Dos batallas guerrilleras estratégicas narradas por el comandante Claudio Armijo del ERP
En la primera entrega de este relato, publicado en la edición 13 de Centroamérica 21, Claudio Armijo, narró las acciones militares ejecutadas por el ERP en junio de 1982 en el norte de Morazán. Una maniobra de guerra en movimiento, en un territorio de apenas 8 kilómetros cuadrados; que tuvo su momento culminante en el cerro El Moscarrón, nombre con el que sería conocida la batalla a través del tiempo.
La importancia estratégica de esta batalla, es la redefinición de la conducta del ejército y un cambio en el curso de la guerra.
En esta entrega Armijo relata las acciones previas y el inicio de la ofensiva guerrillera Al Tope de 1989, en la que él fue el comandante principal de las fuerzas militares del ERP.
Lunes 16 de julio de 2007
Entrevista y edición Geovani Galeas y Berne Ayaláh (Segunda entrega)
redaccion@centroamerica21.com
Claudio Armijo, comandante de las fuerzas militares del ERP durante la ofensiva de 1989.
Concentración, dispersión, reagrupamiento
Lo interesante de la ofensiva de 1989 es que nosotros, después de iniciado el proceso de concentración de fuerzas que duró varios años, volvimos a modificar nuestra estrategia militar y logramos con ello colocar al ejército gubernamental en una situación crítica.
El enemigo se readecua y volvemos a quedar emparejados, luego nosotros readecuamos y hacemos otro cambio. Esa fue la dinámica pues se trata de un proceso dialéctico.
Cuando nosotros iniciamos el proceso de concentración logramos limpiar el corredor del norte, y al ver el territorio se aprecia que cae Perquín y nos vamos introduciendo al norte de San Miguel, Ciudad Barrios y otras ciudades; en todo ese proceso vamos llegando a las principales carreteras. El ejército entendió la dinámica y comienza el uso masivo de los medios aéreos y la táctica de tropas helitransportadas.
Ello llevó a que las concentraciones se convirtieran en un blanco fácil de la aviación.
Entonces se viene el otro cambio de carácter estratégico: de la concentración pasamos a la dispersión. Esa es la repuesta: nos dispersamos en el terreno en pequeñas unidades con el propósito de alcanzar nuevos territorios.
Es cuando yo salgo para Santa Ana con un contingente de tropa. El reto es mantener la capacidad de concentración y desconcentración. La fuerza que era capaz de concentrarse, desconcentrarse y luego reagruparse era la que podía adaptarse mejor a las circunstancias.
Lo interesante de la ofensiva de 1989 es que precisamente estábamos en ese proceso de dispersión, y para hacer la ofensiva debíamos volver a una gran concentración de la tropa de la guerrilla.
Ese es un elemento que para nosotros representaba, desde el punto de vista militar, un reto muy grande porque la ofensiva no fue un secreto. Ya era de conocimiento del ejército, pues ellos tenían sus propias fuentes de inteligencia que les dieron abundante información. El proceso de movilización de la fuerza guerrillera fue de conocimiento del mando del ejército gubernamental.
Pero precisamente para llevar a cabo el plan de la ofensiva de 1989 se debió realizar una serie de acciones respecto de las cuales el ejército no tenía experiencia.
Para atacar pasamos a concentrar nuestras fuerzas que antes estaban dispersas; el ejército nos responde con una defensa en toda la periferia norte de San Salvador.
Dos días antes de que comiencen las operaciones militares yo estoy en San Salvador, clandestinamente por supuesto, en espera de definir la situación de una posible participación de miembros de la Fuerza Armada en la ofensiva guerrillera, es decir, para determinar si ellos nos iban a acompañar.
Las piezas del ajedrez se mueven despacio y aparecen las primeras sorpresas.
El día viernes 10 de noviembre de 1989, como a las dos de la tarde, ahí en uno de esos restaurantitos que están detrás del Hotel Camino Real, la comandante Mariana y yo nos reunimos con un contacto de la oficialidad del ejército, con quienes teníamos un buen trabajo conspirativo. El objeto de esa reunión era determinar si ellos al fin de cuentas nos iban a acompañar en la ofensiva.
La respuesta de los militares fue negativa. Únicamente nos dicen que nos desean suerte pero que no les es posible accionar una conspiración militar, que la situación para ellos en ese momento era demasiado compleja. Nos despedimos y allí terminó todo.
Era un intento por repetir la experiencia del capitán Mena Sandoval en el año 1981, cuando él, siendo oficial de la Segunda Brigada de Infantería, se pasa al bando guerrillero. La idea era que nos acompañaran en las acciones militares y que nos permitieran tomarnos algún cuartel. Esa es una línea conspirativa que el ERP aprendió en la relación con la guerrilla venezolana de Douglas Bravo.
La pregunta que a cualquiera le puede surgir es cómo un dirigente de mi jerarquía, y tan conocido, podía lograr una presencia en un lugar tan concurrido y en medio de una tensión y alerta tan crítica. Y la respuesta es que uno de los fallos mayores del ejército salvadoreño, en aquellos momentos, es que tenían muy divididos sus servicios de inteligencia. Y eso nosotros lo sabíamos y lo explotábamos.
Claudio Armijo.
De ahí en adelante, como se sabe, participamos todas las organizaciones del FMLN. Hay una serie de lineamientos que hace Joaquín Villalobos que son muy importantes. Inclusive lo de “Al Tope” fue para que todas las unidades y todas las organizaciones se involucraran a fondo. Debía de ser así y no a medias. No era una prueba para ver qué lográbamos, no, era de echar toda la carne al asador como se dice. Llegamos con la decisión de que íbamos a ganar.
