El sueño de Borges

El sueño de Borges
Por María Esther Gilio, gentileza Semanario Brecha, especial para Causa Popular.- A 20 años de la muerte de Jorge Luis Borges (14 de junio de 1986) las calles de Buenos Aires han amanecido empapeladas con sus frases más célebres. En diciembre de 1974, a pedido de Eduardo Galeano, director de “Crisis”, lo entrevisté en Buenos Aires. El texto que aparece a continuación ha sido seleccionado de esa entrevista con el criterio quizás equivocado de trasmitir no sus frases más geniales sino las más curiosas, las que tienen que ver, más que con su brillante inteligencia, con algunos hechos de lo cotidiano.

¿Qué hechos en su infancia considera que han marcado su literatura?

Muchas cosas. Las espadas de mis abuelos por ejemplo. Provocaban mi fantasía. También el retrato de mi bisabuelo, el coronel Suárez, me impresionaba mucho. Él ganó la batalla de Junín. Salió de Buenos Aires con San Martín a los 16 años. Cuando volvió a los 27 la familia no lo conocía. Y mi abuelo Borges, que inició su carrera militar defendiendo la plaza sitiada por los blancos de Oribe en Montevideo, y tenía en esos momentos 14 años. Luego tomó parte en la batalla de Caseros, en la división oriental de César Díaz, y tenía 16 años. Después ya vino una larga carrera militar: dos balas en la guerra del Paraguay, las campañas con…

Usted tiene una gran añoranza de todo eso. ¿Le hubiera gustado?

Sí, sí, sí. Pero no sé si hubiera servido.

Aparte de que hubiera servido o no, tal vez su añoranza es también de no haber servido. Se ve en sus cuentos, en “El sur”, por ejemplo. Ese personaje es usted mismo.

Sí, sí. Ese es un cuento autobiográfico, en parte.

Ahí está eligiendo su muerte. Preferiría morir acuchillado en la llanura que morir en un quirófano.

Sí. Matar o ser muerto acaso no sea peor que envejecer, morir en la cama o sufrir la noche, dije alguna vez.

Sufrir la noche. ¿Sufre realmente la noche? Porque leyéndolo, a veces, uno tiene la sensación de que usted siente cierta felicidad no viendo, de que eso no le pesa, e incluso al contrario. En el cuento sobre Homero, el héroe descubre que ha dejado de ver. Usted dice: “Sintió como quien reconoce una música o una voz”, y luego: “Lo había encarado con temor, pero también con júbilo, esperanza y curiosidad”.

No, una cierta felicidad, no. Pero yo nunca viví en un mundo visual. Por ejemplo… -y quedó callado por tanto rato que pensé que se había olvidado de mí.

¿Qué quiere decir con que nunca vivió en un mundo visual?

Por ejemplo, yo sé que tengo, lo ha asegurado mi madre que no me engaña, dos corbatas. En otras épocas habré tenido más, pero nunca he sabido cuántas.

Me parece que eso tiene más que ver con otras características suyas. Usted dice: “Nunca viví en un mundo visual”. Tampoco táctil. Usted no sabe cuántas corbatas tiene porque no le interesan las corbatas, simplemente.

Yo no sé cuál es el color de la ropa que llevo. Me ha sucedido de estar enamorado de una mujer, muy enamorado, este… este… y no poder imaginármela bien.

Explíqueme qué quiere decir exactamente.
Imagino el ambiente de ella, la felicidad de estar con ella. Eso sí lo imagino. Pero si me preguntan el color de sus ojos, la forma de la nariz o de su boca, yo no sabría contestar.

¿Entonces lo que le llega de una mujer qué es? ¿Su manera de hablar, por ejemplo?

¡Ah, no!, pero…(Volvió a distraerse).

Estábamos hablando de las mujeres. De las mujeres que lo enamoran.

No, pero es que yo creo que hay algo misterioso ahí, aun en el tema de la inteligencia. Uno va a una reunión, uno conversa con varias personas. Entre esas personas hay una que hace observaciones agudas y hay otra que no dice nada o que dice trivialidades. Al salir uno piensa: fulana de tal es una imbécil y la otra es inteligente.

¿Cuál es la inteligente, la que dijo las cosas agudas o la otra?

