1. Hemos dicho en otro lugar que la política es el arte de construir la fuerza social y política que permita cambiar la correlación de fuerzas para hacer posible en el futuro lo que aparece como imposible en lo inmediato. Pero, para lograr construir fuerza social es necesario que las organizaciones políticas expresen un gran respeto por el movimiento popular; que contribuyan a su desarrollo autónomo, dejando atrás todo intento de manipulación. Deben partir de la base de que ellas no son las únicas que tienen ideas y propuestas y que, por el contrario, el movimiento popular tiene mucho que ofrecerles, porque en su práctica cotidiana de lucha va también aprendiendo, descubriendo caminos, encontrando respuestas, inventando métodos, que pueden ser muy enriquecedores.
2. Tienen que sacarse de la cabeza que sólo ellas generan ideas creadoras, novedosas, revolucionarias, transformadoras. Y por ello su papel no es sólo hacerse eco de las reivindicaciones y demandas que vienen de los movimientos sociales, sino que también deben estar dispuestas a recoger ideas y conceptos que irán a enriquecer su propio arsenal conceptual.
3. Tanto los dirigentes políticos como sociales deben abandonar el método de llegar con esquemas preelaborados. Hay que luchar por eliminar todo verticalismo que anule la iniciativa de la gente. El papel de los dirigentes debe ser el de contribuir con sus ideas y experiencias a hacer crecer y a fortalecer al movimiento popular y no a suplantar a las masas.
4. Su función es empujar al movimiento de masas, o quizá más que empujar, facilitar las condiciones para que éste pueda desplegar su capacidad de enfrentarse contra quienes lo oprimen y explotan. Pero sólo se puede empujar si se trabaja hombro a hombro en las luchas locales, regionales, nacionales e internacionales del pueblo.
5. La relación de las organizaciones políticas con los movimientos populares debería ser -entonces – un circuito en dos direcciones: de la organización política al movimiento social y de éste a la organización política. Por desgracia, todavía suele funcionar sólo el primer sentido.
6. Hay que aprender a escuchar y hablar con la gente; hay que poner oído atento a todas las soluciones que el propio pueblo gesta para defender sus conquistar o para luchar por sus reivindicaciones y, a partir de toda la información que se recoja, debemos ser capaces de hacer un diagnóstico correcto de su estado de ánimo, y captar aquello que puede unir y generar acción, combatiendo el pensamiento pesimista, derrotista que también existe.
7. Donde sea posible debemos incorporar a las bases al proceso de toma de decisiones, eso quiere decir que hay que abrir espacios a la participación popular, pero la participación popular no es algo que se pueda decretar desde arriba. Sólo si se parte de las motivaciones de la gente, sólo si se le hace descubrir a ella misma la necesidad de realizar determinadas tareas, sólo si se gana su conciencia y su corazón, estas personas estarán dispuestas a comprometerse plenamente con las acciones que emprendan.
8. Sólo entonces, las orientaciones que se lancen no se sentirán como directivas externas al movimiento y permitirán construir un proceso organizativo capaz de llevar, si no a todo el pueblo, al menos a una parte importante de éste a incorporarse a la lucha y, a partir de ahí, se podrá ir ganando a los sectores más atrasados, más pesimistas. Cuando estos últimos sectores sientan que los objetivos por los que se lucha no sólo son necesarios, sino que es posible conseguirlos -como decía el Che -, se unirán a la lucha.
9. Cuando la gente compruebe que son sus ideas, sus iniciativas, las que están siendo implementadas, se sentirá protagonista de los hechos, y su capacidad de lucha crecerá enormemente.
10. De lo dicho hasta aquí se deduce que los cuadros políticos y sociales que necesitamos para cumplir estas tareas no pueden ser cuadros con mentalidad militar -hoy no se trata de conducir a un ejército, lo que no quiere decir que en algunas coyunturas críticas, pueda y deba hacer un viraje en este sentido -, ni tampoco demagogos populistas -porque no se trata de conducir a un rebaño de ovejas -; los cuadros políticos deben ser fundamentalmente cómo ya decíamos pedagogos populares, capaces de valorar las ideas e iniciativas que surgen en al propio movimiento popular.
11. Por desgracia, muchos de los actuales dirigentes se educaron en la escuela de conducir a las masas por órdenes y eso no es fácil de cambiar de un día para otro. Por eso no quiero crear una sensación de excesivo optimismo. La correcta relación de los dirigentes con las bases está lejos de estar resuelta.