Planteas al tope y no hay retirada: vas a implementar todos tus recursos, porque estás buscando esos resultados. El ejército si conoció de nuestros movimientos. Tenían distintas fuentes y hasta infiltrados en nuestras filas.
Inteligencia y contrainteligencia
Precisamente a nosotros como ERP nos dieron un buen golpe en ese sentido. Hay algo que no se ha dicho. La ofensiva iba a comenzar con la toma del Hotel Sheraton. El plan ya estaba elaborado, en términos de cómo entrar, hombres, capacidad de fuego y otras variables tácticas. Ese iba a ser el inicio de toda la maniobra: una unidad del ERP iba a avanzar desde el volcán hacia San Ramón para luego ingresar al hotel.
Pero de pronto, cuando ya todo estaba listo, el ejército nos capturó al jefe de esa operación y desarticuló toda la unidad bajo su mando: para nosotros fue evidente que teníamos una infiltración a ese nivel.
Detectamos el problema y lo resolvimos, pero la desarticulación de nuestra unidad nos permitió enviar un mensaje de contrainteligencia al ejército, y a la vez tomar ventaja en la detección de su movimiento.
Dijimos que ya se venía la ofensiva y dimos algunos datos falsos; efectivamente el ejército habló del desbaratamiento de una operación en contra del Estado Mayor. Pero esos fueron elementos introducidos por nosotros para distraer al enemigo.
Eso nos permitió ubicar dónde teníamos la infiltración y además confundir al Ejército. Ellos hasta convocaron a los medios de comunicación para informar que supuestamente habían desarticulado la ofensiva.
Esa operación la pagamos con varios jefes muertos y la desarticulación de nuestra unidad. Por eso sólo pudimos hacer en un primer momento el ataque a la Zacamil y a la Primera Brigada de Infantería.
El ejército siguió esperando un ataque de afuera, pero no operaciones de comandos urbanos y fuerzas milicianas desde el interior, eso no se lo esperaban. Fue un elemento de sorpresa.
Comienzan las acciones
El domingo 12 de noviembre nos tomamos la colonia Zacamil con puras fuerzas urbanas, comandos y milicias. Esa fuerza salió de dos casas que estaban adentro de San Salvador, es decir, de la retaguardia.
Nuestra fuerza militar regular estaba en el volcán, no entró ese día. La acción más importante del ERP se da en la colonia Zacamil. El resto de las organizaciones estaban en todo el cordón norte y parte del sur: la RN en Soyapango y San Jacinto; el PRTC en Soyapango; el PC en Ciudad Delgado, San Marcos y Soyapango; las FPL en Mexicanos, Ayutuxtepeque, Cuscatancingo y otras unidades movilizadas al sur de Antiguo Cuscatlán.
En la lógica de nuestra operación se esperaba la participación de la población. Cuando ingresamos a la capital llevábamos contemplando ciertas variantes, una de ellas era el acompañamiento de las masas, le apostamos a esa idea, pero no se dio. Sin embargo no era ese el único objetivo.
Los que se encargaron de divulgar la idea del fracaso fue el ejército y los mismos Estados Unidos, indicando de que no habíamos logrado la insurrección de las masas y que por ello habíamos fracasado, un argumento defensivo para quitarle mérito a la incursión de la guerrilla a la capital.
Pero es evidente que sólo el hecho de que las fuerzas guerrilleras ingresaran a la capital, y se mantuvieran ahí combatiendo varios días tiene un valor militar sin precedentes en América latina. Eso sólo lo podés ver en Vietnam.
La experiencia vivida en la ofensiva de 1981, y el resto de experiencias de la guerra, nos fue demostrando que el mayor objetivo no iba a ser posible, es decir la toma del poder.
La retirada, una nueva maniobra
La penetración de las unidades guerrilleras a la capital significó una gran sorpresa porque hasta ese momento sólo habíamos hecho incursiones de pocas horas a la capital. Las mismas noticias suponían que en pocas horas íbamos a salir, el problema para ellos fue que pasaban los días y no nos íbamos.
La estrategia consistía en asumir con fuerza posiciones fijas, y el que intentara sacarnos iba a tener el mayor número de bajas. Por eso es que el planteamiento de la guerrilla fue tomarse toda la zona norte de la capital, ingresar y posicionarnos.
La importancia radicaba también en el tipo de población que habitaba esos lugares: obreros, empleados, donde teníamos más apoyo; es decir una parte de la ciudad vinculada a la zona natural de expansión de la guerrilla.
Los combates fueron en realidad bastante intensos. Logramos mantenernos hasta donde nos fue posible. Nos comenzamos a retirar debido al cansancio, al cúmulo de bajas, y además la evolución de la situación militar nos iba colocando en una gran desventaja.
El enemigo nos cercó. De haber persistido ahí nos hubieran podido haber aislado y aniquilado.
Yo tenía mi puesto de mando en la segunda planta de un edificio cercano al hospital Zacamil, en la Gran Manzana. Todo lo demás estaba tomado por francotiradores. Pero sentimos que el cerco se nos comenzó a estrechar. En esos momentos tuvimos una situación muy crítica a nivel de comunicaciones y perdimos la perspectiva del resto de unidades militares del FMLN.
Entonces se tomó la decisión de retirarnos. Pero precisamente ahí viene la audacia. Si la ofensiva hubiera parado ahí, con esa retirada, todo en realidad hubiera sido un fracaso, un retroceso. Pero la idea era tomar tomar una mejor posición.
Nuestro movimiento se encaminó entonces a la realización de una de las maniobras de incursión que le dio a la ofensiva de 1989 un nuevo momento estratégico: la toma del Hotel Sheraton, que como dije, para nosotros significaba retomar una operación que ya estaba diseñada.