionales. Todas las corrientes de la izquierda, en la India y todo el mundo, abogan desde hace tiempo por un mundo multipolar, en lugar del unipolar dominado por el imperialismo estadounidense.

Al mismo tiempo, la multipolaridad se ha convertido en piedra angular del lenguaje compartido de los fascismos y autoritarismos globales. Es un grito de guerra de los déspotas, que sirve para disfrazar de guerra contra el imperialismo su ofensiva contra la democracia.

El enmascaramiento y la legitimación del despotismo a través de la multipolaridad se ven reforzados por el respaldo rotundo que la izquierda global le presta, celebrándola como una democratización antiimperialista de las relaciones internacionales.

Al enmarcar las confrontaciones políticas dentro de, o entre, los Estados-nación en un juego de suma cero entre respaldar la multipolaridad o la unipolaridad, la izquierda perpetúa una ficción que incluso en su momento menos innoble era engañosa e inexacta. Ahora es manifiestamente peligrosa, y sirve tan solo como instrumento narrativo y dramático en favor del prestigio de autoritarios y fascistas.

Las consecuencias desafortunadas del compromiso de la izquierda con una multipolaridad despojada de valores se ven muy crudamente ilustradas en su respuesta a la invasión rusa de Ucrania. La izquierda global y la india han legitimado y amplificado en diversos grados el discurso fascista ruso, amparando la invasión como un desafío multipolar al imperialismo unipolar liderado por Estados Unidos.

La libertad de ser fascista

El 30 de septiembre de 2022, mientras anunciaba la anexión ilegal de cuatro territorios ucranianos, el presidente ruso Vladímir Putin explicó lo que significaban la multipolaridad y la democracia en su marco ideológico[1].

Definía Putin la multipolaridad como la liberación de la pretensión de las elites occidentales de asentar como universales sus propios valores «degenerados» de democracia y derechos humanos; valores «ajenos» a la inmensa mayoría de la gente en Occidente y otros lugares.

Su estratagema retórica consistía en aseverar que la noción de un orden basado en reglas, democracia y justicia no es más que una imposición ideológica e imperialista de Occidente, que en ella encuentra un pretexto para violentar la soberanía de otras naciones.

Viendo a Putin jugar con la indignación legítima por la larga lista de crímenes de los países occidentales (el colonialismo, el imperialismo, las invasiones, las ocupaciones, los genocidios, los golpes de Estado), era fácil olvidar que el suyo no era un discurso que exigiera justicia, reparaciones o el fin de tales crímenes. De hecho, su afirmación del hecho evidente de que los gobiernos occidentales no tenían «ningún derecho moral a opinar, siquiera a pronunciar una palabra sobre la democracia» eliminaba mañosamente a la gente de la ecuación.

La gente de las naciones colonizadas ha luchado, y continúa luchando, por la libertad. Los pueblos de las naciones imperialistas salen a las calles a demandar democracia y justicia y combatir el racismo, las guerras, las invasiones, las ocupaciones cometidas por sus propios gobiernos. Pero Putin no mostraba su apoyo a esta gente.

Antes bien, animaba a las fuerzas de «ideas afines» en todo el mundo (movimientos políticos de extrema derecha, supremacistas blancos, racistas, antifeministas, homófobos, tránsfobos) a apoyar la invasión como parte de un proyecto ventajoso para ellos: derrocar la «hegemonía unipolar» de los valores universales de la democracia y los derechos humanos y «obtener la verdadera libertad: una perspectiva histórica».

Putin utiliza una «perspectiva histórica» de su propia elección para apoyar una versión supremacista de un «país-civilización» ruso en el que las leyes deshumanizan a las personas lgtb+ y donde las referencias a acontecimientos históricos se criminalizan en nombre del «fortalecimiento de la soberanía [de Rusia]».

Proclama la libertad de Rusia para negar y oponerse a las normas democráticas y las leyes internacionales definidas «universalmente» por instituciones como la Organización de las Naciones Unidas (onu). El proyecto de «integración eurasiática» que Putin maneja como un desafío multipolar a la Unión Europea «imperialista» y a la unipolaridad occidental solo puede entenderse correctamente como parte de un plan ideológico y político explícitamente antidemocrático.

(Otra cosa es que la apariencia de la competición entre eeuu y Rusia como grandes potencias se complique aquí por el proyecto político compartido representado por Donald Trump en el primer país y Putin en el segundo).

Un lenguaje común

El lenguaje de la multipolaridad y el antiimperialismo también halla resonancia en el totalitarismo hipernacionalista chino. Una declaración conjunta de Putin y Xi Jinping en febrero de 2022, poco antes de que Rusia invadiera Ucrania, expresaba su rechazo compartido a los estándares universalmente aceptados de democracia y derechos humanos, a favor de definiciones de estos términos acogidas al relativismo cultural:

«Una nación puede elegir las formas y métodos de implementación de la democracia que mejor se adapten a sus (…) tradiciones y características culturales singulares (…). Solo corresponde al pueblo del país decidir si su Estado debe ser democrático». A partir de esta idea, se elogiaban «los esfuerzos realizados por la parte rusa en pos de establecer un sistema multipolar justo de relaciones internacionales»[2].

Para Xi, los «valores universales de libertad, democracia y derechos humanos» fueron fulcros de «la desintegración de la Unión Soviética, los cambios drásticos en Europa del Este, las revoluciones de colores[3] y las primaveras árabes, todo ello causado por la intervención de eeuu y Occidente»[4]. Cualquier movimiento popular que exija derechos humanos y democracia es tratado como una imperialista revolución de color, inherentemente ilegítima.

La demanda de una democracia acogida a los criterios universales planteada por el movimiento contra la represión en nombre del cero covid que se desarrolló a lo largo y ancho de China resalta a la luz del relativismo cultural que promueve el gobierno de ese país. Un Libro Blanco de 2021 sobre «la concepción china de la democracia, la libertad y los derechos humanos» definía estos últimos como «felicidad» resultante del bienestar y los beneficios, no como protección contra el poder gubernamental desenfrenado[5].

En él se omite clamorosamente el derecho a cuestionar al gobierno, disentir u organizarse libremente. Definir la «democracia con características chinas» como «buen gobierno» y los derechos humanos como «felicidad» permite a Xi justificar la represión de la minoría musulmana de los uigures[6].

Sostiene que los campos de concentración para «reeducar» a estas poblaciones y remodelar su práctica del islam para hacerlo «de orientación china» han proporcionado «buen gobierno» y una mayor «felicidad»[7].

Incluso entre los líderes del supremacismo hindú en la India se advierten poderosas reverberaciones del discurso fascista y autoritario de un «mundo multipolar», en el que las potencias civilizadoras se alzarán nuevamente para reafirmar su antigua gloria imperialista y la hegemonía de la democracia liberal dará paso al nacionalismo de derecha.

Mohan Bhagwat, jefe del Rashtriya Swayamsevak Sangh –Asociación Nacional de Voluntarios, una organización paramilitar india de extrema derecha–, dice con admiración que «en un mundo multipolar» que desafía a eeuu, «China se ha levantado. No le preocupa lo que el mundo piense al respecto. Persigue su objetivo (…) [recuperando] el expansionismo de sus antiguos emperadores»[8].

Del mismo modo, «en el mundo multipolar, Rusia también hace su juego y trata de progresar reprimiendo a Occidente». El primer ministro indio Narendra Modi también ataca una y otra vez a los defensores de los derechos humanos como antiindios, incluso cuando declara que la India es «la madre de la democracia»[9]. Esto se hace posible si se contempla la democracia india, no a través de un prisma occidental, sino como parte de su «ethos civilizatorio»[10].

Una nota distribuida por el gobierno vincula la democracia de la India con la «cultura y civilización hindúes», la «teoría política hindú», el «Estado hindú» y los (a menudo reaccionarios) consejos de castas tradicionales, que imponen jerarquías de casta y género[11]. Tales ideas reflejan asimismo los intentos de incorporar a los supremacistas hindúes a una red global de fuerzas autoritarias y de extrema derecha[12]. El ideólogo fascista ruso Aleksandr Duguin –al igual que Putin– proclama que «la multipolaridad (…) aboga por el retorno a los fundamentos civilizatorios de cada civilización no occidental [y el rechazo de] la democracia liberal y la ideología de los derechos humanos»[13].

La influencia es bidireccional. Duguin aprueba la jerarquía de castas como un modelo social[14]. Incorporando directamente los valores brahmánicos de las Leyes de Manu[15] al fascismo internacional, ve el «orden actual de las cosas», representado por «derechos humanos, antijerarquía y corrección política», como «Kaliyuga»: una calamidad que trae consigo la mezcla de castas –mestizaje provocado a su vez por la libertad de las mujeres, también un aspecto calamitoso del Kaliyuga, la «era de riña e hipocresía» que aparece en las escrituras hindúes– y el desmantelamiento de la jerarquía.

El intelectual ruso ha descrito el éxito electoral de Modi como una victoria de la «multipolaridad», feliz proclamación de «valores indios» y derrota de la hegemonía de la «ideología de la democracia liberal y los derechos humanos». Sin embargo, la izquierda continúa usando la «multipolaridad» sin delatar la más mínima conciencia de cómo los fascistas y los autoritarios expresan en el mismo lenguaje sus propios objetivos.

Cuando la izquierda se encuentra con la derecha

El discurso de Putin sobre la «multipolaridad» está pensado para resonar en la izquierda global. Su reconfortante familiaridad parece impedir que la izquierda, que siempre ha hecho un excelente trabajo poniendo al descubierto las mentiras que sustentaban las pretensiones de «salvar la democracia» de los belicistas imperialistas estadounidenses, aplique la misma lente crítica a la retórica anticolonial y antiimperialista de Putin.

Es de hecho extraño que la izquierda haya hecho suyo el lenguaje de la polaridad, discurso que pertenece a la escuela realista en las relaciones internacionales. El realismo político ve el orden global en términos de competencia entre los objetivos de política exterior –que se supone que reflejan «intereses nacionales» objetivos– de un puñado de polos.

