Desafíos de la izquierda brasileña

ALAI-AMLATINA 21/09/2005, São Paulo.- Entre el sector de la
izquierda brasileña que no tomó las armas hubo un cierto tono de
“¿yo no dije?” cuando el otro sector comenzó a caerse, a partir del
secuestro del embajador norteamericano Charles Elbrick, en Río,
en septiembre de 1969. La historia casi siempre da un giro brusco
en nuestros análisis de coyuntura, en nuestros pronósticos, en
nuestras previsiones sombrías arropadas con pesados abrigos de
conceptos supuestamente científicos. ¿Cuál intelectual o dirigente
político previó la caída del Muro de Berlín?

“¿Yo no dije?” exclamaron los trotskistas cuando salieron a luz los
crímenes de Stalin, denunciados por Kruchev. Y los pro-soviéticos
brindaron con vodka al ver a la camarilla de los cuatro, en China,
desencadenar la “revolución cultural”, una onda de
fundamentalismo ideológico que implantó el terror en nombre del
“auténtico comunismo proletario”. Su versión latinoamericana fue
Sendero Luminoso, en el Perú, que asesinaba a compañeros que
“vacilaban ideológicamente”.

Con la redemocratización de Brasil, la izquierda intelectualizada,
que conoció más el exilio que la prisión, se dividió entre el PT y el
PSDB. “¿Yo no dije?” subrayaron los primeros cuando el gobierno
de Fernando Henrique Cardoso (FHC) reveló su carácter neoliberal,
privatizó el patrimonio público e instituyó el Programa de Estímulo
para la Reestructuración y Fortalecimiento del Sistema Financiero
Nacional (PROER), canalizando valores que hacen aparecer al flujo
del “valerioduto” (1) como una broma de centavos.

Ahora, frente a la estrella que cae, las agoreras del mal
conmemoran eufóricas: “¿yo no dije?” Y la derecha,
confortablemente sentada en el camerino de lujo de este teatro
trágico, aplaude la escena cruel de antropofagia de la izquierda.
¿Pero cuál izquierda? ¿La que baila al ritmo de la música de la
ronda financiera? ¿La que destina 30 mil millones de reales al
agronegocio y sólo 8.000 mil millones a la agricultura familiar? ¿O
la que adjetiva sectariamente sus críticas, exhibe sus manos
limpias frente a la “tsulama” (2), pero no es capaz de presentar una
propuesta viable ­ no utópica ­ de política económica alternativa?
¿O la que se llena la boca y el papel de palabras grandilocuentes,
pero no consigue movilizar media docena de movimientos
populares?

La izquierda brasileña habla de un Brasil quimérico, pero tiene
dificultad de lidiar con las mediaciones ineludibles para alcanzarlo.
Como si en algún lugar del mundo ella hubiera llegado al poder sin
política de alianzas. Y como si en algún país ella hubiese
alcanzado el desarrollo sin serias concesiones al capitalismo.
Basta ver a China, que hoy insiste en ser reconocida como una
“economía de mercado”, y Cuba, que flexibilizó la propiedad estatal
y se volvió asociada de poderosas transnacionales en las áreas de
infraestructura, energía y turismo.

Nada más ridículo que la izquierda que erige sus convicciones
ideológicas en dogmas religiosos. Y trata a sus líderes como
verdaderos Mesías portadores del camino de la salvación.
Fundamentalista, excomulga a los críticos, expulsa a los herejes,
condena al infierno a los adversarios. Incapaz de alianzas dentro
del ámbito de la propia izquierda (véase las elecciones para la
nueva dirección del PT), se inclina por la derrota de sus
contendores, en la expectativa de que llegue el día en que, desde
lo alto de su arrogancia, enfatizará solemnemente: “¿Yo no dije?”

Vías de liberación

No veo futuro para la izquierda fuera de estas tres vías: el rigor
ético, el trabajo de base y la elaboración de un proyecto socialista.

El rigor ético es una virtud soportable mientras no se llega al
poder. Cualquier esfera de poder: gobierno, dirección del partido,
coordinación del núcleo de base, gerente, síndico de edificio etc.
Como todo poder, reviste a quien lo ocupa de una autoridad, de
una identidad que lo hace sentir por encima del común de los
mortales, casi nadie quiere dejarlo. El poder es más tentador que
el sexo y el dinero, porque vuelve a estos dos últimos más
accesibles. Que lo digan los beneficiarios de las “comisiones” del
Banco Rural

¿Cómo asegurar el rigor ético? Con la democracia interna. Líder o
dirigente que no soporta la crítica, es mala señal. Pero no basta
decir “pueden criticarme”. Es necesario crear mecanismos a
través de los cuáles eso se haga regularmente.

El trabajo de base es el gran desafío de la izquierda. Esta última
adora hacer reuniones, manifiestos, mítines. ¡Pero ir a la periferia,
subir a la favela, meterse en el “sertão” (3) ocupa el último lugar!
No es fácil gustar del olor del pueblo, reunirse con los pobres,
aprender su lenguaje (que nos obliga a descender del egregio
trampolín de nuestros conceptos académicos), rezar con ellos,
estrechar los lazos efectivos y afectivos con quienes tiene la gracia
de vivir desprovistos de la lógica maniqueísta que divide a la
humanidad en “buenos y malos”.

Elaborar un proyecto socialista no consiste sólo en criticar el
capitalismo. Implica autocrítica profunda de los errores cometidos
en las recientes experiencias socialistas. Errores teóricos,
estructurales, sociales y personales. Comenzar a analizar en qué
momento el PT borró de su horizonte el proyecto socialista que
figuraba en sus primeros documentos.

A quien pueda interesar: buenas escuelas de ética, trabajo de
base y perspectiva socialista, son el MST y las Comunidades
Eclesiales de Base. (Traducción ALAI)

– Frei Betto es escritor, autor, en asociación con Leandro Konder,
de “El individuo en el socialismo” (Perseu Abramo), entre otros
libros.

Notas de la traducción:

(1) Valerioduto: se refiere al esquema de corrupción organizado por
el empresario Marcos Valério para distribuir recursos a los
parlamentarios, escándalo que ha sacudido al gobierno de Lula.

(2) “Tsulama”: palabra portuguesa que, parafraseando al tsunami,
significa una ola muy grande de inmundicia.

(3) Sertão: Región agreste, distante de las poblaciones o tierras
cultivadas.

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