IMMANUEL WALLERSTEIN
BIENVENIDOS A LA ANARQUÍA GLOBAL
La Administración de Bush disfruta de una posición de cómoda ventajacon la conquista de Iraq. Piensa que puede obrar a su antojo y proba-blemente se comportará de acuerdo con esta creencia en el futuro próximo. Es comprensible que los halcones del Pentágono, que durantemucho tiempo han defendido que el militarismo rendiría sus dividendos,sientan que en estos momentos sus tesis están siendo validadas. Es igual-mente natural que quienes se oponen al imperialismo estadounidense sesientan desmoralizados por el evidente éxito de Estados Unidos. En miopinión, ambos razonamientos no tienen en cuenta los parámetros defi-nitorios de la situación ni aferran lo que está sucediendo realmente en elámbito geopolítico. En este artículo construiré mi análisis alrededor detres periodos: el momento álgido de la hegemonía estadounidense duran-te el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, que abarcó desde1945 hasta 1967/1973; el momento de los últimos resplandores de esahegemonía, que se extendió desde 1967/1973 hasta 2001; y la época quese abre ante nosotros, que arranca de esta última fecha y llegará hasta2025 o 2050, y que se caracterizará por ser un periodo de anarquía queEstados Unidos no puede controlar. Distinguiré tres ejes dentro de cadauno de estos periodos: las luchas competitivas internas de las sedes másimportantes de acumulación de la economía-mundo capitalista; la lucha«Norte-Sur»; y la batalla para determinar el sistema-mundo futuro libradapor los dos grupos que yo metafóricamente denomino los campos deDavos y de Porto Alegre.Durante el periodo comprendido entre 1945 y 1967/1973, Estados Unidosfue incuestionablemente la potencia hegemónica en el sistema-mundo, ya que se hallaba en posesión de una combinación de ventajas económicas,militares, políticas y culturales que excedía la poseída tanto por cual-quiera de los restantes Estados como por el conjunto de todos ellos. Alfinalizar la Segunda Guerra Mundial, era la única potencia industrial quehabía eludido la destrucción bélica y había incrementado de modo nota-ble sus recursos productivos en comparación con los niveles alcanzadosantes del conflicto mundial. Las empresas estadounidenses podían pro-ducir bienes con una eficiencia tan por encima de la de sus competido-res que estuvieron en condiciones de penetrar los mercados nacionales
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En realidad, la situación era tan desigual que EstadosUnidos tuvo que acometer la reconstrucción de Europa occidental y deJapón para constituir una demanda de consumo razonable a escala mun-dial.Esta aplastante ventaja económica se combinaba con una neta superiori-dad militar. Después de 1945, la opinión pública estadounidense insistió,como es sabido, en una reducción inmediata de las fuerzas armadas, quecristalizó en la expresión «que los chicos vuelvan a casa». Estados Unidos,sin embargo, poseía la bomba atómica y una fuerza aérea capaz de arro-jarla en cualquier punto del mundo. La única fuerza militar realmenteequiparable era el ejército de la Unión Soviética, que en 1949 poseía yaarmas nucleares. Estados Unidos no tuvo más remedio que sellar un trato.Aunque los acuerdos de Yalta suponían tan sólo una pequeña parte deunos pactos mucho más amplios, la negociación alcanzada entre las gran-des potencias ha sido conocida por ese nombre desde entonces. Conteníantres cláusulas primordiales: conservación del statu quo en Europa deacuerdo con los límites definidos por la presencia de tropas soviéticas en1945; la compartimentación económica de las dos zonas mundiales y lalibertad de utilizar recíprocamente una retórica de denuncia frente a laotra parte.Estos tres puntos fueron más o menos respetados hasta 1980 y, en ciertamedida, hasta el colapso de la Unión Soviética. El statu quo fue puesto aprueba por el bloqueo de Berlín en 1949, pero salió