Y es fundamentalmente incompatible con la visión marxista, que se basa en comprender que el «interés nacional», lejos de ser un hecho objetivo y neutral en cuanto a valores, se define subjetivamente por el «carácter político (y por lo tanto moral) de los estratos de liderazgo que dan forma a decisiones de política exterior, y las toman»[16].

Así, por ejemplo, Vijay Prashad, uno de los entusiastas y defensores de la multipolaridad más prominentes de la izquierda global, observa con aprobación que «Rusia y China buscan soberanía, no poder global». No menciona Prashad cómo estos poderes interpretan la soberanía como desentendimiento de la rendición de cuentas ante los estándares universales de democracia, derechos humanos e igualdad[17].

Un ensayo reciente del secretario general del Partido Comunista de la India (Marxista-Leninista), Dipankar Bhattacharya, presenta problemas similares: explica la decisión del partido de equilibrar la solidaridad con Ucrania mediante su preferencia por la multipolaridad y su prioridad nacional de resistir al fascismo en la India[18].

(Disclosure: yo he sido activista del Partido Comunista de la India [Marxista-Leninista] durante tres décadas y miembro de su politburó, pero abandoné el partido a principios del año pasado, debido a diferencias, que alcanzaron un punto crítico, referentes a la tibia solidaridad de la formación con Ucrania).

La formulación de Bhattacharya es que, «independientemente de la configuración interna de las potencias globales competidoras, un mundo multipolar es ciertamente más ventajoso para las fuerzas y movimientos progresistas de todo el mundo en su búsqueda de revertir las políticas neoliberales, de la transformación social y del avance político».

En otras palabras, el pci (m-l) da la bienvenida al alzamiento de las grandes potencias no occidentales incluso si son internamente fascistas o autoritarias, porque cree que ofrecerán un desafío multipolar a la unipolaridad estadounidense. Semejante formulación no ofrece resistencia alguna a los proyectos autoritarios que se describen a sí mismos como campeones de la multipolaridad imperialista. De hecho, los arropa con una capa de legitimación.

Bhattacharya percibe el apoyo incondicional a la resistencia ucraniana como difícil de conciliar con la «prioridad nacional» de «luchar contra el fascismo en la India».

La idea de que los deberes de solidaridad internacional de la izquierda deban posponerse en favor de lo que se percibe como prioridad nacional es un caso de marxismo internacionalista enturbiado por el concepto «realista» de interés nacional, aplicado esta vez no solo a los Estados-nación, sino también a los propios partidos nacionales de izquierda. Pero ¿cómo puede estar reñida la solidaridad incondicional con Ucrania contra una invasión fascista con la lucha contra el fascismo en la India?

El razonamiento de Bhattacharya es forzado, sesgado y retorcido. Toma un desvío desconcertante hacia la necesidad de que los movimientos comunistas tengan cuidado con el peligro de «priorizar lo internacional a expensas de la situación nacional».

Bhattacharya atribuye incorrectamente el error del Partido Comunista de la India en 1942 de mantenerse al margen del movimiento Quit India[19] a que priorizó su compromiso internacional con la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial sobre el nacional de derrocar al colonialismo británico, entonces un aliado en la guerra contra el Eje[20].

El único propósito plausible de este desvío parece ser hacer una analogía con la situación actual de la izquierda india frente a la invasión de Ucrania. Dado que la principal alianza exterior del régimen de Modi es con el Occidente liderado por eeuu, se sugiere que la lucha contra el fascismo de Modi se debilitaría si Rusia, un rival multipolar de eeuu, fuera derrotada por la resistencia ucraniana.

Este cálculo retorcido oscurece el simple hecho de que una derrota de la invasión fascista de Putin en Ucrania envalentonaría a quienes combaten por la derrota del fascismo de Modi en la India. Del mismo modo, una victoria de las personas que resisten la tiranía mayoritarista de Xi inspiraría a quienes resisten la tiranía mayoritarista de Modi en la India.

En palabras de Martin Luther King, «la injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes». Debilitamos nuestras propias luchas democráticas cuando elegimos ver las luchas de los demás a través de una lente campista distorsionadora. La nuestra no es una elección de suma cero entre unipolaridad y multipolaridad.

En cada situación, nuestras opciones son claras: podemos apoyar la resistencia y la supervivencia de los oprimidos o preocuparnos por la supervivencia del opresor. Cuando la izquierda asume el deber de apoyar la supervivencia de los regímenes multipolares (Rusia, China y, para cierta izquierda, incluso Irán), incumple su deber real de apoyar a aquellas personas que luchan por sobrevivir a la dimensión genocida de estos regímenes.

Cualquier beneficio que eeuu pueda obtener de su apoyo material o militar a tales luchas es menos importante que el beneficio de la supervivencia de las personas en tales condiciones. Haríamos bien en recordar que el apoyo material y militar estadounidense a la urss en la Segunda Guerra Mundial contribuyó a la derrota de la Alemania nazi.

Los regímenes tiránicos interpretan el apoyo a quienes se resisten a ellos como una «interferencia» extranjera o imperialista en su «soberanía». Si nosotros, en la izquierda, hacemos lo mismo, serviremos como facilitadores y apologetas de tales tiranías.

Quienes están inmersos en combates a vida o muerte necesitan que respetemos su autonomía y soberanía para decidir qué tipo de apoyo moral, material, militar, exigen, aceptan o rechazan. La brújula moral de la izquierda global e india necesita un reinicio urgente que corrija el curso catastrófico que le ha hecho hablar el mismo idioma que los tiranos.

Nota: la versión original de este artículo en inglés se publicó en The India Forum, 20/12/2022, y se reprodujo en español en El Cuaderno, 2/2023. Traducción: Pablo Batalla Cueto.


[1] Guillaume Lancereau: «La guerra mundial de Putin» en El Grand Continent, 1/10/2022.

[2] «Joint Statement of the Russian Federation and the People’s Republic of China on the International Relations Entering a New Era and the Global Sustainable Development», 4/2/2022, disponible en en.kremlin.ru/supplement/5770

[3] Grandes movilizaciones e insurrecciones contra regímenes autoritarios, especialmente en antiguas repúblicas soviéticas, a principios del siglo xxi, consideradas por algunos como producto de conspiraciones imperialistas [N. del E.].

[4]     «Xi Jinping Thought on Socialism with Chinese Characteristics for a New Era», 29/10/2018, disponible en www.china.org.cn/english/china_key_words/2018-10/29/content_68857761.htm.

[5]     «Full Text: Pursuing Common Values of Humanity – China’s Approach to Democracy, Freedom and Human Rights», 7/12/2021, disponible en english.www.gov.cn/archive/whi…

[6] «Chinese President Xi Jinping Defends Xinjiang Detention Network, Claiming ‘Happiness’ is on the Rise» en ABC News, 27/6/2020.

[7] «Islam in China Must be Chinese in Orientation: President Xi Jinping» en The Indian Express, 17/7/2022.

[8] Deeptiman Tiwary: «China Has Now Risen, Doesn’t Care What World Thinks of It: RSS Chief» en The Indian Express, 3/12/2020.

[9]  «India Must Save itself from ‘Foreign Destructive Ideology’: PM Modi in Rajya Sabha» en The Indian Express, 8/2/2021.

[10]     «Narendra Modi Slams ‘Selective’ Reading of Rights Issues» en The Hindu, 12/10/2021.

[11] K. Krishnan: «On Constitution Day, the Modi Government Is Exacting the rss’s Revenge on Ambedkar» en The Wire, 26/11/2022.

[12] A. Duguin: «Fascism—Borderless and Red», 1997, disponible en www.stephenhicks.org/wp-conten…

[13]     A. Duguin: «The Indian Moment of Multipolarity» en Seminar No 728, 4/2020, disponible en www.india-seminar.com/2020/728…

[14]  A. Duguin: La cuarta teoría política, Fides, Tarragona, 2013

[15] Texto en sánscrito de la sociedad antigua de la India [N. del E.].

[16] Achin Vanaik: «National Interest: A Flawed Notion» en Economic and Political Weekly vol. 41 No 49, 9/12/2006.

[17]   «Full Text of Putin’s Speech at Annexation Ceremony», 1/12/2022, disponible en www.miragenews.com/full-text-o…

[18]   D. Bhattacharya: «On the Current Juncture in India and the International Context» en Liberation, 27/9/2022.

[19]     Movimiento independentista lanzado por Mahatma Gandhi [N. del E.].

[20] La posición del PCI de tratar los dos primeros años de la Segunda Guerra Mundial como una guerra entre imperialistas estaba en consonancia con la directiva de la Comintern de la época: cuando se firmó el Pacto Molotov-Ribbentrop entre la URSS y la Alemania nazi en 1939, la Comintern cambió bruscamente su directiva de 1935 que instaba a los comunistas a formar amplios frentes populares antifascistas y caracterizó la guerra que inició Alemania como una mera guerra entre potencias imperialistas rivales. El cambio en la posición del PCI coincidió con el cambio en la posición de la Comintern: la guerra fue caracterizada como una «guerra popular contra el fascismo» solo cuando la Alemania nazi rompió el pacto e invadió la URSS. El problema del PCI no era la dificultad para combinar el internacionalismo con sus prioridades nacionales. Más bien fue el resultado de dejarse guiar no por una resistencia consecuente al fascismo y al imperialismo, sino por el enfoque sin principios y oportunista de Stalin hacia la Alemania nazi y la guerra.

Israel ya tiene la victoria que buscaba, aunque Netanyahu no vuelva a atacar a Irán. Yahoo! Noticias. 16 de abril de 2024

Los últimos años han sido tensos a nivel geopolítico. Si 2022 estuvo marcado por la invasión de Rusia a Ucrania y el 2023 tuvo como protagonista a la Franja de Gaza, en 2024 la posible guerra entre Israel e Irán marca la actualidad.

Tras varios meses de amenazas, el pasado 1 de abril Israel atacó la embajada iraní en Damasco (Siria) y la respuesta persa se produjo casi dos semanas después. El 13 de abril, Teherán lanzó la que fue su primera ofensiva directa contra Israel en la historia, aunque las defensas judías consiguieron repeler la gran mayoría de misiles y drones, minimizando los daños.

