Schafik (3)

Schafik 3 – Lunes, 11 de Diciembre de 2006 hora 10:21

Dagoberto Gutiérrez

El local del PR-9M consistía en una pequeña sala a orilla de calle con un amplio balcón, un pequeñísimo corredor que daba a un patio aun más pequeño y una sala de reuniones en donde los asientos ocupaban prácticamente todo el espacio. Schafik tenía un escritorio en esa pequeña oficina y siempre estaba lleno de papeles y diariamente, sobre todo en horas de la tarde, se trabajaba políticamente. La capacidad enorme para trabajar era la primera característica de este hombre, nunca parecía cansarse y además siempre pareció gozar intensamente en la manufactura del trabajo político.
En estos años de semi clandestinidad pude conocer su tremenda capacidad intelectual y su memoria de corto y largo plazo, me parece que estos eran años de mucho estudio personal y de mucha reflexión. Tenía una impresionante facilidad de palabra y un vocabulario tan rico que era capaz de hablar horas interminables sobre un punto por sencillo que este fuera; pero nunca divagaba ni perdía el hilo de plata de su reflexión.
Gozaba mucho redactando textos políticos y siendo muy puntilloso en el uso de las palabras y en la puntuación de los textos, tomaba su tiempo en el horneado de documentos; en realidad necesitaba de una secretaria y su trabajo siempre tenía un cierto sabor ejecutivo en donde se atendían los más diversos conductos de la lucha social de esa época. Schafik encarnó lo que podría considerarse un revolucionario profesional. Viajaba en un carro de color verde oscuro, casi llegando a ron ron y era, por supuesto, un carro modesto y casi siempre se parqueaba en un espacio, ya desaparecido, de esa cuadra del cine Majestic en la Avenida España. Caminábamos hacía el pequeño local y los transeúntes miraban atentamente aquel hombre joven de mirar intenso que entraba en esa pequeña casa, era en realidad una manera de mirar a alguien conocido como comunista confeso y esta calidad, aun hoy, despierta las más diferentes emociones. Nadie sabía sin embargo que este era un hombre honrado por sus ideas y de ideas honradas, honesto en su convicción y totalmente incapaz de hacer o decir cualquier cosa o frase en la que no creyera. Esta convicción a toda prueba no siempre habría espacio a la discusión abundante pero si, a reuniones prolongadas.
A las dos de la mañana terminábamos la reunión, habíamos tomado bastante café y en ocasiones algunos panes; ya el local estaba desierto y la Avenida España aun más, aquí empezaba un largo viaje para dejar a cada compañero en su casa de habitación y en todo el trayecto una intensa plática retumbaba en la calle y en más de una ocasión con muchas carcajadas, o con palabras fuertes y casi siempre era una especie de prolongación de la reunión que formalmente había terminado. En estos viajes conocimos lugares recónditos, oscuros y barrancosos de la periferia de San Salvador y en todos lo lugares, sin falta, los ladridos de los perros nos recibían con miedo y hasta furia.
En una de esas casas, en el Barrio Paleca de Ciudad Delgado, nos encontramos con un perro grande de color negro, ciego de un ojo, sin cola, sin la mitad de una oreja y con la pata derecha maltrecha, en la primer noche se abalanzó contra el carro como queriendo devorar al motorista que era Schafik y que llevaba una gorra de color verde perico: a la siguiente semana el mismo día y la misma hora, este perro feo nos estaba esperando de nuevo pero nos detuvimos unos minutos para verlo detenidamente, la siguiente noche, a la siguiente semana le llevamos pan francés con pedazo de queso adentro y el perro, sin dejar de amenazarnos con sus ladridos, comió lentamente y hasta entonces seguimos nuestra ruta, al lugar le pusimos el nombre de el Fin del mundo y al perro lo empezamos a llamar El Espanto.
Pasado unos seis meses de nuestra relación nocturna con el espanto, un día domingo de un fin de año, cuando nos preparábamos para viajar al occidente del país apareció El Espanto en la puerta del local, parecía venir del cine Majestic, que estaba enfrente, y asomó lentamente su cabeza de amenaza y con el único ojo disponible, miró con detenimiento al grupo de muchachos y muchachas que trabajaban en las mantas y papeles y pinturas. La alarma hizo salir a Schafik que trabajaba en la sala de reuniones y el perro se dirigió rápidamente hacía el jefe del partido con la mayor de las confianzas y de las amistades. La dueña del perro, la niña Estebana Olmedo había llegado a saber que una vez a la semana y en horas de la madrugada su perro, siempre hambriento, era alimentado por Schafik Handal desde un carro ron ron. Ninguno de nosotros conocía a la dueña del animal; pero esa mañana ella lo llevo para que supiéramos que ella nos conocía que era amiga nuestra y de nuestro partido y que su perro era de Schafik. Para mi resulta inolvidable una plática de Schafik sobre el conflicto del Medio Oriente, nos reunimos un fin de semana con gente de todo el país para discutir los acontecimientos de la guerra del Yon Kippur en 1967, toda la exposición quedo grabada a fuego en mi cerebro, también la construcción lógica del conflicto y la cadencia histórica de los acontecimientos. Estas actividades era parte del trabajo cotidiano para construir una cultura política en los militantes y posteriormente replicábamos esta conferencia en abundante lugares del país. Basándome en las ideas fundamentales de esta charla yo prepare un trabajo de investigación y me adentré en este tema incandescente del mundo Arabe Israelita. Desde esos años, de la década del 60 y principios del 70 del siglo pasado, Schafik tenía un inmenso prestigió y autoridad por su capacidad intelectual, por su prístino compromiso y su entrega a su convicción. En realidad era una especie de imán que atrajo siempre a los amigos, aliados y militantes y también a los enemigos que respetaban en Schafik los mismos rasgos por los que el pueblo lo consideraba uno de los suyos. Estos eran los años de las manifestaciones que preparaban el escenario para las históricas huelgas de los maestros y el pueblo abría, poco a poco, el teatro político para las luchas posteriores, sin falta el local era frecuentado por sindicalistas, campesinos, estudiantes, universitarios, de secundaria y profesionales. En más de una ocasión también los visitaban empresarios y más escasamente sacerdotes.
De manera invariable en cada manifestación se daban choques con la policía y habían heridos de modo que el local fue siendo frecuentado por gente con lesiones en la cabeza, en las manos y las piernas; pero nada de esto menguaba la resistencia creciente.
Recibíamos delegaciones del extranjero y hasta luchadores de Belice, que interesados en las ideas políticas de izquierdas solicitaban nuestra colaboración, aun cuando no teníamos dinero pero si lucha y compromiso. Que era lo que buscaban.

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