reafirmado por eldesenlace de la crisis. Posteriormente, Estados Unidos se abstuvo riguro-samente de prestar su ayuda, más allá de la denuncia retórica, a ningunode los levantamientos que se produjeron en la zona soviética. En Yugoslaviay en Albania, los dos disidentes del bloque soviético, la URSS no tenía tro-pas estacionadas. Sin embargo, estos Estados, en vez de integrarse en laesfera estadounidense, tuvieron la libertad de permanecer «neutrales» fren-te a ambas superpotencias durante la Guerra Fría. Si se pretendió aplicarel acuerdo de Yalta a la guerra de Corea es algo que no estuvo claro ini-cialmente, pero su resultado –una tregua armada en la línea de partida–colocó la península coreana rotundamente dentro del marco de aquélla.La compartimentación económica persistió también durante las primerasdécadas de posguerra, aunque comenzó a resquebrajarse después de1973. La retórica estridente de la denominada Guerra Fría fue la única res-ponsable de transmitir la impresión de que se estaba librando una seriabatalla. Evidentemente, muchos todavía creen que así sucedió en reali-dad; pero contemplado con la perspectiva que da el paso del tiempo,podría igualmente describirse como un conflicto coreografiado en el cualrealmente nunca sucedió nada. Políticamente, los acuerdos de Yalta permitieron que ambas partes alinea-ran una serie de leales aliados en sus bandos respectivos. Ha sido cos-tumbre referirse a los de la Unión Soviética como países satélites; pero losclientes de Estados Unidos –en Europa, los países de la OTAN; en Asia
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7ARTÍCULOSoriental, Japón, Corea del Sur y Taiwán– apenas fueron menos serviles.Nueva York se convirtió en el centro mundial del arte, mientras la cultu-ra de masas se «americanizaba» cada vez más. Finalmente, en cuanto a ladominación ideológica, el concepto de «mundo libre» funcionó tan biencomo la noción de «campo socialista».En el Norte, por consiguiente, Estados Unidos fue capaz de imponer susdeseos tanto sobre sus competidores capitalistas como sobre la superpo-tencia rival con un 95 por 100 de éxito y en el 95 por 100 de las ocasio-nes. Esto era evidentemente una hegemonía. El único contratiempo queexperimentó la maquinaria fue cierta resistencia por parte del Sur a esteorden mundial definido por Estados Unidos. En teoría, la superpotenciaamericana postulaba «el desarrollo y la liberación del Sur del dominiocolonial» la Unión Soviética entonaba la misma canción en tonos todavíamás estridentes. En la práctica, sin embargo, ninguno de los dos tenía nin-guna prisa por fomentar dichos objetivos, y se dejó que los pueblos delSur persiguieran sus propias causas con grados diversos de militancia yenergía política. Se produjeron algunas luchas célebres y revolucionesviolentas –fundamentalmente, en China, Vietnam, Cuba y Argelia– que secolocaron al margen de las coordenadas marco de Yalta. Estados Unidoshizo lo que pudo por suprimir tales movimientos y cosechó algunos éxi-tos significativos: el derrocamiento de Mossadegh en Irán y la expulsiónde Arbenz en Guatemala en 1954, entre otros muchos. Pero el Norte tam-bién experimentó un puñado de importantes fracasos: la Unión Soviéticaen China; Francia en Argelia; Estados Unidos en Cuba; y Francia, prime-ro, y Estados Unidos, después, en Vietnam. Tanto Occidente como laURSS se vieron obligados a ajustarse a estas «realidades», es decir, a absor-ber los acontecimientos en el ámbito de su retórica, mientras intentabancooptar a estos nuevos regímenes limitando así su impacto geopolítico ysus consecuencias sobre la economía-mundo. Durante este periodo, elresultado de lo que puede denominarse la lucha de clases mundial pare-ce haber sido de empate. Por un lado, se había extendido por todo elmundo, especialmente en el Sur, un sentimiento antisistémico que tuvoun efecto de autocumplimiento y que se tradujo en un triunfalismo gene-ralizado. Por otro, este levantamiento comenzó a apagarse cuando elNorte consideró que ya había satisfecho suficientes de sus demandas.