Estos ataques cruzados suponen un paso más para una internacionalización del conflicto en la región que ninguna de las principales potencias quiere ahora mismo. Mientras que los rusos están centrados en Ucrania, los estadounidenses miran con el rabillo del ojo a las elecciones presidenciales de noviembre. En sus planes, no se encuentra ahora mismo verse arrastrados a un conflicto directo entre dos grandes potencias regionales.

Israel amenaza con tomar nuevas represalias contra Irán, pero lo cierto es que el Gobierno de Netanyahu ya ha conseguido los objetivos que se marcó al agitar estas hostilidades. Por un lado, desviar la atención internacional de lo que está pasando en Gaza y recuperar el apoyo incondicional de sus aliados. Por el otro, afianzar su posición en la región tras décadas de rechazo de los países árabes.

De esta manera, la situación israelí es ahora mismo mucho más cómoda de lo que lo era hace apenas dos semanas y puede permitirse destensar, en lugar de seguir una estrategia más arriesgada que le puede llevar a consecuencias imprevisibles.

No cabe duda que ese ataque contra la embajada iraní fue muy peligroso, ya que podría haber derivado en una guerra entre ambos países. Aunque no se puede descartar esta confrontación, lo cierto es que la respuesta de Irán ha sido muy medida, por lo que Netanyahu puede darse por contento con lo obtenido, que no ha sido poco.

La ofensiva sobre Gaza

En los últimos seis meses, Israel ha ido perdido paulatinamente el gran apoyo internacional que tenía debido a su actuación en Gaza. Tanto las organizaciones humanitarias como la ONU han sugerido que en la Franja se podía estar cometiendo un genocidio. Los ataques israelíes han causado la muerte a más de 30.000 personas, la mayoría de ellos mujeres y niños.

Así, el apoyo entusiasta de Occidente ha ido dando paso a manifestaciones de repulsa en ciudades como Nueva York o Londres y un apoyo más tibio por parte de los Gobiernos, que ahora presionan por un alto el fuego permanente.

Consciente de que lo que se estaba transmitiendo al mundo era que Israel masacraba impunemente a civiles, el Gobierno ha cambiado radicalmente de estrategia y el ataque contra la embajada iraní juega un papel clave. En estas dos semanas, han seguido bombardeando Gaza, pero el foco está puesto en el conflicto con Irán, por lo que han conseguido desviar la atención sobre las lamentables condiciones que están viviendo los palestinos.

Además, sus aliados tradicionales (Estados Unidos, Reino Unido o Francia, entre otros), que se habían alejado un poco por las noticias que llegaban desde Gaza, han vuelto a mostrar su apoyo unánime en el conflicto con Irán.

El apoyo de países árabes

Quitar el foco de Gaza y recuperar a sus aliados han sido hechos importantes para Israel, pero afianzar su posición en la región ha sido la mayor victoria para el Gobierno de Netanyahu. Fueron varios los países que ayudaron a repeler el ataque de Irán y algunos de ellos eran árabes. Muy comentado fue que Jordania envió a su fuerza aérea, pero parece que no fueron los únicos.

“Los Estados del Golfo, incluida Arabia Saudita, podrían haber desempeñado también un papel indirecto, ya que albergan sistemas occidentales de defensa aérea y aviones de vigilancia y reabastecimiento que habrían sido vitales para el esfuerzo”, ha señalado The Economist.

Conviene recordar que en 1948, cuando se fundó el estado de Israel, varias naciones árabes se opusieron y le declararon la guerra. En todas estas décadas, el Estado judío no ha sido bienvenido en la región, aunque con el paso de los años las posturas se han ido suavizando e incluso se han llegado a establecer relaciones diplomáticas con algunos de ellos. De hecho, Arabia Saudí e Israel estaban a punto de hacerlo antes de los ataques de Hamás del 7 de octubre.

La participación de varias naciones árabes en defensa de Israel muestra que existe miedo a que se produzca una guerra de grandes dimensiones, pero también que Israel ya no está tan aislado como antaño en la región y que empiezan a darse escenarios de colaboración, lo que supone la mejor de las noticias para la nación judía.

Ahora la pelota está en el tejado de Israel, que puede optar por seguir aumentando la tensión o rebajarla. La única certeza es que su posición ha mejorado sensiblemente en apenas unas semanas y que ha conseguido sacar un gran rédito de su ataque a Irán. Netanyahu puede darse por satisfecho.

No se pueden ignorar las difíciles emociones de la derrota política. Hannah Proctor. Sin permiso. Abril de 2024

La larga historia de derrotas de la izquierda ha producido una historia igualmente larga de emociones difíciles de gestionar. Sin embargo, los pensadores de izquierda a menudo han ignorado la experiencia emocional de la derrota política al servicio de un ideal poco realista del revolucionario desinteresado.

Pensar en las emociones de la derrota política puede ser perturbador y difícil, pero estas experiencias son innegablemente parte integrante de la vida contemporánea de la izquierda. Desde la derrota electoral de Bernie Sanders hasta el aplastamiento por parte del estado de la oposición al oleoducto pasando por las promesas incumplidas de cambio después de los levantamientos de George Floyd de junio de 2020, la historia reciente ha estado salpicada de momentos de gran agitación seguidos de la insoportable sensación de perder terreno.

En su nuevo libro, Burnout: The Emotional Experience of Political Defeat, Hannah Proctor traza una genealogía histórica de la derrota política explorando ocho emociones: melancolía, nostalgia, depresión, agotamiento, agotamiento, amargura, trauma y luto, fundamentales para comprender el paisaje contemporáneo de la izquierda.

Proctor argumenta que los sentimientos negativos son una parte ineludible del proceso de organización y nos ofrece varios métodos que los individuos y los colectivos de toda la izquierda han utilizado históricamente para trabajar con estas emociones.

Para Jacobin, Cal Turner y Sara Van Horn hablaron con Proctor sobre la importancia de abordar las emociones difíciles de trabajar para transformar la sociedad, cómo las ideas de autosacrificio a menudo chocan con la realidad vivida y lo que realmente significa la esperanza.

Sara Van Horn: ¿Por qué es importante prestar atención a los sentimientos negativos como la depresión, el agotamiento, la amargura y el duelo? ¿Qué se pierde cuando ignoramos esos sentimientos?

Hannah Proctor: Tanto en mis experiencias personales como en mi trabajo académico investigando historias revolucionarias, el coste psicológico de la lucha política surgió como un problema una y otra vez, aunque de diferentes maneras, en diferentes momentos históricos y en respuesta a diferentes experiencias de organización. Sin embargo, no había nada que tematizara o teorizara explícitamente esas experiencias, ni había muchos recursos disponibles para que las personas de la izquierda ayudaran a dar sentido a estas emociones a medida que surgían.

Al escribir el libro, pensé mucho en las consecuencias de los grandes movimientos históricos, pero también me interesó el agotamiento que proviene de la organización prolongada y de tratar de mantener el impulso a largo plazo, especialmente frente a las tensiones interpersonales. ¿Cómo pensamos sobre las tensiones interpersonales desde una perspectiva política?

Estoy interesada en la pregunta de si minimizar la importancia de estas experiencias, o tratarlas como problemas individuales en lugar de colectivos, en realidad podría exacerbarlas. Si minimizas tus propias experiencias emocionales, ¿qué implicaciones colectivas tiene eso? ¿Podría haber una manera de reconocer estos sentimientos, en lugar de fingir que puedes deshacerte de ellos? Ese fue mi punto de partida para el libro.

Cal Turner: ¿Qué experiencias personales dieron forma a tu deseo de escribir Burnout?

HP: Cuando empecé a escribir el libro, era muy alérgica a la idea de ser parte de él. Solo soy una académica aburrida, y estaba escribiendo sobre revolucionarios reales, así que me parecía casi ridículo incluirme en el libro. Pero cuanto más escribía, más perverso parecía escribir un libro sobre cómo “lo personal es político” sin hablar de mí misma.

Los movimientos estudiantiles de 2010 y 2011 en el Reino Unido realmente dieron forma a mi interés en este tema. Tuve la peculiar experiencia de incorporarme a ese movimiento, cuando ya estaba en receso. No experimenté sus momentos álgidos, solo las secuelas. Fue una experiencia bastante formativa para mí.

Otra experiencia importante fue estar involucrada en formas continuas de organización, no como parte de un gran movimiento, sino simplemente acudir a las reuniones semanales y tratar de hacer campaña por cambios locales. La sección media del libro trata sobre las formas continuas de lucha y el “trabajo de pala” día a día, un término que proviene de Ella Baker.

Termino el libro hablando de una experiencia que tuve aquí en Glasgow. En mayo de 2021, hubo una redada de inmigrantes en la calle Kenmure a la que resistió la gente de la comunidad local. Sucedió justo cuando la gente empezaba a salir de los confinamientos por COVID. Quería terminar el libro reflexionando sobre la poderosa experiencia emocional de estar en la calle con otras personas, especialmente significativa después de un período de aislamiento total.

Por supuesto, las luchas políticas no tratan solo de sentimientos, sino que ese tipo de experiencias positivas también son subjetivamente muy significativas: cambian a las personas. No quiero dar a entender que la gente solo está formada por lo horrible y deprimente que es todo: las experiencias de solidaridad y victoria también son muy importantes.

SVH: Escribes que “incluso los revolucionarios que menospreciaban las cuestiones y la teoría psicológicas a menudo se describen en la práctica rodeados de personas que se desmoronan, caen, se hunden en la depresión o buscan ayuda psicoterapéutica en respuesta a sus compromisos políticos”. ¿Podrías hablar de la imagen del revolucionario comprometido y de sus tensiones?

HP: Creo que el autosacrificio revolucionario y lo que Huey P. Newton llama “suicidio revolucionario” es una tradición extremadamente importante e inspiradora dentro de la lucha revolucionaria. Recientemente, tuvimos el ejemplo extremo de la autoinmolación de Aaron Bushnell: un caso de autosacrificio por una causa política que ciertamente no me gustaría caracterizar como patológico o como otra cosa que no sea un poderoso acto político.

Sin embargo, la mayoría de las personas involucradas en la lucha política no van a dar literalmente sus vidas a la causa de esa manera, y tendrán que seguir viviendo mientras luchan. En el libro, miro ejemplos históricos de personas que trataron de vivir con compromiso total, y lo que sucedió cuando no pudieron.

