La lucha por el derecho a la alegría
Reflexión sobre Mateo 22:1-14
Muchas veces como cristianos nos enamoramos de la tristeza y nos olvidamos de la alegría. Perdemos de vista que la lucha que llevamos a cabo es en definitiva por recuperar el derecho a la alegría, a la fiesta, al encuentro, a la risa, al baile de la resurrección de la esperanza.
En nuestras mismas iglesias la decoración es martirial, seria, hasta aburrida. Nuestra música lo mismo. Le falta el sabor salvadoreño, el sabor latinoamericano. ¿Han ustedes asistido alguna vez a un culto pentecostal? La música es intensa, la gente aplaude, baila, se goza. En nuestros cultos el peso de la tradición ahoga la creatividad.
En nuestras iglesias la imagen de Jesús es la del crucificado: coronado de espinas, con lágrimas de dolor, con una profunda melancolía en la expresión de su rostro. Es un personaje solitario y derrotado. Es la imagen construida por los poderosos para que aprendamos a sufrir sin protestar. Es la visión del imperio que considera a Jesús como un rebelde fracasado. Nos enseñan que llorar, lamentarse es aceptable, pero cuidado con la protesta.
Los tristes más tristes del mundo
En su Poema de Amor, Roque Dalton nos refleja esta imagen de sufrimiento del pueblo salvadoreño resultado de la opresión y la explotación. Es la imagen de un pueblo al que se le arrebató la tierra, y se pretende arrebatarle la esperanza. Es un rostro de tristeza pero ¡ojo! también de dignidad.
Pero el mensaje de Jesús no solo es denuncia, también es anuncio. No solo es grito de justicia también comprende la responsabilidad de la alegría. Jesús reivindica la alegría como un derecho de los pueblos. Es el derecho a la fiesta, el derecho a la vida, el derecho a la felicidad.
La lucha por la construcción del reino de Dios es la lucha por la celebración del encuentro entre los seres humanos y la justicia, entre los seres humanos y la naturaleza, entre los seres humanos y el misterio divino. Es la alegría de la fiesta universal porque nuestro Señor ha resucitado y los poderosos tiemblan en sus tronos en Washington, cuando observan la rebeldía de los pueblos de Irak, Afganistán, Cuba, Venezuela.
Mi primer cumpleaños
Cada uno de nosotros guarda en su corazón momentos de tristeza y alegría. La vida se compone de momentos de tristeza y alegría. El tambor del corazón vibra en el dolor y en la esperanza. Les comparto tres momentos de mucha alegría en mi vida. Les comparto estos testimonios: a los once años me fui con mi mamá a vivir a Nueva York. Mi hermana mayor nos mandó a traer. Cada viernes me despedía de mis amigos y el siguiente lunes me volvían a ver hasta que de verdad ya no me vieron más, me fui.
Al salir del aeropuerto en Nueva York un viento desconocido de febrero me golpeo con fuerza. En la radio se escuchaba una canción de los Jackson Five. Me impresionó la belleza de la nieve. Me impacto la pobreza de los barrios. Vivíamos en el Bronx, en la calle 167 y Cromwell Avenue. Por la ventana veía pasar el metro.
Un día, un domingo, observe movimientos raros, secretos en la casa. Algo estaba pasando. Vi que estaban preparando una comida especial. ¿qué estaría pasando? Yo seguía leyendo, leía mucho en esa época. Cuando me llaman y veo un pastel y comprendo. Iban a celebrar mi cumpleaños. Por primera vez en mi vida celebraban mi cumpleaños. Me sentí muy feliz aunque supe disimularlo. Siempre recordare ese momento, siempre agradeceré a mi hermana por ese gesto, aunque nunca se lo he dicho.
El 16 de enero de 1992
Otro momento especial en mi vida fue cuando se firmaron los Acuerdos de Paz. O mejor dicho cuando se celebró en la Plaza Cívica el final de la guerra. Habían pasado 12 años de guerra. Y en ese día nos reunimos todos. Guerrilleros recien bajados de las montañas con sus pañoletas rojas, la gente que venía del exterior, los que habíamos luchado por la paz en las ciudades.
Todos nos buscábamos para saludarnos. La guerra había terminado. Había mucha esperanza, ibamos a construir un nuevo El Salvador. Había muchos abrazos. Los puños en alto ratificaban la victoria, se había conquistado la paz. No habíamos sido fusilados como pasó en el 32.
Ya no era prohibido ser del FMLN. Las banderas rojas llenaban la plaza. Todos buscábamos los rostros que se fueron a la montaña para saborear una sonrisa. En la tribuna se veía a un Schafik sonriente, al fin en San Salvador para quedarse. Era el triunfo de la alegría. Momento de celebración.
Encuentro Popular sobre TLC y Militarismo
Y para mi fue muy significativo el encuentro que realizamos el viernes pasado. Nos reunimos como comunidad de fe. Y en medio de la tormenta. Fíjense que como a las 9 cuando habíamos muy pocos le dije a Ricardo que mejor suspendiéramos. Y el me respondió que si dos llegaban con dos hacíamos el encuentro. Y se hizo.
Y como en el texto bíblico habíamos invitado a muchas personalidades. A dirigentes del FMLN, a alcaldes, a diputados. Y solo uno nos llegó, solo Salvador Arias. Los demás se excusaron, uno tenía que ir a distribuir alimentos, otro tenía reunión de comisión legislativa, otro tenía una cuestión familiar. Como en la Biblia.
Pero poco a poco fueron llegando líderes de comunidades, llegaron de Chalatenango, de Ahuachapan, de Sonsonate, de Atiquizaya, de Jujutla, de Quezaltepeque, de Nejapa, de Santo Tomás. Y me impactó el mensaje de estos líderes. Fue un mensaje de lucha y de esperanza.
Me dieron mucha certeza de victoria. Ellos y ellas nos evangelizaron. Estoy seguro que lo mismo le sucedió a Jesús, fue evangelizado por la esperanza de su pueblo. La vida nos depara en nuestro camino este tipo de encuentros imborrables, baluartes de la memoria rebelde que cada quien va escribiendo en el diario de su vida.
Y en esa reunión fuimos comunidad de fe, cuerpo de Cristo, misterio divino de hombres y mujeres que se encuentran para pensar en revolución. Hermanados en la fe y en la lucha. Que nuestro Padre Luchador nos de la fuerza para seguir caminando, escalando montañas, recorriendo barrios populares, en marchas y vigilias, compañeros del Che y de Juan el Bautista, siempre con la sonrisa lista para detener la muerte. Invencibles en la fe y el testimonio, seguidores orgullosos del Jesús resucitado. Amén.
Rev. Roberto Pineda
San Salvador, 9 de octubre de 2005