Últimos resplandoresEl periodo 1967-1973 representa el momento en el que los trente glorieu-ses llegaron a su fin y la economía-mundo entró en una larga fase B deKondratieff. Con toda probabilidad, la causa inmediata fundamental de laralentización fue el auge económico de Europa occidental y de Japón, queinevitablemente provocó una situación de sobreproducción en los secto-res industriales anteriormente punteros. Política y culturalmente, el levan-tamiento revolucionario de 1968 –en realidad, de 1966-1970– representóun desafío integral al periodo anterior. Se desencadenó por una combina-
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8ARTÍCULOSción de resistencia a la hegemonía estadounidense y de desilusión con losmovimientos antisistémicos tradicionales. En el plano militar, la ofensivadel Tet en febrero de 1968 fue el toque de difuntos para la intervenciónestadounidense en Vietnam. Aunque la guerra todavía se prolongó otroscinco años agonizantes antes de la retirada final de 1973, la cuestión esque Estados Unidos perdió la guerra contra una pequeña nación del TercerMundo. La combinación de estos tres sucesos –la ralentización de la eco-nomía-mundo, el levantamiento de 1968 y la derrota de Estados Unidos enVietnam– transformó la escena geopolítica y señaló el inicio del lentodeclive de la hegemonía estadounidense. Estados Unidos ya no sería capazde cumplir sus objetivos con el 95 por 100 de éxito mencionado anterior-mente, ni siquiera en el Norte. Pero el control hegemónico no se desva-nece de la noche a la mañana y todavía se produjo un último resplandor.Los fundamentos económicos de este periodo no son difíciles de compren-der. Una fase B de Kondratieff presenta determinadas características típicas:• el declive en la rentabilidad de las empresas productivas –especial-mente en aquellas que habían sido más rentables previamente– y laconsecuente reorientación de los capitalistas desde la actividad pro-ductiva a la financiera;• la huida de industrias cuyos beneficios están disminuyendo –porquesus ventajas monopolistas han desaparecido– de las zonas del centrode la economía-mundo capitalista a los países «en vías de desarrollo»semiperiféricos, en los que los salarios son menores aunque seansuperiores los costes de transacción; • el incremento significativo de las tasas de desempleo y, por consi-guiente, el esfuerzo acometido por parte de las áreas más importantesde acumulación de capital para «exportarlo» a las restantes en granmedida para minimizar las repercusiones políticas derivadas del mismo.Todos estos procesos hicieron su aparición puntualmente. Los aconteci-mientos espectaculares del declive –aunque no sus causas– fueron losaumentos de los precios del petróleo de 1973 y 1979 y una serie de devas-tadoras crisis provocadas por los alto niveles de endeudamiento: la crisis dela deuda del Tercer Mundo y del bloque socialista durante la década de 1980;la crisis del gobierno de Estados Unidos y de las corporaciones transnacio-nales durante la de 1990; la crisis de los consumidores estadounidenses, asícomo la provocada por las devaluaciones que tuvieron lugar en Asia orien-tal y en otros lugares a finales de esta misma década; y otra ronda de exce-sivo endeudamiento público protagonizada por la segunda Administraciónde Bush. En cuanto al bienestar comparativo de las áreas más importantesde acumulación podemos decir que Europa se comportó mejor en la déca-da de 1970, Japón en la de 1980 y Estados Unidos a finales de la de 1990,pero que todos ellos se han comportado pobremente desde 2000. En elresto del mundo, la promesa de «desarrollo», tan activa y optimistamente per-seguida en el periodo anterior, se reveló como el espejismo que siemprehabía sido, al menos para la gran mayoría de los Estados.