Hablo en la introducción sobre el Diario del Congo del Che Guevara, donde se ve esta contradicción con bastante claridad. Por un lado, Guevara dice que el militante ideal debería ser muy fuerte y disciplinado. Pero luego habla de su experiencia de estar realmente allí y encontrarlo muy difícil. Es crítico consigo mismo por tener arrebatos emocionales o querer apartarse del grupo para leer. No es tan fácil en la práctica ser el militante ideal que sacrifica sus intereses individuales por el bien del colectivo.

No tengo ningún problema con las declaraciones retóricas de compromiso político total; la pregunta que me interesa es cómo las cosas pueden desenvolverse en la práctica. En el capítulo sobre la amargura, hablo del Weather Underground en los Estados Unidos, cuyos grupos militantes muy pequeños adoptaron procesos de autocrítica entre ellos. Pasaban horas acusándose unos a otros por las formas en que se desviaban de ser los revolucionarios perfectos.

Según todos los informes, fue una experiencia horrible. No hizo que la gente fuera mejores revolucionarios; solo hizo que se sintieran mal. Había una sensación de pureza política absoluta, donde incluso pasar tiempo leyendo un poema hacía que otros se preguntaran: “¿Por qué te estás entregando a esa actividad burguesa cuando deberías estar repartiendo panfletos a los trabajadores?” Me interesan estos ejemplos en los que la retórica del compromiso absoluto y el autosacrificio entra en conflicto con la realidad de ser solo un ser humano.

CT:¿Por qué es importante historicizar y desnaturalizar las experiencias de agotamiento y “queme” político? ¿Qué ejemplos históricos de agotamiento y “queme” discutes en el libro?

HP: El agotamiento político es algo que la gente ha experimentado en muchos contextos diferentes sin llamarlo “quemarse”, porque ese término no existió hasta cierto momento en la historia, y la gente tenía diferentes formas de entender sus experiencias. Trazo la historia del término porque soy consciente de que se está usando de una manera particular en muchos libros de autoayuda ahora, y no quería usarlo sin pensar en los cambios de su significado.

Hoy en día, la nostalgia no es algo que te puedan diagnosticar, pero en el siglo XIX, era una condición patológica que tenía una definición médica. Después de la derrota de la Comuna de París, por ejemplo, los comuneros supervivientes enviados al exilio a Nueva Caledonia, en el Pacífico Sur, terminaron diagnosticándose a sí mismos con esta enfermedad llamada “nostalgia”.

Me interesaba el hecho de que estos radicales políticos se hubieran diagnosticado a sí mismos con algo que suena tan poco radical, porque el origen de la nostalgia es básicamente una nostalgia patológica. ¿Es un problema para los historiadores de la izquierda ser nostálgicos de las luchas pasadas? ¿La nostalgia, como algo que mira hacia atrás, siempre va a ser bastante conservadora?

SVH: ¿Podrías hablar sobre Terapia Roja y lo que has aprendido al estudiar ese grupo?

HP: Red Therapy (Terapia Roja) fue un grupo de personas que se conocieron a través de su participación en la organización. Eran comunistas y libertarios de izquierda en el Londres de la década de 1970. Muchos habían estado involucrados en los movimientos estudiantiles de finales de la década de 1960. Muchos de ellos vivían como okupas en el este y el sur de Londres, y estuvieron involucrados en las luchas por la vivienda, las luchas de los trabajadores y el movimiento de liberación de las mujeres. Muchos de ellos vivían colectivamente y criaban a los niños colectivamente.

Lo que me llamó la atención cuando leí el folleto de Red Therapy fue que no comenzaron el grupo debido a lo difícil que era existir bajo el capitalismo. Lo empezaron porque les resultaba muy difícil vivir de forma alternativa. Habían experimentado muchas tensiones entre ellos y estaban respondiendo a las dificultades de tratar de organizar la vida de una manera no normativa. Se basaron en una mezcla ecléctica de cosas: antipsiquiatría, freudo-marxismo, terapia de gritos primarios. Y hacían terapia entre ellos.

Este tipo de terapia no es una solución para crisis graves de salud mental, y no creo que Red Therapy tuviera la intención de que lo fuera. Pero lo que me pareció interesante, después de haber conocido o leído sobre bastantes de los ex miembros del grupo, es que muchos de ellos terminaron formándose para convertirse en psiquiatras o psicoterapeutas.

Obviamente, de alguna manera, es una historia de profesionalización y de convertirse en parte del sistema que una vez criticaste. Pero un miembro contó que desarrollo sesiones de terapia gratuitas durante el movimiento Occupy en Londres y, por lo tanto, había mantenido un interés en la relación entre las cuestiones psicológicas y la política. Me interesaba cómo habían continuado comprometiéndose políticamente a través de sus prácticas terapéuticas en lugar de que la terapia fuera vista como una retirada de la política (como algunos de sus camaradas afirmaron en ese momento).

SVH: ¿Cuál es el papel de la esperanza en la lucha política? ¿Puedes hablar sobre si la esperanza es una parte importante de tu proyecto y cómo?

HP: Mientras estudiaba la derrota de la huelga de los mineros en el Reino Unido en la década de 1980, leí algunos relatos de mujeres que participaron en el trabajo de solidaridad, como Women Against Pit Closures. Cuando los leí por primera vez, me centré en las devastadoras secuelas de la huelga, pero cuando estaba terminando mi libro, releí algunos de los mismos relatos y encontré verdaderas fuentes de esperanza en la forma en que la gente describía haber sido absolutamente transformada por sus experiencias de participación y compromiso político. Las cambió para siempre.

Es importante aferrarse a las experiencias positivas en las luchas políticas pasadas. Tienen sentido, y siguen viviendo. El problema es que a pesar de ello perdieron. ¿Qué haces con eso? No lo sé. Es difícil extraer lecciones de esperanza de ello porque por increíbles que fueran esos momentos de solidaridad y por muy significativos que fueran para la gente, si pierdes, pierdes, no puedes evitarlo.

Mike Davis dijo una vez: “Lucha con esperanza, lucha sin esperanza, pero lucha en cualquier caso”. Esto me llamó mucho la atención porque, en cierto modo, tal vez no necesites tener esperanza, pero eso no significa que te rindas. Es algo muy diferente a equiparar desesperanza y rendición. Lo que Davis está diciendo es: “Las cosas están muy, muy mal, y no deberíamos engañarnos, pero tienes que luchar de todos modos”.

Esta idea de que puedes seguir adelante y seguir luchando me pareció muy útil. Es fácil escribir un panfleto de izquierda alentador, y tal vez también sea estratégicamente útil hacerlo a veces, pero me pareció un poco falso dados mis temas.

Me llamó mucho la atención la conclusión del libro de Vincent Bevins If We Burn: The Mass Protest Decade and the Missing Revolution, que trata sobre los enormes movimientos de protesta de la década de 2010 en todo el mundo. Se pregunta por qué muchos de estos movimientos fracasaron. Habló con muchas personas involucradas en todos estos movimientos diferentes, y casi todos con los que habló dijeron lo subjetivamente transformadores que eran estos movimientos. La gente realmente cambió por sus experiencias colectivas eufóricas.

Pero al mismo tiempo, perdieron. Y perder en lugares como Egipto obviamente significó algo mucho más grave que la tristeza de la gente en el Reino Unido después de que Jeremy Corbyn perdiera las elecciones. Bevins dice que algunas personas llegaron a ver esos sentimientos como políticamente sin sentido en retrospectiva, ya que no estaban arraigados en ningún tipo de cambio material duradero, mientras que otras se aferraron a la memoria y a la sensación de que lo que habían sentido en las calles en el apogeo de una lucha proporcionaba una visión real de una sociedad diferente.

Bevins deja la cuestión abierta porque tampoco los activistas con los que habló tenían una respuesta definitiva. A diferencia de mi libro, el suyo no es un libro sobre sentimientos, pero sin embargo termina atrapado entre estas dos realidades: el hecho de la derrota y el recuerdo de ese sentimiento casi mágico. Ese es precisamente el tipo de tensión que me interesa.

Hannah Proctor

Hannah Proctor es investigadora de Wellcome Trust en la Universidad de Strathclyde en Glasgow, interesada en historias y teorías de la psiquiatría radical. Cal Turner es un escritor que vive en Filadelfia. Sara Van Horn es una escritora que vive en Serra Grande, Brasil.

El Xolo, elegido el mejor restaurante de El Salvador. Diario El Mundo. 16 de abril de 2024

(Recibió el premio mayor en la Quinta Gala de la Gastronomía.) En una noche de glamour y exquisiteces, El Xolo se consagró como el mejor restaurante de El Salvador, ya que obtuvo el Tenedor Rojo en la máxima categoría de los premios de la Gala de la Gastronomía, en su quinta edición, organizada por el blog Red Fork. Los otros dos nominados eran Brutto y Cacio e Pepe.

Gracia María Navarro y Alex Herrera, los chefs de El Xolo, subieron dos veces al escenario. Anteriormente, lo habían hecho para recibir el Premio Nacional de Gastronomía. El restaurante, como los mismos dueños indican, “es un homenaje al maíz criollo y al producto local”, al punto que utilizan ingredientes de comunidades indígenas salvadoreñas para sus recetas.

Este reconocimiento a El Xolo no hace más que reafirmarlo como un lugar de vanguardia y originalidad, tanto que recientemente apareció en el puesto 59 en el listado de Latinoamérica por Latin America’s 50 Best Restaurants.

“Quiero agradecer a todo el equipo, no digo los que están atrás porque todos estamos en la misma línea y nadie es más importante que el otro”, dijo la chef Gracia María Navarro al recibir el trofeo.

(Tiradito Balam, uno de los platillos de El Xolo. Tiene pesca, macha ponzu, cilantro y maíz frito.)

También hubo espacio para un sentido aplauso para el recién fallecido Chef Maney, para las palabras de la ministra de Turismo, Morena Valdez, elogiando la calidad de la gastronomía salvadoreña; y para reconocer a un lugar histórico como El Rosal con un galardón especial.

