Graciela Mancía v. de Alfaro Jovel:
Mujer, lucha y memoria histórica
Por Jorge Vargas Méndez
La idea de una huelga de brazos caídos
Desde muy temprano allá en los albores de la nación, y a raíz del Primer Grito de Independencia, un grupo de mujeres metapanecas con el prurito de animar a los hombres para que se incorporaran al proceso, alzaba su grito diciéndoles: “Si no tenéis calzones, aquí tenéis nuestras naguas”. Ya en aquella época se percibe uno de los senderos por los que habrían de avanzar las mujeres cuando estaban a más de un siglo de conquistar sus derechos políticos.
En esta ocasión, reseñamos la vida y obra de una mujer que con su propia pluma ha dejado un testimonio vivo de una larga lucha que, por los vientos que soplan, tendrán que continuar las mujeres de nuestro país: Graciela Mancía v. de Alfaro Jovel.
Una mínima reseña biográfica
Al igual que aquellas mujeres metapanecas, paradójicamente, doña Graciela nació en el mismo departamento, en la ciudad de Santa Ana, el 13 de enero de 1920. Y murió en San Salvador el 21 de octubre de 2001.
Fue maestra normalista con una amplia actividad para beneficio del gremio y de la educación salvadoreña. Asimismo, pese a la carga de sus múltiples ocupaciones, incursionó en la literatura y en 1994 obtuvo un reconocimiento en el III Concurso Laboral Iberoamericano de Cuento y Poesía, organizado por la Caja de Compensación “Javiera Carrera”, Valparaíso, Chile.
Escribió cuento y poesía. Sus versos con matices bucólicos no escaparon del fuerte influjo social, quizás influida por la poesía del Grupo SEIS o por la misma vivencia agobiante que fácilmente se trocaba en trenos y protestas.
Pero, además, doña Graciela desarrolló una destacada labor al lado de varias mujeres, y se ubicó en la historia como cofundadora de la Liga Femenina Salvadoreña, cuyos detalles ha dejado plasmados en su libro El proceso histórico y mis memorias que concluyó hacia 1990.
El fallido Golpe de Estado de 1944
Con interesantes detalles sobre personajes, sitios y momentos de tensión social, doña Graciela nos narra los sucesos que culminaron con la renuncia del general Hernández Martínez.
Tras mencionar los héroes de la gesta del 2 de abril, describe cómo el entonces bachiller Humberto Romero Alvergue recogió muertos y heridos de las calles de San Salvador en su carro “fantasma”, con el amparo de una bandera de la Cruz Roja Salvadoreña que había conseguido. Y luego agrega: “(…) En Santa Ana se enrolaron más de 300 jóvenes; venían por la carretera, cuando a la altura de San Andrés, Departamento de La Libertad, los emboscaron y fue una dolorosa mortandad. No tenían entrenamiento, sólo corazón. Las únicas radiodifusoras que habían eran la YSP y la YSR; fueron tomadas por Arturo Romero, Crescencio Castellanos Rivas, Ulises Flores, Manuel de Jesús Mena, el Chino Jiménez C. (abogado), desde donde se transmitieron patrióticos discursos.
Cuando Piche Menéndez y Aguilar Rivas hicieron disparos magisteriales contra El Zapote, se silenciaron las baterías que estaban destruyendo el VI Regimiento; mientras la Policía volaba en pedazos. Tras una jugada marrullera de Martínez, izaron las banderas blancas la Guardia Nacional y El Zapote. Los revolucionarios interpretaron que se trataba de una rendición y se prepararon para parlamentar. El Cuartel 1o. de Infantería izó su bandera blanca. Ya pacificados los agarraron por varios flancos a los revolucionarios, los encontraron desprevenidos y fueron dominados.
Vinieron los juicios sumarios siendo condenados a muerte todos los militares revolucionarios y algunos civiles (…)”.
En los días que siguieron el pesar embargó a toda la población y aunque persistía la idea de derrocar al brujo de las aguas azules entre los sectores y grupos progresistas, el terror impuesto por la dictadura no permitía concebir la acción política que resultara más viable.
La idea de una huelga de brazos caídos
Componiendo el mundo era un grupo casi secreto de estudiantes universitarios al que pertenecían: Humberto Romero Alvergue, David Hernández Echegoyén, Mario Estrada, Jorge Alfaro Jovel y Graciela Mancía, entre otros. Se reunía frecuentemente para comentar sobre la lectura de libros y reflexionar sobre la realidad, pero uno de esos días, bajo la atmósfera de represión, recordaron que el autor costarricense Vicente Saénz en su libro Rompiendo cadenas, exponía una experiencia de huelga general en Latinoamérica y con resultados excelentes.
