El comunismo en México: entre la marginalidad y la vanguardia

El comunismo en México: entre la marginalidad y la vanguardia
Publicado en 179 enero 2004 | Concheiro Bórquez, Elvira | Ensayo

Frente a la necesaria revisión crítica de la izquierda mexicana, la cual en muchos sentidos recién comienza, el estudio del significado y alcance que tuvo el Partido Comunista Mexicano (1919-1981) es, sin duda, obligado. Presentamos aquí algunas partes de la ponencia presentada en el Seminario “Territorios y militantes comunistas: un estudio comparado” del Centro de Historia Social del Siglo XX, de la Universidad de París 1, en enero de este año, con el propósito de contribuir a una reflexión abierta y analítica de una memoria que debe mantenerse, como una de las herramientas con que cuenten todos los que buscan la transformación social de México.

Concheiro Bórquez, Elvira

En 1981, en un momento en que gozaba de bastante buena salud, y después de 62 años de una accidentada existencia, el XX Congreso del Partido Comunista Mexicano decidió, en forma unitaria y con plena conciencia de lo que ello significaba, su disolución. Ese acto daría, de inmediato, curso a la formación de un nuevo partido que reunió a expresiones muy diversas de la izquierda mexicana, que iban desde el nacionalismo revolucionario hasta el trotskismo, pasando por algunas otras variantes.

De esta forma, el PCM fue, mucho antes de que fuera posible prever los acontecimientos que llevaron a la caída de los países del “socialismo real” y a la consiguiente crisis de muchos partidos comunistas en diversas regiones del mundo, el primero y, en esas circunstancias el único, en llevar su autorrevisión hasta el punto de su desaparición como tal partido comunista.

La historia del comunismo en México es, la mayor parte del tiempo, la de una corriente pequeña y marginal que, pese a ello, con sus propias particularidades y su aguerrida y persistente actividad, en varios momentos incidió de manera importante en el curso político del país. Así como, en términos generales, su historia es de breves primaveras y largos y obscuros periodos de marginalidad y persecución que lo llevaron en varios momentos a su práctica liquidación, el comunismo mexicano oscila también entre el atraso y la anticipación, entre la inercia y la audacia, entre la marginalidad y la vanguardia1.

Aunque los comunistas mexicanos fueron casi siempre un número muy reducido y débil de luchadores, con escasas herramientas de análisis y que en largos periodos de su historia se sometieron al más primitivo dogmatismo, también supieron aprender en la propia y abigarrada realidad de su país, en la constante lucha de los trabajadores del campo y la ciudad, así como en los embates que protagonizaron otros sectores como los estudiantes, complejos elementos que enriquecieron su perspectiva y los llevaron a tomar posturas y realizar acciones de pronto más avanzadas y audaces que el resto del comunismo mundial. En ese aprendizaje, sin duda tuvo particular importancia la comprensión de la democracia como camino para la transformación social.

En realidad, aunque mucho de su historia es la misma que la del resto de partidos comunistas, en ciertos aspectos el mexicano no entra en esquema alguno. De forma que, por ejemplo, si los comunistas buscaron afanosamente ser una fuerza y un partido de los obreros, ciertamente no lo fueron, con excepción de breves y difíciles periodos; si los comunistas deberían haber seguido determinadas pautas generales de acuerdo con su ideología y las características del movimiento internacional al que pronto se adscribieron, no siempre lo hicieron y llegaron, incluso, a dar muestras críticas asombrosas en un medio como el comunista; si, en correspondencia con el atraso del país, fue una constante su falta de tradición teórica y analítica, de pronto sorprendieron con la creatividad y anticipación de sus ideas.

Para tratar de desentrañar estos hechos, de los procesos contradictorios, de las inesperadas conductas de sus actores, de lo paradójico de muchos aspectos de su historia, es necesario asentar el análisis en lo singular y específico de la complicada realidad mexicana en la que los comunistas trataron siempre de incidir, pero la cual con frecuencia no les resultaba de fácil comprensión.