Además, el Tenedor Rojo a chef del año se lo llevó Kurt Nottebohm, de La esquina de Kurt. Chef revelación fue para Ernesto Zablah, del restaurante Yuzu. También hubo premios para restaurante casual (Roots Bistro), restaurante destino (Capt. Cook) y restaurante urbano (Nomad Pizza).

Otros premiados fueron en las categorías Coffe Shop del año (Sprezzatura), Ghost Kitchen (Bendita Burger), Chef Pastelero (Paola Amaya, Cocoa Bakery) y mixólogo (Danny Alighieri, Il Bon Gustaio).

Entrevista a David McNally: Economía mundial, guerras y perspectivas para el socialismo. Tempest. Abril de 2024

Tempest: Nos gustaría que nos explicaras cómo ves la situación actual de la economía mundial, en particular el ciclo económico, la respuesta a la crisis de 2007-2009, el periodo poscovid y los costes del periodo del dinero fácil. ¿Estamos a las puertas de una recesión mundial?

David McNally: Se ha demostrado que quienes captamos que la crisis global de 2007-2009 fue un punto de inflexión en la evolución de la economía mundial teníamos razón. Sin embargo, creo que casi todos y todas (y sin duda yo mismo) subestimamos la intensidad con que las clases dominantes operarían un giro increíblemente brusco aplicando un estímulo de tipo keynesiano y que todas esas panaceas neoliberales suyas, contrarias al déficit presupuestario, saldrían volando por la ventana cuando se percataron de la posibilidad de un colapso del sistema financiero global.

Siempre vale la pena recordar que los siete principales bancos de Wall Street estuvieron a punto de quebrar y que las esferas de la clase dominante se sintieron realmente traumatizadas al calibrar las posibilidades de conseguir un rescate inmediato. Una vez acaecido esto, pienso que los mejores comentaristas entendieron que el neoliberalismo consiste en realidad, sobre todo, en un realineamiento del poder de clase y mucho menos en un duro compromiso ideológico con el rechazo de los déficit y del endeudamiento.

En otras palabras, lo que caracteriza el neoliberalismo es la voluntad de preservar la configuración existente del poder de clase (basado en el debilitamiento del sindicalismo, el desgaste de los movimientos sociales y el restablecimiento de la rentabilidad), y por eso inyectaron cantidades nunca vistas de estímulos en el sistema e incurrieron en enormes déficit para que esto ocurriera.

Al tiempo que estabilizan el sistema, las políticas de estímulo alteran básicamente los mecanismos de restauración propios del capitalismo. Clásicamente, el sistema ha aprovechado las recesiones profundas para purgar los capitales menos eficientes de la economía y de este modo abrir la puerta a una nueva ola de restructuración, innovación tecnológica, reorganización de las estructuras de gestión empresarial y concentraciones de capital mucho más amplias, que permiten un nuevo auge.

No hemos visto ningún nuevo auge. Lo que sí hemos visto, en cambio, ha sido un esfuerzo concertado de los bancos centrales del mundo por bloquear el descenso a una depresión plena que  amenazaba. Esto hay que reconocerlo, pero una de las cuestiones que surgen entonces es la contradicción entre haber parado una recesión (muy profunda, eso sí) y bloqueado los mecanismos de restructuración del capitalismo. No han depurado los capitales menos eficientes del sistema.

La mayoría de comentaristas coinciden en que un número significativo de grandes empresas del Norte global son empresas zombis, es decir, que de hecho no son rentables. Sin embargo, cuando el dinero quedó efectivamente liberado de los bancos centrales, pudieron tomar dinero prestado para mantenerse a flote. Pudieron contratar préstamos al 1,5 % de interés y prestarlos a su vez al 3,5 %, haciendo gala de este modo de un beneficio financiero sin que sus negocios principales rindieran alguna ganancia.

Así, no hemos pasado por la profunda y prolongada restructuración que conoció EE UU a comienzos de la década de 1980, cuando quebraron numerosas plantas siderúrgicas, fábricas de automóviles, de material eléctrico y de caucho, así como fábricas de componentes. En aquel entonces se produjo una restructuración tecnológica significativa, que después permitió la expansión neoliberal durante los siguientes 20 a 25 años.

No vimos esta clase de restructuración tras la crisis de 2008-2009. En vez de ello, lo que tenemos ahora es un capitalismo que ha esquivado un misil, pero al coste de sacrificar su propio dinamismo. Ahora, los bancos centrales han incrementado los tipos de interés para reducir la inflación, como hemos visto en los últimos 18 a 24 meses. Hecho esto, hemos de preguntarnos cuál ha sido el resultado. Incrementaron los tipos de interés porque lo que más temían no era la inflación en abstracto, sino que lo que temían era la inflación salarial. Temían que hubiera una ola de huelgas y afiliación sindical con ánimo de recuperar lo que había perdido la clase trabajadora a causa de la inflación de precios.

Si la inflación es del 6, 8 y 10 % anual (particularmente con respecto a los alimentos, los precios del gas y los alquileres), y si la gente trabajadora siente que tiene un mayor poder de negociación, empujará para reducir distancias. Esta fue la pauta especialmente de finales de la década de 1960 y de la primera mitad de la de 1970, cuando hubo una ola de huelgas cada vez más amplia, especialmente en los países occidentales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y el Norte global, aunque también en partes importantes del Sur global.

La llamada guerra contra la inflación fue un asalto preventivo contra la explosión salarial que habría sido impulsada por la sindicación y una ola de huelgas mucho más amplia que la que vimos. Las clases dominantes estaban preocupadas por las bajas cifras del llamado desempleo y el problema de la tasa de renuncia, en que los y las trabajadoras se sienten suficientemente confiadas para renunciar a un empleo mal pagado y buscarse otro mejor.

Estaban preocupadas por la posibilidad de que esto diera pie a que la clase trabajadora, incluso en EE UU, sintiera que podía negociar individualmente con su empresa, renunciando a un empleo mal pagado por otro un poco mejor. Pero lo que más les quitaba el sueño era que el personal pudiera negociar, y actuar, colectivamente. Vieron que había una nueva ola de afiliación sindical en Apple, Amazon, Starbucks y otras empresas, particularmente entre la gente joven. También estaban al tanto de que podían enfrentarse a una huelga del United Auto Workers (UAW) en el propio EE UU, como de hecho ocurrió.

El Consejo de la Reserva Federal se posicionaba a favor. Sus informes eran increíblemente sinceros al afirmar que lo que más les inquietaba era la tasa de empleo rígida. Querían reducir la tasa de empleo, o sea, incrementar el paro para inyectar una sensación de inseguridad y evitar sobre todo la ola de iniciativas sindicales y huelgas que sin duda iban a producirse, aunque de hecho hubo una ola no despreciable en el Reino Unido, Francia, India, Argentina, EE UU, etc.

Pero cuando subieron los tipos de interés, crearon un dilema, que es el hecho de que cada vez más empresas zombis están sumidas ahora en un profundo estado precario. El porcentaje de quiebras de empresas ha comenzado a aumentar, aunque todavía no hemos visto una gran purga del sistema porque han evitado una recesión profunda. Si cae la demanda, las empresas más vulnerables tendrán enormes dificultades. El sistema financiero conocerá fuertes turbulencias a causa de los créditos morosos.

Más allá de esto, la subida de los tipos de interés ha desplazado la crisis al Sur global. Nos hallamos de nuevo en una situación en que probablemente hay unos 50 países del Sur global en riesgo de impago de sus deudas, debido simplemente a su incapacidad para pagar al haber tenido que renovar los préstamos al 2 % que les costaban inicialmente por nuevos préstamos al 5 y 6 %. La única opción, aparte del repudio de la deuda, es un nuevo paso en la vía de los recortes catastróficos de la sanidad, la educación, los subsidios al combustible, etc.

Es posible que el año que viene veamos diversas revueltas en partes del Sur global, desde países como Nigeria hasta Pakistán, en los que las cargas de la deuda resultan tan insostenibles que cualquier respuesta a los drásticos programas de austeridad dará pie a convulsiones sociales, o países que básicamente tendrán que declararse insolventes y muy probablemente habrán de negociar acuerdos draconianos con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otros prestamistas globales.

Asistimos a una guerra de clases desde arriba, capitaneada por los bancos centrales, disfrazada de guerra contra la inflación. Ha colocado a las secciones más vulnerables de la economía mundial bajo la espada de Damocles del impago de la deuda. Este guion se desarrollará durante los próximos doce meses de manera muy dramática.

Por supuesto, todo esto también significa entonces que las potencias imperiales dominantes intensificarán su batalla por la supremacía. A menudo se olvida que una parte del papel de imperialismo consiste en desviar los efectos de la crisis global de un bloque a otro. Buena parte de la estrategia de EE UU pretende precisamente desviar la crisis hacia China, Rusia y los países de su órbita.

Actualmente se intensifica el conflicto interimperialista. La larga guerra de desgaste en Ucrania es una manifestación de esto. Aunque se basa en la resistencia legítima del pueblo ucraniano a la ocupación extranjera, la guerra también tiene que ver con un conflicto interimperialista. Entre marxistas se entiende desde siempre que puedes tener una guerra polifacética, en la que coexisten  diferentes antagonismos. Lo que vemos en Ucrania es una rivalidad interimperialista que se superpone sobre una guerra de tipo colonial de Rusia contra el pueblo ucraniano.

Esto refleja el aumento de las fracturas dentro del sistema mundial. Es fácil olvidar que el plan de juego neoliberal preveía la integración de China en el orden capitalista mundial. Las clases dominantes occidentales siguieron este plan con bastante vigor durante un cuarto de siglo. Esto ahora ha perdido fuelle debido a los efectos de la crisis de 2007-2009. Hemos pasado de la integración a la desintegración. Hemos pasado de la cooperación a la rivalidad.

Tempest: ¿Piensas que la clase dominante estadounidense, representada en el Banco Central, se ha salido con la suya si consideramos que lo que le movía principalmente era la cuestión de la inflación salarial y del mercado de trabajo? Seguimos teniendo un mercado laboral sobrecalentado. No está claro que hayan logrado contener los salarios. Las semillas de la combatividad obrera siguen floreciendo. Y con respecto a la cuestión de la rivalidad interimperialista en general, la crisis en China ha comportado una retirada de la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, una disminución de sus esfuerzos por extender la oferta de préstamos alternativos. Esto puede agravar la dinámica de la deuda, como hemos visto en Sri Lanka.