Así lo dice doña Graciela: “(…) Una ráfaga de luz iluminó nuestras mentes y corazones y dijimos casi simultáneamente: ¡Eureka! esa es la solución que buscábamos y se inició la planificación para luego trasladarla a la Universidad (…)”. Y más adelante, agrega: “(…) Media vez organizada la Huelga General de Brazos Caídos de la Universidad pasó a los otros sectores laborales y sociales con una rapidez vertiginosa.
El 5 de mayo de 1944 se cerró la Huelga General. Primeramente salimos grupos de mujeres de todas las clases sociales a persuadir a los almacenistas y dueños de fábricas para que suspendieran labores y botar al enemigo común y accedieron. El capital respondió al llamado.
Toda actividad se había paralizado. La gente andaba estoicamente aguantando hambre. Se hicieron comisiones para conseguir dinero y provisiones.
El 8 de mayo sucedió un hecho lamentable y providencial. ¡Nunca habrá paz mientras sigan cayendo mártires!
Surgió un mártir inocente hijo de una familia acaudalada y norteamericana, quien les dijo: “Nosotros sólo estamos conversando como amigos, somos estudiantes de secundaria y no estamos haciendo nada malo”, cuando fueron interrogados por policías. “Ya aprenderán a no reunirse en Estado de Sitio”, y acto seguido lo ametrallaron (…)”.
Aquel joven mártir resultó ser José Wright Alcaine, pero dicho incidente, según otros autores, ocurrió el día anterior, pues el 8 de mayo a primeras horas de la noche desde la cabina de YSP La Voz de Cuscatlán, y tras una supuesta presión por parte del embajador estadounidense, el dictador comunicó su renuncia e hizo estallar en júbilo a la mayoría de la población. La huelga general de brazos caídos había triunfado.
Surge la Liga Femenina Salvadoreña
“(…) Una joven menor de edad, en Santa Tecla, fue atacada por quince furibundos ebrios, no sabemos si endrogados, y la violaron golpeándola hasta dejarla en paso de muerte. Nos reunimos varias señoras para discutir con toda seriedad y humanismo tan grave problema social. Es bien sabido que cuando una acción descomedida sucede en el ambiente, son repetidas por los mediocres y los psicópatas. Entonces, teníamos que ponerle paro a otro desaguisado y debíamos ampararnos en nuevas leyes para proteger a la Mujer y al Niño (…)”.
Así resume doña Graciela el motivo que impulsó a un grupo de mujeres a fundar la Liga Femenina Salvadoreña, en una reunión que tuvo lugar en las instalaciones del Liceo 14 de Abril de la ciudad de San Salvador, el 20 de mayo de 1947. En el acto de fundación se dieron cita: Ana Rosa Ochoa, Rosa Amelia Guzmán (después de Araujo), María Solano v. de Guillén, Tránsito Huezo Córdova de Ramírez, Laura de Paz, Ada Gloria Parrales, Lucila de González, Clara Luz Montalvo, Graciela Mancía de Alfaro Jovel, María Cruz Palma (después de Yáñez), Luz Cañas Arocha, Faustina Villegas, Soledad de Rivera Escobar, Salvadora de Marroquín, Marina de Barrios, Olivia Montalvo y Estebana Perla.
Posteriormente se incorporaron a la Liga Femenina Salvadoreña otras mujeres, según lo detalla doña Graciela, quien después dice:
“(…) Desde la fundación de la LFS, planificamos nuestras metas; todas eran difíciles de alcanzar pero estábamos resueltas a llegar. Conseguimos primeramente la personería jurídica para lo cual tuvimos que redactar los estatutos y luego gestionar que fueran aprobados. El segundo objetivo fue conseguir los derechos ciudadanos de la mujer para que pudiera votar. Estos derechos habían sido aprobados teóricamente por el Representante de El Salvador en la Conferencia de San Francisco, el 25 de abril de 1945.
La LFS le expuso al Dr. Reynaldo Galindo Pohl, diputado de la Constituyente que promulgó la Constitución de 1950, que hiciera suya la ponencia de conceder los derechos ciudadanos a la mujer. Él aceptó gustoso tal iniciativa de Ley. Ya en plenaria hubo muchos debates, unos acalorados, otros conscientes; después de enjundiosas deliberaciones aprobaron los Artículos 24, 21 y 22 del Título III, por los cuales se concede a la mujer la ciudadanía y su derecho de ocupar cualquier puesto público en el país. (…) Su aprobación fue el 26 de junio de 1950 (…)”.
En adelante, la Liga Femenina Salvadoreña obtuvo otros logros, pero esos los revelará la publicación de El proceso histórico y mis memorias, libro que hemos decidido promover para bien de la memoria histórica salvadoreña y para enaltecer el perfil de una gran mujer, digna de un alto reconocimiento póstumo: doña Graciela Mancía v. de Alfaro Jovel.