El revolucionario ruso Kiva Maidanik ha muerto…

29 de diciembre de 2006

El 24 de diciembre del 2006 murió en Moscú Kiva Maidanik, un intelectual revolucionario de excepción, un entrañable militante y amigo de las mejores causas de la humanidad:

Del amor y la amistad.

De la justicia y la verdad.

De la ciencia.

De la honestidad.

De la sensibilidad humana.

Del cariño familiar.

De la liberación de los (as) oprimidos (as) de todas las cadenas.

Historiador, trabajador de la Academia de Ciencias de la URSS, investigador del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales de Moscú, estudioso de la realidad China y de la Guerra Civil Española, especialista de los mejores en América Latina y el Caribe.

Autor de numerosos artículos, ensayos y libros, una parte de ellos traducidos al español y a otros idiomas.

Soviético en el sentido bolchevique, leninista; antes, durante y después del colapso del llamado socialismo real. Inclaudicable en sus principios, flexible e innovador en sus constantes creaciones políticas y teóricas.

Soviético en ese mismo sentido hasta el final de su vida física.

Estudioso y admirador de Ernesto Che Guevara, de su pensamiento, de su accionar, de su ética revolucionaria, de su inmensa humanidad… sintetizados magistralmente por él en su ensayo «El Revolucionario» y en la ponencia titulada «La séptima vida del Che Guevara»…, presentada en ocasión de la realización en Madrid, España, del Seminario auspiciado a el verano de 1998 por la Fundación de Investigaciones Marxistas, FIM, bajo la dirección de Manuel Monereo, expuestos además extensamente en su libro «El Che Guevara: sus épocas y su América»

Guevarista en tiempos en que el dogma staliniano y neo-estaliniano condenaba a la discriminación y a la marginalidad a los defensores de esa posición en el seno del mundo intelectual de la ex-URSS.

Guevarista hasta días reciente cuando nos entregaba orgulloso la primera recopilación en ruso de una parte de los trabajos del Che, publicada, paradójicamente, en la Rusia capitalista bajo su dirección.

Su extraordinario talento, su enorme y multifacética erudición, su impresionante sentido crítico, su capacidad para captar los más mínimos detalles de cada proceso y de cada país adentrarse en la cultura de nuestros pueblos y de sus protagonistas, su deslumbrante memoria y poder de comunicación, contrastaban permanentemente con su hermosa modestia y su austera sencillez.

Kiva transpiraba, sin proponérselo inteligencia y conocimientos a granel, derrochaba sabiduría sin la menor pedantería, sin la mas leve señal de autosatisfacción o prepotencia.

Kiva heredó su austeridad de sus días de infancia durante los rigores de la Segunda Guerra Mundial, del sacrificio y la estoicidad del pueblo y del ejército soviético en aquellos días tan duros como gloriosos.

Cultivó su talento y capacidad de amar junto a su padre, un jurista de orientación socialista, y junto a su madre, un ser profundamente cariñoso y de una inteligencia aguda, sensible y vivaz.

De ascendencia judía sufrió los amargos acosos de la discriminación y la represión, convirtiéndolos sublimemente en amor por la humanidad y en lucha contra todas las expresiones de injusticia y represión.

El rigor científico y su entrega al trabajo jamás le impidió desarrollar una condición humana repleta de amor, de cariño, de amistad, de familiaridad y solidaridad hasta en los últimos detalles y las últimas consecuencias, expresando siempre un tierno afecto por los (as) niños (as), los propios y los de otros (as).

Las causas políticas que más captaron su mente y su corazón fueron siempre las más justas y difíciles:

la Guerra Civil Española,

la Revolución China,

la Revolución Cubana,

la Resistencia heroica del Pueblo Vietnamita,

las Luchas Guerrilleras en América y el Mundo,

las Epopeyas del Che,

el Combate Antifascista,

la Revolución de Abril de 1965 y la Guerra Patria contra el invasor yanqui en Santo Domingo,

la Primavera de Praga y la lucha por la renovación del socialismo en Checoslovaquia,

la Perestroika en su fase inicial (antes de su desvío por el sendero procapitalistas),

la Revolución Sandinista,

la Guerra Liberadora del FMLN en El Salvador,

el Combate contra la pinochetismo,

la Heroica Lucha del Pueblo Guatemalteco…

Murió abrazado, desde la ciencia y el corazón, a la Revolución Bolivariana de Venezuela y a la actual ola expansiva en pro de la Liberación de la Patria Grande.

Y todo esto desde un pensamiento profundamente analítico, desde una crítica sin par al capitalismo dependiente en sus diferentes niveles de desarrollo y en su actual versión neoliberal; desde un enjundioso esfuerzo por desentrañar sus crisis periódicas y las perspectivas de cambios a la luz de los diversos ascensos de las luchas populares.

A su altísima sensibilidad social y humana unió un rechazo visceral al despotismo.

Y esto, con demasiada razón y profundo sentimiento, lo llevó a reflexionar sobre Stalin de esta original manera:

“Nosotros, demasiado tarde hemos entendido las palabras del compañero Stalin, al decir: “la plena unanimidad es posible solo en el cementerio”; no entendimos que era todo el programa, luego el partido se transformó en ese cementerio y el país en la plena unanimidad” [1]

Pero su firme actitud no solo se refería a ese despotismo extremo, sino a todas las variantes de represión y autoritarismo, dentro de cualquier modo de producción y distribución, en el marco de cualquier sistema político-institucional, incluidos aquellos de aparente o real orientación socialista y/o antimperialista.