David McNally: En cuanto a EE UU, creo que lo que resulta interesante es que han rebajado las principales cifras de la inflación. No obstante, no creo que hayan hecho mella significativamente en el espíritu combativo de la clase trabajadora, particularmente entre la juventud obrera en los grandes núcleos urbanos multirraciales.

Una de las ironías del momento es que la proliferación de conflictos políticos, particularmente en Palestina, repercutirá efectivamente en los lugares de trabajo, sobre todo en la gente trabajadora joven. Hace poco estuve hablando con Kim Moody de cómo activistas y sindicalistas jóvenes introdujeron la cuestión de Vietnam en los centros de trabajo en las décadas de 1960 y 1970. El espíritu de desafío a la clase dominante en torno a la guerra de Vietnam formó parte de la radicalización de un sector joven de la clase obrera en los centros de trabajo.

Creo que el movimiento por la justicia global para Palestina acabará haciendo lo mismo. Millones de trabajadores y trabajadoras jóvenes discrepan completamente de la clase dominante en la cuestión palestina. Esto les infunde un espíritu de oposición y genera una pauta de conducta similar a la que describió Rosa Luxemburg sobre la interacción de las dinámicas política y económica.

En estas condiciones, incluso si un nivel de lucha comienza a apaciguarse un poco, la otra dimensión (en este caso, la política) repercutirá en el primero y alimentará nuevos tipos de disputas económicas, confrontaciones, campañas de sindicación, etc. No nos hallamos en una ola de huelgas masivas, por supuesto, pero se ha reforzado la combatividad.

Creo que en especial no han conseguido aplacar el espíritu de oposición entre la juventud trabajadora, en particular en los centros de trabajo. Aunque insisto en la juventud trabajadora, porque muestra una actitud desafiante, los conflictos laborales pueden cundir rápidamente en una capa de más edad, como vimos en el huelga del automóvil, a pesar de todas sus disparidades.

Actualmente vivo y trabajo en Texas. En este Estado hubo fábricas de General Motors y de la industria auxiliar que se declararon en huelga y organizaron piquetes muy robustos. Esto es ilustrativo. El desafío laboral continúa incluso fuera de los centros de activismo sindical joven de que he hablado. Así que no pienso que la clase dominante haya logrado apaciguar las actitudes de oposición en la clase trabajadora.

En cuanto a China, asistimos a lo que podría llamarse una nueva consolidación de una estrategia de bloque imperial. Además de las iniciativas encaminadas a reforzar la protección tanto de EE UU como del Estado chino, también se han reducido los esfuerzos por incorporar a otros Estados. Cuando las tasas de crecimiento estaban por las nubes, cuando China estaba a la cabeza del mundo en materia de inversiones y crecimiento de la producción, sus gobernantes podían permitirse experimentar con una serie de iniciativas para comprobar qué funciona y que no.

Ahora, cuando sus tasas de crecimiento se tambalean, no está claro que China consiga evitar la crisis de su sector inmobiliario. Se ha producido una enorme sobreacumulación de este sector en China, que todavía no ha sacudido el mercado, y no está claro que logren contenerla. Esto no significa que la clase dominante china vaya a retirarse a una especie de aislacionismo autárquico, pero ahora está consolidando, recortando y reorientando sus políticas de inversión fuera de China. No es una cuestión puramente económica, sino que también decide qué inversiones geopolíticas y militares valen la pena y qué otras deberán quedarse en el cajón.

La Nueva Ruta de la Seda, por ejemplo, está perdiendo fuelle a ojos vistas. Una manera de ver a la clase dominante china consiste en pensar sobre el conflicto que se libra en gran medida entre los Demócratas de Biden, por un lado, y los Republicanos, por otro, en torno a la cuantía del gasto global militar, diplomático y de política exterior que conviene.

Biden sigue insistiendo en incrementar el gasto de EE UU con miras a asegurar la hegemonía mundial, pero todo un sector de los Republicanos, influidos por el semiaislacionismo al estilo de Trump, desea reducirlo.

Esto se dirime en gran medida entre dos partidos en el Congreso de EE UU, mientras que en China todo se desarrolla dentro del partido único que gobierna. En otras palabras, se han formado diferentes corrientes y facciones, que en estos momentos tratan de resolver sus diferencias. Creo que optan por reducir, pero no van a hacerlo con el gasto militar incrementado. Tampoco creo que renegarán de su apoyo tácito a Putin en Ucrania ni que vayan a reducir su presión sobre Taiwán.

En todo caso, dentro de su propio círculo gobernante están replanteándose qué considerar como iniciativas exteriores extravagantes. Esto coincide también con el planteamiento general de EE UU. Cuando hay un único partido gobernante, como en China, los cambios se producen sin mucho debate abierto como el que vemos en el seno de la clase dominante estadounidense. Creo que el eje de la rivalidad entre EE UU y China no solo se mantendrá durante todo este periodo, sino que seguirá siendo muy agudo. Vimos el inicio del tránsito de la integración a la rivalidad después de la crisis de 2007-2009, pero se agudizó realmente a partir de 2016.

Tempest: ¿Hasta qué punto crees que los bloques imperiales están atrincherados? ¿Piensas que Rusia está más decidida, tal vez por necesidad, a abrazar el modelo autárquico debido a tanta presión? ¿En qué medida es Rusia un actor independiente a la luz de su intento de afirmar su poder regional a través de Ucrania, sus amenazas a Finlandia, etc.? ¿Hasta qué punto consideras que Rusia es responsable ante los chinos?

David McNally: Creo que hace falta un análisis mucho más profundo de la dinámica interna de los bloques imperiales. Tendemos a pensar que un Estado manda, pero me parece que la cosa es mucho más compleja que esto. Los socios menores dentro de un bloque imperial pueden ejercer en algún momento un grado de autonomía más significativo que lo que solemos imaginar a menudo. No escriben el guion, el poder global no funciona así, pero la potencia dominante dentro del bloque tiene que acomodar otras potencias.

Un bloque imperial abarca potencias regionales que tienen sus propias aspiraciones. La potencia dominante necesita su influencia regional y a menudo tiene que aceptar actos que no encajan plenamente con sus propios intereses. Por ejemplo, China no desplazará tropas a Europa Oriental ni EE UU enviará a 100.000 soldados a Gaza y la Palestina ocupada. Pero permiten que potencias subimperiales lo hagan.

Las potencias regionales que necesitan el escudo de la potencia imperialista mayor disponen a su vez de mucha autonomía, particularmente en este momento. Ahora mismo, Putin no puede permitirse dar un paso atrás en Ucrania. Esa es la pura realidad. Una derrota en Ucrania sería el final de Putin y de su sector de la clase dominante. No han olvidado lo que ocurrió cuando Rusia perdió una guerra contra Japón en 1905 y cómo aquello abrió una brecha en el zarismo por la que entró la marea de la revolución de 1905. Recuerdan las lecciones de la Primera Guerra Mundial: todos los países beligerantes que fueron derrotados conocieron revueltas obreras que implicaron también a soldados y marineros a escala muy amplia.

Putin necesita persistir en Ucrania. China necesita la alianza con la Rusia de Putin porque Putin es la estrategia de contención frente a la OTAN. Sin Putin, los gobernantes chinos temen que la OTAN se extienda por toda Europa Oriental. Así, Putin tiene mucha manga ancha por parte del Estado chino para proseguir una guerra con Ucrania que en sí misma no tiene mucho que ofrecer a China.

Me parece que hay elementos de esta dinámica en juego en Oriente Medio. No cabe duda de que Israel se apoya hasta del extremo en el apoyo diplomático y especialmente militar de EE UU. Necesita la autoridad global de EE UU ante Egipto, Arabia Saudí  y otros países del Golfo para sus planes a largo plazo. Por tanto, se apoya en el gobierno de EE UU. Y EE UU quiere ganar influencia territorial y prevenir revueltas antiimperialistas en la región. Al mismo tiempo, prefiere limitar sus propias intervenciones directas.

Es mejor que las delegaciones regionales realicen el trabajo sucio. Así, países como Arabia Saudí  e Israel ‒especialmente Israel‒ cuentan con mucho margen para hacer lo que consideren necesario. EE UU puede tratar de condicionar a sus países aliados en la región, influir en ellos y presionarles, pero dado que necesita a estas potencias como fuerzas de policía regionales al servicio del imperio, gozan de un amplio margen de maniobra. Esta es la Doctrina Kissinger que se aplica desde la derrota estadounidense en Vietnam.

Hemos de reconocer que los bloques imperiales son dinámicos y que los socios menores dentro de un bloque pueden ejercer una autonomía regional muy significativa y avanzar estrategias que a menudo no son idénticas con las del jefe de filas que domina el bloque. Creo que hubo un tiempo en que China esperaba que hubiera un acuerdo negociado en Ucrania.

Pensaba que esto redundaba en su interés de ser vista como potencia que podía propiciar realmente un acuerdo. Cuando vieron que no podían, decidieron aceptar los hechos. Creo que EE UU desea realmente una pulverización menos destructiva de la población de Gaza. No creo que lo consiga. Es probable que ya se hayan dado cuenta y se disponen a aceptar los hechos. Estas tensiones continuarán.

El aspecto interesante es que no existen potencias hegemónicas que tengan el tipo de influencia en sus respectivos bloques similar al que tenían Rusia y EE UU en 1948. No dominan de la misma manera, así que vamos a ver tensiones que a veces serán mucho más manifiestas dentro de los bloques, aunque esto no significa que los bloques vayan a disolverse.

Tempest: Con respecto a Oriente Medio, está claro que se perciben las tensiones de que hablas en el caso de Irán y Arabia Saudí. Hay afirmaciones de poder independientes por parte de los países del Golfo. Los últimos gobiernos de EE UU, y tal vez también los siguientes, tienen contraído el compromiso de reforzar la estabilidad regional y normalizar las relaciones con Israel, especialmente con Arabia Saudí. Esto parece que fue uno de los motivos de los ataques del 7 de octubre y que ha afectado al proceso, al menos de momento. ¿Qué piensas que significó el 7 de octubre para esta dinámica, o crees que es demasiado pronto para valorarlo?