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9ARTÍCULOSPolíticamente, el orden centrado en Estados Unidos comenzó a desinte-grarse. Europa occidental y Japón ya no deseaban ser tratados como saté-lites, sino que exigían, por el contrario, ser tratados como socios. EstadosUnidos intentó aplacarles con nuevas estructuras –la Comisión Trilateral ylas reuniones del G-7–, desplegando además dos argumentos fundamen-tales para mantener el orden entre sus aliados: la Unión Soviética seguíaconstituyendo una amenaza para sus intereses y una posición de unidadfrente a un Sur cada vez más levantisco era esencial para mantener susventajas colectivas. Estas líneas de razonamiento cosecharon un éxito tansólo parcial. La zona soviética, entretanto, también estaba comenzando afragmentarse tras el espectacular ascenso de Solidaridad en Polonia y lasreformas de Gorbachov. Su disolución se aceleró por el colapso del desa-rrollismo, paralelo a sus fracasos en el Tercer Mundo, lo cual puso en evi-dencia que los Estados del bloque del Este nunca habían dejado de sercomponentes periféricos o semiperiféricos de la economía-mundo capita-lista. En el Sur, la posición de debilidad mostrada tanto por EstadosUnidos como la URSS pareció que dejaba cierto espacio para la resolu-ción parcial de un determinado número de conflictos seculares existentesen América Central, Sudáfrica y el sudeste de Asia, pero cuyo desenlacerepresentó a la postre una u otra forma de compromiso político.El levantamiento revolucionario de 1968 y el colapso del desarrollismo enla fase B de Kondratieff erosionaron severamente la legitimidad moral dela vieja izquierda –los movimientos antisistémico clásicos–, que ahoraparecía que tan sólo ofrecían en opinión de la mayoría de sus antiguospartidarios poco más que un electoralismo defensivo. Sus sucesores –enparticular, los múltiples maoísmos y la denominada nueva izquierda, losverdes, las feministas y los muchos movimientos basados en las diferen-tes formas de identidad– tuvieron breves y brillantes impactos en algunospaíses, pero no lograron adquirir ni nacional ni internacionalmente laposición central que habían adquirido los movimientos de la vieja izquier-da durante el primer periodo que siguió a la Segunda Guerra Mundial.Desde la perspectiva de la lucha de clases mundial, el debilitamiento de losmovimientos antisistémicos –viejos y nuevos– permitió a las fuerzas de lospoderes dominantes lanzar una contraofensiva de considerable magnitud.Inicialmente, ésta se materializó en los regímenes neoliberales de GranBretaña y Estados Unidos; en el auge del «consenso de Washington», queenterró el ideal del desarrollismo y lo reemplazó por el de la globalización,y en la vigorosa expansión del papel y de las actividades del FMI, del BancoMundial y de la recientemente creada Organización Mundial de Comercio,instituciones, todas ellas, que intentaron achicar el poder de los Estados peri-féricos de interferir el libre flujo de bienes y, sobre todo, de capitales. Estaofensiva de alcance mundial tenía tres objetivos primordiales: reducir elnivel de los salarios, restaurar la externalización de los costes de producciónponiendo fin a las serias constricciones que pesaban sobre los abusos eco-lógicos, y reducir los niveles de fiscalidad desmantelando los dispositivos delEstado del bienestar. En un primer momento, este programa pareció que
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10ARTÍCULOShabía sido coronado con éxito, y que el eslogan de Thatcher –«no hay alter-nativa»– se imponía sin contemplaciones. A finales de la década de 1990, sinembargo, esta ofensiva había alcanzado sus límites políticos. Las devaluaciones monetarias que afectaron a las economías de Asia orien-tal y sudoriental y a Brasil a finales de esta década auparon al poder a unaserie de líderes –Roh en Corea del Sur, Putin en Rusia, Megawati enIndonesia, Lula en Brasil– cuyos programas electorales o actuacionesgubernamentales no siempre han seguido las prescripciones de Washington.El colapso de Yugoslavia y de la Unión Soviética provocó una serie deconflictos nacionales, que fueron testigos de una «limpieza étnica» deenvergadura, amplias zonas de inestabilidad y escaso crédito