Las lenguas que colonizan

En los escombros de la ex Yugoslavia se está librando una nueva batalla. Es parte de una guerra diferente, sin armas pero de un alto belicismo al fin. Es la guerra por la identidad, por aquella que construye la lengua. Serbios, bosnios, croatas pueden entenderse perfectamente después de vivir décadas con el serbo croata como idioma oficial. Sin embargo, cada uno de los países que componían ese conglomerado hoy vuelve a hablar su antiguo idioma: el serbio, el croata, el bosnio, etcétera. Hay un deseo de recuperar la lengua despojada y apartada por un intento totalitario de igualación cultural que contribuyó al desmembramiento atroz y violento de los 90.

Pero ése es sólo un ejemplo de las luchas suscitadas en torno al dominio de una lengua sobre las otras. Obviamente es el idioma inglés el que en la actualidad ejerce su dominio por encima de los otros pero hubo otros que fueron iguales de poderosos, cada uno en un momento histórico definido. “La diversidad lingüística es una condición con la que tenemos que convivir, pero el respeto por las lenguas originarias es la condición para que idiomas como el español o el francés sigan existiendo ante el avance diario del inglés a nivel internacional”, dice el lingüista francés Louis-Jean Calvet desde París. Es la opinión de alguien que desde hace más de tres décadas ha investigado la dominación lingüística como parte de la dominación política.

En 1974 Calvet publicó en su país Lingüística y colonialismo, un libro que mostraba de qué modo el estudio de las lenguas había establecido escalones, castas, podios en los que se situaban las lenguas dominantes y dominadas y que había servido como apoyo cultural a las campañas coloniales a lo largo de la historia. La obra se tradujo a varios idiomas, incluyendo el español, pero recién ahora llega a nuestro país (Fondo de Cultura Económica).

Calvet es profesor de sociolingüística de la Universidad de la Sorbona de París y autor de Pour une écologie des langues du monde y de Las políticas lingüísticas. Además escribió una completa biografía de Roland Barthes y la Historia de la escritura, entre otros. Su libro Lingüística y colonialismo llega 31 años después de su versión francesa y con una traducción diferente a la que se conoce en España. ¿Pero es acaso un libro viejo?, ¿Pudo la globalización descalificarlo como perimido y vetusto? “Todo lo que dice el libro sobre el análisis histórico de las relaciones entre discurso colonial y discurso lingüístico, entre prácticas coloniales y prácticas lingüísticas, no envejeció, por lo menos eso creo. En cambio, los que eran países colonizados tienen treinta y un años más de independencia. Y no hicieron gran cosa por la defensa y la promoción de sus lenguas. Mi libro, al tiempo que un análisis científico, era también un libro militante, un llamado a la acción. En ese sentido, tuvo poco efecto, ya que vemos que Timor oriental adopta por lengua nacional… ¡el portugués!”.

Calvet intenta demostrar que la lingüística ha estado al servicio del colonialismo y que el esquema evolutivo de las lenguas es profundamente eurocentrista. Fueron el español, el portugués, el francés y definitivamente el inglés, los idiomas que ejercieron su poder por encima de lenguas a las que en muchos casos condenaron como dialectos. En el inicio de los tiempos se calificaba de bárbaras a todas las lenguas con excepción del latín y del griego. A ellas podía sumarse el hebreo solamente por su antigüedad y también porque se la consideraba una lengua sagrada inspirada por Dios.

Pero los estudios lingüísticos de las lenguas de las colonias fueron detonantes para enmarcar y congelar lenguas masivas en dialectos. Calvet dice que cuando Maurice Delafosse estudió las lenguas del antiguo Sudán sostuvo y diseminó la idea de que las lenguas bambare, malinke y el diula son dialectos de una lengua, el mande, de las que habrían surgido. Esta hipótesis podría ser correcta, pero, pregunta Calvet: “¿por qué no conceder el nombre de lengua más que al mande, desaparecido desde hacía tanto tiempo? ¿Por qué no detenerse en la relación entre mande y bambara y, por otro parte, entre bambara, malinke y diula, del mismo modo que en la relación entre latín y francés, español e italiano?”.

La respuesta a estos interrogantes es que los idiomas francés y bambara han tenido tratamientos diferenciados por la cultura europea, la dominante de las culturas africanas. Calvet ennumera: el francés se escribe, el bambara no; el francés es el idioma de un pueblo de larga tradición cultural, el bambara no; y por último “el francés es el idioma del colonizador blanco, el bambra el del colonizado negro”. Este último punto resume la diferencia sin solución de la relación entre lengua y dialecto.

