Schafik (6) – Lunes, 29 de Enero de 2007 hora 10:41
Dagoberto Gutiérrez
En la sala de reuniones del PR se trabaja febrilmente y Schafik revisaba cada papelito y texto que se elaboraba, en realidad mostraba una permanente vocación por la escritura, la propia y la ajena, se preocupaba por la puntuación y la ortografía, y buscaba que el texto tuviera suficiente claridad y que dijera, de entrada, el mensaje central.
Las asambleas reunían a militantes de todo el país, generalmente trabajadores del campo y de la ciudad y la pasión con que se discutían los temas testimoniaban la ascendente temperatura de la caldera social, frecuentemente llegaban a ese pequeño local habitantes de diferentes comunidades de San Salvador y del interior del país, buscaban apoyo para sus luchas y la mayoría de los reclamos tenía que ver con los problemas de tierras y se trataba de campesinos desalojados por terratenientes voraces de las tierras en posesión durante largos años.
Eran abundantes los reclamos de los campesinos habitantes de la zona costera del país y del partido salía equipos que visitaban las zonas en donde la lucha crecía, la costa siempre calurosa y polvorienta, mostraba sus habitantes llenos de energía y ánimo y las reuniones eran con gente que generalmente no tenían puesta su camisa, con corvos y sin sombreros y las discusiones costeras se hacían rodeados de bandadas de niños y niñas que correteaban en medio de los reunidos; en esos años la Guardia Nacional asolaba las zonas campesinas.
Suchitoto fue el escenario de una prolongada confrontación entre el trabajo partidario de denuncia y conciencia y la Guardia Nacional. Un día domingo organizamos un mitin en uno de los portales de la ciudad, frente a la clínica de un dentista de la localidad; el pueblo reunido escuchaba muy atentamente y sus ojos, llenos de inteligencia, comprobaban paso a paso el discurso político que denunciaba. A las once de la mañana la guardia se hace presente, disuelve el mitin y dispersa a los pobladores y nos captura a los militantes, rápidamente los uniformados liberaron a los detenidos y me retuvieron a mi, del parque a la comandancia habían unas cuatro cuadras y en toda la ruta, mientras avanzaba en medio de dos guardias el pueblo de Suchitoto acompañó a la patrulla captora y al cautivo; una vez en la comandancia el pueblo ocupó las cuatro esquinas e inicio una vigilia permanente porque se necesitaba saber el destino que finalmente la guardia iba a dar al prisionero.
Las horas pasaron con lentitud, como caen las arenas en un reloj, y el comandante de guardia mientras tanto me acompañaba conversando en una banca; en un determinado momento el pueblo que rodeaba la comandancia empezó a gritar consignas y el comandante ordenó la represión. Desde el banco se oía el movimiento de las armas y de los arneses ajustándose, las botas resonaban y cuando salió la unidad represora, su jefe era un guardia muy joven originario de Chalchuapa, mi pueblo, bastante conocido mío, al verme, “Pinocho” se sorprendió (este era el apodo con que se le conocía) y me preguntó ¿Qué le pasa a Don Dago? Ya vez Rafael, en las mismas cosas que vos conoces y cuidado como maltratas a la gente que esta afuera en la calle. No me contestó nada pero me lanzo una mirada que no tenía odio aunque su jefe estaba sentado a mi lado en el banco que ya me parecía blandito.
En efecto, el sargento Rafael Retana, que así se llamaba pinocho, salió con su unidad se apostó en la esquina de la comandancia y custodio las puertas del pequeño cuartelito mientras en el banco blandito la plática procedía como si tratará de un encuentro de conocidos que no se preocupaban por almorzar.
A las tres de la tarde sonó el teléfono y se informó que al lugar se dirigía el Coronel Acevedo jefe de esa región militar, el era quien tomaría la decisión sobre mi destino, espere en suspenso mientras el Teniente jefe de la comandancia apresuraba sus pasos y se mostraba nervioso por la llegada de su jefe; a los cuarenta y cinco minutos después de la llamada un ruido de tacones chocando sacudió la estancia porque había llegado el Coronel.
Moreno, de baja estatura y fornido, de pelo blanco y de rostro suave, de voz tranquila y mirada serena el Coronel Acevedo platicó conmigo en un terreno político y algo dijo de que era necesario que el pueblo escuchara las criticas necesarias y que un mitin, en definitiva no bastaba para derribar un gobierno y que a su juicio yo podía marcharme sin preocupaciones; nos despedimos afectuosamente y una vez en la puerta de la comandancia con el Coronel Acevedo el pueblo que mantenía la vigilia prorrumpió en gritos y alegría y de victoria.
En el partido, valoramos lo ocurrido y decidimos organizar una respuesta política para reconocer la valentía del pueblo, denunciar la conducta represiva y anunciar la necesidad de la organización permanente y concientizadora.
El vehículo Ron Ron de Schafik fue preparado para hacer un viaje de madrugada a Suchitoto, miles de volantes se editaron, los contactos en la ciudad se prepararon y el viaje se le puso fecha, era el año de 1970 y la agitación del pueblo crecía y la tensión política filtraba todos los pálpitos de la sociedad.
Un día jueves, a las once de la noche salimos del local del PR, Napoleón Martínez, que sería desaparecido días después del asesinato de Monseñor Romero, Manejaba el Ron Ron en medio de una ruta larga y desierta. Entramos por San José Guayabal y bandadas de perros ladradores rompieron el cristal del silencio mientras se lanzaban con miedo atacando las llantas del carro. En la entrada de Suchitoto estaba un pequeño equipo de pobladores de la ciudad y de las zonas rurales; era la una y media de la madrugada cuando distribuimos los manifiestos para la zona rural y determinados barrios de la ciudad, luego de lo cual entramos al pueblo y llenamos las calles de denuncia y protesta y algunos lugares tiramos los manifiestos debajo de las puertas, en otros los pegamos en los postes y en el parque los pusimos en los bancos, todo duro cerca de una hora y la madrugada corría tranquila como pequeño arroyuelo que puede volverse torrente.
Salimos sin novedad de la ciudad hasta que un kilómetro antes de salir de San José Guayabal se poncho una llanta y empezamos en la oscuridad a cambiarla, afortunadamente tanto Napoleón como Julio Salazar el otro acompañante tenían suficiente habilidad y fuerza, a la cinco pasamos por Guayabal, tomamos café cerca del parque y a la seis y media o siete entramos a San Salvador.
En la tarde de ese día Schafik esperaba impaciente los resultados de nuestro viaje nocturno y ya estaban ahí varios de los participantes que eran pobladores del Cerro de Guazapa, años después este cerro sería un escenario heroico de la guerra heroica que ya había nacido en el corazón de la lucha política.