La concesión más que merecida del Premio Nobel de Literatura a Harold Pinter ha reabierto la vieja y nunca clausurada discusión acerca del compromiso del escritor, entendiendo maliciosamente ese compromiso como la adscripción de un autor a las ideas de la izquierda. El buen autor sería entonces el aséptico, equidistante y beatífico señor que cuenta historias sin implicaciones ideológicas y mucho menos partidarias, dueño y señor de su lejana atalaya, ajeno a lo que ocurre en el sucio mundo y bien provisto de protecciones higiénicas para no mancharse con el lodo. Es decir: el escritor de derechas disfrazado de dios incontaminado.
El principal problema en este debate consiste en que ese escritor ajeno a los males del mundo no existe ni ha existido nunca, como no ha existido nunca el ciudadano exento de ideas políticas. Es la vieja frase irónica que se dedica al señor o a la señora que se definen muy orgullosos como ni de derechas de ni izquierdas: no les quepa a ustedes la menor duda que quien de tal guisa se define es completamente de derechas, como lo es el famoso y nunca bien ponderado apolítico o el caradura que niega incluso la mera existencia de la izquierda y la derecha autodefiniéndose sin quererlo como conservador a ultranza. Dejemos las cosas en su sitio y quitemos las máscaras para ver con quién y de qué estamos hablando.
Salvo algún caso raro, no conozco a ningún conservador que se reconozca como tal y sin embargo sé que la mayor parte de la gente de izquierda no tiene reparo alguno en admitir que pertenece al lazo zurdo de las ideas, aunque en más de una ocasión y en más de cien esa pertenencia, a la hora de la verdad, sean más que discutible, sobre todo si se alcanza el poder. El poder derechiza de lo lindo, créanme, y no sólo por cuestiones de pragmatismo, de realismo o de adaptación a lo que hay.
Pero a lo que iba. Harold Pinter es un soberbio dramaturgo, guionista de cine, radio y televisión, activista político al que no se le caen los anillos si tiene que admitirlo y un hombre a la izquierda de la izquierda convencional. No han tardado en reprochárselo sus adversarios ideológicos, disfrazados de angelitos incapaces de mancharse las manos con la repelente realidad. Es un tipo que va de frente y al que le van a llover bofetadas por todas partes. No importa: ha sido siempre un luchador que podría inscribir en su máquina lo que inscribió Woody Guthrie en a suya: «Este aparato mata fascistas». Y sin usar una bala.