México: una abigarrada y contradictoria realidad

Es preciso recordar que toda la vida política de México durante el siglo XX estuvo marcada por ese hecho constitutivo2 que fue la revolución mexicana de 1910 que, tras derrocar al dictador Porfirio Díaz, desató durante largos años una cruenta guerra civil. Dado que los momentos constitutivos o catastróficos tienen la condición de poner a la sociedad entera en disposición de reformular sus patrones ideológicos y también -como decía René Zavaleta-“lo que se puede llamar el ‘temperamento’ de una sociedad”, la manera en que se conciben los sujetos sociales a sí mismos y a los demás depende del papel que cumplen en esos momentos definitorios. De igual modo, las formas particulares que adquiere la dominación y las características específicas de las instituciones y el Estado mismo responden a su momento y manera de construcción.

Es de esa revolución que nace el Estado más consolidado y fuerte de América Latina, cohesionado por una poderosa ideología nacionalista, generador de un régimen corporativo y autoritario, de un presidencialismo absoluto, de una contradictoria pero prestigiosa política exterior.

Producto de esa violenta y larga lucha armada en la que estuvieron inmersos los mexicanos, que realmente diezmó al país, las cosas en México resultan con demasiada frecuencia contradictorias. El impulso revolucionario de grandes contingentes, sobre todo de campesinos, dejó su huella en un poder que, buscando representarlo, requería controlarlo y supeditarlo. Para lo cual, entre otras cosas, se edificó como instrumento hegemónico una historia oficial que, exaltando el nacionalismo, incorporó a todos los programas y demandas, logradas o por lograr, así como a todos los participantes en el movimiento armado, tanto a los vencidos como a los vencedores, en la misma lista de fundamentos de la nación y de héroes de la patria.

Por décadas, la medida de todas las cosas en México fue la Revolución Mexicana (con mayúsculas); cualquier acto de gobierno o de su partido, fue realizado en nombre de ella. Considerada como un hecho inmortal, perpetuo, todas las fuerzas políticas del país, incluidos los comunistas, quedarían entrampadas a través de los años en múltiples intentos por definir su carácter, bien exaltando su realización o criticando su incumplimiento. Tal fue la fuerza de dicho acto constitutivo.

A partir de ello, los gobernantes podían hablar a nombre de los obreros y campesinos, exaltar sus luchas y propósitos, pronunciarse incluso por el socialismo como meta, y al mismo tiempo dividir, controlar, corromper y reprimir no sólo a sus agrupamientos más combativos y a sus líderes rebeldes, sino al conjunto de los trabajadores. El resultado final de ello fue una estructura estatal que integró a las organizaciones populares, de obreros y campesinos, a través del partido oficial.

Habría que señalar que esa contradictoria forma de ser del Estado mexicano también se expresó internacionalmente. Desde el discurso antimperialista de los primeros gobernantes posrevolucionarios, pasando por el antifascismo, el apoyo decidido a la república española, la expropiación de las compañías petroleras norteamericanas, el exilio de Trotsky, hechos que se producen durante el cardenismo, hasta el reconocimiento de la revolución cubana y el rechazo a las dictaduras latinoamericanas, como la de Pinochet, por mencionar sólo algunos actos más recientes, la imagen de México en el extranjero fue siempre la de un Estado progresista y solidario, al punto de que, hasta en las filas de la izquierda mundial, se negaba la otra cara dependiente y autoritaria provocando que el apoyo internacional a las luchas del pueblo mexicano fuese siempre marginal y muy pocas las voces de condena ante las acciones represivas del gobierno3.

Un conflictivo momento para nacer

Cuando, en agosto de 1919, se produce la convocatoria para realizar una Conferencia Socialista con el propósito de crear un nuevo partido unitario de las diversas expresiones de la izquierda socialista de entonces, se vivían en el país aún momentos de gran inestabilidad y de constantes conflictos. México estaba aún lejos de haber logrado la consolidación del naciente Estado que emerge tras la revolución.

