Semejanzas muy sorprendentes aparecen entre el asesinato de dos policías el 5 de julio recién pasado y el secuestro de Ernesto Regalado en los 70.
En aquel tiempo, el socialismo marxista-leninista estaba embriagado de triunfalismo. Al inicio de los 60, la Unión Soviética había puesto en órbita el primer satélite, confirmando a sus admiradores “la superioridad del campo socialista”.
En China se realizaba la “Revolución Cultural” para eliminar los últimos resabios burgueses y preparar el rápido tránsito del socialismo al comunismo.
El 2 de enero de 1959 llega al poder Fidel Castro, que genera olas gigantes de admiración e inunda al mundo de esperanzas, o temores, de que los movimientos revolucionarios podían tomar el poder por las armas. Poco después organiza guerrillas en varios países latinoamericanos y junto con la URSS lanza tropas a “liberar” africanos.
Esa tríada, aun con fuertes contradicciones entre sus miembros, brinda abundante apoyo financiero, militar y propagandístico, a grupos radicales que creen realizadas las “condiciones objetivas y subjetivas” para el “salto de calidad” de la lucha política a la armada. La incitación a la violencia contra las democracias capitalistas era pandemia global.
En El Salvador, 1960 es convulso. Grandes protestas populares dirigidas por los estudiantes universitarios derriban al gobierno. En los años sucesivos se organizan por primera vez desde 1932 movimientos insurreccionales dirigidos por el Partido Comunista Salvadoreño, que luego, al compás que marcan los soviéticos, se repliega a la lucha electoral, lo que le vale creciente repudio de grupos “ultras”, inspirados en la revolución universitaria del 68 en Europa y Estados Unidos, con virulentas doctrinas nihilistas.
Los focos violentos se encienden en la Universidad de El Salvador, cubiertos por marbetes que evidenciaban su fundamentalismo, pero no la opción armada. Sus líderes circulaban por pasillos y aulas con sus prédicas flamígeras reclutando o fanatizando adeptos. Las autoridades universitarias, naturalmente, no los auspiciaban, pero tampoco los combatían, más por no poder, que por no querer.
A horcajadas entre las dos décadas, comienzan las ejecuciones de guardias o policías nacionales que cuidaban edificios públicos, a los que se mataba y robaba el arma. El “salto de calidad” de mayor trascendencia fue el secuestro y asesinato de Ernesto Regalado en 1971.
El hecho causó espantosa conmoción. Obra de un pequeño núcleo de exaltados, sin conexión con sectores políticos o las células armadas marxistas leninistas, quedó como hecho aislado. Tan así que nadie advirtió su sonoridad de trompetazo diabólico, preludio del infierno que se desataría pronto.
El paralelo con el 5 de julio resulta solo a grandes trazos, pues los detalles son distintos. Hay ahora en el mundo glorificación de la lucha armada, por el islamismo recalcitrante, como la que en los 60-70 hicieron rusos, cubanos y chinos. El papel que tuvo Fidel Castro en América Latina quiere heredarlo Chávez. Su compra de 1 millón de fusiles, montar una fábrica de armas, incluso apellidar al Ejército “Bolivariano”, revela intenciones de “exportar” su “revolución” el “socialismo del Siglo XXI”. Sueña con hacer lo que al Che Guevara le costó la vida: empezar en un país sudamericano la “larga y terrible guerra” que llevaría a todo el Continente la “liberación” comunista.
En tal contexto, sería lógico que una camarilla enloquecida haya dado el “salto de calidad”. Esperemos que sus disparos no sean, como los que asesinaron a Regalado, los ladridos de Cerbero anunciando la proximidad a las puertas del averno.