Schafik 9 – Lunes, 26 de Marzo de 2007 hora 11:00
Dagoberto Gutiérrez
La primera huelga magisterial de 1968 rompió el fundamento de todo aparato ideológico para construir los consensos decisivos y la segunda huelga magisterial de 1971 sirvió para ratificar el divorcio total entre el régimen político y su aparato ideológico educativo.
No olvidemos que este era el régimen montado, como una joya en su anillo, en 1932 por la oligarquía asustada por el levantamiento campesino de ese año. El uso de la fuerza, del abuso y la ausencia de reglas de democracia burguesa caracterizo a este régimen; pero en las décadas del 60 al 70 del siglo pasado pierde la base clasista de los sectores medios e intelectuales y en 1967 es sacudido por la campaña electoral del Partido Acción Renovadora.
Mientras el enfrentamiento, aparente era entre Emilio y Marcial (Salvador Cayetano Carpio), la verdadera confrontación estaba situada en el seno mismo de la sociedad y se producía, ante nuestras narices, un ensanchamiento social e inevitable del campo de la revolución; en verdad estaba planteada la lucha contra la Dictadura Militar de Derecha montada en 1932, esta había agotado las condiciones políticas, económicas y clasistas pero, ningún régimen cae por si solo sino sobre la base de la actual político y este, no sería la excepción.
La fuerza antidictatorial recogió la pluralidad existente en ese momento y, más allá de la diversidad, casi natural, que funciona en toda sociedad fue el colorido político e ideológico el que condujo que este ensanchamiento determinará el aparecimiento de diferentes organizaciones político militares.
Cuando el Partido Comunista de El Salvador se divide se expresaba la relación intensa entre una sociedad que queriendo y necesitando luchar contra la dictadura, no querían, sin embargo, ser comunistas y sin que necesariamente fuera anticomunista estaban dispuestos a entregarlo todo para derrotar a la dictadura. Se trataba, en realidad, de un fenómeno positivo que ni debilitó al PC ni debilitó a la Lucha Popular; se trata de un fenómeno político muy especial porque no produjo desmoralización, ni dispersión pero sí produjo: Encendida lucha ideológica, multiplicación de la discusión política, incorporación a la política, producción de periódicos y revistas, intensa actividad de pensamiento político universitario, construcción de bandos en todo el cuerpo social, fortalecimiento de un pensamiento vinculado a la Teología de la Liberación, confrontación en el seno del Movimiento Popular y construcción diversificada de este movimiento. En fin, como en muy pocos momentos históricos se da, EL PUEBLO ESTABA HACIENDO POLÍTICA y esta era diferente a la que estaba haciendo la clase dominante, cafetalera, de la época.
El Partido Comunista no fue sacudido, incontroladamente, por esta división; pero hay que decir que el fondo de los fondos no era el tema de la forma de lucha sino que algo más profundo que años después se estableció con generosa claridad y se convirtió, en la argamasa teórica y política clave para producir las alianzas necesarias en el Movimiento Popular.
En Chalchuapa, el PC tenía pocos años de actuar políticamente y el estudio del Marxismo y la Utopía Comunista era mantenida viva por el mensaje y el trabajo paciente de tres o cuatro artesanos: Un relojero, Don Pedro Molina; un Sastre, Don Nicolás Ruano; un panadero notable, Don René Montufar Dueñas, de origen Guatemalteco, pero establecido en Chalchuapa. Era una ciudad controlada ideológicamente por la ideología conservadora de los cafetaleros; pero que siempre mantuvo una actividad cultural y educativa organizada desde abajo y en las escuelas públicas se fue formando, lentamente, un pensamiento distante de la filosofía oficial.
Al no ser zona industrial no había fábricas ni clase obrera; pero si campesinos y empleados públicos, clases medias empobrecidas y cuando se organizan las primeras células encontraron un ambiente propicio para su crecimiento, no olvidemos todo lo que estaba ocurriendo, o más bien hirviendo, en el interior de la sociedad y todo el historial de abuso y atropello, de humillación y ofensa pareció estar vivo en la consciencia de un pueblo que pareciendo sometido estaba a punto de escribir páginas de increíble heroísmo en la historia del país.
En la década de los años 70 del siglo pasado y en el marco del ensanchamiento al que ya me referí, aparecen nuevas organizaciones revolucionarias y en todo los casos, se trataba de clases medias insurreccionadas. Este resulta ser un dato antropológico relevante porque es un resultado esperable de toda la lucha anterior que había sido, aparentemente, aplastada a sangre y fuego, con muertes, asesinatos, desapariciones y secuestros; pero en realidad nada de eso había producido derrotas ni desencantos y una vez más el régimen se equivocó porque resulta ser la democracia burguesa la forma política más segura y confiable; pero esta requiere, por lo menos, jugar el juego de la democracia como juego.
La oligarquía cafetalera en ningún momento jugó este juego y presumiblemente, ni lo entendía, ni lo consideraba necesario ni beneficioso para sus intereses y al nacer las nuevas organizaciones nacieron con la bandera de la lucha armada como único camino para derrotar a la dictadura.
Se trataba de enfrentar al Estado disputándole el monopolio del uso de la fuerza para imponer su política y tenía la lógica de enfrentar a dos ejércitos: El del pueblo y el de la oligarquía. Por supuesto que la lucha armada estallante en la década del 70 no era todavía guerra porque esta vendría una vez la lucha armada se generalizará y aparecieran fuerzas acampadas en distintas partes del territorio pero; por primera vez en la historia del país estaban construidas las condiciones objetivas y subjetivas para una confrontación total, inevitable y de larga duración.