La que no dijo nada. Uno ha sentido la inteligencia de un modo misterioso. En cambio una persona puede decir cosas interesantes y dejar la impresión final de que es idiota. Posiblemente eso ocurra porque una persona brillante es fácilmente una persona vanidosa, entonces uno siente antipatía por ella, ¿no?

¿Cómo se sintió cuando se dio cuenta de que no podía leer más?

Cuando sentí eso fue allí, en la biblioteca. Un día me di cuenta de que sólo veía las letras muy muy grandes. Entonces recordé una frase del filósofo alemán Steiner: “Cuando algo concluye no sé, una mujer lo deja a uno, o lo que sea, o se pierde de vista uno debe pensar que empieza algo nuevo”. Claro que ese consejo es un poco inútil porque uno sabe lo que ha perdido y no sabe lo que comienza. Con todo, yo dije: “Aquí va a empezar algo”.
Usted lo relata en el cuento de que le hablaba: “Una terca neblina le borró las líneas de la mano, la noche se despobló de estrellas”.

Sí, hablando de Homero. Entonces resolví estudiar anglosajón, inglés antiguo.

En varios de sus cuentos, en “El ajedrez” o en “El condenado a muerte”, aparecen pesadillas e insomnios. ¿Tiene eso relación con su vida concreta?

Sí, yo tengo ahora pesadillas casi todas las noches.

¿Pesadillas? ¿Usted tiene pesadillas?

Usted me acaba de preguntar por las pesadillas, ¿de qué se sorprende?

Pensé que me iba a decir: “nunca he tenido pesadillas”.

No era lógico.

¿Cómo son esas pesadillas?

Contadas no son horribles, pero soñadas sí lo son.

Cuénteme.

Noches pasadas soñé con un señor alto, rubio, muy paquete, a la manera del siglo xix. Y yo sabía que él era inglés como uno sabe las cosas en los sueños. Ese señor tenía melena y una cara que era casi la de un león. Un semicírculo de personas que tenían un poco cara de leones, aunque menos que él, lo rodeaba.

A mí me parece un sueño bien extraño.

Y él vacilaba. Todo eso estaba fotografiado en un gran cuadro y abajo decía “Leones”. Y había otro señor, de espaldas a mí, que gesticulaba y daba testimonio de todo lo que pasaba en el cuadro. Él era judío y yo lo sabía, como uno sabe las cosas en los sueños, sin que se las digan. Ese señor estaba en el medio, así, enamorado.

¿Enamorado?

Sí, y alrededor de él ese semicírculo de personas todas vestidas como él, con melenas y barbas. Algunos, yo me di cuenta, casi no tenían cara de leones. Simplemente buscaban ese puesto y se habían caracterizado. Eso contado no tiene nada de particular.

¿Y qué será lo que lo angustia tanto, entonces?

Bueno, eso es lo que yo no sé, pero me desperté temblando.

¿No le buscó una explicación?

Como usted ve, ese sueño es disparatado, pero no terrible. A mí no me amenazaban esas figuras. ¿Cómo? ¿Cómo?

No, nada, yo no dije nada. Quisiera saber qué es lo que le resultaba tan terrorífico. ¿Qué interpretación le daría usted al sueño?

¿Yo? Ninguna. Yo creo en lo que decía Coleridge, el poeta inglés, que en la realidad los hechos producen emociones. Por ejemplo, si entra aquí un león uno siente miedo, o si se le apoya un animal en el vientre, siente opresión. Pero en los sueños uno empieza por una emoción, luego de un modo dramático inventa una explicación.

Que es el sueño.

Sí. Es decir que yo dormido por alguna razón sentí miedo o sentí horror, y entonces inventé esa explicación disparatada.

El sueño sería una explicación a su miedo.

La verdad es que yo no lo encuentro tan inocente, lo encuentro bastante terrorífico.

No, no es terrorífico. Simplemente es raro. Posiblemente si uno viera un cuadro…

Esos tipos, con caras de leones vestidos de personas…

¡Es que eran personas! Lo único que tenían de leones era la cara. Y este señor tenía un bastón muy lindo, estaba vestido de negro, creo que de frac, no estoy seguro de ese detalle. Este sueño en sí no es horrible, sin embargo cuando lo soñé era una pesadilla, y cuando desperté estuve varios minutos aterrado, hasta que pensé que ante todo el sueño no era terrible, que además era un sueño. En cuanto me di cuenta de eso me quedé dormido.

