Muchos jóvenes se preguntarán quién era Albizu Campos, aquel abogado, periodista y político nacionalista a quien Alfredo L. Palacios y Manuel Ugarte rindieron homenaje en intensas capmpañas de agitación latinoamericana.
“Yo vengo del huracán…”, dijo alguna vez Albizu Campos. Su ímpetu demoledor arrancó del quietismo a las multitudes y reveló la tragedia de un pueblo sojuzgado.
Su virtud suprema fue el valor moral. Pero, bajo su apariencia intempestiva, había un varón con infinita capacidad para el amor al prójimo y un profundo sentimiento del humor a pesar de su seriedad. Un humor muchas veces combativo, nacido de su indignación ante la falsa visión de una feliz vivencia isleña y su paz sepulcral fomentada por el régimen imperialista impuesto por los Estados Unidos.
Orador vehemente, provocó en sus auditorios insospechada energía y su palabra criolla hizo movilizar al pueblo en la lucha redentora. Pero, sobre todo, fue un verdadero revolucionario nacionalista fiel a sus propias ideas.
En una época de defecciones, de inconductas y de falta de compromiso, la vida de Albizu Campos refleja la fuerza moral y la consecuencia de principios idealistas.
Fue un verdadero santo laico. Ni siquiera las penalidades del presidio hicieron mella en su decisión, aun en el abandono casi total, y su ejemplo de reciedumbre ante el dolor sostenía a sus compatriotas, algunos de los cuales lograron salir de la cárcel recién en la época del gobierno de Jimmy Carter, entre ellos, la legendaria Lolita Lebrón.
El nacionalismo revolucionario
El nacionalismo del Albizu Campos partía de una concepción casi mítica, pero sus razonamientos se habían elaborados en una rigurosa comprensión de los fenómenos económicos-sociales y en la tragedia de su pueblo. Su mayor logro y también su legado para las generaciones actuales de nuestro continente fue su firmeza en los principios y en la práctica de la revolución nacional antiimperialista.
Desde 1920, Albizu Campos comenzó su carrera política y militante y dos años después fundó el Partido Nacionalista de Puerto Rico. Entre 1924 y 1930 recorrió varios países latinoamericanos buscando ayuda y solidaridad para su causa. En 1932 proclamó la insurrección popular para lograr la independencia puertorriqueña.
Un año antes, Albizu Campos recibió el mandato para liberar a su patria de la dominación extranjera, de parte del último sobreviviente de los revolucionarios que en 1868 proclamaron la República de Puerto Rico en Lares, bajo la dirección del Padre de la Patria, Ramón Emeterio Betances. Aquel anciano sobreviviente de una generación revolucionaria era Pedro Angleró.
Franklin Delano Roosvelt, que viajó a Puerto Rico en 1935, comenzó a motorizar a varios políticos puertorriqueños con el objetivo de consolidar la dominación sobre la isla. Un ex nacionalista, Luis Muñoz Marín, fue el elegido por el “buen vecino” para realizar la obra gatopardista.
Para apagar los focos independentistas, el gobierno norteamericano designó como coronel de la Policía Colonial a Francis Riggs, un siniestro personaje que años antes había asesorado al tirano nicaragüense Anastasio Somoza para lograr el asesinato de Augusto César Sandino.
La acción de Riggs no se hizo esperar y el 24 de octubre de 1935 reprimió una manifestación universitaria en donde resultaron muertos por la policía los jóvenes nacionalistas Pedro Quiñones, Eduardo Rodríguez Vega, José Santiago y uno de los principales colaboradores de Albizu Campos, el dirigente Ramón S. Pagán.
La violencia desatada por Riggs tuvo como respuesta varios levantamientos nacionalistas, y el 23 de febrero de 1936 dos jóvenes universitarios llamados Hiram Rosado y Elías Beauchamp mataron al jefe policial en represalia por la “masacre de la Universidad”.
Los ejecutores del atentado contra el jefe del Servicio de Inteligencia Norteamericano fueron arrestados y llevados a un cuartel policial, donde se los acribilló a balazos.
Albizu Campos en la cárcel
Albizu Campos fue encarcelado junto con varios de sus compañeros nacionalistas, aplicándosele una pena de diez años de prisión.
