¿Quién gobernaría, Funes o el FMLN?

¿Quién gobernaría, Funes o el FMLN?

Joaquín Villalobos*
Martes, 30 de Diciembre de 2008
Oxford, Inglaterra.

En política hay dos tipos de mentiras, la más común es el incumplimiento de promesas, pero la más peligrosa es cuando un partido que se presenta como demócrata se vuelve dictatorial al llegar al gobierno. Esto ocurrió recientemente en Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador, donde los partidos ganadores ofrecieron preservar la unidad, mantener relaciones armónicas con EE.UU., respetar la Constitución, la propiedad privada y la libertad de expresión; pero al llegar al gobierno dividieron a sus países, modificaron las constituciones, se declararon enemigos de EE.UU., han cerrado medios de comunicación, persiguen opositores, expropian empresas e irrespetan libertades.
El FMLN es hermano político de quienes gobiernan estos países y tiene dos programas, uno, casi igual al de ARENA, que presenta en las elecciones junto a quienes define en sus documentos oficiales como “aliados temporales”, y otro que llama la “Revolución Democrática hacia el Socialismo”.
La política no es sólo un asunto de intenciones, sino de realidades que resultan de la fuerza social organizada que se tiene, de la historia, de la experiencia, de la ideología que mueve a individuos o grupos y del contexto nacional e internacional que se vive. Daniel Ortega ganó las elecciones nicaragüenses con la consigna “el amor es más fuerte que el odio”, sin embargo realizó un fraude electoral y pretende quedarse en el poder basado en cinco realidades: el FSLN tiene el monopolio de la violencia callejera mientras el resto de los nicaragüenses no quieren violencia; el ejército no le dará un golpe de Estado; EE.UU. no organizará otra guerra contra los sandinistas; la comunidad internacional no quiere matar de hambre a Nicaragua y Ortega piensa que puede apoyarse en Venezuela o Rusia para sobrevivir.
El FMLN bajo el control del Partido Comunista
En países como los nuestros el valor de la ley es relativo. El FMLN podría comenzar como gobierno moderado y luego destaparse como un gobierno autoritario. El FMLN es el único partido que tiene grupos dispuestos a usar la violencia. Muchos de quienes votaron por Chávez, Correa, Evo Morales y Ortega nunca pensaron que perderían libertades. ¿No podría acaso ocurrirles lo mismo a quienes voten por Funes? El presidente de Ecuador era más moderado, con mayor experiencia y formación académica que Funes, y ahora parece un agitador callejero y no un jefe de Estado.
El FMLN está bajo control del Partido Comunista, una estructura ideológica cerrada con características de secta religiosa, que utiliza métodos pacientes de penetración, reclutamiento y adoctrinamiento. Han dominado la Universidad Nacional por más de medio siglo. Se apoderaron en los años 60 del Partido Acción Renovadora (PAR) y en los 70 del Partido Unión Democrática Nacionalista (UDN). En los 80 infiltraron una iglesia evangélica europea y ahora la dominan con “pastores comunistas”. Eran la organización de izquierda más pequeña y combatieron muy poco en la guerra, sin embargo, firmada la paz, lograron tomarse completamente el Frente.
Esta historia se ha repetido con diputaciones, alcaldías, cargos del Tribunal Supremo Electoral, Poder Judicial, organismos no gubernamentales, sindicatos y gremios profesionales. Funes no podría dominar a los comunistas que viven su momento de mayor fuerza en sus 80 años de historia.
Funes no tendrá control del gobierno
Funes pondrá los votantes, pero éstos no son una fuerza organizada. El candidato no tendría diputados, todos son comunistas y para influir sobre el Poder Judicial se necesitan diputados. Tampoco tiene Funes alcaldes ni bases o dirigentes en el partido; sin embargo, no podría dejar al Frente fuera del gabinete. Los ministros y funcionarios del Frente obedecerían a su partido y no a Funes. Es decir que el FMLN tendría el control de la fracción legislativa, parte del Poder Judicial, alcaldías importantes, y una porción del gabinete.
Podrían presionar al presidente desde fuera y desde adentro y terminarían así gobernando al país. No importa lo que ahora diga el candidato, el FMLN sabe que Funes no tendría más alternativa que obedecerles. Lo peor es que terminemos como Nicaragua y lo menos peor es que tengamos un presidente paralizado por peleas adentro del gobierno con el Frente y afuera de éste con ARENA, todo en el contexto de una severa crisis económica mundial y de graves amenazas a la seguridad. Funes puede ganar las elecciones, pero no hay que ilusionarse, no podría hacer un gobierno ni siquiera regular.
Si Funes ganara las elecciones el FMLN tomaría control de posiciones estratégicas como el Ministerio de Gobernación y las instituciones de trabajo social territorial para fortalecer su organización partidaria; de la Policía Nacional Civil para transformarla en un cuerpo ideológico; del Organismo de Inteligencia del Estado para convertirlo en una estructura de guerra política con el apoyo cubano; del Ministerio de Relaciones Exteriores para alinear al país con Chávez, y del Ministerio de Educación para adoctrinar a gran escala a maestros y jóvenes.
Bienestar de salvadoreños no depende de redentores
En el Ministerio de Hacienda, la Superintendencia del Sistema Financiero y la Corte de Cuentas tomarían puestos claves para obtener información. Ampliarían su poder sobre el Tribunal Supremo Electoral, comprando con petrodólares al tercer partido, y continuarían su labor de penetración y reclutamiento sobre el Poder Judicial. A la Fuerza Armada la infiltrarían y depurarían para controlarla. En síntesis, ampliarían su fuerza de lucha callejera y le garantizarían impunidad, todo esto lo combinarían con capacidad para neutralizar, chantajear y amenazar a empresarios, opositores, periodistas e incluso al propio Funes y sus amigos. Una vez teniendo ese poder podrían hacer lo que quieran con la economía, la política y la prensa. Lo anterior no es una especulación, es el modelo bolivariano de poder.
He recibido numerosas amenazas a muerte por criticar al FMLN, pese a que la principal conquista de quienes combatimos contra los gobiernos autoritarios fue que los salvadoreños pudieran pensar, hablar y criticar como quisieran sin sentirse amenazados en sus vidas y tranquilidad. Durante 14 años de paz estos derechos han estado vigentes. Una victoria del FMLN no es sólo riesgo de un mal gobierno, es una amenaza a derechos que costaron muchas vidas. La intolerancia y violencia del FMLN es obvia, Funes no conoce al Frente, ni puede controlarlo, y él mismo es intolerante cuando rechaza hablar con los periodistas que lo critican. Funes podría implicar un retorno al pasado de opositores perseguidos, exilados o muertos, tal como está ocurriendo en Venezuela o Nicaragua.
Este no es momento de tender puentes, ni de hacer halagos al FMLN para comprar seguridad, es momento de ejercer el derecho de crítica para hacer valer la tolerancia. El bienestar de los salvadoreños no depende de redentores, sino de la existencia de instituciones, derechos y libertades.
*Columnista de El Diario de Hoy.

A Springtime of Possibility (Speech to the November 15, 2008 National Committee)

A Springtime of Possibility (Speech to the November 15, 2008 National Committee)

Edwin Stanton, the tireless Secretary of War in President Abraham Lincoln’s cabinet said at the time of Lincoln’s death, “He belongs to the ages.” Much the same can be said about this election.

The election challenged long-held assumptions, broke voter turnout records, and shattered seemingly unbreakable barriers – none more historic than the election of an African-American president for the first time. And all this happened in the face of negative appeals to the worst angels of the American people. But to our credit, we repudiated the old politics of fear, division, racial code words, red-baiting, immigrant bashing, and nostalgic appeals to a country and time that never were.

If the election of Barack Obama was a monumental victory, election night itself was a magical moment. In Chicago and across the nation, tears of joy and exhilaration mingled with memories of how far we have come. As the President-elect greeted the hundreds of thousands of well wishers in Grant Park, it was hard not to think of the many struggles for freedom mapping our nation’s history.

For anyone who believes that democracy is nothing but smoke and mirrors in capitalist society, the election of Barack Obama should cause them to reconsider such paralyzing notions. Once again we learned that the struggle for freedom is a contested idea turning as it always has on whether one views freedom as inclusive or exclusive, as giving priority to human rights or property rights, and as accenting the common good or the individual good.

While the American people in all their diversity can and should take pride in Obama’s victory, African Americans have special claims. Obama is a son of the African American people and their role in his election was felt at every turn in the year long campaign. This isn’t the first time, nor will it be the last time, that African Americans and their leaders have dramatically inserted themselves at critical junctures in our nation’s history to expand democracy for all.

The breaking of the color line constitutes a landmark in the struggle for equality and against racism. To be sure, we haven’t entered a post-racial era, but the opportunities to further weaken racist ideology and to tear down the institutional barriers that sustain racial discrimination and exploitation have grown considerably. Hasn’t Obama’s election and Obama’s statements as President-elect demonstrated beyond a doubt that the struggle against racism in its ideological and institutional forms is as much in the interests of white workers as it is in the interest of the nationally and racially oppressed? As Marx wrote, “Labor in the white skin can never be free, as long as labor in the black skin is branded.”

To say that a sea change occurred on Nov. 4 is no exaggeration. On one side, the arguably worst president in our history leaves Washington disgraced. His party’s policies, ideology and cultural symbols are discredited. The GOP is in disarray and the blame game has begun. The red/blue state paradigm and the southern strategy, a strategy conceived exactly forty years ago to divide the nation along racial lines, are in shambles. And the entire capitalist class, not only its most reactionary section, is weakened.

On the other side of the changing sea, a sense of joy, catharsis and renewal is in the air. Expectations are high. A new era of progressive change is waiting to become a reality. If the past eight years of the Bush administration seemed like a winter of discontent, Obama’s ascendancy to the presidency feels like a springtime of possibility.

Man, moment and movement
The outcome of this election was due to the convergence of several factors. First of all, the political environment was toxic for the Republicans. Could it have been any worse? The spontaneous mass upsurge, beginning in the primaries in January and continuing to Election Day, was another factor. Then there was the diverse coalition of people and people’s organizations that mobilized millions to vote for Obama. Another factor was the Obama campaign, notable for its sound strategy, near-perfect execution, and employment of new techniques of communication, networking and fundraising. Still another reason for the outcome was the wisdom of the American people, especially the readiness of so many to throw off ignoble and self-defeating racist ideas. To suggest, as some have, that many white people momentarily set aside their prejudice to vote for Obama is an incomplete reading of the election results. Some did; but what stands out and what we have to take careful note of is that millions of white working people of all ages and nationalities responded to and voted for Obama enthusiastically. Finally, the candidate himself was brilliant campaigner. When all of these factors are combined, they turned this election into a rout of right-wing extremism, a reaffirmation of the decency of our country and people, a leap forward on freedom road, and a people’s mandate for change.

No one, of course, expects that the securing of a better future will be easy. There is, after all, eight years of extreme right-wing misrule to clean up. The economic crisis is widening and deepening. Right-wing extremism, while badly weakened, still retains enough influence in Congress and elsewhere to block progressive measures. And class realities are still embedded in our society.

Nevertheless, in electing Barack Obama and larger Democratic Party majorities in Congress, the American people have taken the first and absolutely necessary step in the direction of building a more just society. We are not on the threshold of socialism for sure, but it is easy to see the further congealing of a growing majority that will realign politics, not incrementally and momentarily, but decisively and enduringly in the direction of economic justice, equality and peace.

While we should look at the outcome of the elections objectively, I would argue that the biggest danger is to underestimate the political significance of what has happened. I am suspicious of advice that suggests that we temper our understandable joy and enthusiasm as if nothing of great importance has happened.

New lay of the land
The country is in a period of transition. A new potentially transformative president is entering the White House, along with increased Democratic majorities in Congress. Class consciousness is deeper and reaches into every section of the working class. A spirit of broad unity is palpable. The ideological environment is infused with progressive, egalitarian, and anti-militarist ideas. Labor and its allies are retrofitting their priorities, message and initiatives to the new political landscape. And millions are ready to energetically back the legislative agenda of the Obama administration. Meanwhile, the Republicans are on the defensive, its grassroots constituency dispirited. And the capitalist class as a whole is adapting to the new terrain of struggle and the collapse of financial markets.

This favorable correlation of class and social forces couldn’t happen at a better time. The challenges facing the new administration are immense. Some are short term; others longer term; some are national in scope; others global. And all are begging for solution. But before turning to them, I want to speak about the economic crisis that impresses its mark on everything.

Current economic crisis
If there were such a thing as an economic tsunami, I would say we are close to experiencing it. The housing crisis continues and shows no sign of ending; credit and money markets are still tight; the stock market gyrates while trending downward; unemployment climbs upward (sharply so in the communities of the nationally and racially oppressed) and will only get worse; wages are down and poverty is up; the level of indebtedness is astronomical and difficult to reduce in the near term. Consumer spending, the engine of economic growth in the 1990s, is tanking. State and local governments are cutting back sharply on services and jobs; deflation, which simply means falling prices over significant sectors of the economy, is a creeping and perilous danger; and financial markets have yet to stabilize as evidenced by the troubles of CitiGroup. In short, not since the Great Depression has the economy deteriorated so rapidly and broadly, leading many economists to predict that the downturn will be L-shaped, that is, deep and prolonged.

What is more, the world economy is contracting. At one time the main unit of economic analysis was the national economy, but recent events and trends point to the fallacy of this notion. Looking at the economy and its prospects through strictly a national prism is conceptually mistaken and thus bound to lead to imperfect analysis and ineffective policy prescriptions.

Financialization – two-edged sword
While the present turbulence was triggered by the collapse of financial markets, it is located first in the outgrowth of longer-term processes of capitalism that go back to the mid-1970s and the systemic imperatives of profit maximization and wage exploitation that are at its core.

Thirty years ago U.S. capitalism was beset by seemingly intractable and contradictory problems – high inflation and unemployment, declining confidence in the dollar as an international currency, new competitive rivals in Europe and Asia, a slowing of economic growth, and, above all, a falling profit rate. And all of these problems occurred in the context of and were shaped by overproduction in world commodity markets.

Faced with this unraveling of the economy, a weakening of U.S. imperialism and a profitability crisis, then-chairman of the Federal Reserve Paul Volcker stepped into the breech and pushed up interest rates to record levels. This spike in interest rates sent unemployment rates to the highest level since the Great Depression, forced the closing of scores of manufacturing plants and a great number of family farms, brought incredible hardship to the working class, and especially African-American, Latino and other racially oppressed workers, and negatively impacted the global economy, particularly the developing countries in Asia, Africa and Latin America.

It also created, as we know too well, the conditions for a many-sided attack on labor and its allies, the likes of which hadn’t been seen since the pre-Depression era.

At the same time (and of prime importance to Volker), it wrung inflation out of the economy, restored confidence in the dollar (investors are averse to holding dollars when inflationary pressures are eroding their value), attracted and redirected domestic and foreign capital abruptly and massively from the “real” economy into financial channels where returns were higher. Volcker, as an experienced banker, knew that the problem wasn’t too little money capital, but rather too much and too few opportunities to invest and absorb that capital profitably in the “real” economy.

Once in financial channels, money capital stayed there, but not idly. Financial agents of capital (banks, investment houses, hedge funds, private equity firms and so on) intent on expanding their profits in a very competitive and permissive regulatory environment raced at breakneck speed into a massive buying and selling and borrowing and spending spree for the next three decades — all of which led to an explosion of the financial sector in terms of employment, transactions, risky products, players and profits.

In other words, financialization, which economist Gerald Epstein defines as a process in which “financial motives, financial markets, financial actors and financial institutions come to play an increasing role in the operation of domestic and international economies” proceeded at a feverish pace and with a broad sweep. (In Financialization and the World Economy, Introduction, 2005)

Capital that produces little, destroys much
If the cause of financialization lies in the stagnation tendencies in the material goods sector of the U.S. economy and the weakening of the role of U.S. imperialism internationally, its lubricant is the production and reproduction, seemingly without end, of staggering amounts of debt — corporate, consumer and government. Debt is as old as capitalism. But what is different in this period of financialization is that the production of debt and accompanying speculative excesses and bubbles were not simply passing moments at the end of a cyclical upswing, but essential to ginning up and sustaining investment and especially consumer demand in every phase of the cycle. Indeed, financialization grew to the point where it became the main determinant shaping the contours, structure, interrelations, evolution and dynamism of the national and world economy.

Without speculative bubbles, generated by the federal government and Federal Reserve over the past 15 years in internet technology, then in the stock market, and most recently, in housing – the performance of the U.S. and world economy would have been far worse. But, as we are painfully learning, financialization is a two-edged sword. While it stimulated the domestic and global economy and reflated the power of U.S. imperialism, it also left our nation with an astronomical pileup of debt; introduced enormous instability into the arteries of the U.S. and world economy; drained capital from private and public investment; contributed to jobless recoveries and heightened exploitation in the material goods sector of the economy; successfully engineered the biggest redistribution of wealth in our nation’s history to the upper crust of U.S. finance capital; made the U.S. economy dependent on the willingness of foreign investors to absorb massive amounts of debt in the form of short term government securities; and, finally, greased the wheels for a hard economic landing and a much deeper crisis on the down side of the economic cycle.

In other words, the growth of the financial sector was a parasitic and temporary fix for a sluggish economy and a declining imperial power, but as events have shown, it could not forever mask and compensate for slow growth, deindustrialization, stagnant wages, jobless recoveries, heightened exploitation, and a declining role internationally. A Wal-Mart economy of low wages, meager benefits and mounting debt, even when combined with massive military spending, is unsustainable and eventually erupts into crisis.

Of course, it took more than shock therapy in the form of high interest rates and then financialization to effect changes of this magnitude and usher in a new era of relentless attacks on the working class, the racially oppressed, women and other social groups. If Volcker struck the first blow, it was the Reagan administration, entering the White House less than a year later, and then successive administrations that were the main political agents of this upheaval in ideology, politics and economics.

Reaganites – main agents of neoliberalism
At the ideological level, the Reaganites said that government is best that governs least, that markets are self-correcting and efficient, that wealth is distributed according to work performed, that income inequality is a good thing, that deregulation and privatization are the best cures for what ails the private and public sectors, and that tax cuts for the rich and wealthy trickle down to working people, thereby lifting all boats.

But the Reaganites didn’t stop here. At the political-economic level, they dismantled the model of economic governance at the state and corporate level, a model that had its origins in the New Deal and was sustained and expanded by successive administrations in the next three decades. It rested on a measure of class compromise, societal obligations, union rights, formal equality and expansive macroeconomic policies that favored broadly shared prosperity.

In its place, the Reaganites built another model of governance popularly called neoliberalism. Not only did this model facilitate a reassertion and consolidation of power by finance capital at the expense of other groupings of capital, but it also used its control of the state apparatus to encourage deindustrialization and off shoring of production, union busting, deregulation, low-wage labor, low inflation, trade liberalization, the shrinkage and privatization of the public sector, draconian control (to the degree possible) over cross-border movements of labor, the re-embedding of racist and sexist practices into the country’s political economy, massive wealth redistribution to the wealthiest families and corporations, a stronger dollar, and the restructuring of the state’s role and functions.