político paraEstados Unidos o Europa occidental. La deuda y la guerra civil agarrota-ron a un buen número de Estados africanos. El predomino cultural e ide-ológico del «campo» de Davos se topó con un desafío inesperado enSeattle en 1999, cuando los muy tradicionales y moderados sindicalistasestadounidenses en conjunción con los grupos de la nueva izquierda con-siguieron forzar la suspensión de las negociaciones de la OMC, de la cualésta todavía no ha logrado recuperarse. Después, el ímpetu se tradujo enuna coalición mundial de movimientos laxamente organizada, que hamantenido una serie de encuentros exitosos en Porto Alegre y que se hanautoproclamado como contrapunto de la cumbre de Davos. CuandoGeorge W. Bush optó a la presidencia de Estados Unidos, las perspectivasno eran halagüeñas para la única superpotencia en activo. Uno de lostemas de su campaña había sido el ataque a la política exterior de Clinton,aun cuando ésta había estado orientada por las mismas premisas que habíanseguido todos los presidentes estadounidenses desde los tiempos de Nixon:es decir, intentos de parchear el renqueante globo de la hegemonía esta-dounidense mediante negociaciones recurrentes con sus supuestos alia-dos, así como con Rusia y China, combinados con esporádicos recursos ala fuerza en el Tercer Mundo. Desde 1970, la política exterior estadouni-dense ha tenido indefectiblemente dos objetivos primordiales: impedir laemergencia de una entidad europea políticamente independiente y man-tener el predominio militar mediante la restricción de la difusión de lasarmas nucleares en el Sur. En 2000, el balance de situación de estos dosobjetivos estratégicos era en el mejor de los casos mediocre y el futuro seantojaba preso de una gran incertidumbre.La estrategia de la guerra interminableFue en este momento cuando Bush llegó al poder. Su Administración sedividió entre aquellos que deseaban proseguir la política exterior vigenteen el periodo 1973-2001 y quienes defendían estrepitosamente que éstahabía fracasado y era la causa –no meramente el resultado– del decliverelativo de la hegemonía estadounidense. El grupo que adoptaba la últi-ma de las posiciones mencionadas está constituido por tres áreas princi-pales: los neoconservadores, como Wolfowitz y Perle; la derecha cristia-
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11ARTÍCULOSna; los militaristas «clásicos», como Cheney, Rumsfeld y otros, cuyas opi-niones fueron secundadas por McCain aunque él mismo estuviera ene-mistado personalmente con Bush. Los motivos, las prioridades y las bazaspolíticas de estos tres grupos son muy diferentes, pero pese a ello hanconseguido formar un bloque políticamente muy cohesionado a partir deciertas premisas comunes que comparten todos ellos:• el declive estadounidense es una realidad, y ha sido causado por latorpe timidez de los sucesivos gobiernos estadounidenses; podría serrevertido, sin embargo, acometiendo acciones militares preventivas,contundentes, explícitas y rápidas en una zona tras otra;• cualquier reticencia o incluso oposición iniciales mostradas por elestablishment estadounidense, por la opinión pública nacional o porlos aliados europeos y asiáticos será neutralizada por las demostra-ciones exitosas del poderío armado estadounidense, lo cual hará quelos aliados de Estados Unidos acepten su línea de conducta;• el modo de manejar a los regímenes recalcitrantes del Sur es la inti-midación y, si ésta falla, la conquista.Había otra lectura de la historia sobre la cual los halcones se mostraba deacuerdo: nunca habían conseguido que una Administración estadounidenseadoptara sus razonamientos y siguiera sus prescripciones en la medida queellos deseaban. Como grupo se hallaban frustrados, y cuando Bush ocupóel poder, no estuvieron del todo seguros de que el presidente estuviera desu lado. Temían más bien que sería una réplica de su padre –aunque se abs-tuvieron cuidadosamente de decirlo– o de Reagan, que había cometido elimperdonable pecado de intentar firmar un acuerdo con Gorbachov. El 11de Septiembre fue un increíble regalo para este contingente. Catapultó aBush a su campo, aunque tan sólo fuera porque ser un presidente en gue-rra que libraba una campaña interminable