Martìn Lutero

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A 456 AÑOS DE LA MUERTE DEL REFORMADOR CRISTIANO
MARTIN LUTERO
El fraile de Wittenberg, Martín Lutero, fue un hombre de la Edad Media, pero con sus ideas de reforma religiosa abrió el camino de la modernidad. Político Notable, tan importante como Maquiavelo y Tomás Hobbes.
‘Yo he nacido para pelear con facciosos y demonios y para estar siempre en campaña; por eso mis libros son tempestuosos y batalladores. Mi destino es descuajar troncos y cepas, cortar setos y espinos, rellenar ciénagas; soy el rudo taladro que abre caminos en el bosque’.
Lutero
‘Es de Lutero de quien arranca la libertad del espíritu’.
Hegel

La historia no puede explicarse a partir de héroes, a la manera de Carlyle, porque su desarrollo es un complejo entramado de elementos económicos, sociales, políticos y culturales. De todas maneras, las grandes personalidades como la de Martín Lutero sintetizan las luchas, avances y contradicciones de cada época, ya que ‘el hombre es el constructor de la historia’.
Lutero fue una personalidad carismática, de aguda inteligencia para captar la realidad de su tiempo, poseyendo, además, una buena formación intelectual, tanto teológica como universal. La suya no fue la erudición de los humanistas como la de Erasmo o la de Melanchthon, sus conocimientos, que no fueron pocos, estaban unidos a una férrea voluntad que no dejaba de lado la imaginación y los problemas de la vida.

En los océanos bibliográficos sobre el reformador cristiano y el protestantismo, abundan las obras de naturaleza religioso-teológica, económica, social y cultural. Es necesario realizar una mirada sobre Lutero desde la ciencia política, porque el fraile de Wittenberg fue un estratega que conocía también las leyes de la política. A diferencia del florentino Nicolás Maquiavelo, padre de la ciencia política, él pudo llevar adelante las alianzas necesarias con príncipes, caballeros, plebeyos o campesinos, armarlas o romperlas, de acuerdo a su finalidad eminentemente religiosa.

Era un hombre de la Edad Media, como bien lo expresó Ernst Troeltsch, pero hizo algo más que participar en la formulación de la modernidad. Fue él quien desató con su propuesta religioso-política todas las fuerzas contenidas que alumbrarían una nueva etapa de la historia que aún planea en nuestros días: secularización, libertad espiritual o cultural; educación popular; mística sin clericalismo, subjetividad existencial e individualismo; comprensión bíblica sin literalidad integrista; opción por los pobres y utopía social, según demostró Jean Jaurés en su tesis universitaria ‘Los orígenes del socialismo alemán en Lutero, Kant, Fichte y Hegel’.

Aunque negó la mística con tanta fuerza como lo hizo con el racionalismo aristotélico, llevado al extremo de los absurdos silogistas del tomismo tardío, el luteranismo tuvo un fuerte implante misticista, el de encontrarse a sí mismo e identificarse en la oposición con el mundo (con la maldad y la corrupción), resignando la existencia individual a favor de lo absoluto (teología de la Cruz).

Lutero estudió tempranamente el agustinismo pero por la vía de la ‘Teología germánica’ de Tauler, del maestro Eckhart de Lombardo y probablemente en los escritos del Francofurdiense, anónimo, aunque se los atribuye a un sacerdote custodio de la casa de los Caballeros Teutónicos, sospechándose que fuera el teólogo Juan de Frankfurt (+ 1440), profesor de Heidelberg. La vía mística luterana llegará hasta el siglo XVII; con Jacobo Boheme y la corriente existencial influirá en Sören Kierkegaard, como su impulso educativo signará al gran pedagogo Pestalozzi.

Los tres principios básicos del luteranismo, comunes a todas las tendencias posteriores del cristianismo reformado, revolucionaron su tiempo y lo transformaron. Rompieron el Imperio y quitaron definitivamente el poder exclusivo al papado romano. Esos principios fueron: a) la salvación por la fe; b) el sacerdocio universal de los creyentes; y c) el movimiento biblicista con la libre interpretación de las Sagradas Escrituras.

Los dos primeros principios asestaron un golpe definitivo al imaginario y a las estructuras político-culturales de la Edad Media, iniciándose el proceso de secularización. La relación fue entre Dios y el hombre, terminándose con los intermediarios, iglesia y sacerdocio.

El tercero el biblicismo también contribuyó a diluir el poder sacerdotal y la exégesis criptoromana. El retorno a la lectura popular de la Biblia él la tradujo al alemán fue precedida por una fuerte corriente hebraísta y cabalista cristiana, impulsada, entre otros, por el sabio alemán Reuchlin y los italianos renacentistas Pico Della Mirándola y Marsilio Ficino.