David McNally: Es demasiado pronto. Estamos en pleno proceso. Todavía hay un montón de factores que podrían entrar en juego. No debemos subestimar lo que implicaría la aparición de un movimiento masivo de solidaridad con Palestina a escala mundial, capaz de impulsar el tipo y el nivel de movilización que protagonizó el movimiento contra la guerra de Vietnam durante años. Todavía no estamos ahí, pero si se produce, se convertirá en un factor independiente a la hora de hacer una especie de balance. Un movimiento de masas así podría convertirse en un factor muy importante.

No creo que todo lo ocurrido en torno al 7 de octubre viniera determinado por la dinámica regional y mundial. Esta fue un factor, sin duda significativo, pero debemos comprender de qué modo Hamás se enfrentó a un dilema que ya había conocido anteriormente la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Mucha gente ha leído recientemente el interesante libro de Tareq Baconi sobre Hamás, pero recordemos el título: Hamas Contained. Baconi dibuja un escenario en que Hamás corría el riesgo de convertirse en un poder administrativo precario en Gaza, contenido por la ocupación y administrando fundamentalmente la austeridad local. Todavía no se encontraba en la situación en que se hallaba Yaser Arafat, de la OLP, literalmente encerrado en un recinto y rodeado por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Pero Hamás percibió este riesgo. Si no puedes aparecer como una fuerza de resistencia a la ocupación de las tierras palestinas, con el tiempo te conviertes en administrador de la ocupación. Pienso que esto explica en buena parte lo que ocurrió el 7 de octubre, un intento de recuperar la idea de la resistencia.

Ahora bien, se sobreentiende que Hamás no representa la política de liberación de Palestina a la que aspiramos. La política de Hamás, sus estrategias y su formación ideológica son ajenas a la izquierda socialista revolucionaria. No representa una verdadera resistencia, pero es una fuerza genuina y tenía que hacer algo.

Sin embargo, en última instancia hemos de comprender que el Estado israelí ha demostrado que no tiene interés alguno en negociar con ningún representante del pueblo palestino. Recientemente, Netanyahu ha declarado sin rodeos que se opone absolutamente a cualquier tipo de Estado palestino parcelizado y fraccionado. Pensar que los objetivos del proceso de paz de Oslo representan algún riesgo enorme para el proyecto sionista es algo rayano en la locura. Los Acuerdos de Oslo fueron una victoria de EE UU e Israel. No obstante, la ideología dominante de la derecha israelí ve en ellos concesiones excesivas a la población palestina.

Con respecto al contexto regional, Arabia Saudí, en particular, estaba en proceso de reconciliarse con el statu quo. Se acercaba a un acomodo con Israel, auspiciado por EE UU, a causa de Irán. Los saudíes temen a Irán como fuerza desestabilizadora hostil al poder de los países del Golfo en la región. Por mucho que la dinámica regional influya en el origen de los hechos del 7 de octubre, no debemos perder de vista el hecho de que mientras no exista un avance hacia alguna especie de soberanía palestina mínimamente razonable habrá resistencia. Lamentablemente, esta resistencia no siempre se manifestará por vías que gustaran a la izquierda socialista, pero tendrá lugar de una u otra manera.

Tempest: ¿Qué prevés con respecto a la resistencia y al movimiento a escala internacional? Ha sido maravilloso ver cómo el movimiento por Palestina ha vuelto a surgir en EE UU en este momento. Cuando viajamos por otros países, tenemos la sensación de que la gente se fija en el movimiento que se produce en EE UU y percibe su importancia, especialmente a causa del papel del gobierno de EE UU con respecto a Israel. Desde el comienzo de la iniciativa de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) en 2005, el movimiento por Palestina ha chocado siempre con una hostilidad manifiesta. Ahora se enfrenta a la represión y a una forma más extrema de macartismo que la que hemos visto en este país durante décadas. ¿Cómo valoras la evolución del movimiento por Palestina, sus contornos políticos y los desafíos a que se enfrenta?

David McNally: La ola de macartismo que ataca en los campus, en Hollywood y otros espacios es ominosa, pero no se sostendrá. Esto no significa que no sea peligrosa, pero creo que la represión pone de manifiesto la debilidad ideológica. Israel y EE UU tienen un problema de legitimidad en la cuestión palestina. Existen ahora ingredientes de un momento Vietnam, una serie de elementos que podrán generar una enorme fractura social en EE UU y más allá. Sintomáticamente los vemos de una manera muy clara, empezando por la amplitud de la movilización. He ido a manifestaciones durante más de 50 años. En noviembre del año pasado asistí a la más grande de mi vida. Caminé junto con 600.000 personas como mínimo por Londres en la marcha de solidaridad con Palestina. Quienes la organizaron dicen que fuimos 800.000. Nunca antes en mi vida había marchado yo con 600.000 personas. Esto de por sí ya nos dice algo.

Grupos enteros del personal de la Casa Blanca se manifestaron en Washington llevando máscaras para protestar por el apoyo de EE UU a la guerra contra Gaza. Empleados y empleadas del Programa Mundial de Alimentos han escrito a su jefe, un político corrupto nombrado a dedo, protestando contra la guerra. Periodistas de la BBC han escrito una carta abierta denunciando a su propia emisora radiofónica por su posición sesgada en contra de la población Palestina.

Solo llevamos dos meses de guerra. Hay importantes sindicatos, como el del automóvil y el del servicio de correos en EE UU, que reclaman un alto el fuego. En el caso de Vietnam pasaron cinco o seis años hasta que un sindicato importante protestara contra la guerra. Todo esto revela la existencia de una enorme fractura en la hegemonía del sionismo. Esta es una de las razones por las que las fuerzas proisraelíes están tan furiosas en estos momentos. Entre otras cosas, saben que están perdiendo al apoyo de la juventud judía. Y el papel de organizaciones como la Voz Judía por la Paz ha sido enorme en este sentido. Estamos asistiendo a una fractura generacional del tipo que vimos con respecto a Vietnam.

Hay literalmente millones de jóvenes que se oponen por completo a la posición de su gobierno. Como he señalado antes, esta fractura se refleja incluso en niveles institucionales muy altos: la Casa Blanca con el personal al servicio de Biden, el Departamento de Estado y el Programa Mundial de Alimentos. Son fracturas importantes y se producen mucho antes de que lo hicieron con Vietnam. En parte, esto es fruto de las campañas de solidaridad con Palestina que han llevado a cabo durante años activistas a favor de la iniciativa BDS, organizaciones estudiantiles por la justicia en Palestina y otras.

Hemos visto una especie de cambio creciente que ahora se acelera en el contexto de un genocidio. Esto es un gran problema para la clase dominante. Biden utiliza ahora una palabra que el New York Times trató de vetar hace 30 años, cuando Thomas Friedman (que se quedó solo) escribió la palabra indiscriminado en un reportaje para el periódico sobre el bombardeo israelí de Líbano. Los editores tacharon la palabra indiscriminado, no querían que apareciera en el periódico. Ahora Biden la utiliza.

Esto se debe a que leen las encuestas y saben que están perdiendo a la gente joven y en particular a la de ascendencia árabe. Creo que si hay algo que le costará a Biden la reelección, será Palestina. La pérdida de la juventud y de la población de ascendencia árabe será realmente para ellos un golpe muy duro.

Recordemos que las manifestaciones de 1968 en Chicago tuvieron lugar en el lugar en que se celebraba la Convención Nacional Demócrata. Los movimiento sociales se movilizaron en contra de un presidente del Partido Demócrata que estaba librando una guerra imperialista en Vietnam.

Al menos de un modo incipiente y sin saberlo, los Demócratas de Biden han reactivado esta dinámica con su apoyo al genocidio en Gaza. Y ahora comienzan a percibir algunos indicios de lo que han desencadenado. El problema a que se enfrentan es que cuando los dos partidos políticos mayores  dejan de sintonizar por completo con la posición de millones de jóvenes sobre la guerra, se crea un gigantesco vacío político y social. En la década de 1960 y a comienzos de la de 1970, este vacío lo llenaron fundamentalmente los movimientos sociales.

Sin embargo, los movimientos sociales existentes en estos momentos todavía no están a la altura de la tarea. Necesitaremos muchas más formaciones capaces de organizar a las masas. Y si este movimiento continúa ‒no sabemos si lo hará‒, creo que es posible que asistamos a muchos años de movilización social en torno a Palestina. Documentos internos revelan que el gabinete de guerra israelí desea un año más de intervención en Gaza.

Es posible que no lo consigan, pero hablan abiertamente de la expulsión de dos millones y cuarto de personas a la península del Sinaí o incluso al sur de Líbano. Sea como fuere, se prevé una ola de epidemias que golpearán a Gaza en los próximos meses. Si destruyes el sistema de abastecimiento de agua y la infraestructura sanitaria, esto es lo que ocurrirá.

Por lo tanto, podríamos estar ante un período mucho más largo de movilización mundial en solidaridad con Palestina. Si eso es cierto, entonces tenemos que pensar en cómo se organizaron los movimientos sociales durante un período de años, como ocurrió con el Movimiento por los Derechos Civiles, por ejemplo. Si bien es cierto que el Martin Luther King seguía ocupando una posición muy importante en el escenario nacional en la Southern Christian Leadership Conference (SCLC), King y la SCLC no lideraban sobre el terreno a mediados de la década de 1960. Fue el Comité Coordinador Estudiantil No Violento el que empezó a impulsar el activismo juvenil, el Verano de la Libertad, las campañas de inscripción de votantes, etc. Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS) creció vertiginosamente.

Ambos fueron los puntos de apoyo de la organización de la lucha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Después, la iniciativa pasó durante un tiempo al Congreso por la Igualdad Racial, que se convirtió en el centro absoluto del proceso de organización.

En otras palabras, el movimiento debe reinventar las formas organizativas a medida que avanza. No debemos dar por sentado que las estructuras organizativas actuales sean inamovibles. En algún momento, si este movimiento crece, será posible ‒y necesario‒ algún tipo de marco amplio que reúna a sindicatos, organizaciones religiosas, grupos estudiantiles, académicos disidentes y activistas de movimientos sociales bajo nuevas siglas organizativas.