This new model, combined with an increased readiness to use military power, was created for the purpose of strengthening the position of U.S. imperialism at home and abroad, radically changing the conditions of exploitation to the advantage of the transnational corporate class, and resubjugating the developing countries. But, as is said, the best laid plans of mice and men and often come to naught, at least in the long run.

Offspring of capitalism
The rise and fall of neoliberalism is organically connected to the underlying dynamics of capitalism. While each required hit men in the corridors of government and the suites of corporations and a set of institutions (the Federal Reserve Bank and the International Monetary Fund, for example) to grease the skids, it also is the indisputable offspring of capitalism’s internal laws and tendencies.

Although an anti-capitalist strategy would be premature at the present conjuncture, the faith of millions of people in capitalism has been shaken. People might defend capitalism if challenged, but not with the same vigor and not without a sympathetic ear to measures that would curb the power and profits of transnational corporations. Did we hear any hue and cry coming from industrial centers when the federal government partially nationalized some banks? And, I’m sure, if the government insisted on ownership and control as a condition for assisting the auto companies, few working people would complain. Most would say, “They messed up. Why give something and get nothing in return?” In short, the events of recent months and weeks constitute a profound defeat of capitalism ideologically, politically, and economically.

From another angle (and I am not going to develop this point), the implosion of Wall Street has delivered a debilitating body blow to the hopes of U.S. imperialism for unrivaled dominance in the 21st century. When combined with the Iraq disaster, the worldwide anger over structural adjustment policies and unequal trade, the inattention to global warming and world poverty, and the emergence of new global powers in nearly every region of the world – China in the first place – it signals a terminal crisis of U.S. imperialism’s dominance of the world system of states. Or to say it differently, a unipolar world is giving way to a multipolar world, which, I would add, presents both opportunities and dangers to the new administration and humanity.

In fact, an urgent question for the American people is the following: Will U.S. imperialism adapt peacefully to new world realities or will it employ massive force to maintain its standing in the world? Bush tried force, but failed, and will leave the White House in January completely discredited. There is good reason to believe that the new administration will choose a different option. How far it will go is another question that can’t be answered yet. Suffice it to say that the redefinition of the U.S. role in the world community and demilitarization (including denuclearization) are among the most compelling issues in the first part of the 21st century, ranking in importance to combating global warming. Unless attended to, both could endanger the survival of our species on Mother Earth.

A new New Deal
Given the current situation, it is apparent that the Obama administration enters the White House with huge challenges. At the same time, no president in recent memory brings to the job so much popular good will, a Congress dominated by Democrats, an election mandate for progressive change, and an energized movement that supports him.

From what he has said, Obama wants to be a people’s reformer. In time he hopes to make substantive changes in health care, housing, education, retirement security, energy, environment, urban affairs, race and gender relations, foreign relations, and popular participation in public affairs. If the last thirty years was an era of people’s retrenchment, Obama sees the years ahead as an era of substantial people’s reforms. In his view, the boundaries of politics, democracy, and reform in a capitalist social formation are elastic and thus can be expanded considerably.

The Obama administration’s immediate challenge will be to revive the economy. And the overarching question that it will have to answer is: Where will economic dynamism come from in near term? We know it won’t come from strapped U.S. consumers whose spending sustained the domestic and global economy over the past decade. We know it won’t come from corporate investment in plant and equipment; instead of expanding investment, corporations are contracting it in the face of overproduction in world commodity markets. We know it won’t come from the Federal Reserve; the federal fund rate, a rate the governs the Fed’s lending to banks, which is at a record low and might go a little lower, but rate cuts so far seem to have little effect on bank lending and the broader economy. We know it won’t come form foreign buyers of our exports; they are tightening their belts too. We know it won’t come from the European economies since they are slumping. We know it won’t come from the developing economies whose economic prospects are very gloomy. Finally, we know it won’t come from speculative excesses and bubbles; that method of stimulating and sustaining aggregate demand has run its course, at least for now.

So to return to the question above: Where will economic dynamism come from in the near term? The answer is massive fiscal expansion, that is, by large injections of money from the federal government into the economy. China is leading the way with its half trillion-dollar stimulus plan. Hopefully, China’s example will spread to other major economic powers. Given the nature of this crisis and the integration of the world economy, every one of them has to pony up billions and billions of dollars to reflate aggregate demand for goods and services at the national and global level.

The Bush administration doesn’t understand this, but the Obama administration does and with Congressional support it will take quick action. We can expect, and should fully support, an administration stimulus package that includes, among other things, extension of unemployment compensation, assistance to distressed homeowners, aid to states and municipalities, food stamp extension, infrastructure construction, and so forth. The only unresolved question is how large a stimulus package. In our view, it should be the range of a trillion dollars or more.

This, along with assistance (with real strings) to the auto companies and the stabilization and regulation of financial and housing markets, are considered the cornerstones of the administration’s recovery plan. Whether this is enough is unknowable at this point. By January or soon thereafter, more radical measures may be necessary.

I would add, however, that even if these policies are pursued, there is no guarantee that a full-blooded and sustained upswing of the economy will follow. According to conventional wisdom and mainstream economists, high growth rates, near full employment, and healthy profit rates are the normal condition of a capitalist economy. Departures from this norm, it is said, are only passing moments during which capitalism removes barriers to future growth and in so doing creates the conditions for a new expansion that surpasses old peaks in production, employment and profits.

Perhaps that was the case at an earlier stage of capitalism’s development, but there is considerable evidence to question this scenario going forward. Indeed, one has to wonder what the long-run prospects of U.S. and world capitalism are. Was the “golden age” of U.S. capitalism from 1945-1973, during which economic growth rates, investment levels and living standards steadily increased, the rule or the exception to the rule? Will the last thirty years of sluggish and lopsided growth continue, but at a significantly lower level? Is U.S. capitalism, embedded in an overcrowded and hyper-competitive world economy and restrained by an internal grouping of class and social forces (energy, military, health care, pharmaceutical, financial and other industries) resistant to structural economic change, capable of going over to a new and robust growth path, resting on green industry, jobs and technology, on demilitarization, and on rising living standards for working people?

Given the uncertainty of the long-term trajectory of capitalism and the likelihood that the present remedies under consideration will bring only short-term relief, structural reforms of a far-reaching nature and from the bottom up will be necessary if U.S. economy is to have any chance of resuming a developmental growth path that is robust and favors the interests of the working class (broadly defined) and its allies – not to mention the planet. Thus, the Obama administration and the multilayered and multiclass coalition that supports him will almost inevitably have to confront these questions:

Will the reform and restructuring process only touch the edges of corporate profits and prerogatives or will it make substantial inroads? Will government intervention include ownership of an anti-monopoly character or only temporary measures to stabilize turbulent markets? Will the counter-crisis spending measures be short term and modest or long term and of sufficient size to sustain a recovery – something that the New Deal never accomplished? How far will the reregulation of financial markets go? Will union rights be marginally improved or greatly strengthened? Will trade agreements be renegotiated so that international working class interests are at their core? Will bold measures be proposed to achieve equality in conditions of life for racially and nationally oppressed people and women? Will public takeover of finance and energy be on the table for discussion? Will the reform of housing, education and healthcare be radical in nature? What about the direction of foreign policy and militarism? Will the occupation of Iraq be terminated and the Afghanistan conflict resolved in a political and peaceful fashion? Will capital be rerouted from unproductive consumption (military, parasitic finance and so forth) to productive investment in a green economy and public infrastructure? And will equitable economic arrangements between U.S. capitalism and the rest of the world be high on the administration’s agenda?

New model of economic governance needed
Or to approach the same question in another way: Will the political-economic reforms be modest, or will they boldly embrace a new model of political-economic governance at the state and corporate level – a new New Deal? By that I mean a reconfiguring of the role and functions of government and corporations so that they favor working people, the racially and nationally oppressed, women, youth, seniors, small business people and other social groupings.

Such a model would draw from the New Deal experience, but in the end it has to be shaped by today’s conditions and requirements for political and economic advance for the broadest sections of the American people as well as people across the globe. No country or people are an island anymore. We either swim together or sink together.

The new model of governance wouldn’t be socialist, but it would challenge corporate power, profits and prerogatives, insist on peace and equality, extend social and economic rights, democratize state and quasi-state structures like the Federal Reserve, give communities, workers, and small business people a say in corporate decision making, seriously consider public takeover of the energy and financial complexes, demilitarize and green our economy, and constructively respond to new problems and power realities on a global level.

Depression conditions prompted President Franklin Roosevelt and his advisers — albeit with a mighty assist from a powerful all-people’s coalition led by the industrial unions and the multiracial working class — to reconfigure the role and functions of the state to the advantage of the ordinary people. This reconfiguration wasn’t easy or done in a day. Indeed, it was a contested process over time that combined unity of the Roosevelt-led coalition at every turn, independent political action in the corridors of power and in the streets, and a good dose of improvisation and experimentation. The broad people’s movement would do well to study the New Deal experience, not in a mechanical way, but with an eye to gaining insights for today’s struggles and challenges.

Change in strategy
As I said earlier, we are in a transitional period in which the broad contours and class relationships of U.S. politics have changed to the point that we have to adjust our strategic policy. Our policy of singling out the extreme right and its reactionary corporate backers and building the broadest unity against them, discussed in these meetings and contained in our Party program, captured the class realities of the past 30 years. In this year’s election we applied that policy consistently and creatively. Admittedly, we adjusted this policy at the tactical level in January of this year after concluding that Obama had the potential to bring together and give voice to an all-people’s coalition and win the election by a landslide.

Looking back, it isn’t immodest to say that both our overall policy and our tactical adjustment were on the money. We shouldn’t claim bragging rights, but we can say that our strategic and tactical approach captured better than any other organization or movement on the left the political algebra of the election process, including the possibility of a landslide.

This isn’t to say that other left movements and organizations were of no consequence, because they were, but none of them had as much political coherence in their strategic and tactical policies as we did. Nor did they do the day-to-day grassroots work with the same consistency that we did.

That said, the new political landscape in the election’s wake compels us to make strategic as well as tactical changes. Our current strategic policy, I’m sure you will agree, no longer corresponds with the present situation. But, by the same token, I would also argue that our anti-monopoly strategy doesn’t quite fit perfectly either.

Now and for the foreseeable future, the country is in a political transition that interweaves elements of the past and the future. This argues against attempts to fit the political dynamics of this moment into a rigid and schematic strategic framework. Our strategic policy is a conceptual device (or guide to action) whose purpose is to give us a first approximation of what is happening on the ground among the main class and social forces, which of them has the upper hand, and what it will take to move the political process in a progressive direction. It doesn’t claim to capture reality in all of its complexity. And this is especially so in a transitional period such as this one. Therefore, the strategic notion of stages of struggle has to be employed judiciously and flexibly, or, as some like to say, dialectically.

New casting of political actors
So briefly, how do the various forces line up? Let’s begin with Obama. During the election we correctly resisted fitting Obama into a tightly sealed political category. We should continue that practice. I don’t think categorizing him as a bourgeois or centrist politician at this moment is very helpful, even if he begins by governing from the center.

Obama is an unusual political figure. He has deep democratic sensibilities, a sense of history and modesty, and an almost intuitive feel for the national mood. His political and intellectual depth matches his eloquence. In the wake of the election, he is the leader of a far-flung multiclass “change” coalition that constitutes a new political universe to which everyone has to relate. He embraces a reform agenda in a reform era whose political character will be decided in the years ahead. Many, including ourselves, have used the words “transformational” or “transforming” to describe his candidacy — that is, a candidacy capable of assembling a broad people’s majority to reconfigure the terms and terrain of politics in this country in a fundamental way. The same can be said about the potential of his presidency.

Obama isn’t finished with Obama. Like other great leaders, he is a work in progress who has demonstrated the capacity to grow as things change and new problems arise. He will undoubtedly feel competing pressures, but he will also leave his own political imprint on presidential decisions, much like Lincoln and Roosevelt did. It’s good that Obama has these qualities because he is inheriting mammoth problems. In consultation with the Democrats in Congress and the main organizations of the people’s coalition, he will set the agenda and determine the timing of legislative initiatives next year.

Then there are the Obama grassroots networks and committees. These web-generated forms of organization and action were formidable in the elections and will in all likelihood continue to be a forceful presence in the coming years. They contain an array of diverse people, including lots of young people, all of whom are very loyal to Obama and will throw their weight behind his program. In some places we are part of “Yes We Can” networks and should remain so; where we aren’t, we (along with others) should make connections with them.

The Democratic Party
The Democratic Party, for sure, isn’t an anti-capitalist people’s party. Yet it contains a variety of currents. In the recent elections the center and progressive currents gained in size and influence. While its character isn’t left in its outlook in the wake of Obama’s landslide victory, liberal and progressive congress people have the wind at their back. Right-wing Democrats, meanwhile, are running into headwinds. This is not 1992 all over again.

While some sections of the ruling class will oppose Obama at every turn, other sectors will accommodate and support many of his legislative initiatives. Some of its members will be part of his administration. U.S. capitalism is in such a serious crisis on a domestic and global level that sober-minded sections of ruling class see the necessity of reforming and restructuring capitalism, but in their view within very prescribed limits. Even the most forward thinking of them will attempt to slow down and narrow the scope of the reform and restructuring process.

Finally, there are the broad people’s forces, (working class, racially and nationally oppressed people, women and youth). Their politics move along anti-corporate, egalitarian and anti-militarist lines. They express themselves through a range of organizational forms. Unity among them is on a higher level. In this election these forces walked with seven league boots, kicked butt and took no prisoners. Nothing seemed to knock them off stride.

In the period ahead, these forces will exercise an enormous, at moments decisive, influence on the political process. Labor will continue to play a special organizing and political role.

At the same time, labor and its allies, while vigorously advancing their own agenda, must adjust to the new scope of the post-election change coalition led by Obama that had emerged. Never before has a coalition with such breadth walked on the political stage of our country. It is far larger than the coalition that entered the election process a year ago; it is larger still than the coalition that came out of the Democratic Party convention in August.

Moreover, its growth potential is enormous. Significant numbers of white workers and small businesspeople, for example, didn’t cast their vote for Obama, but can be won to progressive and anti-racist positions going forward.

As you can see, this change coalition contains various political forces with disparate class loyalties and political orientations. But this should not surprise because there are no pure struggles at any stage of struggle. Indeed, in such a broad, multiclass coalition, relations will be contested as well as cooperative. Each component will promote its views and attempt to leave its own imprint on the overall struggle. And this is all the more so as the economic crisis deepens.

As for us, we can provide leadership only to the degree that we are in the trenches of the wider labor-led people’s movement, building this people’s upsurge in all directions. Only if we are making practical, on-the-ground contributions to the immediate struggles, and especially in the economic arena, can we help give political coherence to this broad coalition.

Yes, we should bring issues and more advanced positions into the process that go beyond the initiatives of the Obama administration and the broad multiclass, many-layered coalition that supports it. But we should do this within the framework of the main task of supporting Obama’s program of action and building breadth, depth and participation of the core forces. We have to master the art of combining partial demands with more advanced ones. The former (partial demands) are the immediate grounds for building broad unity in action.

Of course, change won’t be easy. The pressures to weaken, even mothball, progressive, anti-corporate measures will come from many quarters – from within the administration, from members of Congress, from the ruling class – which has its hands in every branch of government and controls the major media.

Nevertheless, we shouldn’t assume that the Obama administration will inevitably track right. It isn’t dialectical because it fails to take into account the election mandate, the new leverage of labor and its allies and, perhaps most important, the broader developments in the economy. Nor should we go bananas when he appoints somebody whose politics we don’t like. We should not expect that this administration will be free of representatives of Wall Street or old line Democrats or even some Republicans. Their presence doesn’t necessarily define the political inclinations of the Obama administration, nor does it tell us exactly what its political priorities will be. Let’s give Obama some space; millions of others will, including, I suspect, the main leaders of the labor and people’s movement. Marxism is a guide to action, not a dogma.

We also shouldn’t have any truck with people on the left who argue that the main protagonists in the coming period are the Obama administration and Democrats on one side and the people on the other. Finally, we should take a dim view of some on the left who will wait for the new administration to stumble and then immediately call for a break and attempt to turn broader forces into a hostile opposition. In fact, probably the biggest challenge for the core forces of this multiclass coalition is to resist attempts by reaction and some left forces to pit the Obama administration and Congress against the main sections of the people’s movement on one or another issue. Where there are (and will be) differences over appointments, legislation or other actions between the administration and the broad democratic forces, these differences have to handled in such a way as not to break the overall unity.

The left can and should advance its own views and disagree with the Obama administration without being disagreeable. Its tone should be respectful. We are speaking to a friend. When the administration and Congress take positive initiatives, they should be wholeheartedly welcomed. Nor should anyone think that everything will be done in 100 days. After all, main elements of the New Deal were codified into law in 1935, 1936 and 1937.

Although we are not in the socialist stage of the revolutionary process, we are, nevertheless on the road, and the only road, to socialism – to a society that is egalitarian in the rough sense, eliminates exploitation of working people, brings an end to all forms of oppression, and is notable for the many-layered participation of working people and their allies in the management of the economy and state.

The room for socialist ideas is in the public square has grown enormously. Such ideas can be easily discussed with many people and people’s leaders. Furthermore, the force of economic events will compel millions more to consider socialist ideas that in the past were dismissed out of hand. But our vision of socialism will resonate to the degree that it addresses contemporary sensibilities and challenges. It can’t be a redux of 20th century socialism.

Communists’ role
Our role, as I have tried to say, is to be part of the struggles going forward – beginning with attending the inauguration and encouraging others to do the same. It’s going to be a grand event and a public expression of support for Obama and a mass expression for change.

Given the overall situation in the economy, we have to refocus on economic struggles. While they will take many forms, the issue of jobs will climb to the top as layoffs mount. Undoubtedly, this crisis will strike with destructive force the Black, Latin, Asian and Native American Indian communities. Unemployment currently is in the double-digit range. Special compensatory measures will have to be combined with overall economic demands.

Let’s reengage with others (labor, the nationally and racially oppressed, women, and youth) in this struggle. As to precisely what we do, we have to do some brainstorming as well as consult with people and organizations that we worked with in the election campaign.

A couple of ideas come to mind. We should consider initiating meetings to discuss the economic crisis and how to respond to it at the local, state and national level. Such meetings could be very broad in their participation and sponsorship. We should also mobilize support for Obama’s stimulus package, for aid to the auto corporations — albeit with strings — and for immediate relief for homeowners. You probably have a thousand other ideas and we should discuss them.

In addition to joining economic struggles and projecting programmatic demands, we should also produce talking point sheets and analytical articles that explain the roots of the crisis and the political forces that that have to be assembled and unified to win both immediate and more far-reaching reforms.