¿No sufre de insomnio?

He sufrido mucho de insomnio y he escrito un cuento que refleja eso.

Por eso le preguntaba. Pensaba en “Funes el memorioso”.

Ese cuento… voy a contarle un detalle que quizá puede interesarle. Me acostaba y empezaba a imaginar. Me imaginaba la pieza, los libros en los estantes, los muebles, los patios. El jardín de la quinta de Adrogué, esto era en Adrogué. Imaginaba los eucaliptos, la verja, las diversas casas del pueblo, mi cuerpo tendido en la oscuridad. Y no podía dormir. De allí salió la idea de un individuo que tuviera una memoria infinita, que estuviera abrumado por su memoria, no pudiera olvidarse de nada y por consiguiente no pudiera dormirse. Pienso en una frase común: “recordarse”, que es porque uno se olvidó de uno mismo y al despertarse se recuerda. Y ahora viene un detalle casi psicoanalítico: cuando yo escribí ese cuento se me acabó el insomnio. Como si hubiera encontrado un símbolo adecuado para el insomnio y me liberara de él mediante ese cuento.

En su literatura hay psicologías muy bien relatadas que se refieren a personajes fantásticos.

Usted lo dice.

Yo lo digo. Pero cuando se trata del hombre real la descripción es más somera, ¿a qué atribuye eso? Es como si el hombre real siguiera siendo una invención.

No sé, puede ser, no sé. No había pensado en eso. Tiene cierta lógica eso. Es natural que sea así. Yo le digo a usted: fulana de tal caminaba por la calle Chacabuco. No precisa que se la detalle porque usted conoce la calle Chacabuco. Si yo elijo hacer una escena fantástica preciso ser un poco detallista.

Bueno, fíjese que al contestarme eso está corroborando indirectamente lo que acabo de decirle. Yo le hablaba de personas, no de cosas.

Puede ser, pero en todo caso es inconsciente.

¿No habrá alguna forma de lejanía entre usted y sus contemporáneos? ¿Alguna incapacidad de acercamiento?

No, yo no creo. Soy un hombre que tiene muchos amigos.

No dudo de eso, pero es muy claro que usted está realmente ajeno a los problemas de la sociedad en que vive.

No tengo la vanidad de creer que puedo resolver los problemas de mis contemporáneos.
Esa vanidad le crearía obligaciones que seguramente no desea asumir.

Mi escepticismo me impide crearme tales obligaciones. Usted debería ya saber que soy un escéptico; un escéptico no se propone vaguedades tales como salvar a sus contemporáneos. ¿Qué otra cosa quiere saber?

¿Usted se ha dado cuenta de que en su obra hay una gran ausencia de mujeres?

Será porque he pensado tanto en ellas, en realidad.

Quiere decir entonces que no se debe a una actitud de misoginia.

Noooo, yo le doy demasiado importancia a las mujeres, demasiada.

Casi no hay mujeres en sus cuentos.

Les he escrito cientos de poemas.

Escribirles poemas serviría para negar su misoginia, pero no su particular visión de las mujeres. Son muy pocas, y cuando las hay, cumplen roles adjudicados regularmente a los hombres. Estoy pensando, por ejemplo, en “Ema Zunz”, que va a matar a su patrón.

Ese cuento me lo dio Cecilia Ingenieros, ella inventó el argumento y yo lo escribí. Aunque a mí no me gustan las historias de venganzas porque la venganza me parece horrible. La venganza es un error, no sirve de nada la venganza. El pasado no se modifica, y entonces ¿para qué? Los hombres vengativos para mí tienen algo de femenino. La gente vengativa no es gente fuerte. El olvido es lo único, y el olvido al mismo tiempo es una forma de perdón, porque si se perdona y se recuerda no se perdona del todo. Si usted le perdonara a una persona algo y está pensando todo el tiempo en la ofensa, no es verdad que perdonó.

Los problemas del perdón y la venganza le preocupan mucho. Ya me habló, por lo menos, dos o tres veces del tema.

Hum…

Ahora, creo que siempre se refiere al perdón y la venganza en una relación de amor.

Hum… Dejemos ese tema…

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