Ya lo he observado en Toronto. Al principio, gran parte de la organización del trabajo de solidaridad con Palestina estaba impulsada esencialmente por una organización juvenil de Toronto. Pero rápidamente surgió una coalición formada por sindicatos, organizaciones de defensa de los derechos de los inmigrantes, grupos universitarios, organizaciones religiosas y asociaciones de artistas. El resultado fue que las manifestaciones de Toronto pasaron de 5.000 a 50.000 personas gracias a este nuevo marco organizativo. Ahora bien, hay problemas, sobre todo porque a las direcciones sindicales a menudo les gusta controlar las cosas desde la trastienda.

Ese va a ser el reto. ¿Podemos empezar a prever en los próximos meses, a elaborar estrategias y a contribuir a nuevas estructuras de lucha y marcos organizativos más amplios? Si lo logramos, podremos construir un movimiento de millones de personas en un país como Estados Unidos. Los ingredientes clave ya están presentes en un país como Gran Bretaña. Como he dicho, me manifesté con 600.000 o más personas en Londres. En Manchester, Glasgow y otros lugares del país se celebraron enormes marchas el mismo día. Hemos recuperado, potencialmente, ese nivel de organización contra la guerra.

Aunque creo que hay enormes desafíos debido a lo agotadas que están nuestras infraestructuras de disidencia tras décadas de neoliberalismo, también hemos de recordar que los movimientos que reconstruyeron una izquierda en los años sesenta en Estados Unidos salían del macartismo. Venían del aplastamiento de una izquierda anterior. Así que es posible reconstruir y reinventar, pero este va a ser el reto.

No quiero que parezca que minimizo las dificultades. Son reales. Pero tampoco quiero que la gente subestime las oportunidades del momento para una organización a escala masiva como la que vimos en el momento de Black Lives Matter (BLM), de la revuelta tras la muerte de George Floyd. Por supuesto, duró demasiado poco para que se desarrollaran nuevas organizaciones de masas a gran escala.

Es posible que la lucha en Palestina no se desvíe como lo hizo la revuelta de BLM, en parte porque en este último caso el Partido Demócrata cerró la espita: Barack Obama habló con LeBron James y animó a los jugadores de baloncesto a poner fin a la huelga de atletas. No querían más paros en los centros de trabajo por miedo a que perjudicaran la campaña presidencial de Biden. Consiguieron el fin de las huelgas a cambio de prometer que los estadios de baloncesto se utilizarían como lugares de registro de votantes.

Ahora los Demócratas no pueden hacer esto con la cuestión palestina. No pueden enviar a Obama ni a Biden ni a ningún representante suyo para tratar de parar el movimiento en este momento. Lo que está en juego durante un genocidio es demasiado grave. Uno de los debates estratégicos que vamos a necesitar en los próximos meses en la izquierda de Estados Unidos es cómo podemos empezar a crear marcos más amplios para la solidaridad con Palestina y la movilización. Las oportunidades están ahí.

Tempest: El peligro de descrédito del Partido Demócrata coincide en el tiempo con el resurgimiento de la extrema derecha a escala nacional e internacional. El descrédito y el descenso del apoyo a Biden comenzó en realidad antes del 7 de octubre y del apoyo descarado de los Demócratas al genocidio. Sin embargo, la extrema derecha ha logrado de alguna manera presentarse como un poder contrahegemónico para responder a los problemas del establishment, “la ciénaga”. No se trata solo de Trump, sino que también está Javier Milei en Argentina. La extrema derecha se presenta de esta manera en todas partes, y la izquierda, en muchos sentidos, no.

David McNally: Tienes toda la razón al subrayar esto. La iniciativa política, sobre todo en el terreno electoral, ha correspondido a la derecha y, en algunos casos, de forma aterradora, a la extrema derecha. Para cualquiera de nosotros, en la izquierda socialista, subestimar esto sería desastroso. Porque lo que están tratando de hacer, y en algunos casos están teniendo un grado razonable de éxito, es desplazar la ira de la clase trabajadora de la clase empresarial hacia las capas socialmente oprimidas de la clase trabajadora.

Esta es una dinámica con la que estamos familiarizados. Podemos remontarnos a grandes escritos de la década de 1970 como Policing the Crisis, de Stuart Hall y una serie de coautores, que esencialmente nos decía: “Escuchad, están disfrazando la crisis económica del capitalismo como una crisis de seguridad personal y policial. Están apuntando a la gente de color como la causa de la crisis social. Y si no respondemos a eso, tendremos problemas.”

Parte del problema era que las antiguas formas de solidaridad de clase se estaban erosionando. En algunos casos, estaban siendo aplastadas institucionalmente. Y siempre hemos de recordar que el neoliberalismo depende de la capacidad del capitalismo para infligir una serie de derrotas a las organizaciones de la clase trabajadora. Margaret Thatcher, en Gran Bretaña, sabía que el Sindicato Nacional de Trabajadores Mineros tenía que ser derrotado en interés del neoliberalismo. Si se quería quebrar una política de solidaridad de la clase obrera, había que aplastar a los mineros. En Bolivia, los neoliberales sabían que se trataba de los mineros del estaño, quizá el sindicato más combativo de Sudamérica. En 1985, miles de ellos que participaban en una marcha fueron recibidos por el ejército y apaleados.

A escala menos dramática, pero igualmente significativa desde el punto de vista social, fue la ruptura de la huelga de controladores aéreos por Ronald Reagan en Estados Unidos. Una vez que las organizaciones y los sindicatos que proporcionan la base institucional de la solidaridad de la clase trabajadora son destruidos o agotados masivamente, la gente tenderá a recurrir a estrategias individuales de supervivencia, a menos que otra forma de organización de la izquierda logre llenar el vacío. Y eso induce a la competencia y la rivalidad, en lugar de la cooperación y la solidaridad.

La extrema derecha sigue sacando provecho de este hecho. Su mensaje es: si quieres una estrategia de supervivencia individual, entonces vamos a elevarte por encima de esos tipos inferiores que han estado recibiendo limosnas de las élites liberales en forma de discriminación positiva, diversidad, equidad e inclusión, programas de bienestar social, benevolencia con el crimen, etcétera. Este problema va a persistir hasta que la reconstrucción de las organizaciones de la clase trabajadora a una escala significativa arrastre a un gran número de personas de vuelta a proyectos colectivos y formas organizativas colectivas.

La lucha solidaria con Palestina puede influir en los centros de trabajo, como ya he dicho. Los grandes movimientos sociales pueden desempeñar un papel extremadamente importante. Aunque no tengan la resistencia basada en el lugar de trabajo que tienen los sindicatos, crean nuevas solidaridades colectivas. Se convierten en el caldo de cultivo de nuevas identidades políticas. La idea de que la acción de masas puede obtener resultados alimenta otras formas de organización, como la organización comunitaria y en el lugar de trabajo.

Como socialistas, tenemos que intentar trabajar con todos esos pequeños brotes verdes que han surgido en términos de organización sindical y en el lugar de trabajo. Es increíblemente importante cultivarlos, pero también hemos de ser muy conscientes de las posibilidades de movilizaciones sociales a mayor escala, porque estas atraerán a los trabajadores y trabajadoras jóvenes y a las de color en particular.

Si logramos construir ahora un movimiento de solidaridad con Palestina y contra la guerra en Gaza que tenga realmente una base de masas, seguro que calará. Esto no significa que la derecha vaya a desaparecer electoralmente, pero una de las claves que hemos percibido en el plano estratégico es que la arena electoral es menos propicia para la izquierda que para la derecha.

La arena electoral favorece a la derecha porque esta no trata de trata de quebrar las instituciones del poder capitalista. A nosotras y nosotros no nos favorece tanto porque la mayoría de la izquierda se ve forzada a acomodarse cuando logra penetrar en la maquinaria del Estado, incluidas sus estructuras electas.

Claro que se pueden crear grandes contrapesos si contamos con movimientos sociales masivos, y por eso no digo que no haya que retar nunca al poder en la arena electoral. Una de las cosas que hemos visto es que a menos que las y los representantes de la izquierda militen en movimientos sociales, que ejercen una fuerza centrífuga sobre el electoralismo, se acomodan, y eso es terrible para la izquierda.

En estos momentos es preciso enfrentarse a los avances electorales de la derecha de todas las maneras posible, pero si queremos detener el ataque contra los derechos reproductivos en EE UU, por ejemplo, no deberíamos centrarnos en asegurar que salgan elegidas las candidaturas Demócratas, sino reconstruir un movimiento masivo por el derecho a decidir en el terreno reproductivo. Esto es lo que hemos visto en otras partes, y esto es lo que pasará en EE UU, como ya ocurrió en la década de 1970, cuando cantamos victoria en este terreno.

Los movimientos sociales de masas crean un tipo diferente de política. Enseñan a la gente que la política no tiene por qué someterse a los Clinton de este mundo. Nunca nos ganaremos la confianza de la gente trabajadora si es esto lo que le ofrecemos como alternativa: que una caterva de elites tecnocráticas como Biden y compañía, que durante toda su vida han sido políticos corruptos dentro del aparato del Partido Demócrata, representan tu futuro. Así no vamos a ninguna parte y acabaremos perdiendo políticamente. Nuestro problema real es crear un contrapeso de masas y una vida política que prefigure un tipo de política diferente, un tipo de organización diferente y un tipo de lucha diferente.

Esto generará inevitablemente nuevas ofertas electorales. Por ejemplo, pensemos en el Partido Demócrata por la Libertad de Misisipi o el Partido por la Paz y la Libertad asociado con el Partido Panteras Negras en California. Habrá ofertas electorales, pero ahora la gran prioridad absoluta es crear una fuerza de izquierda en la política que contrarreste a la derecha. Para esto necesitamos movimientos de masas de izquierdas. La clave está en volver a la movilización en la calle, el barrio y el centro de trabajo. Ahora se ha abierto una oportunidad en torno a la reivindicación de justicia para Palestina. Espero que no la desperdiciemos.