In these and the other struggles, we have to become better at building the Party, press and YCL. I don’t want to say the opportunities to build the Party and press are limitless, but they have grown immensely.

Let me finish by saying that it sure feels good to be on the winning side. I’m sure everyone feels the same way. At the same time, because of this historic victory, we – and the broader movement that we are a part of – have our work cut out for us in the coming years. It’s a big challenge, but we have met other challenges. So let’s go out there and do it with a sense of confidence that the best days for our country lay ahead of us. Yes we can! Si Se Puede! Thank you.

LA REVOLUCIÓN SIGUE SIENDO LA CUESTIÓN PRINCIPAL

LA REVOLUCIÓN SIGUE SIENDO
LA CUESTIÓN PRINCIPAL

Declaración del Comité Central del PCPE
conmemorativa del 90 aniversario de la Revolución Rusa

Hace 90 años el triunfo de la Gran Revolución Socialista de
Octubre en Rusia conmovía los cimientos del capitalismo. Por
primera vez, a excepción del breve ensayo de la Comuna de París, en 1871, la clase obrera tomaba el poder político y creaba un nuevo orden social.

Bajo la dirección de Lenin y los bolcheviques, la Revolución de Octubre
hizo discurrir por una misma senda revolucionaria la lucha de la clase
obrera por el socialismo, el movimiento del pueblo ruso por la paz, la
lucha del campesinado por la tierra y la lucha de liberación nacional de los
pueblos sojuzgados de Rusia, orientando todas esas fuerzas hacia el derrocamiento del capitalismo.

Por vez primera en la historia se instauró la dictadura del proletariado
y se creó un nuevo tipo de estado, el Estado Socialista. Los soviets
fueron la forma de esa dictadura del proletariado, que transfirió el poder
a los obreros, soldados y campesinos, dando comienzo a una democracia
hasta ese momento desconocida y radicalmente distinta de la burguesa: una democracia para la mayoría del pueblo, hasta entonces explotada, que
comenzó a participar conscientemente en la administración del Estado,
dando forma a la democracia socialista.

El triunfo revolucionario suprimió la propiedad privada sobre los
medios fundamentales de producción, quebró la base económica que sustentaba el régimen capitalista y barrió los restos del feudalismo. La tierra, las fábricas, los ferrocarriles, etc. se convirtieron en patrimonio del pueblo. A su vez, la Revolución rompió las cadenas de la opresión nacional reconociendo el derecho de las naciones a la libre autodeterminación y consolidando la amistad fraternal entre los pueblos basada en el internacionalismo proletario. El nuevo Estado soviético retiró a Rusia de la guerra imperialista salvando al país de la catástrofe y proclamó la consigna de la paz y de la igualdad entre los pueblos y naciones del mundo.

La Unión Soviética fue el factor decisivo en la lucha de la humanidad
contra el nazifascismo en 1944-45. En la II Guerra Mundial, 20 millones
de ciudadanos soviéticos entregaron heroicamente su vida para garantizar
la victoria de la libertad y de la amistad internacional. Previamente, y ante
el vergonzoso “pacto de no intervención” de las democracias capitalistas
occidentales, la URSS y la Internacional Comunista apoyaron, prácticamente en solitario, la lucha de la II República Española contra el golpismo franquista y la intervención nazi-fascista. El camarada José Díaz, Secretario General de los comunistas españoles por aquel entonces, afirmó, dirigiéndose a los ciudadanos soviéticos: “Nuestro pueblo jamás olvidará vuestra ayuda, y en lo más hondo de su corazón conservará siempre, con gran satisfacción, el nombre de la Unión Soviética, el país del socialismo” (1).

La existencia de la URSS, al romper el frente del imperialismo mundial,
abrió la primera gran brecha de liberación de los pueblos del mundo.
La Revolución de Octubre contribuyó decisivamente al proceso de
descolonización y su protagonismo en la escena internacional fue un
factor decisivo para que más de cien países alcanzasen la independencia.
La Unión Soviética y el resto de países socialistas hicieron avanzar la
ciencia y la tecnología, promovieron el acceso a la educación y a la cultura
de aquellos a los que hasta entonces se les había negado y garantizaron
durante décadas niveles de prosperidad, bienestar social y desarrollo
humano jamás soñados por las masas populares de esos países bajo el
capitalismo. Al mismo tiempo, el campo socialista permitió que avanzasen
las reivindicaciones del movimiento obrero y que se alcanzasen conquistas sociales y democráticas en el interior de los países capitalistas desarrollados.

La restauración capitalista en la URSS y en los paises socialistas del
este de Europa tuvo causas internas y externas. Los errores y desviaciones
políticas llevaron a la dirección soviética a minusvalorar la capacidad
de recomposición capitalista en el escenario de posguerra. En el plano
económico, se adoptaron posturas oportunistas que, lejos de afrontar
los problemas detectados, socavaron el poder socialista y debilitaron el
control y la participación obrera en la planificación de la producción. En
el plano político, la aplicación de la teoría del “Estado de todo el pueblo”
y del “Partido de todo el pueblo” debilitaron el papel del proletariado en
todos los órdenes y ocultaron la existencia de una lucha de clases que culminó con el triunfo contrarrevolucionario tras la absoluta degeneración
alcanzada con la perestroika.

Los factores externos fueron igualmente determinantes y confirmaron
que el enfrentamiento entre el campo imperialista y el campo socialista
era la genuina expresión de la lucha de clases a escala internacional. La
agresión emprendida por dieciséis potencias extranjeras tras el triunfo
revolucionario; la agresión nazifascista y la deslealtad de los países “aliados”, que confiaban en que la maquinaria de guerra alemana terminasecon el socialismo en Rusia; la constante amenaza militar, con la creación de la OTAN, en 1949, como máxima expresión; la permanente guerra psicológica contra los pueblos de los países socialistas, planificada por las centrales de inteligencia occidentales principalmente la CIA, o la forzada carrera armamentista, son factores que no pueden ser obviados a la hora de analizar las causas de la restauración capitalista, tal y como pretenden las potencias imperialistas en su constante campaña anticomunista.

En el plano político, la oposición impulsada por las tendencias trotskistas,
bajo una pretendida imagen de izquierdas, se sumó a las posiciones
antisoviéticas, las cuales, posteriormente, serían también compartidas
desde otro enfoque por los partidos de la fracción eurocomunista. Estas
tendencias contribuyeron a debilitar la imagen internacional de la URSS y
1) José Díaz. “Saludo al gran pueblo soviético, en el primero de mayo de 1937”. TRES
AÑOS DE LUCHA. COLECCIÓN EBRO, PARÍS 1970, PÁG. 420.

el apoyo de la clase obrera internacional a la construcción del socialismo,
reproduciendo, en muchos casos, las calumnias vertidas por el imperialismo
y prestando asistencia a las corrientes más oportunistas y derechistas
del PCUS.

El IV Congreso del PCPE inició el análisis de las causas del triunfo
contrarrevolucionario en la URSS y de las desviaciones y errores cometidos. Será necesario continuar profundizando en su estudio. Destacamos, en todo caso, que durante décadas la URSS demostró
la superioridad del sistema socialista sobre el capitalismo y confirmó la
posibilidad de la construcción del socialismo en un grupo de países o, incluso, en un solo país, como consecuencia directa de la ley del desarrollo económico y político desigual en la fase imperialista del capitalismo, tal y como se afirma en las tesis de nuestro VIII Congreso.

Nuestro Partido Comunista se declara heredero de quienes aquel 25 de
octubre (7 de noviembre)(2) de 1917 tomaron el poder para la clase obrera,
en ese sentido asume la tradición histórica del Partido Bolchevique y hace
suya la teoría marxista-leninista de la revolución. Por su propia historia, el
PCPE se reclama continuador de los hombres y mujeres de los pueblos
de España que, animados por el impulso de la Gran Revolución Socialista
de Octubre y de la Internacional Comunista, se organizaron en el primer
partido marxista-leninista de nuestro país en 1920-21; de quienes asaltaron el poder para la clase obrera en Asturias en octubre de 1934; de quienes defendieron la II República y enfrentaron el fascismo con las armas en la mano en la Guerra Nacional Revolucionaria entre 1936 y 1939, en la lucha guerrillera o en la clandestinidad y la lucha de masas; y de aquellos y aquellas que, tras la traición de la dirección eurocomunista y de sus continuadores, prosiguieron, hasta nuestros días, la lucha de clase fieles a los principios del marxismo-leninismo y del internacionalismo proletario que la Gran Revolución de Octubre representa.

