Lunes, 30 de Julio de 2012 / 07:58 h
30 de julio de 1975
Dagoberto Gutiérrez
La fecha está llena de sudor, entusiasmo estudiantil, protesta, calle y sangre. También está llena de dictadura, represión y disparos, pero además está llena de crisis, la crisis de una dictadura militar de derecha, montada en 1932. Aunque todo esto es cierto, la fecha también está imantada por el papel de una universidad que, siendo un centro de estudios con calidad universitaria, no puede ganar esa calidad alejada del calor de una realidad quemante.
La fecha, además, expresa la realidad de un movimiento estudiantil en el cual, jóvenes hermosos, valientes y con ideales invencibles, cumplían un papel que los enfrentaba directamente al sistema político imperante. Por supuesto, a la base de estos factores se encontraba un pueblo cuya subjetividad era motorizada audazmente por sus propias luchas, por su destacamento estudiantil y por una dictadura torpe que no vacilaba en disparar y matar, pensando que nunca se le podía responder.
Todo esto resulta moviéndose en esta fecha y en este año. No olvidemos que dos años después, la Unión Nacional Opositora (alianza entre los partidos Demócrata Cristiano, Movimiento Nacional Revolucionario y Unión Democrática Nacionalista) realizaría su segunda campaña electoral, derrotando al Partido de Conciliación Nacional, llevando de candidato presidencial al Cnel. Ernesto Claramount.
Como podemos ver, estamos avanzando en el filo de un proceso histórico que concita todo el proceso en una sola tarde; pero lo esencial resulta ser el proceso histórico del que esta fecha es un punto encendido. Estamos en el camino que llevaba irremediablemente a la guerra popular de 20 años. Esta sería, a su vez, la tercera gran confrontación histórica, luego de 1832 con Anastasio Aquino a la cabeza, el padre de la dignidad popular, pasando por 1932 hasta la guerra de 20 años.
Estamos conmemorando una matanza y esto significa apelar a nuestra memoria histórica donde los acontecimientos son presentados de diferente manera, de acuerdo a la posición que se tenga en la lucha de clases. En el 30 de julio de 1975 encontramos a una dictadura enfrentada a un pueblo y a ambos factores moviéndose en un proceso político con su propia energía y su propio motor. Las cúpulas militares, como instrumentos de la oligarquía ejercían desde 1932 el papel de clase gobernante, de administradores del poder político dominante en la época. Este ejercicio suponía una cierta autonomía de su parte, pero en definitiva, un sometimiento a los dueños innegables del poder político. En el seno de las clases dominantes, el ambiente expresaba desaliento y desconcierto tras el fracaso de la industrialización y la integración centroamericana. Recordemos que pocos años antes, la guerra con Honduras destruyó el proyecto de desarrollo sin cambios estructurales y el momento histórico recogía entonces una especie de atascamiento de los caminos.
El movimiento popular expresaba un ensanchamiento de los sujetos políticos y las clases medias avanzaban inexorablemente hacia las posiciones conductoras del proceso. El gobierno de ese momento, el Cnel. Arturo Armando Molina, había invadido la universidad en 1972 y, sin duda, sostenían que esta era el centro, el motor y la inspiración de toda la confrontación social. En realidad, el papel de la universidad no era sino expresión de una radicalización del pensamiento científico de la misma y del pensamiento político de su población estudiantil. Aquí tenemos que remontarnos a la reforma universitaria de los años 60´s, la cual abrió las puertas de la universidad a miles de estudiantes que acudieron a formarse como profesionales. Y para un país que avanzaba supuestamente hacia un desarrollo anunciado y esperado, sin embargo los proyectos se vinieron abajo, porque no contemplaban ningún cambio de estructura, ninguna reforma al régimen político y ningún cambio en un sistema jurídico represivo. Todos estos hechos determinaron que miles de estudiantes vieran frustrados sus sueños de ser profesionales trabajando en sus profesiones, y así, la universidad empezó a producir un verdadero ejercito de profesionales sin posibilidades de empleo, y los jóvenes estudiantes fueron sacudidos, conmovidos y movidos por una realidad quemante que exigía ser negada y transformada. Esa realidad produjo un movimiento en las ideas y en la visión. Y ese movimiento, a su vez, produjo un movimiento social que se nutrió de la radicalización del pensamiento de los sectores medios. En el seno de la crisis se producía una especie de insurgencia de las clases medias. Esta sería decisiva para los acontecimientos posteriores. Y ese 30 de julio de 1975, la dictadura militar fracasó en su empeño de detener un proceso que había empezado a caminar y no se detendría hasta nuestros días.