Entre Maquiavelo y Hobbes

Entre julio y diciembre de 1513, Maquiavelo escribió ‘El Príncipe’, sus consejos sobre política y el arte de gobernar. Ese mismo año Lutero inicia, a la edad de 30 años, sus ‘comentarios sobre los Salmos’, y en la primavera vive su legendaria ‘experiencia de la torre’, cuando leyendo a Pablo descubre la base de su teología, cuya defensa lo llevará a romper con Roma y a contribuir al derrumbe de la alta Edad Media. El hombre se salva por la fe, se justifica por ella, más allá de sus obras y sin necesidad de intermediarios. Cuando sobrevino, poco tiempo después, la cuestión de las indulgencias, por las cuales, con algunos dineros para el papado, se lograba la salvación, estalló la indignación del fraile que arremetió contra Roma e hizo tambalear al imperio.

El objetivo primordial de Lutero era el de lograr su salvación. El terror escatológico formaba parte de la vida cotidiana medieval y todavía se extendió algunos siglos después. Ese tormento personal lo llevó al fraile agustino a exteriorizar públicamente su revelación, a luchar con una voluntad sorprendente y para ello no sólo utilizó las armas de la crítica sino que alentó la crítica de las armas, de la que dio fe de la autodefensa protestante con la Liga de Esmalcada.

El fenómeno luterano estuvo muy relacionado con la formación de las ciudades y el deseo del pueblo germano a lograr autonomía con respecto a Roma.

También ayudo a desplegar la faz más aguda de la rebelión de los campesinos, inspirada principalmente por la prédica de los teólogos radicalizados, particularmente los anabaptistas.

Lutero se alió primero a los caballeros germanos (Von Hutten, Sickingen), logró el apoyo o neutralidad de varios príncipes, exaltó al clero alemán, concitó el apoyo de teólogos y estudiantes y recurrió a la plebe urbana y campesina. En ese largo proceso anudará y romperá las alianzas, de acuerdo al desarrollo de los acontecimientos, como explicará antes de morir, en sus ‘Conversaciones de sobremesa’.

Para Lutero la política era un medio y cuando elaboraba la doctrina de los ‘dos reinos’ (la esfera religiosa y la secular), confirma, desacralizando, la esfera pública, y su concepto de la unidad del poder político la monarquía absoluta adelanta la teoría de Tomás Hobbes en ‘El Leviatán’ (ver perfil de Tomás Hobbes), formulada un siglo después de la muerte de monje rebelde.

La doctrina de los ‘dos reinos’, conocida por la crítica desde 1922, tenía en Lutero, como antecedente, las ‘dos ciudades’ de San Agustín. No hay dos espadas sino una única que pertenece al reino del mundo. El reino de Dios es un régimen que se gobierna por la Palabra (la Biblia) y los Sacramentos. Al reino del mundo se la confiere la ‘espada única’ (poder civil de dirección y coerción).

Pero no debe pensarse que Lutero creía en el despotismo totalitario. Repudiaba, con Pablo, la justicia por propia mano o la de la multitud, porque consideraba que si ‘se desata, en vez de un tirano habrá cientos’. Roland H. Baiton señala con acierto que ‘en este sentido se adhería al punto de vista de Santo Tomás, de que debe terminarse con la tiranía mediante la insurrección, solamente si la violencia hará presumiblemente menos daño que el mal que trata de corregir’.

Apelaba Lutero primero a la oración, a la desobediencia civil y a la resistencia pacífica. Luego sostenía ‘el poder de fiscalización’, por el cual la resistencia activa contra la autoridad la ejercen aquellas personas que proveen funciones de autoridad.

Aceptaba la legítima defensa reconocida por el derecho, es decir el derecho de resistencia establecido en el derecho político positivo. En 1530 reconoce que si los juristas lo consideran, puede haber derecho a la resistencia. Lutero sigue el concepto judeopauliano en cuanto a la autoridad estatal, la ‘hypotassesthai’ (someterse, obedecer), que incluso aparece en comunidades contestatarias y disidentes como la de los esenios. Pero el sometimiento no es incompatible con la desobediencia, lo cual se da en el caso de que el Estado requiera lo que no corresponde al ordenamiento dispuesto por Dios. Para Lutero no se obedece incondicionalmente, porque la autoridad final radica en Dios y en el compromiso en la lucha por la justicia. La espada no es un fin en sí misma ni significa carta blanca.

La rebelión campesina

No cabe duda de que la prédica de Lutero desató la Gran Guerra Campesina. Así lo testimonió el propio Erasmo al acusarlo por el enorme levantamiento popular, que en realidad se venía gestando desde un siglo y medio antes. El reformador condenó el levantamiento en varios trabajos panfletarios. En el frente interno debía enfrentar la competencia de los teólogos radicales, como Tomás Muntzer. En lo general, el fraile había sido advertido que los príncipes protestantes se habían unido a los católicos para ahogar en sangre la rebelión.