La poetisa chilena, luego Premio Nobel, Gabriela Mistral, se dirigió al juez norteamericano señalándole que “la personalidad de los puertorriqueños enjuiciados corresponde, en categoría moral y en significación cívica, a lo que fueron en los países del Sur las de los próceres San Martín, O’ Higgins o Artigas. El intento heroico y doloroso es el mismo, la calidad de los espíritus es idéntica”.
El 21 de marzo de 1937, cadetes de la escuela militar masacraron a una multitud de nacionalistas que se encontraban reunidos en el Club Nacionalista de Ponce, donde reclamaban por la libertad de Albizu Campos. Allí resultaron muertos 21 nacionalistas y heridos unos doscientos.
Albizu Campos recobró su libertad en 1947 y fue recibido en San Juan de Puerto Rico por una multitud. Nuevamente fue encarcelado en 1950, en la prisión de Atlanta, Georgia, y casi ciego y gravemente enfermo, fue indultado en 1953. Se produjo entonces, en 1954, un tiroteo en el Congreso de los Estados Unidos, protagonizado por jóvenes nacionalistas puertorriqueños, por lo que Albizu Campos fue nuevamente encarcelado. De esa prisión ya no saldrá con vida, falleciendo el 21 de Abril de 1965, ciego y paralítico.
Habían logrado acallar la voz de Albizu Campos pero no su fuerza moral, que continúa en las nuevas generaciones puertorriqueñas y del Caribe. Lo despidió una multitud que entonó hasta el cansancio “La Borinqueña”, himno no oficial de los puertorriqueños libres.
“Puerto Rico, puerto pobre”
“Puerto Rico, puerto pobre…”, alguna vez cantó el poeta chileno Pablo Neruda sobre esa hermosa isla del Caribe, sojuzgada por los Estados Unidos mediante un estatuto neocolonial.
Está emplazada en la parte más oriental y pequeña de las Antillas Mayores y le pertenecen las islas de Vieques, Mona y otras menos importantes. En 8.897 kilómetros cuadrados contiene una población que no llega a los cuatro millones de habitantes.
Sin embargo, casi dos millones de puertorriqueños han emigrado a los Estados Unidos de Norteamérica, escapando de la miseria y de la pobreza, aunque en la gran nación del Norte no han encontrado un paraíso sino que están sometidos a la discriminación laboral y civil y constituyen una parte sustancial de los bolsones de marginamiento social.
¿ Por qué los Estados Unidos mantienen sometido a Puerto Rico?. Utilizan su mano de obra barata y algunas de sus islas, como Vieques y otras menores, deshabitadas, sirven para experimentos militares y detonación de bombas de alto poder destructivo.
En los años cincuenta, se produjo la reconversión económica puertorriqueña impulsada por Luis Muñoz Marín. Se radicaron las “industrias sucias” norteamericanas, utilizándose la mano de obra barata. Para ello, Muñoz Marín produjo éxodo de la población campesina a los centros urbanos.
Hace ya tiempo que muchas de las empresas que habían creado un desarrollo económico artificial se retiraron de Puerto Rico, sumiendo en la mayor miseria a la población.
Esa creciente pauperización desmiente la teoría de quienes sostienen que a mayor miseria, mayor grado de espíritu revolucionario. Por el contrario, las grandes masas sufren una parálisis política y viven, en una enorme proporción, de los subsidios a la desocupación que aportan los Estados Unidos. Esos subsidios fueron recortados sustancialmente durante el gobierno de Ronald Reagan y Puerto Rico se encuentra estancada en lo económico-social.
En 1948 Muñoz Marín fue nombrado gobernador colonial de Puerto Rico, dictándose la llamada “ley mordaza”, así conocida popularmente, y que reprimía severamente a los partidarios de la independencia.
En 1952 se estableció el llamado Estado Libre Asociado, un estatuto neocolonial que ha mantenido hasta ahora sujeta a la isla a los dictados norteamericanos.
Pero muchas han sido las formas de resistencia contra el poderío norteamericano. Una de ellas ha sido la no-adopción del inglés como lengua oficial de Puerto Rico a pesar de los esfuerzos neoculturalizadores de los Estados Unidos. Durante la guerra de Vietnam, muchos jóvenes puertorriqueños se negaron a combatir en el sudeste asiático bajo la bandera norteamericana. Uno de los más resonantes juicios fue el que se instruyó contra un centenar de objetores de conciencia.