Don René, un panadero maravilloso
Dagoberto Gutiérrez
Chalchuapa era un lugar lindo, de calles empedradas, de cafetales florecidos y con inviernos llenos de zompopos de mayo, cerca de los charcos teníamos tiempo para poner a pelear a un zompopo con otro y sin preocuparnos de los carros porque eran muy pocos. Mi mundo era mi pueblo, amado y entrañable y mi hábitat intenso era mi escuela, la «Francisco I. Cordero», frente a la casa de don Toño Castro, un conocido agricultor de la época.
Mi madre, que contaba y sigue contando mis días y horas, me mandaba todas las noches a comprar el pan que ella vendía en su tienda “Las Palmeras”, a la entrada de la ciudad. Era una canasta grande, una tumbilla que se llenaba de pan de la panadería Regia, a una cuadra de la Policía Nacional, todas las noches y con una cachucha de ferrocarrilero, ponía mi canasta a esperar el turno para que el pedido de panes fuera atendido.
Poco a poco aumentó mi confianza hasta llegar a entrar al interior de la panadería y en una noche de tantas, me encontré oyendo a varios jóvenes recitar poesías de Rubén Darío y José Martí. René Montúfar Dueñas, dueño de la panadería, escultor, intelectual y comunista dirigía el grupo. Este panadero inspiraba resistencia, pensamiento y rebelión y, poesía tras poesía, llegué a memorizar, sin que el grupo lo supiera, «La marcha triunfal» de Rubén Darío, al recitarla fui admitido en el grupo de declamadores, en realidad había entrado, sin que yo lo supiera bien, en una corriente, mas bien torrente de pensamiento y acción, enfrentado al capitalismo, a la explotación y opresión del ser humano por el ser humano.
Tenía siete u ocho años, suficientes para saber que ese panadero maravilloso y genial decía la verdad. Él no supo cuan fértil era mi espíritu para la predica libertaria, ni cuanto compromiso se puede adquirir con una vida temprana; pero cuando la policía asaltó la panadería e intentó capturar a René y este pasó a ser perseguido, yo supe que para ser resistente hay que ser perseguido, pero además supe que el precio alto era inevitable.
Estos momentos en la panadería Regia marcaron mi vida y años después, muchos años después, nos encontramos de nuevo con don René en la antigua Facultad de Economía, a principio de los años sesenta y cuando empezaba mis estudios de derecho.
Trabajaba en un busto de Carlos Marx y el encuentro de los dos hombres fue revelador, me contó su peregrinaje, de sus hijos Melvin, Mauricio, Silvia de su esposa, la niña Gloria y supe de sus desencantos y, a mis dieciocho años de edad, aprendí que la lucha por una nueva sociedad y un nuevo ser humano ha de cruzar por momentos oscuros, por dudas y vacilaciones, pero siempre se ha de conservar, como tesoro valioso, el horizonte estratégico que indique hacia donde vamos.
Ya en el Partido Comu- nista vinieron los años de las grandes luchas de masas, la huelgas magisteriales, las luchas campesinas, las luchas estudiantiles y universitarias, las confron- taciones políticas y elec- torales con la dictadura militar de derecha instaurada en 1932, vinieron la represión y las matanzas y el periodo de la clandestinidad, fue necesa- rio aprender a vivir en tuberías paralelas y durante dieciocho años aprendí a vivir así, apoyado por la gente, pero lejos de Chalchuapa, porque mi cabeza tenia precio, hasta que la resistencia, se hizo armada y se convirtió en guerra popular y así, por la fuerza incontenible del compromiso y la convic- ción, nos alzamos en armas y nos hicimos guerrilleros.
Lejos quedaba aquel pequeño círculo de declamadores, pero cerca estaban, en el horno tibio de mi corazón y en el aula abierta de mi cerebro, la motivación y el ánimo, la resistencia a la opresión y todo eso que hoy se llama sujeto de la historia, aprendido en una panadería, con la inspiración de un panadero y en Chalchuapa, me impulsó a seguir adelante y a convivir con la amenaza y el riesgo.
Nos volvimos a ver, hace unos meses, en Chalchuapa, con muchos años encima, con mucha rebeldía y abundante sueños. No sabíamos que la muerte lo rondaba de cerca, esta llegó para llevarse a un panadero maravilloso, a un hombre tenaz y un pensamiento inspirado e inspirador.