Robar a un hombre su lenguaje: allí comienzan todos los asesinatos legales. Este es el epígrafe, una cita de Barthes, con que Calvet comienza su libro y que condensa el sentido social de un análisis focalizado en las lenguas y los grupos humanos que las hablan y en la necesidad de intervenir sobre las situaciones lingüísticas de las sociedades. Esas dos disciplinas, Sociología del Lenguaje y Políticas Lingüísticas, señalan la apuesta de los estudios sobre el lenguaje centrados en los procesos históricos y políticos. Un objetivo es elaborar estrategias lingüísticas para cada sociedad que den cuenta no sólo de los cambios que emergen de la globalización, sino que contribuyan a una democracia lingüística opuesta al poder de aquellas lenguas que pretenden ser únicas.
A comienzos del 70, Calvet planteó los fundamentos de la Sociología del Lenguaje. Analizar el escenario lingüístico de un pueblo, determinar cuáles son las relaciones entre lengua y sociedad, investigar los vínculos y las opciones que, frente al colonialismo o la mundialización neoliberal, se dan entre los grandes grupos lingüísticos —aquellos integrados por millones de hablantes como el chino, árabe, inglés, español— y los hablantes de lenguas amenazadas que sufrieron procesos de minorización como la prohibición de su lengua y la persecución de sus hablantes (romaní, yddish).
La lengua es política, por la voluntad de sus miembros o por intervención del Estado, para ejercer control o imposición, definir las estructuras de poder y delimitar a los sujetos “aquellos que son ciudadanos, tienen legitimidad o bien, son oprimidos lingüísticos”. La hegemonía del inglés en ciencia, industria cultural y tecnologías de la información y comunicación que demuestra que la dominación de las mentes importa tanto como la conquista de territorios, recursos naturales y mercados, la apuesta del francés por expandir su uso bajo el principio de la excepción cultural, la política lingüística de España que relega a las otras lenguas peninsulares, las variedades de contacto y las lenguas indígenas de Iberoamérica bajo el lugar común de la comunidad hispanohablante ideal, la realidad de las lenguas periféricas —6.000 lenguas habladas por el 5% de la población mundial— resultado histórico del colonialismo, son ejemplos de las luchas que rigen a las distintas lenguas del mundo desde el expansionismo hasta la supervivencia. Para Calvet, la geopolítica lingüística deviene en una ecología de las lenguas homologable a la biodiversidad y los derechos culturales. Las lenguas gravitan unas con respecto a otras, son atraídas por un centro pero en ese ascenso muchas de ellas son alienadas incluso eliminadas. Desde el nivel más débil, lenguas periféricas (galés, vasco) gravitan alrededor de una lengua central (inglés, español), estas lenguas centrales se ubican dentro de un Estado y tienden a las lenguas supercentrales ya utilizadas (francés, portugués). Finalmente, las lenguas hipercentrales (el inglés, el árabe) hegemonizan la comunicación no sólo por el número de sus hablantes sino por la presión lingüística que ejercen.
En estos posicionamientos confluyen las ideologías lingüísticas, es decir, la visión que una comunidad tiene de su lengua y de otras. En Lingüística y colonialismo se destacan la glotofagia —la acción simbólica y punitiva de suponer las otras lenguas inferiores a la propia— y el racismo lingüístico, la consideración del estadio evolutivo de las lenguas —jergas habladas por seres inferiores contrapuestas a las lenguas de civilización— que fueron el soporte ideológico del colonialismo y hoy lo son del neoliberalismo, en la medida en que son portadoras del nuevo mercado lingüístico.
El problema de nuestro presente es la unipolaridad lingüística. Frente a esto emerge, como en 1974, la necesidad de diseñar políticas lingüísticas capaces de re-orientar la tendencia hegemónica del mundo anglosajón, de fortalecer los espacios lingüísticos del español, francés y portugués, de propender a que los grupos lingüísticos amenazados analicen su situación para revertir las tendencias disociadoras a que están sometidas sus lenguas y los grupos migrantes sean respetados en sus diferencias y no condenados al prejuicio social. Muchas comunidades hoy sufren el despojo de sus lenguas, sobre esto trabaja Calvet, siguiendo aquella antigua tradición que dice que nombrar las cosas, ser dueño del lenguaje, equivale a poseerlas.