El régimen al desnudo (I Parte)
Dagoberto Gutiérrez
Cuando hablamos de régimen, y de régimen político, nos estamos refiriendo a la forma como funciona en la vida, en los hechos y en la práctica, un sistema político; es decir, que el régimen nos presenta las cosas, tal como son en la vida.
Pese a lo anterior, el régimen político se presenta siempre ante los ojos de los seres humanos cubierto y encubierto con el manto especial del derecho. Este proporciona a los hechos políticos reales, la apariencia de legalidad, y una vez hecho esto, con los procedimientos establecidos, los intereses poderosos que determinan el sentido del régimen quedan protegidos por medio de la figura del bien común. Y así, las decisiones más lesivas para los intereses de la mayoría y más beneficiosa para una minoría poderosa y controladora del poder, quedan protegidas en nombre del bien común. Y este rito se reproduce una y otra vez, y el gobierno parece y aparece amparado por “la constitucionalidad de sus actos”. Por supuesto que todo esto integra los fundamentos de lo que se llama democracia y también de lo que se llama representatividad.
Dentro de este rito, los seres humanos, hombres y mujeres, son despojados de su calidad real de trabajadores, de asalariados y explotados, de oprimidos y excluidos, y todas estas realidades son sustituidas por una: la de ser ciudadana o ciudadano, y así, la ciudadanía es construida en un terreno político limitado y total y absolutamente separado del universo determinante de la economía. Además, esta ciudadanía consiste simplemente en votar pero si elegir y en hacerlo aisladamente cada 5 o 3 años, y desde luego, votar en soledad y en secreto. Este es el modus operandi de los sectores dominantes y es lo que asegura una dominación extra económica, es lo que les permite a los dominadores, incluso, conceder derechos, conceder libertades y hasta convivir con una cierta democracia enfermiza llamada representativa.
Para todo esto, el poder económico sigue necesitando del poder político (Estado) para que, mediante la coerción, garantice la explotación sin sobresaltos y sin rebeliones. Las funciones están coordinadas pero separadas y los dominadores tienen asegurada su explotación y sus ganancias, su plusvalía sacrosanta, y el Estado, como cancerbero de estos intereses, funciona con la legalidad necesaria y el rito necesario para que esa plusvalía no sea amenazada.
Este fenómeno establece una relación con ese aparato llamado Estado que ciertamente funciona como garante de una economía; pero cuando esa economía extiende sus tentáculos a todo el planeta y se entabla la globalización, el Estado queda siempre reducido a la dimensión geográfica de un país. De modo que el Estado no crece, en cierto modo decrece, pero la economía capitalista se vuelve planetaria, y entonces tenemos un mercado total y un Estado local. Y este mercado, siendo global, sigue necesitando de este Estado, que sigue siendo local.
Así, a un mercado global no le acompaña un Estado planetario, y los intereses del capital globalizado y globalizante parecen entrar en contradicción con el modus operandi tradicional que permite a los capitalistas usar la democracia como procedimiento garantizador de su ganancia. En la contemporaneidad, podemos pensar que este conjunto de procedimientos llamados democracias representativas se han vuelto peligrosos para el capital, y podemos pensar en una naciente enemistad o mal querencia entre democracia y capital global y local.
En El Salvador, entramos a un momento político de desgarramiento de antiguas estructuras oligárquicas. En cierto modo, es la continuidad de los efectos políticos de la guerra de 20 años que, en el momento en que ésta termina, el desmantelamiento de las añosas amarras oligárquicas no fue acometido, por haberse rendido las tareas políticas ante las conveniencias electorales. Y más de 20 años después, el país está de nuevo frente a las tareas que se debieron cumplir 20 años atrás.
El país fue escenario del montaje de un modelo neoliberal de nivel planetario y la sociedad salvadoreña se convirtió en un laboratorio, y cada ser humano en un conejito de indias, en donde lo que se demostraba era que un neoliberalismo extremo podía aplicarse a una sociedad sin represión directa, con control ideológico total, en plena post guerra ocultada, y con una insurgencia domesticada. Al final del experimento se tiene el país que se tiene, la sociedad que se tiene, y los seres humanos que se tienen, dentro de ese laboratorio. He aquí, que la guerra civil se convierte laboriosamente, como abeja dedicada, en guerra social, pero también, que la antigua clase dominante cafetalera fue sustituida por el capital financiero. Aquí hay una fusión y un vaciamiento de una cabeza oligárquica en un vaso burgués que va a ser importante a la hora de reflexionar mas especifico sobre la coyuntura más específica.
En este proceso, el factor externo, Estados Unidos, deja de ser externo y se convierte en factor interno.