No obstante, el partido que surgiría de aquella conferencia, entusiasmado por los acontecimientos rusos de 1917 y confiado en las posibilidades aún de alcanzar en su convulsionado país conquistas revolucionarias de fondo, adoptaría en una reunión, realizada en noviembre de ese mismo año, y por una cuestión que tuvo mucho de accidental, el nombre de Partido Comunista Mexicano e iniciaría sus vínculos con la recién formada Internacional Comunista4.

Durante el proceso de construcción de la corriente comunista y de consolidación de su estructura organizativa, no dejaron de estar presentes diversas dificultades y limitaciones que la mantendrían, pese a su participación destacada en algunos relevantes movimientos sociales y huelguísticos5, como una fuerza pequeña6 que apenas se abría camino en la lucha política del país.

Durante aquella primera década desde la fundación del Partido Comunista Mexicano, el país vivió frecuentes situaciones críticas, provocadas en buena medida por la persistencia de los medios violentos y el asesinato político para resolver las diferencias entre las diversas corrientes del movimiento revolucionario y constituir al nuevo grupo gobernante. Así, en mayo de 1920, a los pocos meses de fundado el PCM, el entonces presidente de la República, Venustiano Carranza, quien había logrado, una vez derrotadas las corrientes más radicales de Emiliano Zapata y Francisco Villa, encabezar a la mayoría de las fuerzas que concurrieron al Congreso Constituyente de 1917, fue depuesto como resultado del levantamiento en el norte del país del otro importante jefe militar y caudillo de la revolución, el general Álvaro Obregón, y poco después asesinado.

A finales del año de 1920, después de un breve y conflictivo interinato, fue electo presidente Obregón, el cual también habría de enfrentar varias sublevaciones militares durante su gobierno, una de las cuales, casi al final de su mandato, tuvo relativa importancia7. Obregón, a su vez, será asesinado en 1928, cuando acababa de ser electo para un segundo periodo presidencial8.

De esta forma, a las dificultades propias de aquellos primeros comunistas, la mayor parte de los cuales tiene una precaria formación intelectual, habría que añadir la complejidad de una situación política en la que, en forma cruenta, la lógica misma de la conformación del naciente Estado y del nuevo bloque dominante habría de terminar aniquilando a todos sus líderes principales, organizadores cada uno de ellos de sendos ejércitos populares que durante varios años combatieron en todo el país. En aquellos años, México vivió, por tanto, una situación permanente de inestabilidad, en la que los gobernantes salidos de las filas revolucionarias buscaban a toda costa la contención de los impulsos rebeldes de una agotada sociedad heterogénea que en la confusión de los acontecimientos no atinaba a saber qué hacer, dejándose arrastrar por la confrontación en las filas de los militares revolucionarios. En contraste, entre los sectores de trabajadores de la ciudad y el campo, pareciese como si entonces, negándose a que sus anhelos que los habían llevado al sufrimiento de la guerra civil se esfumasen, un sector entrara en relevo del otro ante las continuas persecuciones y derrotas de que eran objeto todos.

Frente a esa situación del país, los comunistas, como la mayoría de las otras fuerzas políticas, se ven con frecuencia rebasados por los acontecimientos y carecen de elementos suficientes para entender siempre y actuar adecuadamente en aquella contradictoria dinámica del México posrevolucionario. Sin embargo, su perseverante propósito de lograr la unidad y la independencia de los trabajadores, como manera para alcanzar sus objetivos, los guio aun en los momentos más confusos.

En sus primeros años de existencia, los comunistas recogen algunas de las banderas más avanzadas de la lucha revolucionaria mexicana y se asientan tanto en el nuevo movimiento campesino que con dificultades vuelve a emerger en diversas zonas importantes del país, como en la nueva y más importante expresión artística del México posrevolucionario: el muralismo9. Persistentes organizadores, en una etapa en que se acrecientan las luchas obreras a lo largo y ancho del territorio, no sólo impulsan la creación de los sindicatos en ramas en las que no existían, sino que participan de la formación de los primeros intentos de asociación unitaria que tiene la clase obrera mexicana después de la revolución.

