Lunes, 09 de Abril de 2012 / 12:48 h
El viejo seco: el orden asalta al desorden
Dagoberto Gutiérrez
1969 fue un año bien cargado. En julio estalla la guerra con Honduras y una larga corriente de migrantes salvadoreños fue expulsada de nuevo, de regreso, hacia El Salvador. La tensión sociopolítica creció y los alambres luminosos de la historia señalaban hacia un horizonte de fuegos. A finales de ese año, organizamos la Unión de Jóvenes Patriotas (UJP), y ahí conocí a Américo Araujo, ya le decían El Rusito, porque recién regresaba de Moscú, graduado de médico en una universidad soviética. Esa mañana, entre una y otra reunión, jugamos fútbol y El Rusito se mostró fuerte, dispuesto, y muy interesado en los goles.
Los años de clandestinidad, que son como aprender a caminar entre rejillas calientes y brasas ardientes, me permitieron conocerlo mejor, y así supe de su tremenda capacidad para la broma, sobre todo aquella construida a partir de informaciones conocidas y desconocidas, y que terminaban haciendo pensar. Supe que era tremendamente reservado y mantenía una relación bastante cercana con el dolor físico, porque una extraña formación de sus vértebras superiores le producían un dolor casi permanente, que se agravaría con el tiempo, y que solo menguaba con medicina constante, pero nunca lo oí quejarse de ningún dolor y casi nunca hacía referencia a su condición médica.
Era un hombre pequeño, blanco, de manos ágiles pero no grandes, de frente despejada y ojos inteligentes, no era corpulento pero tampoco notablemente menudo. Lo de Viejo Seco le vino, sin duda, porque en ningún momento apareció con más libras o con un peso diferente al normal, como si siempre tuviera a mano una dieta milagrosa que lo protegiera de las libras. Lo de Viejo fue porque, en medio de las bromas, era una persona tremendamente seria en su visión del mundo y de la vida, y siempre parecía mayor que los años que en realidad tenía. Se trataba de una persona muy vinculada y muy conocedor del orden, con capacidad de estudio y dueño de una cultura que le permitió mirar la vida, la realidad y el universo, más allá de lo que ordinariamente aparece ante nuestros ojos. Pero, en el caos aparente de lo real, Américo Mauro Araujo siempre encontró un orden al que se aferraba y del que, sin duda, partía, para asaltar al orden capitalista.
Su trabajo político lo llevó a descubrir que ese orden capitalista suponía un desorden económico, político e ideológico, que era y es una apariencia, sobre todo cuando establece que solo desde el orden se puede abordar y relacionarse con el orden capitalista.
El Viejo Seco y todos nosotros llegamos a entender que ese orden enemigo solo podía ser asaltado por un orden construido desde el pueblo y nutrido por una teoría, una ideología, una filosofía y una organización especializada en luchar desde el desorden, y en ese momento supimos dar el paso y el salto hacia la lucha armada, y Mauro Américo se transforma en luchador clandestino y armado. Se trataba de la lucha contra la dictadura militar de derecha, construida a partir de 1932 y aliada de los Estados Unidos, dentro de una guerra popular revolucionaria ya estallada. Mauro cruzó la escuela luminosa de la clandestinidad, la de los encuentros y desencuentros con las organizaciones revolucionarias hermanas, la de la construcción del FMLN como la mayor alianza política de la historia de nuestro país, y entramos de lleno en los días de acero de la guerra.
En una redada fulminante en la capital, San Salvador, El Viejo Seco es capturado por el enemigo junto a decenas de luchadores revolucionarios, el 9 de agosto de 1985. Casi un mes después, el 10 de septiembre, un comando guerrillero captura a Inés Guadalupe Duarte, hija del Presidente de turno, Napoleón Duarte, y a su amiga, Cecilia Villeda. El 24 de octubre de 1985, en un canje negociado afanosamente, las prisioneras son entregadas en Tenancingo a cambio de la libertad de 20 presos políticos, entre ellos Américo Mauro, y 101 lisiados de guerra.
En los frentes de guerra, el Comandante Hugo conducía el frente interno con mano firme, cautelosa y prudente. Toda la guerra, con sus detalles y minucias, le cabía en una libreta de notas y su minuciosa capacidad de manejar el detalle le permitió siempre conocer el pálpito de los acontecimientos. Nunca bajó la guardia, nunca descuidó aspectos importantes, ni detalles aparentemente insignificantes, y siempre aseguró caminos abiertos hacia los combatientes y hacia los jefes. Siempre fue exigente en el control de las tareas y en sus resultados. Su mochila siempre fue un ordenado equipo donde infaltablemente estaban sus medicinas, su equipo fundamental y el control, y dirección de los frentes. Trabajador incansable y sometido a los rigores de la guerra.
El fin de la guerra lo introduce en un mundo sin paz y sin guerra, sin lucha política y con abundante discurso electoral, y una nueva etapa de su vida se abre como el pétalo de una rosa: El Viejo Seco se hace padre de Moniquita y Katia, de 22 y 19 años, actualmente, y ambas estudiantes de Psicología. Esta es una etapa importante en la vida de Américo, la más tierna y de mayor aprendizaje. La muerte de Américo, el Domingo de Ramos, primero de abril del corriente año, nos impactó y conmovió, aunque sabemos que la vida de El Viejo Seco es capaz de vencer al olvido, de asegurar la memoria, refrescar a la historia e imponerse, al final, como una vida eternamente valiosa, útil y de compromiso. Reciban, su esposa Teresita, sus hijas y familiares, el pésame más sentido y el reconocimiento a una vida ejemplar.