El liderazgo en un mundo confuso

MITOS
El liderazgo en un mundo confuso

Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero hay algo en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres…Jorge Luis Borges

Julio Llosa

Ingresar al templo del dios Marduk era toda una experiencia en Nínive o, al menos, así lo sentía Gilgash. Avanzar por las calles matemáticamente rectas hasta llegar a la plaza desde la que, de repente, el universo se llenaba con la vista del zigurat. Muros vidriados y relucientes flanqueaban la entrada, bellamente decorada con dragones dorados que relucían sobre fondos esmaltados multicolores. Todo el conjunto estaba rodeado por los jardines más maravillosos que el hombre ha conocido: tal era la entrada al templo de Marduk, dios favorito de Babilonia. Y, Gilgash, era su devoto sirviente y, por oficio, también su principal profanador.

Creció rodeado de lujos, en un hogar acomodado, donde los cortinajes de seda y los cojines bordados en pedrería fina eran comunes. Su padre, un próspero comerciante con tierras de ultramar, siempre quiso que fuese sacerdote; él se convirtió en ladrón. Su padre era trabajador, respetado, honesto. Gilgash era aventurero, temido, ambicioso. Y ahora, atravesando sigiloso el templo, Gilgash estaba a punto de robar las tablillas de los destinos, símbolo del poder y la autoridad de Marduk. Nada, real o imaginario, podía revestir mayor valor que su posesión, ¡nada! Y, sin embargo, nadie antes que él había podido hacerlas suyas.

Tiempo atrás, los sacerdotes de Marduk habían creado la leyenda de Zu, un dios-ave que supuestamente había robado las tablillas. ¡Ridículo!, se decía a sí mismo Gilgash, nada más que historias de supersticiosos repetidas de tarde en tarde por viejas comadronas. Él sabía que las tablillas permanecían en una cámara secreta, cuyo acceso era bloqueado por una pared deslizante que nadie podía abrir, ¡nadie salvo él!

Gilgash había conseguido, tiempo atrás, la información precisa para lograr su objetivo. Un esclavo moribundo del templo se la había confesado. Todo lo que tenía que hacer era girar 90 grados el octavo ladrillo de la cuarta fila del pedestal de la estatua de oro de Marduk, situada en el ala oeste del templo. Gilgash trazó el plan y, durante el quinto día de la festividad del año nuevo, cuando la estatua principal de Marduk era sacada en procesión por las calles de Nínive, mientras el zigurat permanecía vacío y sin vigilancia, era el momento adecuado.

Giró el ladrillo comprobando, sin mayor asombro, que el muro a su espalda se deslizaba silencioso, revelando una escalera que descendía hacia la oscuridad.
Bajó lentamente, palpando las paredes a su paso. Contó ciento ochenta escalones antes de detenerse frente a la pesada puerta de bronce. Retiró las trabas, se frotó las manos y, mientras un hilillo de sudor corría por su frente, la abrió.

Gilgash nunca pudo ver las tablillas que hasta hoy muchos consideran míticas. Es más, para ser sinceros, no tuvo tiempo de ver nada. Así de rápido fue el picotazo de Zu que le quitó la vida, limpia e inmisericordemente. El ave lo devoró de un bocado. Luego subió las escaleras, atravesó el templo de Marduk y, mientras la lejana procesión se perdía hacia el sur, echó a volar con destino al norte, agitando sus ciclópeas alas azules, que iridiscentes destellaban a la luz del atardecer. Se elevó, giró un par de veces sobre la ciudad, ganó altura y se dirigió majestuosa hacia Eridú, donde dicen que anida no muy lejos de lo que hoy llamamos el Golfo Pérsico.

Desde tiempos inmemoriales, la fantasía humana y la naturaleza nos han dotado de extraños seres que pueblan esa tradición imaginativa a la que llamamos mitología y con la que hemos tratado, y seguimos tratando, de explicar el mundo que nos rodea, reconciliándonos con nuestros temores y nuestra ignorancia. Del mundo entero surgen seres imaginarios, inspirados en una naturaleza pródiga, que no deja de asombrarnos.

Algo similar ocurre en el mundo del liderazgo. Cada vez con más frecuencia vemos cómo nuestros miedos y nuestra ignorancia se vuelven a confabular, guiando nuestra imaginación a través de senderos imposibles. Qué común es, en el mundo de hoy, reclamar entes mesiánicos, magos del liderazgo que con un movimiento de la mano nos saquen de la miseria, transformando la realidad. Qué común es ver a pueblos enteros bajo el hechizo del discurso altisonante y hueco del pseudolíder, prometiendo lo que no puede cumplir. Qué fáciles resultan las frases de los gurús, cuyas recetas se les antojan infalibles. Qué triste el contemplar las atrocidades que se cometen, día a día, en nombre de ideales tan hermosos como el liderazgo, la libertad o la paz.

Han pasado miles de años y, sin embargo, la historia no cambia. Hoy no son seres animales, semihumanos o semidivinos los que pueblan nuestra imaginación. La mitología moderna, virtual y mediática, marketera y oportunista, corrupta y mentirosa, se llena de líderes de barro cuya función, lejos de promover el cambio y construir hacia la realización, parece ser confundir y engañar. El verdadero líder debe estar alerta y distinguirse con claridad.

Zu descanza en la imaginación de los sumerios que le dieron origen. Los falsos líderes, en las mentes mezquinas que los sostienen. El verdadero liderazgo, como filosofía de vida, vive en la conducta de quienes creen en la trascendencia.

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