La vejez: de negación a preparación

La vejez: de negación a preparación

por Anna Arroba
Cuando nacemos, en general, somos envueltas por brazos protectores. Es mi ambición que cuando sea vieja, muy vieja, también seré envuelta por brazos protectores cuando lo necesite, ojalá por los mismos seres a quienes les brindé protección, y de esta manera cumplir el ciclo de la vida como siento que debe ser. No quiero ser una vieja abandonada, o pobre, o enferma. No quiero volverme gris e invisible, o llegar a sentir repulsión ante mi propio cuerpo. No quiero que me hablen como si fuera una niña grande asexuada que no ha vivido y que no sabe oír o entender lo que le están diciendo. Tampoco quiero siempre ser una “viejita dulce”, ni tampoco tan rabiosa. Pero si me sale la rabia que se entienda como sabiduría, y como un derecho a rechazar lo que no me gusta, y como un deber de llamar las cosas por su nombre. Y si soy indiferente, me lo gané. Y quiero, por encima de todo, salirme de las estadísticas de horror que revelan que las mujeres viejas son las personas más pobres y abandonadas en este mundo.

Hay dos verdades en la vida: nacemos y morimos. Nuestro nacimiento y temprana vida, por bueno o malo, está en manos de otras personas. En gran medida nuestra adultez, la maternidad, la sexualidad, la salud, la espiritualidad, están en manos de los estados, la religión, los maridos, los médicos, los abogados… todo menos en nuestras manos. Afortunadamente nuestros esfuerzos están cambiando esta situación poco a poco y nos vamos apoderando de lo nuestro y haciendo mellas en los imperios patriarcales. Pero nuestra madurez y envejecimiento, eso que tememos porque así como ha llegado a ser es temible, en nuestros países está mayoritariamente en manos de la medicina, la gerontología, la industria farmacéutica y la suerte.

Desde hace muchos años vivo consciente de esta situación, y me he cruzado los dedos en esperanza de que no me pase a mi, que mi suerte sea diferente. Pero esta situación no llegó a existir por mala suerte. Existe por razones políticas, culturales, sociales y económicas. Esta situación tiene una historia larga. Es importante saber cómo hemos llegado a ser como somos, para entender cómo las mujeres hemos internalizado a perfección no sólo la negación y el rechazo de nuestro propio envejecimiento, sino también el rechazo a las viejas.

Las consecuencias de la negación y el rechazo son muy serias para nosotras individual y colectivamente. Significa que no nos asumimos y que llegamos desprevenidas y sin preparación a todas las etapas y ciclos de nuestras vidas. Creo intensamente que es posible y preciso cambiar este patrón cultural por nuestro bienestar, salud, identidad, futuro, felicidad…todo.

¿Qué tenemos que cambiar?

Sabemos suficiente sobre el cambio de dieta, las vitaminas y minerales, los ejercicios que debemos hacer para mantenernos ágiles y fuertes, aunque esto es realizable para una minoría nada mas, hasta ahora. Comenzamos a visibilizar y desmitificar la actividad sexual de mujeres y hombres bien entrados los setenta y más años, para nombrar algunos “avances”.

Hay que profundizar aún más sobre el hecho que las mujeres viejas cuidan a todo el mundo, incluyendo a los ancianos. Hay que visibilizar la tremenda soledad y abandono de algunas personas viejas, algunas parqueadas en los asilos, como un problema ético y moral serio de nuestras sociedades.

También de importancia, es conocer la historia de la salud de la familia para saber mejor sobre nuestra genética y por dónde pueden aparecer nuestros malestares, no como un fatalismo inevitable, sino para saber mejor cómo prevenir. No es automático que vamos a ser diabéticas por el hecho de que la madre/padre lo fue, aunque es un punto que hay que revisar y cuidar. Y de vital relevancia, hay que prepararnos desde muy temprana edad para aceptar nuestro envejecimiento con cariño y sabiduría, para vivirlo bien.

Como con todo, en la medida que se vayan preparando más temprano, mejor son las probabilidades de alcanzar los años maduros con salud y autodeterminación. Si ya tenemos 50 años o más, podemos empezar esta preparación lo más antes posible. Generalmente, nosotras mujeres que tanto nos descuidamos a lo largo de la vida en nuestro afán de estar cuidando a los demás, llegamos al tope de la resistencia ya pasado los 40. Nuestros cuerpos sabiamente con frecuencia hacen huelga, como indicación de agotamiento y de abuso.