Como comunistas, hacemos nuestro el legado revolucionario y
la experiencia en la construcción del socialismo en la URSS y en los
países del antiguo campo socialista, de la que aprendemos críticamente,
partiendo del análisis marxista-leninista de los errores y desviaciones
que condujeron a la restauración capitalista. Como dijera el
propio Lenin, “…nosotros hemos empezado la obra. Poco importa saber
cuándo, en qué plazo y los proletarios de que nación culminarán esta obra.
Lo esencial es que se ha roto el hielo, que se ha abierto camino, que se ha
indicado la dirección a seguir”(3).
Nuestro Partido trabaja por el triunfo de la revolución socialista en
España, rompiendo con la democracia burguesa. Luchamos por la toma
del poder político por los obreros y las obreras de nuestro país como tarea
estratégica, y afirmamos que, para lograr tales propósitos, la clase obrera
necesita un partido comunista que, organizado conforme a los principios
del centralismo democrático, sea capaz de conquistar ideológicamente y
organizar la vanguardia, capaz de atraer para el campo revolucionario a las
masas trabajadoras y a las clases y capas populares, y capaz de marchar con
el máximo de unidad popular hacia un período constituyente que proclame
la III República Española sobre bases antiimperialistas, democráticas y
populares, de carácter confederal, reconociendo el derecho de autodeterminación
de las naciones y organizando el Estado en base al principio de
unión libre de pueblos libres y soberanos. La clase obrera debe jugar un rol
dirigente en ese proceso de avance popular, siendo capaz de hacer avanzar
el proceso revolucionario de forma ininterrumpida hacia la construcción
del socialismo en España.
Por tanto, al celebrar el 90 Aniversario de la Gran Revolución de
Octubre, afirmamos que la revolución sigue siendo la cuestión principal
para los y las comunistas, deslindando el campo con quienes
pretenden conmemorar el triunfo bolchevique como mera efeméride,
como hecho pasado desligado de los retos actuales de la lucha
de clases, de quienes se reconocen de palabra en las enseñanzas y
principios de Octubre y los traicionan de hecho. Frente a tales posicio-
Nuestro Partido Comunista se declara
heredero de quienes aquel 25 de
octubre de 1917 tomaron el poder para
la clase obrera, en ese sentido asume
la tradición histórica del Partido
Bolchevique y hace suya la teoría
marxista-leninista de la revolución
2) Las fechas, al triunfo de la Gran Revolución de Octubre, se corresponden con el
“calendario juliano”, utilizado en Rusia hasta el 1 de febrero de 1918, y que implica un
retraso de 13 días respecto al calendario occidental.
3) “Con motivo del cuarto aniversario de la Revolución de Octubre”. V .I. LENIN,
Obras Escogidas en tres Tomos, Tomo III, página 660. Editorial Progreso, Moscú, 1.961.
12 Propuesta Comunista nº 51 Comité Central del PCPC 13
nes, el PCPE levanta con orgullo las banderas del marxismo-leninismo y
del internacionalismo proletario y trabaja para ser un partido cada día más
bolchevique, tal y como reitera el V y VI Pleno de nuestro Comité Central,
capaz de llevar a la clase obrera de los pueblos de España a cumplir su
misión histórica enterrando definitivamente el capitalismo.
El socialismo es la alternativa a la actual barbarie imperialista
“Imagínense ustedes qué ocurriría en el mundo si la comunidad
socialista desapareciera…, las potencias imperialistas se lanzarían
como fieras sobre el Tercer Mundo; se repartirían de nuevo el mundo,
como en los peores tiempos antes de que surgiera la primera revolución
proletaria: se repartirían el petróleo, los recursos naturales y los recursos
humanos de miles de millones de personas en el mundo; convertirían
en colonias las tres cuartas partes de la humanidad”.(4)
Fidel Castro (Discurso del 26 de julio de 1989)
Hoy, transcurridos más de 16 años desde la desaparición de la
Unión Soviética y del resto de países socialistas europeos, la opción
entre “socialismo o barbarie” ha dejado de ser un futurible para
convertirse en imperativa para la humanidad. El “nuevo orden mundial”,
proclamado por George Bush padre tras la primera Guerra del
Golfo, muestra su verdadero rostro y entierra definitivamente los cantos
apologéticos que pronosticaban el “fin de la historia”, el “fin de las ideologías”
y el “fin de la lucha de clases”.
Para conjurar la tendencia decreciente de la cuota de ganancia, el imperialismo
recurre una vez tras otra a los métodos tradicionales, pero introduce
hoy, como elemento estructural del proceso de acumulación, niveles
de violencia que comprometen seriamente la supervivencia de nuestra
especie, imponiendo cotas de barbarie sin parangón en la historia.
La guerra imperialista, realizada en nombre de la tasa de ganancia y de
los intereses de gigantescos oligopolios, se ha convertido en norma. La
desintegración de Yugoslavia, la agresión a Afganistán o la guerra continuada
contra Iraq desde 1991 ocupaciones incluidas, dejan un balance
de muertes, violaciones y tortura sistemática que envidiarían los mismísimos
nazi-fascistas(5).
El terrorismo de estado se generaliza (valga como ejemplo el genocidio
que se lleva a cabo contra el pueblo palestino). Un terrorismo clasista
mediante el que las clases dominantes imponen el terror de masas y que,
al igual que las guerras actuales, responde a un deseo instintivo de conservación
ante la imposibilidad de compensar por otros medios la tendencia
decreciente de la cuota de ganancia y el agotamiento de los espacios productivos
en los que tiene lugar la reproducción ampliada del capital(6).
Junto a la guerra y el terrorismo de estado, las clases dominantes
generalizan el espionaje de masas(7). Toda persona, organización o movimiento
social que cuestione el actual orden de cosas se convierte en objetivo
inmediato de poderosos servicios de inteligencia, nacionales y extranjeros,
que actúan con total impunidad, como ha demostrado el asunto
de los vuelos secretos de la CIA en España y otros países europeos. Un
espionaje que no entiende de límites constitucionales ni de legalidad, y
que sólo rinde cuentas ante su verdadero amo: la oligarquía.
La represión se incrementa en el mundo entero. Desde las grandes
campañas contra los destacamentos de vanguardia que hoy dirigen
la lucha popular contra el imperialismo y por el socialismo (intentos de
magnicidio, golpes de estado, apoyo a grupos contrarrevolucionarios,
4) Discurso por el XXXVI Aniversario del asalto al Moncada, 26 de julio de 1989.
www.granma.cu
5) Hasta la fecha, se calcula que han huido de Iraq cerca de dos millones y medio de
personas, otros dos millones serían refugiados o desplazados internos. Desde la invasión de
2003 hasta julio de 2007, las muertes alcanzan el millón de personas, según JUST FOREING
POLICY. Vid “La escalada en Iraq en cifras”, de Tom Engelhardt, en www.rebelion.org.
6) Véase “El terrorismo de estado en el capitalismo monopolista transnacional”, Joel
González García. CUBA SOCIALISTA Nº 40, Julio-Septiembre 2006, páginas 56 a 63.
7) Recientemente, ABC NEWS informó que el FBI está reclutando a miles de
informadores encubiertos para espiar dentro de los EEUU, según un reciente informe
desclasificado enviado al Congreso de ese país. El FBI quiere construir una red de más de
15.000 informadores.
14 Propuesta Comunista nº 51 Comité Central del PCPC 15
etc.) hasta la represión a escala local contra quien pega un cartel, hace
una pintada o participa de una acción obrera o popular, con las consiguientes
multas, interrogatorios, detenciones, cárcel(8), etc. La represión
se manifiesta como violencia organizada de las clases dominantes contra
las clases desposeídas y explotadas.
Buen ejemplo de esa violencia estatal de clase, es la campaña anticomunista
puesta en marcha en la Unión Europea contra los partidos
comunistas y obreros, falseando
la historia de lucha de la clase
obrera por el socialismo y el
legado de la Gran Revolución
Socialista de Octubre(9). Parece
que los defensores del “fin de la
historia” continúan teniendo bien presente la amenaza del viejo fantasma
que recorriera Europa entera en tiempos de Carlos Marx y Federico
Engels.
Los instrumentos de alienación de masas juegan hoy un papel determinante
y cualitativamente superior. El proceso de concentración de la
propiedad de las empresas dedicadas a moldear la “opinión pública”
(desde las telecomunicaciones y la publicidad comercial hasta la industria
del “entretenimiento”) favorece objetivamente la propagación sin fisuras
de los grandes dogmas de eso que han dado en llamar “pensamiento
único”. Un proceso que debe ser analizado en una doble vertiente: como
necesidad ideológica de las clases dominantes, que tienen que tratar de
justificar los desmanes y la violencia que implica la supervivencia del
capitalismo y, en su vertiente económica, como ámbito de acumulación y
explotación capitalista a nivel mundial, de la mano del proceso de privatización
y centralización de la propiedad empresarial en un pequeño grupo
de monopolios(10).
La libertad de expresión y de prensa en el capitalismo es, hoy
más que nunca, la libertad absoluta de los monopolios mediáticos
para manipular a sus anchas a la población y defender el orden
mundial imperialista del que forman parte. A la vez, se excluye de
forma absoluta el acceso a esos mismos medios de las masas populares,
condenadas a jugar el papel de mero receptor-consumidor.
El capitalismo, en su actual fase imperialista, sitúa a la humanidad
entera ante el riesgo del infarto ecológico(11). Las grandes potencias se
han lanzado a una nueva
carrera por el reparto del
mundo, de los recursos
estratégicos (petróleo, agua,
etc.) y materias primas, ante
el agotamiento del modelo
energético actual y el carácter objetivamente insostenible del modelo de
producción capitalista y de los índices de consumo alcanzados por los
8) Baste como ejemplo el encarcelamiento de los dirigentes del sindicato asturiano
Corriente Sindical de Izquierda (CSI). Los compañeros Cándido y Morala fueron
encarcelados por defender los puestos de trabajo del sector naval tras un proceso amañado
impulsado por el Ayuntamiento de Gijón, gobernado por el PSOE e Izquierda Unida. Por
otra parte, la detención de la dirección de Batasuna en Euskadi cuestiona los más básicos
derechos democráticos y confirma la tendencia represiva de la dominación capitalista en
España (nos remitimos a en este punto a las resoluciones aprobadas al respecto por el
Comité Central del PCPE).
9) Los partidos comunistas han sido prohibidos en Letonia, Lituania y en otras repúblicas
de la antigua URSS. Se han generalizado los intentos de excluir de la vida política a los
partidos comunistas. La Juventud Comunista Checa (KSM) ha sido ilegalizada por oponerse
a la propiedad privada de los medios de producción y defender su propiedad social. En
los que fueran países socialistas, los comunistas son perseguidos mientras que se rehabilita
a criminales fascistas. En Polonia, una ley de depuración anticomunista se ha impuesto a
todas las reglas democráticas. En Hungría, se enjuicia a los miembros del Presidium del
Partido de los Trabajadores Comunistas Húngaros. En varios países, entre ellos, varios países
árabes (Túnez, países del Golfo, etc.), los partidos comunistas están prohibidos o no son
reconocidos. En diciembre de 2005, se introdujo un proyecto de resolución ante la Asamblea
Permanente del Consejo Europeo ante “la necesidad de una condena internacional de los
crímenes de los regímenes comunistas totalitarios”. Sencillamente, no hay democracia para
quien lucha contra el capitalismo.
10) Cuatro grandes monopolios controlan hoy 1.882 diarios, 7.957 semanarios y 11.000
revistas (datos facilitados por la Escuela Nacional de Cuadros de la Unión de Jóvenes
Comunistas de Cuba).
11) El calentamiento global es un hecho inequívoco. Las emisiones de dióxido de
carbono, el principal contribuyente en el cambio climático global, aumentaron desde 23.000
millones de toneladas métricas en 1990 hasta 29.000 millones de toneladas métricas en 2004.
Naciones Unidas prevé que el cambio climático tenga un grave impacto a nivel económico y
social. Vid “Objetivos de desarrollo del Milenio”. INFORME 2007 de la ONU.
El imperialismo necesita hoy reducir
la independencia y soberanía de los
países empobrecidos a una mera
proclama formal
La represión se manifiesta
como violencia organizada de
las clases dominantes contra las
clases desposeídas y explotadas
16 Propuesta Comunista nº 51 Comité Central del PCPC 17
países pretendidamente desarrollados, lo que a su vez agrava las contradicciones
entre los propios países imperialistas.
La contradicción entre las potencias imperialistas y los países dependientes
también tiende a agudizarse. El imperialismo necesita hoy reducir
la independencia y soberanía de los
países empobrecidos a una mera proclama
formal. Las prácticas coloniales
y neocoloniales son cada vez más agresivas
y se ha impuesto por la vía de los
hechos el reconocimiento internacional de las guerras de ocupación. Contra
las poblaciones de los países oprimidos se practica hoy un genocidio
de magnitudes colosales.
Nunca los ricos fueron tan ricos y los pobres fueron tan pobres, lo que
provoca flujos migratorios masivos, que las potencias imperialistas tratan
de regular recurriendo a niveles brutales de violencia: muros y vallas levantadas
en la frontera mexicana o en Ceuta y Melilla; persecuciones, torturas
y violaciones sistemáticas; hundimiento de pateras y cayucos, centros de
internamiento (que, en la práctica, se convierten en verdaderos campos
de concentración) y, en última
instancia, miseria, racismo, xenofobia,
trabajos indignos, negación
de derechos elementales y sometimiento
forzoso a la sobreexplotación
capitalista –papel de ejército de mano de obra de reserva-. Esa es
la suerte que espera a los trabajadores y trabajadoras inmigrantes tras los
muros levantados por las potencias imperialistas, mientras son bombardeados
los países de origen y se esquilman sus recursos.
En los países capitalistas desarrollados, la clase obrera y el resto de
capas trabajadoras se ven sometidas a niveles crecientes de explotación
y exclusión social. En España, un 20% de la población vive por debajo
de los umbrales de pobreza, de los que un 44% son jóvenes y niños. En
Estados Unidos, la cifra alcanza ya los cuarenta millones de personas, sin
que haya dejado de crecer en los últimos años.
Las políticas neoliberales han abierto al proceso de acumulación capitalista
nuevas áreas o espacios productivos reservados, en el mundo de
posguerra, al monopolio estatal,
pilares de lo que se dio en llamar
“Estado del Bienestar”. Sanidad,
educación, pensiones, telecomunicaciones,
vivienda… son hoy
espacios entregados a la acumulación
de capital, lo que trae
consigo un retroceso generalizado de los derechos sociales, que empeora
notablemente las condiciones de vida del pueblo trabajador.
En estos países, de la mano del neoliberalismo salvaje, se extiende
la precariedad y retroceden los derechos laborales conquistados por la
clase obrera con enormes dosis de entrega y sacrificio al calor de la lucha
de clases. La precariedad reina en la vida de cientos de miles de familias
trabajadoras(12) que padecen lamentables condiciones laborales -cuando
no el desempleo y la exclusión social-, sufren la carestía de la vivienda,
ven cómo aumenta el coste de productos de primera necesidad, mientras
se estancan o retroceden los salarios y son condenados a un preocupante
subdesarrollo político y cultural, sometidos al bombardeo mediáticoideológico
del consumismo y el pensamiento único.
Hoy, el capitalismo no sólo requiere del obrero su tiempo de trabajo,
exige que se entregue al proceso de acumulación capitalista la vida entera.
Ante el retraso en la demanda solvente de los trabajadores y trabajadoras(
13) respecto al crecimiento de la producción y las consiguientes dificultades
en la venta de las mercancías, el capitalismo recurre a la forma más
Contra las poblaciones de
los países oprimidos se
practica hoy un genocidio
de magnitudes colosales
Sanidad, educación, pensiones,
telecomunicaciones, vivienda…
son hoy espacios entregados a
la acumulación de capital
Hoy, el capitalismo no sólo
requiere del obrero su tiempo de
trabajo, exige que se entregue
al proceso de acumulación
capitalista la vida entera
12) La tasa de temporalidad reconocida en España alcanza el 33,3%. El salario del 61%
de los jóvenes trabajadores no llega a los 800 € mensuales.
13) A pesar de los fabulosos beneficios declarados por las principales empresas, el peso
de los salarios en la economía española apenas supone el 46,4 % del Producto Interior Bruto,
según el Banco de España. Los sueldos de la eurozona no han dejado de caer desde 1980,
hasta llegar a perder 13 puntos en los últimos 27 años. Vid EL PAÍS – NEGOCIOS
1.136, 12 de agosto de 2007.
18 Propuesta Comunista nº 51 Comité Central del PCPC 19
parasitaria del capital: el crédito. La mayor parte de las familias trabajadoras
padecen hoy insoportables niveles de endeudamiento(14).
El carácter parasitario del imperialismo se percibe con claridad en la
crisis inmobiliaria que hoy enfrenta Estados Unidos ante la dificultad de
las familias trabajadoras, que solicitaron créditos hipotecarios de alto
riesgo, para pagar
sus deudas dado el
incremento de los
intereses(15). Ante el
temor a que la crisis
se extienda a otros
sectores económicos
y se transforme en
una crisis financiera internacional, los bancos centrales de la UE, EEUU,
Japón, Canadá, Suiza y Australia inyectaron liquidez a sus sistemas financieros
por un total de 323.300 millones de dólares en las primeras semanas
de agosto.
Al agravarse la contradicción fundamental del capitalismo -entre
el carácter social del proceso de producción y la forma capitalista de
apropiación privada de sus resultados-, se agrava también el resto de
contradicciones. La lucha por la obtención de las máximas ganancias y
por el reparto económico del planeta y sus recursos naturales intensifica
las contradicciones entre los países capitalistas desarrollados (contradicciones
interimperialistas). A su vez, la voracidad imperialista acentúa las
contradicciones entre los pueblos de los países dependientes y los países
capitalistas desarrollados. En el seno de estos últimos se profundiza la
contradicción entre la clase obrera y la clase capitalista, entre el trabajo y
el capital.
Para el PCPE, la resolución de las contradicciones enumeradas
requiere situar el debate político en la necesidad del socialismo para
la clase obrera y las capas populares, para la gran mayoría social. Por
tanto, la organización de la clase obrera para la lucha por el socialismo
-a la que deben sumarse las reivindicaciones democráticas de los
sectores populares en confrontación con el capitalismo monopolista- se
hace imprescindible. El socialismo es la alternativa a la barbarie imperialista
y una necesidad para el pueblo trabajador.
La clase obrera y los pueblos del mundo dirán la última palabra
La creciente violencia imperialista (guerras, terrorismo de estado,
espionaje, represión…) está indisolublemente ligada al proceso de acumulación
de capital y se ha convertido en el principal instrumento del
capitalismo monopolista para tratar de evitar que la crisis económica se
generalice.
Desde mediados de la década de los noventa, asistimos a un proceso de
reanimación de las luchas populares y de agudización de las contradicciones
de clase inherentes al capitalismo.
El recurso indiscriminado a la
violencia por parte de las potencias
imperialistas –especialmente
EEUU– hace que cada vez más
sectores tomen conciencia de la
incompatibilidad del sistema con
sus propias aspiraciones y del
riesgo que supone para toda humanidad la dominación imperialista.
Las guerras se encuentran con una respuesta popular inesperada por la
oligarquía. La resistencia afgana e iraquí cuestiona día a día las decisiones
de los centros de poder occidentales y quiebra la legitimidad del recurso
a la guerra como instrumento de política exterior en el interior de los
propios países agresores.
En la escena internacional, destaca el cambio de correlación de fuerzas
operado en América Latina. Los avances revolucionarios en Venezuela,
Al agravarse la contradicción
fundamental del capitalismo -entre el
carácter social del proceso de producción
y la forma capitalista de apropiación
privada de sus resultados-, se agrava
también el resto de contradicciones
14) La deuda financiera de las familias españolas (préstamos, créditos y cuentas
pendientes de pago) cerró el pasado año con el mayor crecimiento de los últimos siete años,
y marcó un nuevo récord histórico al finalizar 2006, situándose en 832.289 millones de euros,
lo que equivale al 85,25% del Producto Interior Bruto y supone un incremento del 18,53%
en relación a 2005, según datos del Banco de España.
15) De acuerdo con cifras de The Wall Street Journal, el 80% de la deuda de los
estadounidenses (más de 12 billones de dólares) corresponde a créditos hipotecarios.
Desde mediados de la década
de los noventa, asistimos a
un proceso de reanimación
de las luchas populares
y de agudización de las
contradicciones de clase
inherentes al capitalismo
20 Propuesta Comunista nº 51 Comité Central del PCPC 21
Bolivia o Ecuador; las aspiraciones antiimperialistas de Nicaragua, Brasil,
Uruguay o Argentina; el repunte de la lucha popular en la mayor parte de
países y la resistencia de la insurgencia colombiana –con las FARC-EP a la
cabeza- suponen un claro obstáculo a las aspiraciones estadounidenses en
su propio “patio trasero”. Mientras, la heroica Revolución Cubana, China,
Corea del Norte, Laos y Vietnam resisten las ofensivas imperialistas.
En los propios Estados Unidos y en los países de la Unión Europea se
desarrollan importantes movilizaciones antiimperialistas (contra la guerra
y por la paz, contra la Constitución Europea, movimiento antiglobalización,
etc.) y se extienden las
luchas obreras(16), jugando
un papel cada vez más
importante el movimiento de
trabajadores inmigrantes que clama por sus derechos laborales, sociales y
políticos en países de la importancia de Estados Unidos o Francia.
El enfrentamiento entre Estados Unidos y Francia por la permanencia
de sus monopolios en Iraq y las consecuencias geoestratégicas de la
invasión; la creciente tensión EEUU-Rusia ante el despliegue del escudo
antimisiles norteamericano (DAM), que ha llevado a los rusos a reanudar
el patrullaje aéreo sobre áreas del Océano Atlántico, el Pacífico, el Glaciar
Ártico y el Mar Negro; la reactivación del Grupo de Shanghai (Rusia,
China, Kazajstán, Tayikistán, Kirguiztán y Uzbekistán) con los ejercicios
estratégicos, en los Montes Urales, denominados “Misión de paz 2007”;
o las crecientes tensiones entre EEUU, Canadá, Dinamarca, Noruega
y Rusia por las reservas energéticas y minerales del Ártico, son buena
prueba del repunte de las contradicciones interimperialistas.
La estrategia que acompaña el proceso de acumulación se asienta en
bases sumamente débiles. A lo que contribuye el extraordinario desarrollo
económico de la República Popular China y su creciente influencia política,
buscando vías de desarrollo no capitalista, tras los últimos debates
bajo la dirección del Partido Comunista, en un país marcado por las dificultades
propias de su dimensión como nación y por su propia idiosincrasia.
El imperialismo central estadounidense consigue mantener su economía
parasitaria con el saqueo de los recursos económicos de buena parte
del planeta, pero, a la vez, con la dependencia que supone la titularidad
china de buena parte de sus bonos del tesoro, lo que, unido a los factores
anteriormente señalados, convierte a China en uno de los enemigos principales
del imperialismo estadounidense, europeo y japonés.
A esa inestabilidad hay que añadir en el plano ideológico la creciente
desconfianza de amplios sectores sociales en las capas dirigentes de los
países capitalistas. Baste recordar al respecto las dudas ante lo realmente
sucedido el 11-S en EEUU y la oscuridad que lo acompaña, la reacción
popular ante las mentiras del “Trío de las Azores” sobre las armas de
destrucción masiva en Iraq, que sirvieron de pretexto al genocidio, o la
manipulación y el intento de engaño masivo llevado a cabo por el Partido
Popular y el Gobierno de Aznar tras el 11-M en España(17).
En este marco general de la lucha de clases, y ante la diversidad
de respuestas a la nueva ola de expansión imperialista, se constata
la necesidad de organizar y pertrechar ideológicamente al sujeto
revolucionario. La izquierda mundial y los sectores democráticos van
tomando conciencia de la gravedad de la situación. Ante la intensificación
de las contradicciones enumeradas y al calor de las luchas populares, se
reanuda el debate ideológico sobre la necesidad del socialismo, a lo que ha
La estrategia que acompaña el
proceso de acumulación se asienta
en bases sumamente débiles
16) En los últimos años, se intensifican en Europa las luchas obreras de resistencia. Como
ejemplo de lo anterior, destacamos las luchas en Francia contra el CPE o las huelgas en el
transporte aéreo y en el ferrocarril (en los meses anteriores a la elecciones presidenciales se
computaron en Francia cerca de 1.000 huelgas en diferentes sectores productivos). En Italia,
se han convocado 5 huelgas generales contra las políticas del Gobierno de Berlusconi; en
Alemania han destacado las huelgas de los obreros metalúrgicos, convocadas por el sindicato
IG Metall, o las huelgas en el sector público. En Portuga, la reciente huelga general del 30 de
Mayo, impulsada principalmente por la CGTP, ha sido un éxito. En España, desde la última
huelga general del 20-J, han destacado las movilizaciones del sector naval -principalmente en
Galicia, Andalucía y Asturias- junto a la lucha de los trabajadores de SEAT, del personal de
tierra del aeropuerto de El Prat de Barcelona, de los trabajadores de Delphi, o la huelga del
transporte en Asturias junto a innumerables conflictos de empresa.
17) Sólo el 32% de los estadounidenses apoya la gestión de George W. Bush, según un
sondeo publicado por ZOGBY INTERNATIONAL. De hecho, el 64 % afirma que en
EEUU las cosas van mal, frente a un 22 % que cree lo contrario. Únicamente el 22% de los
ciudadanos aprueba la estrategia del gobierno en política exterior. En España, más del 90
% de la población manifestó su rechazo a la guerra de Iraq y a la participación española en
la agresión.
22 Propuesta Comunista nº 51 Comité Central del PCPC 23
contribuido de manera extraordinaria el avance de la Revolución Bolivariana
en su fase antiimperialista y la voluntad expresada por el compañero
Hugo Chávez de avanzar hacia el socialismo.
El debate sobre el “socialismo del Siglo XXI” exige hoy de los
y las comunistas que la lucha ideológica -las cuestiones teóricaspase
a un primer plano y que se retroalimente dialécticamente con
la práctica revolucionaria y la resistencia mundial antiimperialista.
Como en otros momentos en la historia de la lucha revolucionaria, no
faltan quienes, basándose en una supuesta “crisis del marxismo”, se apresuran
a anunciar teorías “nuevas” y, en algunos casos, contradictorias con
la experiencia de lucha por el socialismo acumulada por el movimiento
obrero internacional. Posiciones como la de M. Hardt y Toni Negri con su
noción de “imperio” y el rol asignado a eso que denominan “multitud”(18),
la ofensiva de Heinz Dieterich contra Cuba, intentando contraponer su
propia teoría del “socialismo del Siglo XXI” al modelo cubano(19), algunas
opiniones negando el papel revolucionario de la clase obrera y la vigencia
del marxismo-leninismo o los furibundos ataques que algunos sectores
dirigen contra el modelo leninista
de partido -sin que ninguno de
ellos termine de concretar una
teoría revolucionaria coherente,
superadora y probada en la práctica
revolucionaria-, en realidad ponen
de manifiesto nuevos ejemplos de eclecticismo y de falta de principios
que, además, por los contenidos que abordan y la forma de hacerlo, lejos
de la pretendida novedad que anuncian, recuerdan demasiado viejos debates
que cíclicamente se repiten en el seno del movimiento revolucionario
(sujeto revolucionario, modelo de partido, carácter y naturaleza del estado
y transición al socialismo…).
En este escenario, Cuba continúa siendo ejemplo para todos los revolucionarios
y revolucionarias del mundo. La defensa de su soberanía e
independencia, de las conquistas revolucionarias y del socialismo por parte
del pueblo cubano, de las organizaciones de masas y de su vanguardia
política (el Partido Comunista de Cuba), más aún desde el triunfo contrarrevolucionario
en el este de Europa, son para nosotros y nosotras un
referente indispensable por defender una política de principios combinada
con la flexibilidad táctica necesaria para afrontar las embestidas del más
poderoso enemigo que haya conocido la humanidad hasta nuestros días:
el imperialismo estadounidense. Fidel llevaba razón al anunciar, allá por
1989, cuando la URSS y los países socialistas del Este se tambaleaban peligrosamente,
que “desde luego hay dos tipos de comunistas: los que puedan
dejarse matar fácilmente, y ¡los que no nos dejamos matar fácilmente!”.
Pero si algo debemos destacar del ejemplo cubano es que representa
las líneas de continuidad entre los procesos revolucionarios
y las experiencias de construcción socialista en el siglo XX y las
grandes luchas y avances antiimperialistas a lo largo de los primeros
años del siglo XXI. De hecho, otros serían los derroteros seguidos
por algunos de los procesos emergentes sin la asistencia y la experiencia
acumulada por la Revolución Cubana. Esta realidad, junto a
la innegable continuidad histórica de la lucha de clases y la acumulación
de experiencias en la construcción del socialismo, es lo que
algunos pretenden negar absurdamente levantando una inexistente
muralla china entre los siglos XX y XXI.
El debate entre el marxismo-leninismo y las que se pretenden “nuevas”
teorías, abrazadas tanto por abiertos derechistas como por oportunistas
y doctrinarios “de izquierda”, como siempre a lo largo de la historia, será
definitivamente saldado en la arena de la lucha de clases. La práctica revolucionaria
dirá la última palabra.
El combate contra el reformismo y el oportunismo es una exigencia
práctica de la lucha de clases, tanto a escala internacional como
en la lucha revolucionaria en la España de nuestros días. En cada
conflicto, en cada lucha, es preciso deslindar el campo con quienes desde el
reformismo difunden entre los trabajadores y trabajadoras el desánimo, la
confusión y el pensamiento burgués y/o pequeñoburgués, actuando como
verdadero tapón en la lucha de clases al elegir el camino de la conciliación y
abandonar toda tentativa de lucha revolucionaria. La clase obrera necesita
arrancar conquistas, que cada lucha logre victorias concretas. Es preciso
combatir el reformismo en la intervención política diaria como una exigencia
para la toma de conciencia y el avance de la clase obrera.
En este escenario, Cuba
continúa siendo ejemplo para
todos los revolucionarios y
revolucionarias del mundo
18) Vid Atilio Boron. IMPERIO E IMPERIALISMO, Fondo Cultural del ALBA, 2006.
Cuba.
19) Vid Heinz Dieterich. LA CIENCIA SOCIAL CUBANA, DARÍO MACHADO Y
EL SOCIALISMO DEL SIGLO XXI. En www.rebelion.org puede seguirse el debate entre
Dieterich y el compañero cubano Darío Machado.
24 Propuesta Comunista nº 51 Comité Central del PCPC 25
Es preciso desenmascarar el parlamentarismo burgués -cretinismo
parlamentario, que diría Lenin- en que se ha instalado definitivamente
Izquierda Unida. ¿Qué izquierda es esa que con su apoyo sostiene la política
antiobrera y antipopular del Gobierno Zapatero? ¿Qué internacionalistas
son esos que apoyan, o critican vergonzantemente, el despliegue de tropas
imperialistas para sojuzgar a
los pueblos oprimidos? ¿Qué
revolucionarios son esos que
entregan la dignidad de los
luchadores y luchadoras antifascistas
apoyando una ley
que deja impune nuevamente
a los criminales franquistas y ni siquiera declara la nulidad de los juicios
franquistas? ¿Qué republicanos son esos que homenajean la Constitución
Monárquica mientras el pueblo lucha en la calle por la III República?
El fenómeno reformista trasciende nuestras fronteras. Como demuestra
el borrador de las Tesis del II Congreso del Partido de la Izquierda
Europea, la socialdemocracia reformista y algunos partidos autotitulados
comunistas (defensores, en la práctica, de las teorías de lo que fue la fracción
eurocomunista) han abandonado explícitamente el objetivo socialista
para situarse cómodamente en la institucionalidad de la UE imperialista.
El PCPE trabaja por la recomposición, fortalecimiento y cohesión
del movimiento comunista internacional, que debe jugar un
papel esencial y actuar con voz propia para levantar un Frente Mundial
Antiimperialista que aglutine a todos aquellos movimientos
democráticos y populares dispuestos e interesados en enfrentar la
barbarie imperialista y en avanzar hacia la construcción del socialismo.
Luchamos por impulsar la lucha de clase del proletariado, por
la unidad comunista en nuestro país (sobre bases marxistas-leninistas)
como elementos políticos claves en la recomposición de la vanguardia;
por acumular fuerzas en lo que denominamos Frente de Izquierdas, para
hacer avanzar un proceso constituyente republicano. Por desarrollarnos
como Partido Comunista capaz de encabezar la lucha de la clase obrera
por el socialismo, teniendo presente que hoy, dado el inmenso desarrollo
de las fuerzas productivas, se dan, como nunca antes en la historia, las
condiciones científico-técnicas para resolver los grandes problemas de la
humanidad (hambre, enfermedades, analfabetismo, etc.) y sentar las bases
de la economía socialista. Pero sólo superando el capitalismo se podrá
utilizar ese desarrollo y conocimiento para liberarnos y dar comienzo a
la verdadera historia de la humanidad. Por eso, la Revolución Socialista es
más necesaria que nunca.
A 90 años del triunfo de la Gran Revolución de Octubre, el PCPE
defiende el marxismo-leninismo, entendiendo, como dijera Engels(20),
que “el socialismo, desde que se ha convertido en ciencia, exige que se
le trate como tal, es decir, exige que se le estudie”. A su vez, descartamos
toda posición dogmática y antidialéctica, pues la teoría revolucionaria sólo
se forma de manera definitiva en estrecha conexión con la práctica del
movimiento revolucionario y defendiendo la independencia real del pensamiento
comunista respecto a las categorías de la superestructura ideológica
del capitalismo.
Hoy brillan con luz propia las afirmaciones de Lenin de que sin teoría
revolucionaria, no puede haber tampoco movimiento revolucionario, y
que sólo un partido dirigido por una teoría de vanguardia puede cumplir
la misión de combatiente de vanguardia(21). Esa teoría es el marxismoleninismo,
y, al desarrollo de ese partido, dedicamos hoy los hombres y
mujeres del PCPE nuestros mejores esfuerzos, para que el siglo XXI sea
el siglo del socialismo triunfante y del triunfo definitivo de la humanidad
contra la barbarie.
¡Viva la Gran Revolución Socialista de Octubre!
¡Viva la unidad fraternal de los Partidos Comunistas y Obreros!
¡Viva el marxismo-leninismo!
¡Proletarios de todos los países, uníos!
Madrid, 6 de octubre de 2007

