Lunes, 16 de Julio de 2012 / 09:02 h
Los secretos de un conflicto
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Dagoberto Gutiérrez
En un primer momento, la crisis histórica trata de la acumulación de sucesivas crisis no resueltas a lo largo de nuestra historia. Aquí necesitamos remontarnos incluso a la invasión europea desatada sobre nuestras tierras, hace 500 años, al oprobioso poder colonial impuesto y al peso de ese coloniaje en nuestra subjetividad. Hay que decir que las crisis estallan sucesivamente en el seno de la sociedad. Uno de esos estallidos produjo los acontecimientos de 1821. Luego, el levantamiento de Anastasio Aquino en 1832. Aquino resulta ser el padre de la dignidad por su capacidad de rebelión. Cien años después, viene el levantamiento de 1932 y la matanza para aplastar la rebeldía. Cincuenta años después, la guerra de 20 años, y los acuerdos para paliar los desacuerdos. Este proceso nos lleva a la actual guerra social donde toda la sociedad parece hervir en una olla de presión.
El segundo componente de la crisis histórica es el estallido de esta crisis al interior del aparato del Estado, de tal manera que en estos momentos, la sociedad que se estremece por la guerra social, presencia perpleja esa misma guerra al interior del aparato del Estado. Esta crisis aparece y parece ser un conflicto entre poderes del Estado, y por momentos parece un problema de temperamentos de ciertos personajes; pero en realidad, el aparato estatal montado sobre ciertas bases ya no responde a las necesidades de subsistencia del mismo aparato. Es decir, que el aparato mismo ya no se sostiene así mismo porque los antiguos principios oligárquicos sobre los que está montado no lo sostienen en medio de la crisis actual del mundo capitalista. Recordemos que se trata de un Estado oligárquico antipopular, antidemocrático, diseñado para favorecer a una minoría opulenta y para impedir, a toda costa, que el pueblo interprete y entienda la crisis permanente de manera política.
Pues bien, en la medida en que la política irrumpa en el razonamiento popular, resulta que la gente y el pueblo aprenden a dudar y a descubrir inteligentemente quiénes son los que lo gobiernan y cuáles son los intereses que se cobijan en las llamadas instituciones estatales. Este es, por supuesto, un proceso con altibajos y con lentitudes, pero es una marea que avanza y permite descubrir el choque de intereses enfrentados y que se presentan artificialmente como choque de poderes, cuando en realidad se trata del conflicto entre la sociedad y los partidos políticos que usufructúan el aparato del Estado.
El tercer componente resulta de extraordinaria importancia porque la crisis afecta destructivamente los pilares ideológicos que sostienen todo este edificio y se instalan desde siempre en la subjetividad de los seres humanos. Se trata de una especie de mitología basada en principios, criterios e ideas poderosas que han sustentado, por siglos, el discurso y la acción de los detentadores del poder. Estos mitos aparecen hoy resquebrajados y mal olientes.
Se trata de figuras que aparecieron durante la revolución francesa, expresando una visión burguesa del mundo y de la vida que sirvió en aquel momento para derrotar y sustituir al mundo feudal y para construir sobre sus ruinas y sobre la sangre del pueblo francés al mundo capitalista, que hoy se estremece en medio de su crisis.
Figuras como el Estado de derecho, la independencia de poderes, la primacía de la Constitución, el predominio de la ley, la soberanía popular, los pesos y contrapesos, aparecen hoy revolcadas en los polvos, en los lodos y en las sombras de la crisis, y no resulta fácil, incluso para cualquier amante de la sonoridad de las palabras, pensar o referirse a esta mitología, sin darse cuenta que la porcelana ideológica ha sido quebrada por un elefante gigantesco llamada crisis histórica.
Resulta que al interior de esta crisis, y como expresión de ella, danza el conflicto real, al que ya mencionamos, entre la sociedad expresada por uno o varios demandantes ante la Sala de lo Constitucional y el régimen de partidos políticos tradicionales que usufructúan el aparato del Estado. Este es el conflicto real que sacude y estremece a la Asamblea Legislativa, es decir, a los partidos políticos y a una Sala de la Corte Suprema de Justicia que resuelve una petición ciudadana.
Esta crisis empieza afectando el juego electoral de los partidos y abriendo el camino para que, en contra de los intereses de estos partidos, pudieran participar en las elecciones, candidatos no partidarios. En este momento estalla la guerra entre los partidos y los ciudadanos que deciden hacer política por su cuenta. En una próxima, desarrollaremos esta explicación