Suena fácil, como los “tantos” pasos para lograr … lo que una quiera. No obstante, sabemos muy bien que no es así. Llegar a hacer algunas de las actividades propuestas significa un vuelco en el pensamiento/sentimiento de la persona. Porque pensar en una misma es una revolución interna de profundos significados. Conlleva un cambio en la actitud hacia una misma y hacia los procesos vitales nuestros y, esperamos, también un cambio en el comportamiento.

Crear una idea

Pero hay un aspecto que quisiera agregar. Cuando se desea crear cambios, un precursor necesario a las acciones es la creación de una “idea”, en este caso, sobre nuestra vejez. Una idea creada por nosotras mismas sobre la mujer vieja. Una idea imaginada para que nos nutra las acciones y las actividades propuestas, que nos amarre y que cuaje nuestras acciones individuales y colectivas.

Ya existe una “idea” cultural sobre la vejez y sobre las mujeres viejas, llena de estereotipos negativos, objeto de burla. Existe la “idea” de que es natural envejecer como lo estamos haciendo; que es natural rechazar el envejecimiento, que después de la menopausia la mujer no sirve, que no es atractiva sexualmente; existe la imagen de la “mujer ideal” como paradigma para juzgar a todas las demás mujeres y nosotras mismas, entre tantas ideas. La mujer mayor pocas veces es representada como capaz e independiente y sexualmente activa. Nosotras no hemos creado la “idea” que existe, pero sí contribuimos a sostenerla mientras no creamos y creemos nuestra propia idea. Crear una idea desde nosotras es una acción/emoción afirmativa que ayuda en la transición que deseamos abarcar.

Entre varios conceptos que me han ayudado a crear mi idea, está el de la “sabia” y, la frase de Barbara Walker que me conmueve profundamente por todo lo que implica: “era un honor ser vieja”, referiendose al papel de las viejas sabias en las culturas prepatriarcales cuando se veneraba la edad. Cómo hemos llegado al presente en donde ser vieja es una desgracia en aspectos económicos, de estatus social y cultural, de auto rechazo, de poder, es lo que vamos a ver.

Aunque es triste como tantas de nosotras mujeres nos referimos a nuestras abuelas y madres como el modelo de lo que no queremos ser, nutramos nuestra idea entonces con otros modelos actuales. La madre de una amiga cuando enviudó anunció que iba a realizar su sueño de vivir en París por un tiempo y que no esperaran de ella servicios de cuido de nietos en ningún momento. Incluso, les dijo categóricamente que no llegaran sin invitación. Conosco de otras abuelas que empiezan sus propios negocios; otras que ingresan a alguna universidad; otras que son sanadoras; otras que son líderes de sus comunidades y que desde la nada han luchado por la creación de calles, luz eléctrica, agua, clínica, escuela y transporte en lo que anteriormente eran comunidades de precaristas. Son tantas las mujeres que nos dan esperanza por su resistencia y porque han decidido conscientemente no morirse en vida.

¿Quién era la vieja?

La vieja sabia era la personalidad más fuerte de la diosa en los tiempos prepatriarcales. Más fuerte que cualquier dios. Y era muy temida. Hasta no reprimir la figura de la vieja las religiones patriarcales no lograron el total control de las mentes.

La vieja sabia (en ingles “crone”) generalmente era la tercera representación de los tres aspectos de la diosa triple, ejemplificada en figuras como Kali la destructora, Cerridwen, Hecate, Morgan reina del mundo subterraneo, Macha, Perséfone. Todas representaban la vejez o la muerte, el invierno, el día del último juicio, la luna creciente, y otros símbolos de la destrucción inevitable o la disolución que precede a la regeneración.

La divinidad en su triple aspecto representa a la Diosa del Cielo, de la Tierra y del Infierno. En tanto que Diosa del Cielo era la Luna: la Luna nueva es la Diosa niña, la Luna llena es la Diosa mujer y la Luna creciente es la Diosa anciana y sabia. En tanto que Diosa de la Tierra animaba a los árboles, las plantas y los animales; dominaba las tres Estaciones: primavera, verano e invierno. En tanto que Diosa del Infierno se ocupaba del nacimiento, la procreación y la muerte (Dunn Mascetti, 1992).