El problema kurdo: una historia de represión, razón de estado y petróleo

EL PROBLEMA KURDO:
UNA HISTORIA DE REPRESIÓN, RAZÓN DE ESTADO Y PETRÓLEO.
Pablo Romero Gabella.

“De vez en cuando la piedra perfora la piedra” (proverbio kurdo).

“Siempre escribimos más o menos lo mismo sobre los kurdos: su fracaso histórico, el largo rosario de traiciones, la batalla en solitario contra poderosos vecinos…” (Manuel Leguineche).

Con cíclica monotonía en la historia aparecen y desaparecen las causas perdidas. Una de las más sangrantes del mundo contemporáneo es la causa kurda, que no es otra, que la del pueblo sin estado más numeroso del mundo. En la actualidad, tras el 11-S, y la pretensión norteamericana de invadir Irak, se ha vuelto de nuevo a hablar del papel de los kurdos en el dramático escenario de Oriente Medio.

La afirmación anterior de ser un “pueblo sin estado”, podría considerarse algo anacrónico cuando lo que triunfa actualmente es la tan famosa “globalización”, y cuando el estado-nación parece una reliquia decimonónica. Sin embargo, principalmente por la defensa de intereses de determinados estados-naciones, se ha negado al pueblo kurdo su identidad.

Por todo ello, los kurdos han sido víctimas constantes de las pequeñas potencias del Oriente Medio y de las grandes potencias mundiales; han sufrido la represión más atroz, llegando tal vez a la categoría de genocidio, como en el caso del Irak de Sadam Hussein.

Busquemos en su fluctuante historia las claves y constantes que han marcado sus más de 5.000 años de existencia.

1. Coordenadas geográficas, demográficas y culturales.

1.1. Demografía

El Kurdistán “histórico” está comprendido en un espacio de cerca de 500.000 km2, dominado por las montañas (altitud media de 1.500 m. sobre le nivel del mar). Limita al norte con el Cáucaso, al sur con el valle mesopotámico, al oeste con la cordillera del Tauro Oriental (Anatolia) y al este con los Montes Zagros. Su núcleo histórico y geográfico se encuentra entre los lagos Urmia y Van.

De lo anterior se desprende que su territorio es superior al de otros países de la zona como Irak o Siria.

En cuanto a la situación demográfica hay que partir de un hecho esencial: la extrema dispersión de la población kurda debido en gran parte a su fragmentación política. Gráficamente lo observamos en la siguiente tabla.[1]

PAIS
HAB. TOTALES

(en millones)
EXTENSIÓN TOTAL (km2)
HAB. KURDOS (en millones)
% POBL. KURDA

TURQUIA
56,9
779.542
14,5
25

IRAK
18,7
438.317
4,9
26

IRAN
56,3
1.648.000
6,7
12

SIRIA
12,1
185.180
1,4
11

EX URSS (Azerbajan y Armenia)
——
——
0,5
1

A partir de datos no oficiales, podemos decir que existen unos 28 millones de kurdos, la mayoría vive en Turquía e Irak y que representan una cuarta parte de su población total. A estas cifras habría que unir la de los kurdos que viven en otras zonas de Oriente Medio: en el sur de Irán (frontera de Pakistán), en Afganistán, Líbano e Israel. La particular “diáspora” kurda ha llevado a una fuerte migración a las grandes ciudades turcas como Ankara, Estambul y Diyabakir donde nutren los suburbios. Otros “polos de atracción” más lejanos son EEUU, Gran Bretaña y sobre todo Alemania, donde cientos de miles de kurdos han ido en busca de trabajo y huyendo de la represión. Según los datos aportados por unos de los pocos especialistas españoles en el tema, Manuel Martorell, el número de kurdos repartidos por el mundo es el siguiente:[2]

Alemania
560.000

Líbano
85.000

Francia
80.000

EEUU
75.000

Holanda
46.000

Suecia
32.000

Austria
30.000

Suiza
24.000

Gran Bretaña
21.000

Chipre
20.000

Bélgica
16.000

1.2. Cultura y religión

Dentro de su cultura, uno de sus rasgos más característicos es su lengua de origen indoeuropeo (grupo iranio), no guardando ningún parentesco ni con el árabe (origen semita) ni con el turco (grupo uralo-altaico).

En cuanto a sus creencias religiosas parten del mazdeismo, donde es vital la relación mágico-mística entre naturaleza y hombre. Dichas creencias no han desaparecido totalmente en su sentir colectivo. Tanto es así que su bandera se compone de los colores del culto mazdeista: rojo (fuego), amarillo (sol) y verde (tierra).

Su conversión al Islam en el siglo VII no fue fácil. A pesar del intento de los árabes de eliminar la herencia de Zaratrustra, el islamismo kurdo fue y es básicamente sincrético y nada fundamentalista3. La mayoría son de culto sunní, un importante sector son los alevíes que parten de una posición antidogmática frente al Corán acercándose a un misticismo de amplias referencias a otras religiones.[4]

Su organización económica y social tradicional parte de su situación de pastores seminómadas de los valles montañosos. La propiedad de la tierra ha permanecido en manos de una minoría terrateniente (los “aghas”) produciéndose un tipo de relaciones sociales que podríamos calificar de “feudal”.

Para muchos autores esto ha representado un obstáculo en el desarrollo socio-político del Kurdistán. Pareja a la importancia del “agha” se encuentra la del caudillo militar y político, jefe de los guerrilleros (los “pasmergas”). En ocasiones ambas figuras han sido antagónicas, en otras han coincidido, porque aunque lo general ha sido la elección hereditaria por línea patrilineal del “agha”, también pueden ser elegidos de forma colegiada.[5]

En torno al “agha” se nuclea la familia que es la unidad socio-económica básica, que junto a otras familias forma la “tira”. De la unión de varias “tiras” resulta la “ashirat” o confederación de tribus, unidad política más amplia.

El sentimiento colectivo de resistencia queda reflejado en su principal fiesta: el “Nevruz” o fiesta de “año nuevo” (herencia mazdeista) que se celebra a finales de marzo y principios de abril. En ella se conmemora la primera de sus innumerables rebeliones, la ocurrida , según la leyenda, hace 2.600 años por el herrero Kawa contra el rey Zohak. Actualmente, esta fiesta se ha convertido para 28 millones de personas un símbolo de resistencia.

2. Una triste historia de lucha y resistencia.

2.1. Desde los orígenes a 1918: de guerreros y poetas.

El origen del pueblo kurdo parece provenir de una mezcla de arios procedentes del este con poblaciones de la alta Mesopotamia. Por referencias arqueológicas parece que en torno al 5.000 a.C. ya podemos hablar de poblaciones kurdas. Igualmente tenemos noticias de ellos en diversas estelas acadias (2.000 a.C. aprox.) bajo el nombre de “lulu”. Sin embargo, son más conocidas las descripciones del historiador griego Jenofontes (siglo V a.C.) en su Anábasis. En dicha obra aparecen como un fiero pueblo guerrero rico en cobre e independiente del poder persa.

Mitológicamente, los kurdos remontan sus orígenes a la leyenda de Kawa a la que ya nos hemos referido al tratar el “Nevruz”. Este hecho parece coincidir realmente con el nacimiento del imperio medo tras acabar en el 612 a.C. con los temibles asirios.

No encontramos más fuentes coherentes hasta la islamización en el siglo VII . Aunque islamizados superficialmente mantuvieron prósperos principados independientes. Destacó el de los marwaníes con capital en Diyabakir. Fue en esta época donde floreció la cultura kurda, destacando la figura de Ziryab que en la Córdoba de Abderramán II fundó el primer conservatorio de la Península Ibérica.[6]

Otra figura excepcional fue Saladino, considerado el salvador del Islam frente a los cruzados, que llegó a dominar en el siglo XII las tierras comprendidas entre Siria y el Norte de Africa. Sin embargo, los kurdos guardan un recuerdo negativo de él, ya que no aprovechó su poder para formar un reino kurdo independiente.

Todo estó acabó en 1515 con la batalla de Chaldirán. En ella los príncipes kurdos aliados de los otomanos frenaron al imperio persa. Aunque paradójicamente propició la primera partición política del Kurdistán entre persas y otomanos, se mantuvieron principados feudales dentro del imperio otomano (“sahandaks”). Este hecho produjo un renacimiento cultural cuyo cenit fue la epopeya “Mem-O-Zin” del poeta Ehmede Xani que significaba un canto a la unificación.

Esta semiindependencia acabó con el proceso de centralización del imperio otomano a principios del siglo con el sultán Magmud II. La nobleza kurda reaccionó desencadenando una serie de continuas rebeliones durante todo el siglo XIX, acabando en 1880 con la derrota de la última gran insurrección.

Agotados por las constantes luchas , los kurdos quedaron definitivamente acallados hasta el final del imperio otomano en 1918.

2.2. De I Guerra Mundial a la Guerra del Golfo (1918-1990): de esperanzas y desengaños.

La derrota y posterior desintegración del imperio turco tras la I Guerra Mundial supuso un acontecimiento decisivo para la historia contemporánea del Oriente Medio. Mediante el Tratado de Sévres (10-7-1920) se estableció el reparto del imperio entre griegos, italianos, franceses e ingleses, y lo que fue más importante: el reconocimiento de la independencia de Armenia y de una república kurda (en lo que fue el principado de Mosul, actual Irak). Triunfaba el espíritu de “autoderminación de los pueblos”, que se defendía en los famosos “14 puntos” del presidente de los EEUU, W. Wilson.[7]

Pero la vida de este estado independiente fue breve debido tanto a los intereses de Francia y Gran Bretaña, como del nuevo proyecto político nacionalista-autoritario del general Kemal Attaturk, el “padre de la patria turca”. Éste en 1923 lideró un golpe de estado que acabó con el último sultán y tras una espectacular campaña militar expulsó a griegos, italianos y franceses de Anatolia. Esta nueva situación llevó a un nuevo tratado, el de Lausana (24-6-1923), en el cual se devolvió a la soberanía turca toda Anatolia y la franja europeo en torno a Estambul, ni que decir tiene que se acabó con la independencia de armenios y kurdos a sangre y fuego. Significaba el triunfo de la guerra sobre los intentos de fundar un mundo que se rigiera por la diplomacia. De esto, los kurdos han aprendido mucho a lo largo de la historia.

En 1924, Attaturk proclamó la nueva república turca, prohibiendo la lengua kurda y toda manifestación cultural de los que consideraba oficialmente “turcos de la montañas”.

A la “lógica” nacionalista del nuevo estado turco se le unió la “lógica” colonial derivada del descubrimiento en el subsuelo del Kurdistán del “oro negro”. Mediante los acuerdos de San Remo (1920) Francia y Gran Bretaña recibían de la SDN (Sociedad de Naciones) los “mandatos” (protectorados) de Siria e Irak respectivamente. En 1926 (pacto de Mosul) estos países llegaron a un acuerdo con Attaturk para el reparto de los beneficios del petróleo kurdo, al crearse la “Irak Petroleum Company” con capital británico, norteamericano y francés. El futuro del Kurdistán quedó establecido por los intereses de las compañías petrolíferas ( British Oil, Irak Petroleum, Anglo Persian) que tuvieron su expresión material en el oleoducto Alepo-Mosul-Bagdad.

Los kurdos volvieron a sublevarse en 1922, 1925 y 1938 en Irak y Turquía, siendo aplastadas tanto por británicos como por turcos. Había que esperar al término de la II Guerra Mundial para que de nuevo se encendiera la rebelión. En el contexto del optimismo de las democracias tras la derrota del nazismo, se crea en Irán el PDK ( Partido Democrático del Kurdistán) por Qazi Mohamed con planteamientos autonomistas dentro de un futuro Irán democrático. Aún así, no logró el apoyo de los Aliados, pero sí paradójicamente de la URSS cuyas tropas ocupaban el norte del país. Con este apoyo se creó el 22-1-1946 la efímera “República de Mahabad”. Pero recordemos que eran los tiempos iniciales de la guerra fría, y tras la retirada de los soviéticos, el Sha con apoyo de británicos y estadounidenses acabó en una lucha desigual en medios y material con las esperanzas kurdas. Sus líderes escaparon a la URSS, entrando la cuestión kurda en un nuevo período de anonimato histórico.

2.3. La guerra del Golfo y sus consecuencias (1992-1996).

Las décadas de los 50, 60, 70 y 80 fueron años de sorda lucha y despiadada represión. Particularmente en dos frentes: Turquía e Irak. En este último país el dictador Sadam Hussein (que llegó al poder en 1979) aplicó la política de “el palo y el caramelo”. De esta manera, mientras existía un parlamento kurdo “autónomo” en Arbil (controlado por Bagdad), se llevaba a cabo deportaciones masivas y colonizaciones de árabes en el norte. Su intención era crear un “cinturón de hierro” de 300 kms. a lo largo de sus fronteras con Irán, Siria y Turquía. Desaparecieron 4.000 pueblos, concentrándose la población en “ciudades estratégicas”. El paroxismo llegó el 16 de abril de 1988 cuando masacró a 5.000 personas con gas mostaza en el pueblo de Habacha con la excusa de que prestaban apoyo a los iraníes contra los que Irak luchaba desde 1980. En esta ocasión Occidente no se dió por enterado, ya que prefería a este autócrata “laico” como muro frente al islamismo jomeinista de Irán.

Por su parte, en Turquía, la situación de violencia larvada desde hacia 60 años estalló en 1984 cuando en los ambientes de izquierda de la universidad de Ankara se formó el PKK (Partidos de los Trabajadores del Kurdistán) comenzando una guerra abierta en el montañoso sureste del país. De inspiración marxista-leninista, estaba liderado por el carismático Abdulá Ocalan (conocido por los suyos como “Apo” tío).[8]

Este conflicto aún no cerrado, se ha cobrado más de 15.000 vidas (la mayoría guerrilleros) ha provocado masivos desplazamientos de población y el estancamiento económico de la zona.