Desde los días siguientes a la formación del Partido Socialista, hubo un par de escisiones por causas bastante banales que no trascendieron en la constitución de la corriente comunista mexicana, por lo que, prácticamente desde su origen, ésta tuvo expresión en un solo partido comunista, aunque en el nivel local permanecieron diversos partidos socialistas que tampoco arribaron a conformar una expresión partidista que tuviera relevancia nacional10. No sería sino hasta la década de los años cuarenta cuando se creó un partido socialista (el que, finalmente, se denominaría Partido Popular Socialista) como un nuevo intento de unir a todas las expresiones de la izquierda mexicana, pero que muy pronto derivó en una organización plegada a los designios del poder estatal y que terminaría sin real fuerza propia.

Durante el momento constitutivo del comunismo mexicano tuvo una relativa importancia la influencia y participación activa de militantes extranjeros, varios de origen estadounidense11, algunos de los cuales ocuparon cargos de dirección y lo representaron ante la Internacional Comunista12. En otros momentos de su historia, el PCM también contó con la participación destacada de comunistas de otras nacionalidades, como es el caso sobresaliente del joven cubano Julio Antonio Mella, quien los últimos tres años de su vida, antes de ser asesinado en enero de 1929 por mercenarios a sueldo del dictador Gerardo Machado en el centro de la Ciudad de México, realizó una intensa actividad desde las filas del PCM, del cual fue, incluso, secretario general interino13.

Una de las primeras crisis serias en las que el nuevo partido quedó reducido a su mínima expresión y de la cual lo salvaron los jóvenes que no hacía mucho habían creado la Federación de Jóvenes Comunistas fue, precisamente, el momento en el que el gobierno de Álvaro Obregón decide, en mayo de 1921, expulsar del país a los “rojos extranjeros”. Lo cual también tuvo como efecto que se debilitara a los partidarios de la colaboración entre comunistas y anarquistas y desaparecieran los otros dos pequeños partidos que competían con el PCM.

En correspondencia, los comunistas mexicanos establecieron nexos con los revolucionarios centroamericanos y participaron de los esfuerzos que arribarían a la conformación de los partidos comunistas en esos países, particularmente en Guatemala y El Salvador. Además de las múltiples acciones solidarias con la Nicaragua de Sandino, así como con otras luchas latinoamericanas, un dirigente del PCM participó también en la fundación del Partido Comunista Cubano, en agosto de 1925, lo mismo que Rafael Ramos Pedrueza, entonces embajador de México en Ecuador, quien contribuyó a la organización del PC de ese país. Una primera iniciativa en el ámbito continental, acordada con la IC, fue la creación de la Liga Antiimperialista que se creó en 1924.

Pese a las múltiples dificultades por la que atravesó, se puede afirmar que para el año 1929 el comunismo tenía carta de naturalización en México; contaba con nuevos dirigentes que tenían un importante reconocimiento entre los sectores en lucha de la población; había logrado consolidar su pequeña estructura organizativa y arraigado a sus militantes en diversos sectores sociales. Desde luego, ello no significó que en los periodos posteriores dejaran de ser cíclicas y persistentes las crisis tanto de dirección como del conjunto de la organización partidista de los comunistas.

“En el momento en que se disponían a combatir a muerte el último levantamiento militar del periodo posrevolucionario14 escribe Martínez Verdugo los comunistas podían hacer un balance optimista de los primeros 10 años de su accidentada labor. Habían organizado y dirigían en alianza con los demócratas revolucionarios la más importante organización campesina surgida en el país desde que los ejércitos de Villa y Zapata fueron derrotados y diezmados. Como resultado de su audacia y larga labor entre los obreros, habían dado vida a lo que en ese momento era la segunda central sindical por su número y la primera por su prestigio y autoridad entre los obreros. Bajo la influencia de los comunistas se desarrollaba el movimiento cultural más trascendente de la historia del país: la pintura mural, y crecían nuevas expresiones en la literatura y en la música. Los vínculos del PCM con el ala radical derivada de la revolución de 1910 eran más fuertes que nunca, a pesar de que siempre fueron contradictorios. El prestigio de los comunistas nunca había sido mayor entre la población trabajadora y la intelectualidad”15.