En el prepatriarcado las mujeres viejas eran la fuente de sabiduría, leyes, capacidades de sanación y de liderazgo moral. Sus arrugas hubieran sido símbolos de honor, no de vergüenza. En la Europa pre-cristiana las viejas estaban a cargo de los rituales religiosos y de los sacrificios oficiales. En el Oriente Medio y Egipto, muchas mujeres mayores servían en los templos de las Diosas, impartiendo una variedad de servicios eclesiásticos. Eran médicas, parteras, cirujanas, y consejeras sobre el cuido de la salud, de la crianza de l@s hij@s, y de la sexualidad. También estaban a cargo del cuido del alma. Llevaban a cabo ceremonias para todos los eventos desde el nacimiento y la muerte. Como escribas mantenían los libros y los archivos en los templos y las cortes, escribían historias, mantenían memorias vitales y tablas oficiales de pesos y medidas. Las mujeres mayores eran las maestras religiosas y seculares, las educadoras universales de l@s jóvenes (Walker, 1988).

Es probable que en su madurez y vejez las mujeres entraban en una etapa muy productiva, una época creativa. Hoy en día la sociedad ve a la vieja como alguién inútil y no hermosa. No es sorprendente que tantas mujeres se llenan de ansiedad cuando l@s hij@s se van. La cultura no les ha asignado un rol donde su experiencia y sabiduría se puede usar.

Según Walker, el hombre patriarcal desea que la mujer continue en el papel de sirvienta dedicada y no remunerada. Una de las razones es que el hombre patriarcal debe negarle a la mujer las funciones naturales que antes eran de ella: como jueza, curandera, sabia, árbitra de las leyes, la moral y la ética, dueña de los mitos sagrados, mediadora entre el mundo de la carne y el espiritu, y sobre todo, la función de la vieja: sacerdotisa de los funerales y Madre de la Muerte, la que controlaba las circumstancias de la muerte así como controlaba los de los nacimientos.

Decían en el Oriente que las verdaderas amantes de la Diosa debían no únicamente amar sus imagenes bellas, sino también su imagen fea de destructora. La vieja también representaba la tercera etapa, la posmenopausia, de la vida de las mujeres, y sus santuarios eran atentidos por mujeres posmenopáusicas. Debido a que se pensaba que las mujeres se volvían muy sabias cuando dejaban de soltar su sangre lunar, ya que la retenían en sus cuerpos, la vieja era generalmente la Diosa de la Sabiduría – como Minerva, Atenea, Metis, Sofia y Medusa.

Muerte de la Vieja

El rechazo a la muerte natural hizo que los religiosos del nuevo sistema patriarcal erradicaran a la vieja precisamente porque les recordaba que la vida era finita. La tradición judeo-cristiana insistió que la mujer es la que causaba la muerte por la desobediencia primordial de Eva y que la muerte era un castigo. Para los hombres cristianos, escribe Barbara Walker, era preferible un infierno de tortura eterna que la noexistencia. El terror a la muerte y la idea que la mujer la causa, llevó a los patriarcas a matar a las viejas y a las mujeres mayores cuando conquistaban nuevas comunidades, y también a la tortura y quema de mujeres calificadas de brujas en la Europa de la Inquisición entre los siglos 13 y 17.

Comenzamos a descubrir que los arquetipos pueden ser suprimidos pero no destruídos, y que la supresión de éstos puede ser socialmente catastrófica. La vieja sabia no estimulaba los holocaustos de la guerra y los asesinatos en el esfuerzo inútil de exorcisar el miedo a la muerte proyectándolo y dirigiendolo a otros. La vieja, como la naturaleza con quien se comparaba a la mujer, representaba la parte cíclica de la vida y, además ella preparaba la comunidad para este evento natural. Ella estaba a cargo de la vida y de la muerte. Ella tomaba las decisiones. Central a las culturas prepatriarcales estaba la idea de “ella que introduce la vida también introduce la muerte” como parte del reciclaje universal. Lo que nace también muere. Toda materia o forma viva sirve como nutrición para otras formas.

Pero más allá de este miedo masculino reside otra verdad que aún sobrevive. Y es el miedo que los hombres tienen a nuestro rechazo, a que le digamos no. Cuando desaparecieron a la vieja sabia crearon mandatos y leyes para excluir a las mujeres de la creación de lo simbólico religioso, político y social. Condenaron a las mujeres a la obediencia y al silencio y a la no intervención en sus políticas de destrucción y genocidio, y diabolizaron a la vieja, sus rituales y deidades. No es casual que cuando llegamos a nuestra maravillosa sabiduría entrando la menopausia, nos tildan de histéricas, menopáusicas, o inservibles e inútiles etc. Oír a las mujeres no es lo que quieren los padres de nuestro mundo. No les conviene.