En esta situación estalló en 1990 la Guerra del Golfo. Sadam había dejado de ser para los EEUU y sus aliados el freno al fudamentalismo para pasar a ser el mayor tirano de la historia, cuando amenazó sus intereses económicos en una zona de importancia tan vital como el Golfo Pérsico, al invadir Kuwait en agosto de 1990.[9]

Tras meses de bombardeos, en menos de dos semanas ( febrero-marzo 1991) las tropas aliadas acababan con el ejército iraquí y llegaban a las puertas de la capital. Aprovechando el caos iraquí los kurdos se levantan en el norte y los chíies en el sur. Los primeros, unidos en el FNK ( Frente Nacional del Kurdistán) fundado en 1991 y compuesto por diversas formaciones políticas (destacando el PDK de Barzani y la UPK de Talabani), logran liberar la casi totalidad de su territorio llegando a los arrabales de Kirkut y Mosul.[10]

Pero de nuevo los intereses petrolíferos se impusieron: tras reprimir la rebelión en sur, Sadam lanzó las últimas fuerzas disponibles (la conocida Guardia Republicana) sobre el norte para salvar los pozos petrolíferos de Kirkut y Mosul. Los EEUU y sus aliados, que un principio alentaron la rebelión, no movieron ni un dedo para salvar a los kurdos. Las terribles escenas del éxodo de dos millones de kurdos a través de las montañas nevadas de la frontera kurda llegaron a todos los rincones del planeta. Ante esta situación sobrevendría una tardía reacción, y así el Consejo de Seguridad de la ONU decretó la famosa resolución 688 que establecía las “zonas de exclusión aérea” al sur del paralelo 33º para los chiíes y al norte del 36º para los kurdos. En la práctica representó la creación de un “protectorado humanitario” de la ONU11, que se dotó de un autogobierno kurdo iraquí (no reconocido internacionalmente) con capital en Zaja. El FNK organizó elecciones en mayo de 1992, formándose una Asamblea Nacional en Arbil de la cual surgió el Consejo kurdo de gobierno, que no es reconocida por la ONU. De los 105 escaños, 51 fueron para el PDK y 49 para el UPK, el resto fueron a parar a la minoría cristiana kurda.

Mientras, en Turquía, a partir de 1992 se recrudeció la lucha entre el PKK y el gobierno, tras las expectativas creadas después de la Guerra del Golfo. El gobernante Partido de la Recta Vía hizo honor a su nombre y se lanzó a operaciones de auténtica limpieza étnica por medio de cuerpos de élite (especialmente sus “Komandos”[12]). La campaña que comenzó con táctica de “tierra quemada” y deportaciones masivas en el sureste del país fue acrecentándose, y así, en marzo de 1995, 35.000 soldados turcos cruzaron la frontera iraquí para acabar con los santuarios del PKK.

La ofensiva contra el PKK culminó en 1999 con la captura en Kenia (con la ayuda del Mossad israelí) de su líder Ocalan. En un posterior y polémico juicio, un tribunal turco le condenó a la pena de muerte por su actividad terrorista. El “caso Ocalan” supuso un gran escollo para las pretensiones turcas que integrarse en la Unión Europea, uno de los objetivos modernizadores del país. El rechazo de Europa a la pena de muerte y a la política represiva del gobierno turco, tutelado siempre por los militares, hizo que en 2002, se conmutara en primer lugar a Ocalan la pena de muerte por la de cadena perpetúa, y más tarde el Parlamento aboliera la pena de muerte y prometiera un mayor respecto a las minorías (refiriéndose, obviamente a los kurdos). Por otro lado, tras el 11-S y el consiguiente miedo general al fenómeno terrorista, Turquía logró, a cambio de lo anterior, que la UE incluyera en su lista de grupos terroristas al PKK.

En Irak, Sadam Hussein, a finales de agosto y principios de septiembre de 1996, lanzó a 12.000 soldados al norte del paralelo 36º, apoyados por el PDK, enfrentado desde 1992 con el UPK. Esta acción, la primera de envergadura tras la Guerra del Golfo por parte de Irak, significó la desarticulación del ensayo de autogobierno en el Kurdistán iraquí al ocupar la ciudad de Arbil (774.000 habitantes). La respuesta de EEUU fue el bombardeo con misiles de instalaciones militares iraquíes. Dicha actuación ha seguido latente, pero apenas conocida por el mundo, hasta nuestros días. A finales de 1998, estos incidentes en las áreas de exclusión aérea, hicieron que los EEUU amenazaran con llevar a cabo una nueva guerra contra Irak. Sin embargo, las actuaciones del Secretario de la ONU Kofi Annan, lograron que la situación quedara en un precario statu quo. En la actualidad, aviones británicos y estadounidenses siguen llevando a cabo ataques preventivos contra objetivos del ejército iraquí en dichas zonas. Unas zonas que fueron ampliadas unilateralmente por EEUU y que en la práctica suponen que los iraquíes solo pueden volar en la zona central del país.

Muy acertadamente ha escrito David Solar: “¿cómo se pudo vender que la Guerra del Golfo defendía el derecho internacional y ahora se permite el genocidio de un pueblo más numeroso que el kuwaití?”[13]

3. Un intento de comprensión.

De los expuesto, podemos obtener unas conclusiones que constituyen constantes históricas hasta nuestros días. Geopolíticamente el Kurdistán es la bisagra entre el Asia Central ex-soviética y Oriente Medio. Esta zona mantiene un equilibrio frágil entre las naciones árabes nacidas de la descolonización (Irak, Siria, etc…); un estado judío abocado a permanecer en un eterno estado de guerra14; estados guiados por un agresivo nacionalismo como Turquía; y por último, las monarquías petro-feudales del Golfo encabezadas por Arabia Saudí. ¿Es posible un estado kurdo en tales condiciones? Como hemos observado, la respuesta es negativa.

Dentro del juego político actual, no es “conveniente” un nuevo estado, el kurdo, de impredecible rumbo. Prueba de ello es el mantenimiento (desde 1991 hasta la política intervensionista norteamericana post-11S) casi artificial de un Irak exhausto y hambriento que ya no representa un peligro en la zona.[15]

En este panorama, respecto a los kurdos la máxima parece ser la de que “los únicos kurdos que hay que proteger son aquellos que habitan en casa del enemigo” como ha escrito el analista M.A. Banister en EL PAIS en septiembre de 1995.

Siria, Irán, Irak y Turquía a pesar de sus diferencias siempre han coincidido en unir fuerzas para evitar cualquier intento de crear un estado kurdo. En marzo de 1975, mediante los acuerdos de Argel, iraníes e irquies compartieron esfuerzos para perfeccionar sus mecanismos represores. En 1987 Irak permitía que las tropas turcas pudieran penetrar en su territorio para perseguir a guerrilleros del PKK, y a partir de 1992 turcos, sirios e iraníes se reúnen para reafirmar su unión contra un hipotético estado independiente kurdo. A su vez, estos países han manejado con astucia maquiavélica las divisiones entre los kurdos. Así por ejemplo, Siria fue hasta no hace poco la valedora de Ocalan, Irán hizo lo mismo con Talabani y su UPK, Barzani y su PDK ha llamado a las puertas de Washington como de Bagdad…

Como gran y única potencia, los EEUU han mantenido la postura (hasta la actualidad) de no variar el “statu quo” de la zona. Esta política de contentar a todos y a ninguno a la vez, produce situaciones paradójicas como el hecho de utilizar las mismas bases turcas, aviones americanos y turcos; los primeros bombardean Irak para defender a los kurdos, los segundos (con material estadounidense y alemán) bombardean a “sus kurdos” en la misma zona.

En el trasfondo de toda esta problemática encontramos el potencial petrolífero de la zona y su situación estratégica dentro de las rutas de oleoductos Oriente Medio-Mediterráneo. Actualmente a esto se le une su relación con la explotación de yacimientos petrolíferos del Mar Caspio, ya que por el Kurdistán turco pasaría la “ruta nº 5” patrocinada por EEUU y Turquía que uniría Bakú con Ceythan en la costa mediterránea de Turquía.[16]

Para calibrar la importancia económica del Kurdistán imaginemos que se formara un estado kurdo que tuviera como fronteras las del “Kurdistán histórico”, observaríamos que en su solar actualmente se produce el 100% del petróleo turco y sirio, el 74% iraquí y el 50% del iraní.

Pero seamos justos, los mismos kurdos han participado en su desgracia histórica. El ensayo de autogobierno en el Kurdistán iraquí acabó a causa de las luchas de poder entre el PDK y el UPK ( en gran medida provocadas por el control del contrabando de petróleo en la frontera turco-iraquí).[17]

La dependencia respecto a los caudillos militares y políticos (llaménse Barzani, Talabani u Ocalan) ha llevado a callejones sin salida de trágicas consecuencias. En muchas ocasiones han disfrazado la lucha por sus propios intereses con la causa de un pueblo oprimido que pretendían salvar.

En la coyuntura actual, con una inminente guerra en la zona (invasión de Irak) y con el consiguiente fin de la dictadura de Sadam Hussein, los kurdos tienen su enésima oportunidad para unirse y mejorar su situación.[18] Por otro lado, la postura de los EEUU y Gran Bretaña parece de nuevo favorecerlos ya que en su campaña por acabar con el supuesto arsenal atómico y químico del dictador iraquí, ponen como ejemplo de la crueldad del régimen, el ataque químico de Sadam Hussein contra la población kurda en 1988, cuando han pasado ya más de quince años. Esto nos demuestra el grado de instrumentalización del problema kurdo, incluso en nuestro país, ya que los principales valedores de dicha causa son los partidos nacionalistas vascos, que utilizan la reivindicaciones kurdas como un paraguas para sus pretensiones políticas.

Concluiremos con lo escrito por el periodista Tito Drago cuando se refiere a “un quinto mundo, el de las etnias sin estado, presentes en todos los continentes y reclamando su derecho a ser alguien en el concierto internacional”.

Proyecto Clío

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA
MARTORELL, M: Los kurdos: historia de una resistencia, Espasa-Calpe, Madrid, 1991

SAMMALI, J.: Ser kurdo, ¿es un delito?, Ed.. Txalaparte, Tafalla, 1999

BARAKAT, S: Las plumas; viaje sentimental al Kurdistán, Ediciones Libertarias, 1992.

INSTITUTO KURDO DE PARIS, Revista de Estudios Kurdos (Rue La Fayette, 106, 75010, París).

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[1] AAVV, Anuario de los Temas 1993, Ed. Planeta, Barcelona, 1994, pág. 354

[2] MARTORELL, Manuel, “El pueblo del fuego”, La Aventura de la Historia, nº9, 1999, pág. 17

[3] Dentro de los kurdos apenas tiene fuerza algún tipo de fundamentalismo islámico (chiísmo o wahabismo). Esto parece demostrarlo cuando a finales de 2001, los grupos armados kurdos iraquíes se lanzaron a una ofensiva para desarticular a unas supuestas “bases terroristas” de Al Quaeda en el norte del país (aunque todo indica que fue más una operación de propaganda política ante occidente).

[4] Ver M. MARTORELL, “Alevíes: el muro de contención del integrismo”, EL MUNDO, 18-3-1995

[5] Aunque también habría que destacar el papel de la mujer, que gozan de más libertad que en otras zonas de la región. ( M. EZQUERRO, “ La lucha de las mujeres kurdas”, EL MUNDO, 5-3-1995).

[6] Se ha llegado a decir que aquí se encuentran las raíces del flamenco

[7] Así lo ha puesto de relieve José U. MARTINEZ CARRERAS, El Mundo Arabe e Israel, Ed. Itsmo, Madrid, 1992, pág. 14. Una síntesis notable la encontramos en C., RUIZ “El reparto del Asia Otomana” en Cuadernos del mundo actual ( Historia 16), nº 14

[8] En el mundo de la izquierda turca de la década de los 70 como coletazos de la “revolución del 68” nació le germen del PKK y otros grupos de ultraizquierda como el maoísta TIKKO (Ejército de Liberación de los Campesinos y Trabajadores Turcos) que actualmente ha vuelto a actuar en el centro de Anatolia, relacionándose con los colectivos alevíes kurdos. Sin duda el nulo desarrollo de una democracia plena en Turquía ha favorecido la fosilización de la izquierda turca

[9] Una obra reveladora es VVAA, Después de la Tormenta. Las claves de la posguerra, Ed. B., Barcelona, 1991

[10] En el FNK convivieron, el nacionalismo “progresista” del PDK , el más radical del UPK (una suma de grupos minoritarios marxistas-leninistas y socialistas) con más apoyos que el anterior, y los minoritarios Partido Popular Democrático del Kurdistán (escisión “radical” del PDK), Partido Socialista del Kurdistán y el Partido Socialista Kurdo. Más que ideologías prevalecían el carisma de sus líderes.

[11] Una situación parecida, aunque mucho menor, a la Kosovo a partir de la intervención de la OTAN en 1999, a Timor Oriental (desde 1999 a 2002) y Afganistán tras la derrota de los talibán por los EEUU a finales de 2001.

[12] Ver M. MARTORELL, “Komando: la represión de élite”, MAGANIZE EL MUNDO, 20-5-1995

[13] “La madre del Apocalipsis” en Historia 16, nº 181 (1991). En el mismo número se incluye S. MORENO “ La tragedia kurda”, pp. 18-26

[14] Y ya no sólo con los países árabes vecinos (Siria, Jordania, Líbano, Egipto o Irak), sino contra los palestinos de los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza desde la “Intifada” de septiembre de 2000.

[15] Reflexiones esclarecedoras la encontramos en artículos como los de Jean Daniel, “ La insostenible supervivencia de un verdugo”, EL PAIS, 6-9-1996 y Gemma Martín Muñoz “ El embrollo iraquí”, EL PAIS, 18-11-1998

[16] Más detalles en “El Caspio, recambio del Golfo Pérsico”, EL PAIS (Negocios), 15-2-98 y “Caspio: esturiones y petróleo”, EL PAIS, 6-10-98.

[17] Sobre el tema J. Valenzuela “En busca de Saladino”, EL PAIS, 8-9-1996 y “Petróleo en la ruta de la seda”, EL PAIS, 28-2-1995

[18] Parece que el PDK y el UPK tienen la intención de unirse para propiciar la futura caída del régimen de Bagdad cuando previsiblemente los EEUU ataquen Irak (“Los dos grupos kurdos iraquíes unen fuerzas frente a Bagdad”, EL PAIS, 3-10-2002)

Kurmanji

Kurmanji

Kurmanji (Kurdish: Kurmancî) (sometimes misspelled as Kirmanji, Kurmangi or Kermanji) is the most commonly spoken dialect of Kurdish language. Besides the Kurds in Turkey, Iran, Iraq and Syria, it’s also spoken by all Kurds living in former Soviet countries; in Armenia, Georgia, Azerbaijan, Kazakhstan, Turkmenistan, Uzbekistan, Russia and Ukraine, as well as, by the Kurds in Lebanon. It’s also spoken by the vast majority of diaspora Kurds living in Europe, USA, Canada and Australia.

Kurmanji is the ceremonial language of national Kurdish religion “Yezidism”. The sacred book Mushafa Resh (Black Book) and all the prayers are written and said in Kurmanji. Kurmanji is the only dialect of Kurdish that is spoken in all four parts of Kurdistan.

In Kurdistan of Turkey almost all Kurds, (except those who speak Zazaki) speak Kurmanji. It’s also the mother tongue of the all Kurds in Kurdistan of Syria. Iran and Iraq also has a significant amount of Kurmanji speakers.

In Iraq, Kurmanji is spoken in the north parts of the country, primarily in the cities of Mosul, Duhok, Zakho, Akre, Amedia, Sheikhan, Shangal. In Iran, Kurmanji is spoken in the northern parts of the country, in the cities of Urmia, Maku, Xoy as well as exile by some two million Kurds living in Khorasan province of Iran. It’s also spoken by exiled Kurds in Middle Anatolia of Turkey, in cities like Ankara, Konya, Kirsehir, Eskisehir and some others.

Kurmanji is also spoken by 200,000 Kurdophones settled around Kabul, in Afghanistan and some in Pakistan.

Kurmanji is mistakenly called as “Bahdini” in Iraq, due to Kurmanji speaking Kurds living in Bahdinan region. In Iran, it’s sometimes called “Shikaki”, due to major Kurmanji tribe Shikak which is the tribe of legendary Kurdish leader Ismail Aghaye Shikak, known as legendary Simko among the Kurds.

The main theory about the etymology of Kurmanji is that the term Kurmanji, according to Prince Jaladet Bedirkhan, the great Kurdish intellectual who prepared the Latin Kurdish alphabet, comes from Kurd+man+cî which means, those Kurds who remained in their places (not moved like others). In earler publicatons of this century, the term Kurmanji was sometimes spelled with a “d” like “Kurdmanji” but the standard spelling of the term is Kurmanji in English and Kurmancî in Kurdish.

One other theory is that the term Kurmanji is believed by some scholars to mean Median Kurd.[1] Some scholars say the older form of this word is Khormenj (also possibly Hormenj, which means “place of Khormens” or “land of Khormens” in Kurdish). Kurds historically lived in the area Greek sources defined as Armenia; thus Greek Armen could be a rendering of local Khormen. Note that modern Armenians’ name for themselves has historically been Haiq.

The Magi Theory
Other scholars dismiss the above theories as false. These scholars claim the term Kurmanji originates from the two distinct words, kur (“boy” or “child”) and magi. Magi refers to one of the ancient tribes of the Median Empire whose priests are referenced in the Bible and are commonly known as the Three Wise Men from Medya.[2] The direct translation applied to the term Kurên Magî is “Children of Magi”. Scholars say that Manji is simply a distorted form of the original term. These scholars also claim that the Magi tribe, or followers of the priests that were referred to as “Magi of the people”, may have been the original speakers of Proto-Kurdish.[3] Indeed pre-modern documents write the name Kurmanj as Kurmaj; For instance Masture Ardalan writes: … the third group of Kurmaj are Baban… Also there is a desire in Kurdish to add a n before j. (ex. Iranian taj in Kurdish becomes tanj.and “ n” in some words is optional eg. “mi” English” i” can be spoken “min”). But probably it has more than one meaning as it is seen above since all theese meanings fully related to each other and as many important names and countless words in Kurmanci/Kurdish has more than one meaning.Thus the name/word Kurmanc and Kurmanci has e few meanings

When Neocons Ruled Washington

When Neocons Ruled Washington

By Michael Flynn

GENEVA, Dec 16 (IPS) – In the first two pages of his book on the neoconservative movement, historian Stephen Sniegoski tells us that U.S. Mideast policy during the George W. Bush presidency has been “colossally erroneous” and “disastrous to U.S. interests”, that the Iraq War is a “blunder of colossal proportions”, and that an attack on Iran is a “highly likely” “disaster” unless the country “eschews all elements of the Middle East war policy”.