Era capaz de valorar el significado positivo de las más variadas resistencias a la tutela, las agresiones y las invasiones imperialistas, sin por ello abrazarse al absolutismo de esos regímenes y de los gobernantes que la encabezaban, llámense éstos Sadam, Milosevic o Kim Il Sung.

Kiva amaba demasiado la libertad y la creatividad, y no precisamente pensando en sí mismo, sino sobre todo pensando en los demás, en toda la humanidad.

Por eso Kiva Maidanik fue un precursor de la nueva democracia y del nuevo socialismo desde el mismo corazón del «estatismo burocrático», como con precisión científica denominó al llamado socialismo real. Una especie de anticapitalismo que después de los años 30 no pudo llegar a ser socialismo.

Quizás por eso abrazó con gran pasión y excesivo optimismo, tanto la Perestroika (a la que llamó “revolución de la esperanza”) como (previamente) el modelo de tránsito revolucionario nicaragüense, en esa necesaria y ansiosa búsqueda de un socialismo con democracia participativa; sin reparar suficientemente en las desviaciones y errores que provocaron sus degeneraciones y/o fracasos. Tales yerros no fueron exclusivos de él, sino que no pocos de los que pensamos de manera parecida incurrimos, en grados diversos, en fallas similares.

Sufrió como nadie los duros reveses del último tramo del Siglo XX, hasta recuperar el entusiasmo revolucionario cuando nuestra América inició su cuarta oleada de cambios, recuperando su condición de continente de la esperanza. El advenimiento del proceso hacia la revolución en Venezuela fue para él como una especie de bálsamo vivificante.

Nunca, sin embargo, dejó de estimular el renacer revolucionario y de ponderar la trascendencia del ejemplo del Che para ese noble propósito. Pero lo hacía también con cierta vergüenza propia (injusto consigo mismo, además) por el impacto en su ser de lo acontecido con la revolución soviética.

Así lo refleja en estas palabras tomadas de uno de sus brillantes trabajos sobre el Che:

“No le es nada fácil a uno de Moscú dirigirse a vosotros… Mi país, que había iniciado hace ochenta años el primer asalto de la humanidad al cielo e hizo tanto para salvarla de lo mayores peligros del siglo, país tan admirado por el Che y tan criticado por él, cumplió sus peores vaticinios –y no supo a finales de este siglo ni resistir ni morir como el pasado inmaculado de su mensaje emancipador, su antorcha- de siglo y milenio nuevos. Cada uno de nosotros tiene su cuota de culpa por eso. Unos más que otros.” [2]

Tal realidad lo torturó de manera muy especial, sobre todo por los efectos emocionales acumulados en su duro tránsito del “único” intelectual proclamadamente guevarista de la URSS a uno de los(as) pocos(as) soviéticos(as) de la Rusia actual.

Eso explica que no pudiera vencer la tendencia a su muerte física a pesar de su formidable corpulencia y su magnífica espiritualidad. En otras circunstancias no tendríamos la menor duda de que Kiva pudo ser un auténtico longevo, para mayor alegría nuestra.

Una enorme deuda de gratitud para con él Tenemos los (as) revolucionarios(as) latinoamericanos (as) y caribeños (as).

Una deuda, por su naturaleza, imposible de saldar.

Una deuda intelectual, una deuda de solidaridad política y humana, una deuda de amor y amistad.

Y no lo digo porque Kiva haya militado y cotizado religiosamente y simultáneamente en el Partido Comunista Salvadoreño y en el Partido Comunista Dominicano; ni por los rublos, que procedentes de sus manos, cuidadosamente ocultados hasta frente su familia, ayudaron a aliviar las dificultades de tantos revolucionarios (as) de América y del mundo a su paso por Moscú.

Lo digo por sus magníficas enseñanzas, por su capacidad para trasvasar hacia nosotros(as) ideas de calidad y actitudes de gran valor.

Lo digo por su indestructible bondad, por su condición de dador de amor hacia nosotros (as), hacia los (as) nuestros (as), hacia los suyos, hacia los demás.

De esto sí supo mucho nuestro hermano Schafik y su esposa Tania.

Saben mucho Jerónimo Carrera, Mercedes Otero y Francisco Mieres, sus hermanos(as) venezolanos.

Saben sus amigos(as) y colegas cubanos(as): Luís Suárez, Tania, Juan Valdez Paz, Fernando Martínez Heredia…

Sabe mucho también Marta Harnecker y sabe Tania Vorocheykina

Sabe demasiado Galia, su hermana en la amistad, también orgullosamente soviética y bolivariana.

Saben Natacha, su esposa, Artemio y María, su querida prole.

Sabemos tanto Lulú y yo, y muchos (as) otros (as) de su entorno y de este lado del río.

De mi parte me resulta imposible pensar en él desvinculado de Schafik Handal, del comandante Manuel Piñeiro (Barbarroja), de Nayo Alvarado (asesinado siendo Secretario General del Partido Guatemalteco del Trabajo) y de Roque Dalton (el poeta y revolucionario sin par salvadoreño)…

Esta deuda es impagable aunque por razones muy distintas a la que acogota a nuestros pueblos.

Es impagable, pero hay que devolverla en lo posible; procurando ser como él, luchando con el mismo desinterés personal que él, repartiendo cariño como él y dando a conocer todo lo que escribió, todo lo que practicó y todo lo que hace de él uno de los más formidables intelectuales orgánicos de las revoluciones de la segunda mitad del siglo XX y del inicio de este nuevo siglo.

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