Un abrazo, Chele. Vos siempre fuiste un inmenso pozo de energía, todo lleno de disposición, y siempre fuiste dueño de una inmensa capacidad de trabajo, no parecías cansarte nunca, de modo que no resultaba fácil trabajar con vos.
En la década del setenta, del siglo pasado, fuimos diputados. Te acordás que estuvimos en la Asamblea Legislativa por el Partido Unión Democrática Nacionalista, miembro de la Unión Nacional Opositora, cuyos otros dos miembros eran la Democracia Cristiana y el Movimiento Nacional Revolucionario. Esta fue una alianza política que utilizamos para derrotar electoralmente al Partido de Conciliación Nacional.
Es bueno que contemos, Rafael, que en aquellos años, un diputado ganaba cerca de dos mil colones, pero que el salario de nosotros era de 500 colones; el resto servía para financiar la lucha popular. En ningún caso y en ningún momento, ser diputado significaba ser privilegiado, y mucho menos, ser empresario, o dedicarse a negocios utilizando su cargo ventajosamente. La Asamblea Legislativa era un teatro de operaciones y un instrumento al servicio de las luchas del pueblo, y nosotros la convertimos, precisamente en eso, en caja de resonancia de las luchas de la gente. Y siempre fuimos, como vos te recordarás, luchadores en una cancha gubernamental. Nunca fuimos funcionarios, es decir, nunca confundimos en nuestras cabezas la función pública y el instrumento; nunca pensamos que la función era un fin y nosotros un medio, como piensan muchos funcionarios. Siempre supimos que el fin eran las luchas de la gente y el aparato era un instrumento.
Te acordás, Chele, como, en esos años, estallaron las acciones campesinas de ocupación de tierras, en respuesta a las acciones terratenientes de desalojo de esas mismas tierras, y como usábamos los fines de semana para visitar a los campesinos de la costa del departamento de La Paz. Los compañeros nos esperaban en los manglares y en cayucos nos conducían, durante la noche, a las playas donde hacíamos las reuniones de trabajo. Las nubes de zancudos zumbaban en los alrededores, y en medio de todos, nosotros. El humo de las fogatas no parecían afectarlos y, tenaces, tal como son los zancudos, nos acompañaban toda la noche.
Te acordarás bien que en esos años estallaron las matanzas de campesinos, porque la guerra ya había estallado y la contra insurgencia se adelantaba a la insurgencia, y nosotros, como reales diputados del pueblo, llevábamos la denuncia real del pueblo real, al foro legislativo. Ahí llevábamos la denuncia de la matanza de La Cayetana, o Tres Piedras, y otras matanzas.
De tu parte, pusiste toda tu experiencia y talento organizativo, y tu inagotable energía, en la construcción de una Central Única de Trabajadores. Se trataba de unificar a la clase obrera para las luchas que se venían encima. Ser diputado era ser un luchador político muy calificado, capaz de pelear en un terreno infectado de provocaciones, porque todo estaba diseñado para que el compromiso político se disolviera y la cabeza política se confundiera. Nada de eso ocurría con nosotros.
La década de los años setenta fue el momento histórico en el que la lucha revolucionaria se ensanchó y nuevas fuerzas y sectores se incorporaron, y como suele ocurrir siempre, lo hicieron con todo su pensamiento, su visión, su estilo y sus métodos. Se enfrentaban a la dictadura militar de derecha, también a la oligarquía. Luchaban contra una política pero no siempre se enfrentaban al sistema capitalista ni a un régimen inspirado por este sistema, tampoco luchaban, necesariamente, por el socialismo, ni por una sociedad comunista que liberara al ser humano de la explotación y de la opresión. Ante estos ojos, nuestro trabajo, nuestra filosofía, nuestras utopías científicas, nuestros estilos y métodos, eran amenazantes y obstaculizaban sus caminos.
En septiembre de 1975, mes y año en que caíste asesinado, toda esta tensionante confrontación estaba caminando y desembocó en tu vida, en vos, en tu trabajo y en tu convicción inagotable de luchador revolucionario invencible. Y esa noche de ese septiembre, hace 37 años, es decir, hace un segundo, los fogonazos de los disparos asesinos troncharon tu vida, fueron segundos o fracciones de segundo, y los asesinos se perdieron en la bruma, en las sombras, y fueron devorados por los minutos y los segundos, pero vos, a 37 años, estás más vivo que nunca y más fuerte que nunca y más saludable que nunca, y seguís moviéndote en tu volvo ronrón, y seguís con tu camisa de fuera, con tu risa y tu rostro de desafío, listo para enfrentarte al futuro.
Los diputados sabrán en su momento, cuando el pueblo tenga sus representantes, y cuando la Asamblea sea escenario de lucha del pueblo, que tendrán que ser como vos, y tendrán que conocer tu escuela, tu práctica y tu estilo. Es bueno que sepas, Rafa, que estamos trabajando para eso, no te impacientes mucho que estamos avanzando, de manera tenaz, inquebrantable e indetenible.