Y aunque el continente vivió su revolución al cortar lazos políticos con los países centrales la situación cultural no cambió con la descolonización: la lengua de los conquistadores sigue siendo la lengua del Estado, la de la escolarización, lo que ha reforzado en todo sentido el poder las lenguas coloniales.

Los procesos de migraciones del siglo XX multiplicaron los lugares de conflicto y se generaron nuevos escenarios de la tensión lingüística en las principales ciudades del mundo adonde arribaron ciudadanos del mundo empobrecido. Inglaterra, Francia, Alemania, España, Estados Unidos, Italia son países donde se viven estos conflictos generados por los choques de lenguas: la del nativo contra la del inmigrante, que a su vez suelen generar nuevos espacios idiomáticos. “En esos países hay una gran ignorancia respecto de las lenguas de los inmigrantes, así como sobre las lenguas endógenas, pero no es una cuestión racista pero sí de indiferencia. Lo mismo ocurre en América latina en relación con las lenguas indígenas, excepto tal vez en Paraguay. Al mismo tiempo en Francia se aprende cada vez más chino, árabe, japonés y español”.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, la preponderancia del inglés por encima de otras lenguas se hizo evidente. La globalización lo impuso como el idioma de la economía, la política y también se impuso en el mundo de la cultura. Sobre esta última área el mercado de las traducciones muestra la imagen perfecta de esta preeminencia. En los Estados Unidos y en el Reino Unido, menos de un 5% de las obras publicadas son traducciones; en Francia y Alemania este número ronda el 12% mientras que en España e Italia llega al 20%. “Esto significa —dice el sociólogo brasileño Renato Ortiz en su libro Mundialización: saberes y creencias—, que cuanto más central es un idioma en el mercado mundial de bienes lingüísticos, menor es la proporción de textos traducidos a él. El corolario de este axioma es que las traducciones entre lenguas periféricas se vuelven cada vez más difíciles, pues deben pasar necesariamente por el vernáculo mundial”.

Calvet sostiene que en el modelo gravitacional propuesto el inglés es la lengua pivote, hipercentral, en torno de la cual gravitan una decena de lenguas supercentrales (español, francés, chino, hindi, etcétera) que son a su vez el pivote de gravitación de lenguas centrales. “Ese modelo nos permite ver el aspecto lingüístico de la globalización, y desde ese punto de vista el inglés es la lengua »global’’, lo cual no es necesariamente algo bueno para esa lengua. Se está diluyendo”.

La hegemonía del inglés la sufren hasta los canadienses francoparlantes. Todos ellos hablan inglés, pero no todos los angloparlantes hablan francés en un país que se supone bilingüe. “No se trata de un falso bilingüismo, sino de un bilingüismo de sentido único. En Canadá se aplica el principio de la personalidad: todo ciudadano tiene derecho a su lengua (inglés o francés) en todo el territorio. Así, en Quebec o en Nueva Brunswick, los francófonos pueden ser dominantes, pero en otros lugares son minoría. En el ámbito gubernamental, sin embargo, tienen derecho a exigir que se les hable en su lengua. Pero, alguien bilingüe de Nueva Brunswick por lo general tiene el francés como primera lengua, mientras que un anglófono rara vez es bilingüe. Es una de las manifestaciones del poder”.

Las formas del racismo moderno o de la dominación toman diferentes caminos. Por ejemplo, el acento suele ser tomado como objeto de burla no sólo en los países centrales sino también en los periféricos. Calvet cuenta que “en Egipto, se burlan en la tv de los habitantes del sur; en Marruecos del acento de los bereberes y en América latina de la forma de hablar de los argentinos…” Además, es algo habitual el menosprecio por las tonadas de los habitantes del interior de nuestro país, por ejemplo, en las grandes ciudades.

Y en el horizonte de esta polémica aparece la preservación de las lenguas. La pregunta obligada es qué hacer para protegerlas, para defenderlas del acoso del inglés. Concluye Calvet: “Es un tema complejo. Sin duda no hay que liquidarlas, hacerlas »morir’’. Pero las lenguas no son focas ni ballenas que debamos proteger como especies en riesgo de extinción. Yo trabajo en el ámbito de las políticas lingüísticas y tengo un principio: »Las lenguas están al servicio de los seres humanos, y no a la inversa.’’ No estamos al servicio de las lenguas. Pero si éstas nos son útiles, incluso por razones exclusivamente identitarias, entonces hay que protegerlas”.

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