It is hard to argue with these points. But the book’s relentless, partisan rhetoric serves to confirm what is obvious from its title: “The Transparent Cabal: The Neoconservative Agenda, War in the Middle East, and the National Interest of Israel” is yet another treatise on the pernicious influence of the neocons on foreign policy.

So many studies have been penned on this subject that the noted international relations scholar Robert Jervis, in a 2005 review of a similar book, wrote that “one may wonder whether more is needed”.

Sniegoski’s contribution is to thoroughly review the mountain of material already published on the neocons to support a thesis held by many war critics — that neocons, abetted by the 9/11 attacks and their supporters within the administration, were able to “gain control” of U.S. policy.

The book does one thing better than most other treatments — it hones in on the centrality of Israel in the neoconservative worldview, drawing out the significance of the relationship between neocons and the Israeli right, and placing the “war on terror” squarely within the neocon-Likud vision of Mideast peace.

Much of the book is a conscientious — if tedious — exercise in checking off all the boxes about the neocons. We read about the leftist origins of many early neoconservatives; their “powerful, interlocking network of think tanks, organisations, and media outlets”; misconceptions spurred by their support for democratic change, which Sniegoski dismisses as a rhetorical “weapon, not a political objective”; and their tendency to accuse critics of anti-Semitism (the author could have added a fuller assessment of how racists have exploited the Jewish backgrounds of many neoconservatives to stoke anti-Semitism).

It describes the relationship between neocons like Richard Perle and the Iraqi exile Ahmed Chalabi; how Douglas Feith and his colleagues in the Pentagon’s Office of Special Plans pushed through cherry-picked “evidence” on Iraq; and the alliance between neocons and the Christian Right.

Sniegoski is at his best when he departs from these well-worn narratives to assess the geopolitical context within which Bush administration decision-making occurred and analyses issues that have vexed observers, like the role of the oil lobby in influencing policies after 9/11 and the reason Iraq emerged as a target.

Chapter 8, titled “George W. Bush Administration: The Beginning”, is a case in point. The chapter opens with a discussion of how a network of neocons were given mid-level posts in the Office of the Vice President and the Pentagon, and how this insider position proved instrumental once the country and the president were willing to accept their ideas.

After discussing several key neocons and their ties to Israel, Sniegoski abruptly shifts to an assessment of what Business Week described as a struggle between “the pro-Israeli lobby and the U.S. oil industry” over Mideast policy.

It is here that the book gets interesting. Many observers argue that “Big Oil” was the driving force for the war. However, Sniegoski argues that oil interests lobbied the Bush administration to ease sanctions on Mideast countries and improve ties in the region. He also cites analysts who pointed to the diminishing role of the oil lobby after 9/11, including Salon’s Damien Cave, who wrote in late 2001 that “there is no clear evidence …of oil company desires affecting current U.S. foreign policy. If anything, the terrorist attacks have reduced oil industry influence.”

The results of this were felt in a number of policy areas, including Central Asia, which had long been in the crosshairs of analysts and energy suppliers because of its proximity to Caspian oil. After 9/11, however, it lost importance. Writes Sniegoski: The terrorist attacks “provided the United States with the golden opportunity to intervene militarily in Afghanistan on a major scale and thus go far to achieve its hegemonical goal in Central Asia… [B]ut any effort at establishing stability in Afghanistan was irretrievably undermined by the American focus on the war on Iraq. The goals of the American establishment imperialists and energy producers…thus would be overcome by the neoconservatives with their Israelocentric view of American foreign policy.”

Why Iraq? Going back to the origins of the Likud Party in the early 1970s, Sniegoski shows how the Israeli right has consistently advocated destabilising the Middle East so as to leave its opponents powerless and ensure Israeli security. He points to a widely cited 1982 publication by Oded Yinon, a one-time Israeli Foreign Ministry official. Calling Iraq “the greatest threat to Israel”, Yinon argued that the “dissolution” of Lebanon, which Israel invaded in 1982, was a “precedent for the entire Arab world including Egypt, Syria, Iraq and the Arabian peninsula”

The 1982 invasion of Lebanon, however, was widely condemned in and out of Israel, and spurred criticism from President Ronald Reagan. This debacle taught the Israeli right a key lesson, writes Sniegoski: It showed that “no military campaign to destabilize Israel’s enemies could achieve success if it antagonized Israeli public opinion and… lacked extensive backing from Israel’s principal sponsor, the United States.”

This Likud notion, which was reinforced after the first Gulf War when George Bush pere failed to overthrow Hussein and pressured Israel to draw back from the West Bank, was championed by neocons during the 1990s, when many of their publications argued for using an attack on Iraq as a lynchpin for a Mideast restructuring along lines elaborated by Israeli hardliners.

One such publication, titled “A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm”, was issued in 1996 by the Israel-based think tank the Institute for Advanced Strategic and Political Studies. A policy proposal for the then-incoming Likud government of Benjamin Netanyahu, the paper argued for dropping the Oslo peace process and putting in place a plan — with U.S. support — to reconfigure the Mideast political map using the overthrow of Hussein as a starting point.

Among the participants in the study group that produced this paper were eventual Bush administration advisers Perle, Feith, and David Wurmser. Sniegoski calls the study an “astounding document”, adding: “Though written to advance the interests of a foreign country, it appears to be a rough blueprint for actual Bush administration policy, with which some of [its] authors — Perle, Feith, and Wurmser — were intimately involved… When formulating and implementing American policy for the Bush II administration, were they acting in the interests of America or of Israel?”

This is a very controversial question, one which goes to the heart of Sniegoski’s book — but one which many U.S. readers who support Israel will find unsettling. Scholars should not be afraid to ask the questions their evidence leads to; but when broaching such divisive topics, it might be best to take a less partisan approach than Sniegoski’s. (END/2008)

El Salvador’s New Left

El Salvador’s New Left
Once a guerrilla movement, the FMLN has swapped revolutionary rhetoric for pragmatic politics.
By Jacob Wheeler December 10, 2008

SAN SALVADOR—Red banners, olive fatigues and Soviet-style marching music filled Parque Cuscatlán on Oct. 12, as hundreds of loyal members of El Salvador’s Faribundo Marti National Liberation (FMLN) party celebrated in the nation’s capital.
They were there on what would have been the 78th birthday of Jorge Schafik Handal, one of their movement’s founding fathers and the 2004 FMLN presidential candidate, who died two years ago.
Speakers drew applause upon mentioning the names of Venezuelan President Hugo Chávez, Bolivian President Evo Morales and late Cuban revolutionary Che Guevara. Teenage children of former rebels performed a play about the dangers of forgetting the massacres that the Salvadoran military perpetrated during the country’s bloody, 12-year civil war, which ended in 1992. A speech by Schafik Handal’s wife, Tanya, brought tears of nostalgia to many in the crowd. She concluded by placing a red rose at the base of the park’s Memory and Truth wall, which is inscribed with the names of roughly 35,000 civilians killed during the war.
Perhaps the showstopper was Alberto Lima, 14, who took the stage and, in a squeaky adolescent voice, threatened the demise of capitalists everywhere. He later picked a stick off the ground and cradled it like a machine gun.
Based on these scenes, one could be forgiven for thinking that Latin America’s Cold War-era conflicts were about to rage again. But a curious change is blowing through the FMLN party, dusting off the old guard or, perhaps, sweeping them into the dustbin of history.
A pragmatic approach
El Salvador will hold parliamentary elections in January and presidential elections in March, and el frente (or “the front”) — as the FMLN party is commonly called here — is poised to win the presidency for the first time since five rebel groups founded the party in 1980.
FMLN presidential candidate, Mauricio Funes, 49, only recently joined the party. He is well known in El Salvador as a political journalist and television host. Funes’ long-running morning show was one of the few national programs that consistently criticized the right-wing government of the Nationalist Republican Alliance party (ARENA), which has held power in El Salvador since 1988.
Key military players formed ARENA during the civil war, led by Maj. Roberto D’Aubuisson, a death-squad leader accused of masterminding the assassination of Archbishop Oscar Romero in 1980.
As of mid-October, Rodrigo Avila, ARENA’s presidential candidate and the director of the National Civilian Police, trailed Funes by 15 percentage points, according to a national poll by the San Salvador-based University of Central America.
Unlike the FMLN’s old guard and Schafik Handal, who lost the 2004 election in a landslide to current president, Antonio Saca, Funes doesn’t preach the rhetoric of communist revolution.
At official events in the capital, Funes wears a suit and tie. On the campaign trail, he typically sports a white guayabera shirt — instead of clothing with the red banner and white star that adorns the FMLN flag, as previous party candidates have done.
Funes’ rhetoric and policies are far more social democratic than socialist. He often emphasizes his friendships with left-of-center heads of state, such as Brazil’s Luiz Inácio Lula de Silva, Argentina’s Cristina Kirchner and Spain’s José Luis Rodriguez Zapatero. He has made several trips to the United States to meet with Assistant Secretary of State for Western Hemispheric Affairs Thomas Shannon, Rep. James McGovern (D-Mass.), and others.
Most importantly for his image as a pragmatist, Funes never fought in the civil war.
Neoliberal catastrophe
If el frente wins the presidency in March, it will inherit a desperate country.
In the 20 years of ARENA rule, El Salvador has suffered from neoliberal economic reforms that privatized social services and destroyed jobs, primarily in the agriculture sector. Paul D. Almeida, a professor of business at Georgetown University, writes in his 2006 book, Waves of Protest: Popular Struggle in El Salvador, 1925-2005, that the post-war generation of Salvadoran dissidents has fought not for land or to overthrow the government, but to oppose the privatization of key human needs like healthcare, education and water access. In return for the hundreds of millions of dollars the United States sent to the Salvadoran government during the war, Washington insisted on planting the seeds to liberalize the post-war economy.
The repression has continued. In July 2007, the Salvadoran police arrested 14 rural activists in the town of Suchitoto, who were protesting water privatization. They were tried under the government’s “Special Law Against Acts of Terrorism,” which was modeled after the U.S. Patriot Act.
Julia Evelyn Martinez, a progressive economist at the University of Central America, says that the privatization of social services, El Salvador’s adoption of the U.S. dollar in 2001, and free-trade agreements — such as the Central American Free Trade Agreement (CAFTA) — have placed the country at the mercy of foreign corporations and made it too dependent on imports.
Remittances from Salvadorans living in the United States — which represent an astounding 20 percent of the country’s gross domestic product — are keeping the economy afloat, and as many as one-third of all Salvadorans live abroad.
Meanwhile, food and fuel prices have skyrocketed in El Salvador. A can of beans that cost 30 cents a couple years ago now sells for over $1. Gasoline prices topped $5 a gallon in mid-October. Those staple products cost more in El Salvador than they do in parts of the United States. An estimated 100,000 Salvadorans — approximately one out of every 60 — fell below the poverty line between September 2007 and June 2008, according to the World Food Program.
Martinez says the first thing the new government must do is to tear down all the neoliberal policies that were implemented in El Salvador since 1989. She suggests the new president and parliament put their focus on developing markets within the country: “That would stimulate businesses to produce for internal markets, and not just for certain groups of the population,” Martinez says. “Instead, all the opportunities for development are directed outside of the country, in the form of remittances, maquiladoras [that export cheap clothing] or the need for foreign investments.”
The U.N. Development Program reported recently that 62.4 percent of Salvadoran youth are underemployed — lacking work sufficient to sustain a dignified life — compared to half of the general population.
The lack of sustainable markets within El Salvador leaves many youth with two options: Scrounge up $9,000 — reportedly the going rate for a coyote to traffic a person into the United States — or join a gang.
Modern capitalism or road to socialism?
The incumbent ARENA party has filled the airwaves, the daily newspapers and the sympathetic ears within the Bush administration with rhetoric that an FMLN presidential victory would be akin to a communist takeover of El Salvador — or worse.
On Sept. 18, at the American Enterprise Institute — a conservative think tank in D.C. — Salvadoran Minister of Foreign Affairs Marisol Argueta appealed to the U.S. government to not let “dangerous populists” win the upcoming election.
El Salvador’s two nationally distributed newspapers, El Diario de Hoy and La Prensa Grafica, have run almost daily reports trying to link the FMLN to Chávez’s Venezuelan oil money, the Colombian FARC rebels’ arms- and drug-running activities, Cuban dictator Fidel Castro’s worldview, or Nicaraguan President Daniel Ortega’s suppression of democracy.
ARENA’s Saca has all but called Funes a puppet of the FMLN, telling CNN’s Spanish-language network in February, “If it flies like a duck, swims like a duck and eats like a duck, it’s a duck … The FMLN is a communist party. Its ideas haven’t changed.”
A foreign nongovernmental organization worker told In These Times that a frightened, elderly peasant woman had recently asked her if it was true that if el frente won, the elderly would be “turned into soap.”
But is today’s FMLN truly a Cold War-era throwback? Would it overturn capitalism, kick out foreign corporations, cancel free-trade deals and expropriate land?
Hardly, says economist Martinez.
“If you read their government plan, you’ll see that it’s a plan to modernize capitalism in El Salvador,” she says. “It’s an economic plan with better opportunities to distribute wealth and social services among the population, and [it] insists on combating poverty and guaranteeing food security for sectors that have traditionally been excluded from the political process. … What we’re seeing is a return to pragmatism.”
The 96-page FMLN plan features a smiling young woman in a white dress on its cover. She is about to breastfeed her healthy baby. Behind her is the blue and white Salvadoran flag. The red text on the cover, above the party logo, reads: “Nace la Esperanza, Viene el Cambio” (“The Hope is Born, the Change Arrives”).
In it, el frente proposes to stimulate the economy on local levels, such as by offering micro-loans and credit and investments for small- and medium-sized businesses, though it stops short of explaining which corporations or members of the land-owning elite will pay more taxes to foot the bill.
Included in the manual are a two-page letter from Funes and a one-page letter from vice presidential candidate Salvador Sánchez Cerén, a member of the party’s old guard. Herein lies doubt as to whether the party has modernized, after all.
Cerén, 65, was known as Comandante Leonel González during the war, and took the party’s reins after Handal died. He was a founding father of the Popular Liberation Front, one of five opposition groups that merged to form the FMLN in 1980.
To former FMLN member Julio Hernandez, Cerén is proof that the party is still living in the past.
“This is a rare combination in which you have Funes, a fresh, modern figure, but [the influence on the party of] Hugo Chávez is very visible, especially his money,” Hernandez says. “The FMLN [must] open up the party, but they’re not doing so.”
Hernandez served in the guerrilla and reached the party’s upper echelons in 1992. He says he felt confident that el frente was growing more moderate — even as some of the rebels’ heroes, such as Joaquin Villalobos, refused to participate in the post-war FMLN. Hernandez resigned in 2005 after the old guard insisted on running Schafik Handal as its candidate — instead of a more pragmatic choice, like Funes. FMLN was subsequently trounced by ARENA.
Hernandez has since formed a new, left-of-center political party called the Revolutionary Democratic Front. He applauds FMLN’s decision to run Funes this time around, but he says the party is feeding the Salvadoran people a mixed message.
“The FMLN … gives Funes the title of presidential candidate, but that’s it,” Hernandez says. “All of the [congressional] candidates are from the hard line, the linea dura. The candidate frequently says one thing, but the party base says another. These aren’t mistakes, but ways to show Funes who’s in charge.”
Change, poco a poco
The ubiquitous photos of Guevara, and of Schafik Handal palling around with the three maestros of Latin American socialism — Castro, Chávez and Morales — still adorn the lobby of the FMLN’s unpretentious headquarters in San Salvador. The ceiling fan clanks more than it whirs, and the coffee inside the dispenser has long since gone cold. The little money el frente does have for the campaign is certainly not spent on office amenities.
When Sigfrido Reyes enters the room dressed in a partly unbuttoned, checkered shirt, it isn’t immediately obvious that he is the party’s chief of communications and one of its most influential members.
Called Joaquin during the war, Reyes, 48, has since earned a master’s degree in economic policy at Columbia University in New York. He attended the Democratic National Convention in Denver in August and met with President-elect Obama’s foreign policy advisers to help forge a relationship between the FMLN and Democrats.
“All political movements, all social bodies, change,” Reyes says. “For us, change isn’t bad. It’s a natural state of adapting. We don’t believe that the FMLN is a party that represents just the left in this society, but that it’s obligated to represent other sectors. We don’t just represent the workers, but also the national businesses that take the risk of investing in our country.” The FMLN, he says, is not “a monolithic body.”
CAFTA is an example of a topic that some FMLN officials have condemned outright on the campaign trail, yet Funes says he wouldn’t withdraw from the trade agreement as president.
Reyes concedes that, “El Salvador was told that CAFTA would create thousands of businesses, that it would create an inundation of foreign investment, a transfer of technology, and that the institutions of justice and labor would work better,” he says. “The reality is that hasn’t happened.”
Hato Hasbun, one of Funes’ closest personal advisers and his onetime sociology professor, refuses to suggest that the FMLN party would make any radical changes upon winning power.
“We need to respect the international agreements that have been signed,” Hasburn says, “but nothing is written in stone, and we’re not going to ideologize the discussion. We’ll make decisions based on the current reality. We want to be a responsible government, not a reactionary one.”
Unlike the late Schafik Handal and other hardliners within el frente, Funes enjoys some support within the Salvadoran business community. This support includes a wealthy fraternity of supporters with no ties to the FMLN, many of whom call themselves “amigos de Mauricio.”
“One interesting thing about Funes is that there are clearly business sectors that are willing to live with him,” says Geoff Thale of the Washington Office on Latin America, a coalition that promotes human rights, democracy, and social and economic justice in the region. “Though they may not be enthusiastic, they’re unhappy with the last 20 years of ARENA rule.”
Thale says he didn’t realize how much things had changed since the war until he recently ran into a former guerrilla commander, whom he knew, at a hotel in San Salvador. When asked what he was up to, the former commander replied that he was off to a business meeting at the chamber of commerce.
Appealing to the base
Where critics see mixed messages between Funes and the party’s hardliners, Martinez sees merely a difference in political approach.
“El frente is a social democratic party now, but a party that claims it’s developing toward a socialist revolution. They’re doing that for their base … people in rural areas who were combatants or families of ex-combatants. If el frente were to renounce their effort to build a socialist society, they would lose a big chunk of what they consider their solidarity vote, their voto duro.”
On a Sunday morning in mid-October, the voto duro was not hard to find. They often travel in a sea of red, singing songs and reciting poems about their fallen comandantes. Back in Parque Cuscatlán, a familiar song carried through the warm Central American air. At the opposite end of the park, a well-dressed crowd was seated under a white tent, listening to loudspeakers that crooned Frank Sinatra’s voice, and his ode to the city of world capitalism, “New York, New York.”
El Salvador remains a country living in the past and present — divided by ideological lines, between left and right, and with many of the same faces from the civil war, shouting toward anyone who will listen.
Whether Mauricio Funes will bridge that divide — or disappear into it — remains an open question. 
This reporting was made possible by a grant from Communitas.

