Lunes, 07 de Junio de 2010 / 09:03 h
Año perverso, año iluso, año teológico
Un año resulta suficiente para saber si la filosofía política de un gobierno es acertada, es decir, si es apegada a la realidad, si la descifra y resuelve sus enigmas. No será suficiente para evaluar los efectos de sus políticas y mucho menos para resolver la carga de problemas que un país soporta. Es importante, entonces, empezar por considerar que los planteamientos políticos centrales, como los de gobierno de unidad nacional, un gobierno sin partido, y el de gobernar para todos, han resultado maltrechos en este primer año.
El planteamiento de la unidad nacional esconde siempre yerbas venenosas, sobre todo en un país como El Salvador, que no constituye nación, pero sí, pueblo, y también país, y también Estado, y, sobre todo, mercado. Así las cosas, la unidad nacional sirve como planteamiento político que oculta, en un manto de aparente amplitud, un gobierno de las derechas y para las derechas clasistas, económicas y políticas.
Pero, intentando abarcar a todo el espectro político, desde la derecha, pasando por el centro, hasta la izquierda. Sin embargo, cuando se trata de gobernar en una sociedad profundamente dividida como la nuestra, entre ricos y pobres, y mucho más, entre ricos cada vez más ricos y más poquitos, y pobres cada vez más pobres y más bastantes, con rapidez este planteamiento muestra sus costillas. Rápido resulta evidente para quién se gobierna, con quién se gobierna y en beneficio de quién.
Aquí entramos en el terreno del gobierno y su naturaleza, porque siendo éste un equipo humano que administra o define una política a ejecutar, expresa siempre los intereses de una parte y nunca los intereses del todo. De no ser así, es decir, si los gobiernos fueran los gobiernos de todos, no existiría la lucha política ni el problema del poder político, ni las facciones, no fueran necesarios ni los partidos políticos ni las elecciones, y el gobierno se trataría de una simple sucesión basada en un recambio y de una especie de negociación política basada en grandes entendidos.
Como se ve fácilmente, esta ilusión elimina como por arte de magia la lucha de clases, las clases sociales mismas, los intereses políticos enfrentados, y, por supuesto, hace aparecer la quimera de un gobierno que gobierna sin relación con un partido político. Es decir, sin una línea política partidaria, pero si con una línea política que no depende de un partido.
Esta es la tercera ancla ideológica que navega en el discurso del actual gobierno y que le ha servido para presentarse como independiente, y por encima de la confrontación, de la realidad misma y hasta de la concertación. Este planteamiento, nos presenta a un gobierno prácticamente en las nubes, en una representación religiosamente sagrada, cuya política aparece por encima de los ruidos terrenales.
Se trata de no aparecer como la parte de un todo y no aparecer como representante, porque siempre se representa a una parte, sino más bien, como una especie de integración sagrada y mágica de los representados y los representantes, al mismo tiempo, y entonces, el presidente puede presentarse con una política económica que no daña los intereses de nadie y que deja las cosas así como están, y que, desde luego, no intenta beneficiar a nadie a costa de nadie, y no hay, entonces, razón alguna para que alguien esté en contra de semejante gobierno, y casi se trata de una filosofía que presenta a un gobierno celestial, en los cielos, para los ángeles mejores y sin nada que ver con los malos olores de la tierra.
El primer año ha pasado imperceptible, lleno de ausencias, rebosante de esperanzas y confianzas, muy oloroso a cambio, que como sándalo sagrado llenaba los resquicios de amargura que la realidad impone a los seres humanos en nuestro país.
El transcurso de la vida en la realidad nos muestra que los sueños, sueños son, y al final tenemos a un presidente de la república al que nadie apoya, a quien todos los sectores, de derechas e izquierdas, critican y atacan, pero que aparece, en la realidad, con la realidad, ejecutando una política económica neoliberal, respetando los intereses de los poderosos, protegiendo esos intereses, y no aparece ni parece cumpliendo su compromiso de gobernar para los más pobres, y mucho menos, ateniéndose al criterio de que su guía sería Monseñor Romero.
Es un presidente alineado fiel, entusiasta y cumplidoramente, con la política exterior de los Estados Unidos. No se compromete ni ejecuta ningún aspecto de ninguna forma de democracia participativa, tampoco establece ninguna corriente de comunicación, ni demagógica ni democrática, con los gobernados, y finalmente, cumple aquello de gobierno sin partido y partido sin gobierno.
Todo este panorama bien puede equivaler a una especie de limbo político, y este es un terreno peligroso que siempre cobra la realidad a todo aquel o aquella que, o siendo perverso o siendo iluso, cree o intenta parecer o aparecer actuando, viviendo o gobernando, sin los elementos reales de la realidad.
Ya sea por perversión o por ilusión, el hecho real es que el actual gobierno ha perdido la confianza de los más pobres, que saben que este gobierno no gobierna para ellos, y ha ganado la desconfianza de los poderosos, que saben que gobierna para ellos pero que también tiene interés sospechoso de que los pobres crean que gobierna también para ellos.
Y los poderosos, que siempre piden el corazón y entregas totales, no admiten, ni entienden, de juegos y filigranas que son llamadas reglas democráticas burguesas, y más bien, miran el mundo a través de una sola pared verde llamada cabeza oligárquica.
La realidad, que es una presa huidiza, ha derrotado, en el primer año, la filosofía política del gobierno, y así, éste podrá continuar como si nada ha ocurrido, con su deriva de derecha y hacia la derecha, o sentarse con su equipo a revisar su idea equivocada de que la democracia burguesa puede establecerse sin conflicto con la oligarquía o con el pueblo.