La crítica marxista contra Lutero, principalmente de Ernst Bloch, se equivoca porque extrapola al personaje, a la época y a la situación concreta que ponía en grave riesgo todo el proceso reformista.

Pero si Bloch se equivocó, no le ocurrió lo mismo a Federico Engels, quien en su estudio sobre ‘La Gran Guerra Campesina en Alemania’ detalló la tragedia política de los revolucionarios que se lanzaban al asalto al cielo cuando no existían condiciones objetivas para ello.

La acción de Muntzer fue tan heroica como abnegada, pero utópica. En la batalla final esperaba que los ángeles del cielo llegaran en auxilio de los campesinos. Lo que llegó fue una gigantesca represión, una de las más grandes en la historia de la humanidad.

Obras políticas

Las obras claves políticas de Martín Lutero son las siguientes: ‘A la nobleza cristiana de la nación alemana acerca del mejoramiento del estado cristiano’; ‘La cautividad babilónica de la Iglesia’; ‘Comercio y usura’; ‘La autoridad secular’; ‘¿Es posible ser soldado y cristiano?’; ‘Exhortación a la paz. En relación con los doce artículos de los campesinos de Suabia’; ‘Los artículos de Esmalcada’; ‘La necesidad de crear y mantener escuelas cristianas: exhortación a las autoridades municipales de Alemania’; ‘Derechos de la comunidad cristiana’; ‘Administración de una caja comunitaria’; ‘Los concilios y la Iglesia’, y, redactado por sus discípulos y alumnos, ‘Conversaciones de sobremesa’.

Una sociedad más fraterna

A diferencia del calvinismo, Lutero tuvo una visión más favorable hacia los desheredados. En sus escritos tempranos, habla de los ‘cristianos verdaderos’ para referirse a las clases pobres y marginadas, especialmente en sus observaciones sobre los ‘Dictata Super Psalterium Salmos’. En sus comentarios sobre ‘Romanos’ es más definido respecto a la realidad socioeconómica y lo reitera en sus famosas ’95 tesis’ (la 43 y siguientes).

La misma prédica está presente entre 1519-1530, cuando habla de los ‘cristianos bajo la Cruz’ y luego lo reitera, incluso en el período trágico de la represión y masacre de la revolución campesina. Entre las virtudes que debe tener todo gobernante, el fraile rescata la búsqueda del bienestar y protección de los pobres y reclama que para pacificar debía evitarse el uso injusto de la violencia.

La tragedia campesina rondó en la cabeza de Lutero hasta el final de su vida. Por eso, en sus ‘Conversaciones de sobremesa’ declara la licitud del uso de la violencia en casos excepcionales. ‘Si un tirano ataca y persigue a uno de sus súbditos, ataca y persigue a todos los demás… de ahí se deriva que si uno tolerase esto, él destruiría y devastaría todo el imperio’. En otra de sus charlas agrega: ‘Por eso estamos comprometidos a seguir el derecho y las la leyes más que a un tirano. Si él toma por la violencia, de éste su mujer, de aquel su hija, de aquel otro sus bienes, si los ciudadanos se juntasen por no poder soportar más la violencia y la tiranía, ellos deberían matarlo como a cualquier otro asesino y salteador’.

Lutero desplegó sus ideas y accionar en una etapa de transición entre dos mundos. Fue una época signada por una globalización a partir de la formación de las nacionalidades. Emmanuel Wellerstein lo ha explicado como ‘una economía-mundo europea’.

En ese contexto, el fraile de Wittenberg, al hablar de la ‘vocación profesional’ y el ‘trabajo’, dignificó la tarea humana cotidiana, en tanto miraba con cierta crítica al pietismo medieval.

Condenó la usura y los monopolios comerciales, fustigó a los banqueros, como los Fugger, y tuvo un enfoque democratizante sobre la iglesia, a la que consideraba como una ‘comunidad o pueblos reunidos’ libremente y sin jerarquías elitistas. Trabajó por la dignidad de la mujer, instando a su instrucción y a su ruptura con los lazos de servidumbre eclesiástica.

Altmann sostuvo, polémicamente que ‘no llegó a percibir los vínculos estructurales entre el poder político emergente y el poder económico’. Si se leen atentamente sus textos sobre el comercio internacional, los precios, el interés y la usura, parecen controvertir la opinión del eminente intelectual.

En su ‘Administración de una caja comunitaria’ propone formas concretas de solidaridad social, pioneras del cooperativismo y de una cierta tendencia hacia la colectivización, a partir de los municipios o gobiernos locales urbanos. Una apuesta por una sociedad más fraterna.

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