– Frei Betto es escritor, autor de “Alfabeto. Autobiografía escolar”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet
Desde la victoria del débil David sobre el gigante Goliat la sabiduría bíblica enseña que los grandes pueden ser derribados por los pequeños, como sucedió con la derrota de los Estados Unidos por el Vietnam en los años 60. Y todo indica que se repetirá en el caso de Iraq. Lo más difícil es lograr que el grande acepte que eso pueda suceder. Quien mira por encima pierde el contacto con la solidez del suelo. Eso sucede con políticos, militares de alta graduación, jueces, empresarios, directores de bancos, etc.
¿Quién podría suponer que el poderoso ministro de Hacienda, columna vertebral de la estabilidad económica del país, sería sustituido por el testimonio de un inquilino? ¿Y no cayó Collor de Mello por causa de un chofer? En esta sociedad tan desigual nosotros, los escolarizados, hemos sido empujados a menospreciar a los no escolarizados. Como si éstos no tuviesen razón, ni ojos ni oídos. Por eso hacemos chistes a costa del chofer, ignoramos al mesero como si fuese un robot o pensamos que la secretaria olvida todas las informaciones que recibe. Y sin embargo, lo más grave no es la indiferencia ante el subalterno, sino la desfachatez de cometer actos ilícitos ante sus ojos.
Por deformación cultural estamos imbuidos de esa prepotencia que alimenta nuestro prejuicio en relación con los más pobres. Es el caso del ama de casa que, ante la falta de un objeto, parte del principio de que lo robó la empleada. Y se humilla al indefenso sin ninguna prueba de que en verdad cometió el delito. Se juzga sin investigar.
Paulo Freire enseña que nadie es más culto que otro. ¿Quién es más culto: la cocinera que posee amplios conocimientos culinarios, o el doctor en física cuántica? Para la óptica elitista, el doctor es más culto. Sin embargo, basta con responder a esta pregunta: ¿cuál de los dos puede vivir sin la cultura del otro? Es obvio que la cocinera no necesita saber lo que significa el vocablo ”Ecuántico”; pero el físico no sobrevive sin la cultura de ella.
Todos somos cultos. Lo que hay son culturas distintas, socialmente complementarias. En un país de tan larga tradición esclavista como el Brasil, no es de extrañar que se reserve a los escolarizados el trabajo intelectual, y a los demás el trabajo manual. Aunque de hecho esa separación no existe, excepto en la cabeza de quien nunca cultivó una huerta, preparó un almuerzo o arregló un vehículo.
Ahora el caso Francenildo nos permite dar otro paso: el de la ciudadanía plena, sin autoridades que se sientan con el derecho a invadir la privacidad de los ciudadanos comunes, pero también sin medios de comunicación que se crean con derecho a inmiscuirse en la vida privada de las autoridades. Toda persona, incluyendo a los autores de los más horrendos crímenes, tiene derechos inviolables. En el momento en que se ignoran tales principios constitucionales se amenaza el Estado de Derecho y se retrocede a la barbarie, donde impera la ley del más fuerte.
Hace 2006 años un joven palestino promovió la más radical revolución cultural de que se tenga noticia en la historia de la humanidad al afirmar, de palabra y con hechos, que todo ser humano, aunque sea ciego, sordo, paralítico y miserable, está dotado de dignidad sagrada. Incluso fue más allá, al declarar que cada persona es templo vivo de Dios. ¡Qué extraño resulta este paradigma a nuestra cultura! Porque todavía convivimos con el prejuicio, la discriminación y la exclusión. Basta con ver la frialdad con que reaccionamos ante seres humanos colectivamente condenados a la miseria.