El Divino Salvador y la batalla de Belgrado

El Divino Salvador y la batalla de Belgrado

Dagoberto Gutiérrez

Todos los años las fiestas de agosto se van acercando a la capital como sombras danzantes en una alforja de luces, las fiestas parecen ser justamente eso: un amorío de las luces y de las sombras, por supuesto que estos amores furtivos, como toda esta clase de amores, tienen sus encantos y también sus pesares. Pero en estas fiestas y todos los años el Divino Salvador del Mundo se transfigura cada 5 de agosto, esto lo hace ante el pueblo, es decir en público, en tardes generalmente calurosas o en noches tormentosas como en esta ultima.

La transfiguración resulta ser una palabra mágica porque se puede entender de bastantes maneras o de ninguna manera porque siendo un acto de pura y legitima fe, no requiere en verdad de argumentos mayores ni menores y, sin embargo, el santo transfigurado se dará cuenta que cada año quien se transforma más, no resulta ser él, sino el pueblo creyente que acude a la plaza cívica para pedirle, suplicarle y esperar muchas cosas de su Dios, se podría pensar que el santo esperará muchas cosas de esa gente maravillosa que no pierde su fe aunque el santo no le cumpla, a lo mejor el pueblo creyente pueda tener más fe que el mismo santo o el santo encarne al pueblo o el pueblo encarne al santo.

Año con año se encuentran cara a cara, fe con fe, cuerpo a cuerpo el Dios creador con su criatura creadora y de ese encuentro tenso saldrán sin duda fortalezas para el santo que espera y el pueblo que pide.

La figura del Divino Salvador se relaciona con la batalla de Belgrado, capital de Serbia, luego de Yugoslavia y finalmente de nuevo de Serbia. Aquí se realizó la batalla entre un poderoso ejercito turco, que avanzaba sobre Europa y los ejércitos feudales europeos que defendían sus feudos, esta zona balcánica es como un espinazo natural que separa Europa de Asia o el mundo occidental y el mundo oriental, en esos momentos era Papa en Roma Calixto III y sin duda la batalla determinaría acontecimientos políticos de gran envergadura.

Ante la victoria de las armas feudales europeas el papa de Roma dijo que en Belgrado se había «salvado el mundo», esto es así porque los europeos piensan que el mundo es Europa y porque además, a lo mejor, el Papa se refería al mundo occidental.

Tres o cuatro años después de esta batalla, el Papa vencedor ordenó la construcción de iglesias al Divino Salvador del Mundo, y en efecto en esos países balcánicos se encuentran iglesias con la palabra El Salvador y para todo salvadoreño desprevenido, como lo era yo cuando vi ese nombre por primera vez en una iglesia Rumana, es fácil pensar que el nombre de su país tiene tal prestigio que hasta esas iglesias se llaman así. El día que yo me encontré con esa iglesia en Transilvania me dormí hasta la madrugada por la gigantesca satisfacción, que no me cabía en el pecho de pensar que mi país era conocido hasta por estos feroces guerreros europeos.

Pues bien, ocurre que 40 años después, más o menos, estos feroces europeos nos invadieron y el primero de ellos, el más comerciante, audaz y desalmado llamado Cristóbal Colon, nombró San Salvador a la primera tierra que toco y ocupó, en las Bahamas al norte de Cuba, precisamente porque ese era el nombre de las iglesias que se habían construido en Europa por mandato del Papa y en honor a la victoria militar de occidente contra oriente en Belgrado.

Vendría después la destrucción del imperio Azteca, la invasión de Pedro de Alvarado a los reinos Quichés y Cakchiqueles y luego la invasión de un hermano de este, al territorio que era conocido como Cuscatlán, esto allá por el año 1524.

Resulta que estos sanguinarios invasores eran devotos católicos y violaban robaban y destruían culturas y civilizaciones en nombre de Dios, y por eso, de nuevo, al poblado que este personaje fundó le puso de nuevo el nombre de San Salvador, en una insistente reiteración de la supremacía de occidente sobre el oriente. Toda esta zona llamada Cuscatlán empezó a aparecer con el nombre europeo de San Salvador y se convirtió, por la fuerza de las armas vencedoras y el poder político superviviente, en provincia de Guatemala, porque Centroamérica no existía todavía, y era el reino de Guatemala o capitanía general la que daba nombre a toda la región.

Fuimos San Salvador, hasta que en 1915 y en un memorable decreto de 5 artículos el gobierno de la época renuncia a ser San Salvador y asume el nombre de El Salvador. Se ignora, hasta ahora las razones superficiales o profundas de este cambio y también se ignoran las razones por las cuales se renunció a llamarse Cuscatlán, que parecía ser y sigue pareciendo, lo mas correcto históricamente y lo más apegado a nuestros olores, colores, y sabores mestizos.

En fin, los gobernantes optaron por un nombre europeo que logro cierto peso internacional hasta los momentos de la guerra de 20 años, cuando el país logro una estatura política suficiente para ser diferenciado de Salvador de Bahía, Brasil ciudad a la que nos asimilaban con frecuencia en el mundo.

En la Bajada del Divino Salvador del Mundo, parece haber, además de la fe que alimenta a los creyentes maravillosos y al santo no menos maravilloso, toda una historia de donde deriva el nombre del país y el gentilicio de todos y todas las que hemos nacido aquí, y es hasta sorprendente encontrar las raíces del Divino Salvador del Mundo en Belgrado, la capital de Serbia, de Yugoslavia después y de Serbia por último.

Sin duda que necesitamos hermanarnos con este pueblo balcánico porque compartimos historia, fe y hasta la memoria del nombre del país.

La fe de un pueblo es una fuerza poderosa y no requiere de argumentaciones, pero casi siempre tiene un amorío con la historia de ese pueblo y estas líneas son un intento por acercarnos un poco a la historia de nuestra fe.

Dejar una respuesta