contra el «terrorismo» parecíagarantizar su futuro político. Esta guerra interminable legitimaba el uso de lafuerza militar contra un oponente ultradébil, los talibanes, en una operaciónque recogió una legitimidad mundial de tal amplitud como nunca la habíaalcanzado una acción de tales características. Tras este paso, los halconespercibieron que podían poner toda la carne en el asador: Iraq. Sabían quesería más difícil políticamente, pero también que ésta era una oportunidadirrepetible no únicamente para conquistar Bagdad, sino para aplicar la tota-lidad de su programa geopolítico. Se encontraron muchas más dificultades de las que habían previsto. En primerlugar, los veteranos de la Administración de Bush senior –probablemente conla aquiescencia de su anterior empleador– persuadieron al presidente de queadoptase un planteamiento «multilateralista». Tras este paso, las profecías delos halcones parecía que se estaban materializando. Francia anunció que uti-lizaría el veto frente a una segunda resolución del Consejo de Seguridad deNaciones Unidas que autorizase el uso de la fuerza y se mostró capaz de queAlemania y Rusia se unieran a ella, lo cual provocó en marzo de 2003 la humi-llación de Estados Unidos, quien a pesar de ejercer toda la presión a su alcan-
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12ARTÍCULOSce no pudo conseguir la mayoría simple del Consejo de Seguridad y tuvo queretirar su resolución. Entretanto, el 15 de febrero de 2003, las fuerzas de lo quehe denominado el campo de Porto Alegre movilizaron una protesta globalcontra la guerra que no conocía de precedentes en la historia mundial.Finalmente, incluso la leal Turquía no cumplió los deseos de Estados Unidosa pesar del enorme soborno que se le ofreció a cambio. La invasión de Iraq,por supuesto, se produjo y el régimen de Sadam Hussein colapsó. Rumsfeldy Powell están lanzando ahora nuevas amenazas a Oriente Próximo, Asianororiental e incluso a América Latina. Están convencidos de que su estrata-gema ha tenido éxito y de que la hegemonía estadounidense ha sido restau-rada. Hablan explícitamente, y sin vergüenza, de la función imperial deEstados Unidos. Pero, ¿han intimidado ellos a alguien más?Creo que no. En estos momentos, avanzamos hacia un futuro inmediatoincierto, y en momentos de anarquía sistémica como el actual puede sucedercasi cualquier cosa. Sin embargo, parece posible discernir ciertas tendencias:• el actual gobierno estadounidense se halla comprometido con unapolítica exterior unilateralista y en verdad muy agresiva;• la integración europea proseguirá –sin duda con dificultades, pero impa-rablemente– y Europa se distanciará cada vez más de Estados Unidos;• China, Corea y Japón darán los primeros pasos para aproximar posi-ciones, proyecto éste cargado con muchas más complicaciones que elde la integración europea, pero preñado de consecuencias geopolíti-cas mucho mayores;• la proliferación nuclear en el Sur continuará y probablemente seexpandirá;• la asunción del manto imperial por Estados Unidos erosionará toda-vía más sus pretensiones de arroparse de legitimidad moral en el sis-tema-mundo;• el campo de Porto Alegre se hará más sólido y probablemente másmilitante;• el campo de Davos puede muy bien dividirse de un modo cada veznítido entre quienes deseen unirse, llegar a un acuerdo o cooptar alcampo de Porto Alegre y quienes estén determinados a destruirlo;• Estados Unidos puede no tardar en lamentar el torbellino que hadesencadenado en Iraq.Hemos entrado en una transición anárquica desde el sistema-mundo exis-tente hacia uno diferente. Como todos los periodos de tales características,nadie controla la situación en un grado significativo y menos todavía unapotencia hegemónica en declive como Estados Unidos. Aunque los partida-rios del imperium estadounidense piensen que tienen los elementos de suparte, soplan fuertes vendavales en todas las direcciones y el problema realva a ser –para todos nuestros barcos– evitar el naufragio. Si el resultado últi-mo de todo ello va a ser un orden más o menos igualitario y democrático,es totalmente incierto. Pero el mundo que emerja será consecuencia decómo actuemos, colectiva y concretamente, durante las próximas décadas.