La Ofensiva de 1981

En la casa que alquilan los dos compañeros a los que cariñosamente les decimos tíos, donde funciona uno de los talleres de explosivos del ERP, y que está ubicado en la periferia norte de Soyapango, me dirijo a uno de los dormitorios, consulto mi reloj y son las 4 y 10 de la tarde.

No me siento nervioso, más bien alegre de que al fin estamos por iniciar los combates. Sin perder más tiempo procedo a ponerme el uniforme que vamos a utilizar los combatientes del ERP: camisa beige manga larga y pantalón de lona azul. Me coloco un cinturón militar verde olivo a la cintura y acomodo en su funda una pistola calibre 9 mm marca browning, luego reviso dos cargadores del fusil M-16 y también los coloco a la cintura, otros dos cargadores los adapto con cinta adhesiva en sentido contrario e introduzco uno de ellos al arma. Me coloco en la cabeza una boina color café oscuro y me encamino a la puerta. Al llegar a la sala veo a Mariana, Clelia, Misael y Pichinte.

Vuelvo a consultar mi reloj, son las 4 y 46 de la tarde. Ya falta muy poco para iniciar los operativos militares en la capital. A las 5 en punto les digo a los compañeros: “Ya es la hora, salgamos a la calle a esperar a la fuerza con la que vamos a asegurar el terreno aquí”. Todos se levantan de donde están y empezamos a salir con las armas en la mano. La gente que en ese momento está en la calle se sorprende al vernos. Algunos de ellos se van corriendo para sus casas y cierran rápidamente las puertas.

La ofensiva ha comenzado

No han transcurrido ni 3 minutos cuando veo que entran los compañeros que van a estar conmigo en esta parte del barrio. Doy órdenes inmediatamente y distribuyo a toda la gente en diferentes posiciones para asegurar la defensa, simultáneamente escucho ruido de bombas y disparos cerca de aquí. “La ofensiva ha comenzado”. Le comento a Mariana, que se ha quedado al lado mío al frente de la casa de la organización. “Sí, empezó todo bien sincronizado”, responde con mucha calma, observando todos los movimientos y sosteniendo una subametralladora UZI en su mano derecha.

Leoncio Pichinte empieza a arengar a la población y a invitar a que se unan a la insurrección armada que se ha iniciado en todo el territorio nacional por las fuerzas del FMLN. Empieza a oscurecer y para este momento las tropas del enemigo combaten en las calles con nuestras fuerzas en varios lugares de Soyapango. Pichinte no se cansa de arengar a la población e incluso ha ido visitando casa por casa con el grupo que pertenece a las Ligas Populares 28 de Febrero, nuestro frente de masas.

Sin embargo, es bien poca la población que nos está ayudando a hacer barricadas. La gran mayoría de la gente se ha quedado encerrada en sus casas. “¿Qué es lo que pasa que la población no se nos une?”, le comento preocupado a Mariana. “No sé, esperábamos que la población nos apoyara”, me responde también preocupada. “Pues sí, nos apoyan, pero no se integran a combatir al lado de nosotros, se han encerrado en sus casas”, le insisto. “Ya te dije, no sé que pasa”, dice ella suavemente.

A pesar de que la población no se nos ha unido masivamente, nosotros en esta parte de Soyapango mantenemos el control militar. Cerca de las 10 de la noche, Mariana me toca el hombro y me dice: “Mirá, llegó Mincho con su gente. “¿Que pasó?”, le pregunto a Mincho de entrada. Los de la RN no atravesaron el tren como vos dijiste. El ejército penetró con sus camiones sin problemas y ya tienen control del bulevar del Ejército”.

-¿O sea que nos han dividido la fuerza?

Claro, el resto de combatientes han quedado al otro lado, incluyendo los que atacan a la Fuerza Aérea, dice Mincho agitado.

-Está bien, con tu gente apoyá para asegurar el terreno aquí y en un rato veremos que hacemos, voy a evaluar la situación.

No hay insurrección

Me aíslo un poco, saco un cigarro de mi camisa, lo prendo y trato de analizar la situación. Las fuerzas de la RN o no pudieron atravesar el tren por causas que desconozco, o era mentira que podían hacerlo. El asunto es que tengo dividida la fuerza militar, lo cual limita mis posibilidades de maniobra y lo más importante es que la insurrección no se ha desarrollado. Estamos peleando ejército contra ejército y nosotros con muy poca ayuda de la población civil.

Llamo a Mariana, Clelia, y Misael y les digo:

-La situación militar no es buena para nosotros en las actuales circunstancias. El hecho político que no se haya desarrollado la incorporación masiva de la población es un asunto que cambia todas las perspectivas de esta maniobra. He decidido que solamente vamos a estar aquí un corto tiempo y luego nos retiramos al norte, buscando Tonacatepeque.

Me parece bien, dice Misael.

Dejo pasar como media hora y después ordeno a todos los mandos que den instrucciones a su gente para retirarnos. Reunimos a toda la fuerza y nos vamos retirando por grupos de manera ordenada hasta que nos convertimos en una inmensa fila de combatientes que camina un poco lento por la oscuridad que nos abraza. Pero pienso que la decisión de retirarnos la tomé en el momento justo porque no estamos siendo perseguidos por tropas del enemigo. Vito, uno de mis mandos medios, se me acerca y dice:

-Alejandro, ya llegamos a Tonacatepeque, en este punto tenemos que desviamos.

¿Y cómo se ve el pueblo?, le pregunto.

Ese lugar está tranquilo, no se ve movilización de tropas ni de civiles, responde.

Tomémonos este pueblo

Me quedo reflexionando unos segundos y pienso: ¿y si en vez de desviamos en silencio tomamos este pueblo?

-Vito, no nos vamos a desviar, vamos a tomarnos el pueblo. Vos encargate con tu fuerza de atacar el puesto de la guardia.

En pocos minutos empieza el ataque al puesto de la guardia y se escucha un combate bien nutrido y prolongado. “Puta, no pensé que los guardias iban a oponer tanta resistencia”, le comento a Mariana. En ese momento se me acerca el compañero Fermán y me dice:

-Alejandro, tenemos que retirarnos porque los tanques del ejército nos vienen siguiendo.

Me paro en todo el medio de la calle para ver una pequeña colina por donde tendrían que aparecer los blindados.

Yo no veo nada, le digo.

-Puta, Alejandro, mirá bien, allá se ven, vienen bajando por la colina.

Me esfuerzo para ver mejor y no veo los tanques que dice Fermán. No existen esos carros de combate, este lo que tiene es un ataque de nervios, pienso en mis adentros. Ya no le hago caso, trato de ponerle cuidado al desarrollo de los combates en el pueblo. Al cabo de unos minutos me doy cuenta que viene acercándose Mariana con una cara que expresa preocupación. Dice al llegar:

-El puesto de la guardia no se pudo tomar y mataron a Vito.

Vámonos de aquí, le digo contrariado.

Bordeamos el pueblo sin complicaciones y seguimos caminando siempre con rumbo norte.

Me siento mal y muy molesto por la muerte de Vito. Recuerdo que antes de iniciar los preparativos de esta ofensiva lo teníamos como candidato para que asumiera la jefatura de operaciones de San Salvador.

La evacuación

Seguimos caminando y yo no dejo de pensar en qué hacer en este momento con toda esta fuerza militar que llevo conmigo, porque es obvio que en la capital no ha habido insurrección y del resto del país estoy desconectado, no tengo por lo tanto la menor idea de lo que está ocurriendo.

Tengo informes que en Guazapa la Resistencia Nacional tienen una pequeña fuerza militar, pero nosotros no contamos con nadie en ese lugar, y además no conocemos el camino para llegar hasta los campamentos.

Al llegar a una zona con bastante vegetación doy la orden de pararnos, llamo a Mariana, Clelia y Misael. Les hablo despacio y muy calmado:

-Pienso tomar la decisión de evacuar a toda la gente desde este punto que nos ofrece un buen camuflaje, porque la ofensiva en la capital no salió como esperábamos y ustedes bien saben que en este momento no tenemos comunicación con el resto del país.

¿Y en Guazapa no se dice que hay fuerzas del FMLN?, pregunta Misael.

-Sí, pero no conocemos el camino y pronto nos sorprenderá el día. Es mejor que nos disgreguemos aquí. De aquí está cerca Quezaltepeque y ahí está don Tito, que tiene una infraestructura con capacidad suficiente para guardar las armas, y además buena cobertura porque es una estación de gasolina. Vamos a proceder en ese sentido y voy a dejar a cargo de la evacuación a Mincho. Que vaya trasladando las armas hacia ahí y que la fuerza militar se traslade para San Salvador poco a poco, como gente común y corriente, en la medida que él vaya trasladando el armamento.

Mando a llamar a Mincho y le explico el plan de evacuación.

Está bien Alejandro, yo empiezo a trabajar en eso y arreglo para que ustedes salgan primero para San Salvador, responde con aplomo.

A pesar de las expectativas que la ofensiva final había despertado en todos nosotros, tomamos algunas precauciones y en nuestras mochilas tenemos ropa normal para confundirnos con la población y poder viajar a la capital con algún mínimo de seguridad.

Roque Dalton comienza a aburrir

Roque Dalton comienza a aburrir
(Cinco tesis sobre la imagen pública del poeta salvadoreño)
Miguel Huezo Mixco

Esto va a sonar como una herejía. Cuando me puse a pensar qué decir en ocasión del lanzamiento del tercer volumen de la Poesía Completa de Roque Dalton por parte de la DPI, debo confesarles que mi primera reacción fue sentir que Dalton ha comenzado a aburrirme un poco. Es probable que ustedes no compartan mi posición, pero al menos van a respetar mi punto de vista. A continuación amplío de manera muy breve mi perspectiva a partir de cinco tesis sobre la imagen pública del poeta en nuestros días.

Primera tesis: Dalton se ha convertido desde hace un buen tiempo en un clásico, y los clásicos están condenados a volverse aburridos. No quiero decir que su obra o su pensamiento se haya agotado y no tengan nada nuevo que aportar al entretenimiento o al conocimiento de eso que llamamos “el alma humana”. Pero los clásicos están recubiertos por una pátina que les otorga un carácter distante. Dalton ha ingresado, por su obra y por su tragedia, en el panteón de los grandes escritores salvadoreños de todos los tiempos, y eso, tenemos que decirlo, comienza a convertirlo en una especie de antigüedad.

Segunda tesis: Dalton goza, sin embargo, de muy buena salud en el estado de ánimo nacional. Dalton consiguió recoger extraordinarias representaciones de “lo salvadoreño”, como en el mil veces citado “Poema de amor”, donde considera a sus compatriotas nosotros como muy trabajadores y creativos, además de ser muy pendencieros (dispuestos a sacar primero el cuchillo). Este tipo de representaciones lo convierten en un autor y una referencia imprescindible de una cierta idea de la “salvadoreñidad”. Su personalidad misma encarnó rasgos muy “salvadoreños”, y muy “masculinos”: irreverente, mujeriego y borracho. Características que nunca consiguieron opacar, sino más bien resaltaron, sus innegables talentos artísticos.

Tercera tesis: Dalton es uno de nuestros principales productos nostálgicos y un verdadero éxito comercial. La nostalgia se ha convertido en las últimas décadas en un producto muy rentable para la economía salvadoreña. El loroco, el achiote, la horchata, ya no digamos las pupusas, las fotos del monumento al Salvador del Mundo y la bandera nacional, han cobrado un nuevo brío debido a que veinte de cada cien salvadoreños viven en el extranjero. Las necesidades de esas casi tres millones de personas de constituirse en una comunidad diferenciada respecto de otras identidades (mexicanos, dominicanos, colombianos, etc.) presentes en los enclaves latinos en Estados Unidos han hecho a los salvadoreños abrazarse a la nostalgia con fuerza inusitada. En el terreno editorial Dalton es nuestro principal producto nostálgico.

Cuarta tesis: El “establishment” le está pasando una alta factura a la rebeldía de Roque Dalton. El poeta decía que su patria, El Salvador, era como una “mamá que paraba los pelos”. Esa madre horrible, agresiva, coscorroneadora, parece haber acogido finalmente a su hijo pródigo. Y lo está apretando contra sus grandes chiches, así como una madre entre abnegada y resignada aprieta a un cipote travieso, ese cipote que Dalton siempre quiso ser. Los que vivimos la prohibición y el peligro que entrañaba tener un libro de Dalton (y, en general, la sola tenencia de casi cualquier libro), no dejamos de sorprendernos cuando lo miramos convertido en uno de los productos más apetecidos en las librerías y uno de los nombres obligados en los programas de estudio de los escolares. Estos hechos prueban que una parte importante de la cultura salvadoreña ha cambiado, y mucho. Esa nueva cultura lo ha acogido, pero su “venganza” consiste en imponerle esa aureola, algo vacua, destinada a los forjadores de identidad, que rápidamente asociamos con la imagen de “viejitos aburridos” y anacrónicos.

Quinta tesis: todo lo dicho parece un resultado inevitable del paso del tiempo. Parece irremediable que Dalton llegue a convertirse en lo más cercano a una estatua. Confieso que yo mismo me siento un poco pero solo un poco responsable de ello, pues entre otras cosas ayudé a darle forma al proyecto de publicación de sus poesías completas, patrocinado por la instancia editorial oficial. Ese proyecto culmina ahora con el lanzamiento del tercer tomo titulado, casi como una dulce ironía… “No pronuncies mi nombre”.

Me siento invadido por un doble sentimiento. Por un lado, tengo un claro sentimiento de alejamiento respetuoso respecto de Dalton. Por otro y quisiera que esto quedara también muy claro un sentimiento de orgullo por haber sido testigo y parte de ese proceso que lo sacó definitivamente de las catacumbas. Dalton seguramente va a comenzar a ser visto cada vez más como un viejo aburrido. Pero el hecho mismo de que ya comience a aburrirnos, de que se vuelva demasiado habitual, excesivamente nombrado y unánimemente respetado, es prueba de que su obra y no sólo su obra, sino también su testimonio personal empujaron un cambio importante en la cultura salvadoreña del último siglo. Por una de esas paradojas de la vida, Dalton nos ha obligado a todos a ser un poco más tolerantes.

La Iglesia y la represión franquista

La Iglesia y la represión franquista
Julián Casanova · · · · ·

30/11/08

La tragedia de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco se ha convertido en las últimas semanas en el eje de un debate social, político y judicial. Con ese recuerdo, ha revivido de nuevo ante nosotros el pasado más oculto y reprimido. Algunos se enteran ahora con estupor de acontecimientos que los historiadores ya habían documentado. Otros, casi siempre los que menos saben o a los que más incomodidad les produce esos relatos, dicen estar cansados de tanta historia y memoria de guerra y dictadura. Es un pasado que vuelve con diferentes significados, lo actualizan los herederos de las víctimas y de sus verdugos. Y como opinar es libre y la ignorancia no ocupa lugar, muchos han acudido a las deformaciones para hacer frente a la barbarie que se despliega ante sus ojos.

En realidad, por mucho que se quiera culpabilizar a la República o repartir crueldades de la Guerra Civil, el conflicto entre las diferentes memorias, representaciones y olvidos no viene de ahí, de los violentos años treinta, un mito explicativo que puede desmontarse, sino de la trivialización que se hace de la dictadura de Franco, uno de los regímenes más criminales y a la vez más bendecidos que ha conocido la historia del siglo XX.

Lo que hizo la Iglesia católica en ese pasado y lo que dice sobre él en el presente refleja perfectamente esa tensión entre la historia y el falseamiento de los hechos. “La sangre de los mártires es el mejor antídoto contra la anemia de la fe”, declaró hace apenas un mes Juan Antonio Martínez Camino, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, en el fragor del debate sobre las diligencias abiertas por el juez Garzón acerca de la represión franquista. “A veces es necesario saber olvidar”, afirma ahora Antonio María Rouco. Es decir, a la Iglesia católica le gusta recordar lo mucho que perdió y sufrió durante la República y la Guerra Civil, pero si se trata de informar e investigar sobre los otros muertos, sobre la otra violencia, aquella que el clero no dudó en bendecir y legitimar, entonces se están abriendo “viejas heridas” y ya se sabe quiénes son los responsables.

Franco y la Iglesia ganaron juntos la guerra y juntos gestionaron la paz, una paz a su gusto, con las fuerzas represivas del Estado dando fuerte a los cautivos y desarmados rojos, mientras los obispos y clérigos supervisaban los valores morales y educaban a las masas en los principios del dogma católico. Hubo en esos largos años tragedia y comedia. La tragedia de decenas de miles de españoles fusilados, presos, humillados. Y la comedia del clero paseando a Franco bajo palio y dejando para la posteridad un rosario interminable de loas y adhesiones incondicionales a su dictadura.

Lo que hemos documentado varios historiadores en los últimos años va más allá del análisis del intercambio de favores y beneficios entre la Iglesia y la dictadura de Franco y prueba la implicación de la Iglesia católica jerarquía, clero y católicos de a pie en la violencia de los vencedores sobre los vencidos. Ahí estuvieron siempre en primera línea, en los años más duros y sangrientos, hasta que las cosas comenzaron a cambiar en la década de los sesenta, para proporcionar el cuerpo doctrinal y legitimador a la masacre, para ayudar a la gente a llevar mejor las penas, para controlar la educación, para perpetuar la miseria de todos esos pobres rojos y ateos que se habían atrevido a desafiar el orden social y abandonar la religión.

La maquinaria legal represiva franquista, activada con la Ley de Responsabilidades Políticas de febrero de 1939 y la Causa General de abril de 1940, convirtió a los curas en investigadores del pasado ideológico y político de los ciudadanos, en colaboradores del aparato judicial. Con sus informes, aprobaron el exterminio legal organizado por los vencedores en la posguerra y se involucraron hasta la médula en la red de sentimientos de venganza, envidias, odios y enemistades que envolvían la vida cotidiana de la sociedad española.

La Iglesia no quiso saber nada de las palizas, tortura y muerte en las cárceles franquistas. Los capellanes de prisiones, un cuerpo que había sido disuelto por la República y reestablecido por Franco, impusieron la moral católica, obediencia y sumisión a los condenados a muerte o a largos años de reclusión. Fueron poderosos dentro y fuera de las cárceles. El poder que les daba la ley, la sotana y la capacidad de decidir, con criterios religiosos, quiénes debían purgar sus pecados y vivir de rodillas.

Todas esas historias, las de los asesinados y desaparecidos, las de las mujeres presas, las de sus niños arrebatados antes de ser fusiladas, robados o ingresados bajo tutela en centros de asistencia y escuelas religiosas, reaparecen ahora con los autos del juez Garzón, después de haber sido descubiertas e investigadas desde hace años por historiadores y periodistas. Quienes las sufrieron merecen una reparación y la sociedad democrática española debe enfrentarse a ese pasado, como han hecho en otros países. La Iglesia podría ponerse al frente de esa exigencia de reparación y de justicia retributiva. Si no, las voces del pasado siempre le recordarán su papel de verdugo. Aunque ella sólo quiera recordar a sus mártires.

Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza.

El País, 26 noviembre 2006