Pero esa vieja sabia está en cada una de nosotras aún. ?Cuántas de nosotras no nos referimos a nuestra inteligencia/intuición como a “mi vieja sabía”? Es ella la que critica y sabe muy bien lo que no le gusta. Y es ella la que tenemos que rescatar, revivir y amar porque ella sabe decir no a lo inaceptable. La situación de las mujeres mayores y ancianas en el mundo entero es totalmente inaceptable.

¿Qué hacer?

Ya hemos comenzado. Muchas hemos rescatado a la bruja por ejemplo. Sabemos que bruja quiere decir mujer sabia, y además que eran/son las parteras, curanderas, hierbateras, aborteras, entre otras cosas. Intuímos que si hubieramos vivido hace dos o más siglos a la hoguera nos hubieran llevado a muchas! Hay cierta complicidad entre nosotras, no tanto porque nos reunimos y hacemos cosas juntas, aunque eso es muy importante, sino porque creamos, o rescatamos una idea. Y en esa idea reside la memoria ancestral colectiva de todas, y la imagen de fuerza, saber, independencia y autodeterminación.

Bueno, hagamos lo mismo con la vieja y la mujer mayor. Lo que le hicieron a la vieja sabia y a la bruja, lo llevamos nosotras en el alma, porque después de miles de años y de siglos, estamos viviendo las consecuencias desastrosas de esas acciones. La “mala suerte” que mencioné anteriormente, es el resultado del genocidio, nada menos. El silenciamiento y la desaparición de la vieja sabia del imaginario colectivo nos calló y nos des-membró a todas, y permitió que los padres, los que no cuidan la vida, se hicieran cargo no sólo de ésta sino también de la muerte violenta, sin que ninguna vieja sabia les reprochara por su irreverencia a la vida.

Podemos cada una organizar nuestra vejez asegurándonos pensiones, compañía, seguro de salud, hijas y nietas que nos cuiden, vivienda segura, etc., aunque sabemos que esto es la suerte y capacidad de un porcentaje minoritario de mujeres. Pero hay que ir mucho más allá de nuestros destinos privados para politizar esta situación y para irnos encontrando entre nosotras en una cultura de nuestra hechura, donde estamos incluidas y bien representadas.

Hay un creciente movimiento de crones – viejas sabias – en los Estados Unidos, donde las mujeres quieren envejecer juntas y conscientemente recrear tradiciones para desarrollar el compañerismo, rituales espirituales y apoyo mutuo. Muchas de estas sociedades de viejas sabias están constituidas por mujeres entre los 50 y 90 años y tienen nombres como Las Tías Atrevidas (Wicked Aunties), Mujeres Veloces (Fast Women). Están conscientes de que para el 2000 el 42% de la población femenina tendrá más de 50 años. Sumando a esta estadística el hecho que las mujeres entre los 40 y 60 años es la población con más crecimiento, queda claro que aquí tienen los ingredientes, nó para una receta, sino para una revolución!

Aunque no hay retornos en la vida, y menos en la historia, mucho de lo perdido puede ser encontrado de nuevo – memorias tradiciones, símbolos. Nuestras viejas sabias nos enseñan que incluso cuando perdemos algunas cosas, como nuestra juventud, y la belleza física de esa época, incluso nuestr@s companer@s, también encontramos otros dones, como el don del auto conocimiento.

Es tiempo de dejar atrás la idea que envejecer es sólo perder, y es tiempo de visibilizar y asumir las ganancias del conocimiento, la sabiduría, el humor. Es tiempo de recuperar el conocimiento femenino, la celebración profunda, la alegría del saber – nuestro gnosis femenino – que viene no sólo de la tradición, sino también de sentir orgullo y un poder consciente. Es tiempo de integrarnos, de conocernos como mujeres y hermanas, de envejecer juntas, de crear juntas el viaje sagrado de la sororidad. Es tiempo de que ser una vieja sea un honor otra vez.

Bibliografia

Colectivo Editorial de Boston para la Salud de las Mujeres, Envejecer Juntas, Paidós, Barcelona.
Dunn Mascetti, Manuela (1992), Diosas. La Canción de Eva, Robinbook/Círculo de Lectores, Barcelona.
Lerner, Gerda (1986), La Creación del Patriarcado, Editorial Crítica, Barcelona.
Greer, Germaine (1993), El Cambio. Mujeres, vejez y menopausia, Anagrama, Barcelona.
Grogan, Sarah (1999), Body Image. Understanding Body Dissatisfaction in Men, Women and Children, Routledge, London.
Peterson, Brenda (1996) Sister Stories. Taking the Journey Together, Penguin, London.
Walter, Barbara G. (1988), The Crone. Woman of Age, Wisdom, and Power, Harper & Row, San Francisco.

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