Obreros, anarquistas y comunistas

Como hemos señalado, en la historia de los comunistas mexicanos encontramos, como primera gran paradoja, el hecho de que, concibiéndose a sí mismos como expresión (la más avanzada, se decía) de la clase obrera mexicana, en realidad en pocos y efímeros momentos tuvieron una efectiva e importante fuerza en ella. Este hecho contradictorio llevó al comunismo mexicano, entre otras cosas, a encontrarse con otros sectores de la sociedad en los que se recrearon y tuvieron con frecuencia una mayor presencia e importancia. Por tanto y pese a su terca actividad en el seno de los obreros, en ciertos momentos, el comunismo en México es fundamentalmente una fuerza campesina en otros, una corriente intelectual y artística; en otros más, sobre todo una fuerza estudiantil. Sin embargo, para los comunistas esto era un hecho permanente de frustración, por lo que nunca cejaron en alcanzar su condición obrera, intento en el que sufrieron constante represión y muchas derrotas.

Habría que recordar que en México, dada su condición de país principalmente agrario, la lucha obrera comienza a adquirir una relevancia innegable sólo hasta el momento en que las fuerzas campesinas más radicales, que en la revolución formaron poderosos ejércitos, han sido derrotadas en el país. A diferencia de otros países latinoamericanos por no hacer referencia, desde luego, a los trabajadores europeos, los obreros mexicanos carecían de fuertes organizaciones y su programa e ideario era aún muy precario, pese a que habían dado constante batalla a la dictadura de Porfirio Díaz, la cual durante el último tercio del siglo XIX sometió al país a una costosa vía de desarrollo dependiente y a la asfixia política.

Aunque la actividad de la Asociación Internacional de Trabajadores (la cual se conocería después como Primera Internacional) y, en particular, la obra de los comuneros de París, no pasaron inadvertidas para la prensa obrera mexicana y que algunas de las obras de Marx fueron parcialmente conocidas y publicadas en ella hacia el último tercio del siglo XIX, a diferencia de lo ocurrido tanto en EU como en varios países del Cono Sur del continente, en México no sería sino hasta los preludios de la lucha revolucionaria que sacudió al país desde 1910, cuando dicho pensamiento encuentra condiciones para su difusión.

La corriente que hasta el fin de la revolución había tenido mayor peso y presencia entre los trabajadores había sido, sin duda, el anarquismo, un anarquismo que en su versión magonista tuvo importantes peculiaridades: surgido de los medios liberales y en lucha franca contra la dictadura, el magonismo representó una poderosa corriente de pensamiento que alimentó los fundamentos principales del movimiento armado iniciado en 1910. Partidario de una revolución social que alcanzara la igualdad material, convencido de que la revolución francesa había conquistado el derecho a pensarla sin haberla alcanzado en la vida real16, Ricardo Flores Magón expresó lo más avanzado del pensamiento y la lucha del artesanado y del proletariado mexicano de fines del siglo diecinueve, dando al naciente movimiento obrero un programa que resultó sustento fundamental de grandes sectores de la lucha armada que acabó con el régimen porfirista, planteándose la finalidad de una revolución social que acabara con el régimen capitalista. Además de organizar y dar soporte a los destacamentos obreros que participaron en la revolución, el magonismo y su lucha en defensa del modo de vida y de la propiedad comunal de los pueblos indígenas del país resumió en su lema de Tierra y Libertad, bandera que retomaría después el zapatismo, el contenido de la insurrección campesina que se produjo en aquellos años. Más tarde, ante la fraticida lucha por el poder que arrastraba al país y abandonaba las más importantes demandas populares del movimiento revolucionario, el pensamiento de Flores Magón se definió en forma más abierta por los preceptos anarquistas, posición que lo llevó a ser condenado a veinte años de cárcel en Estados Unidos, lugar donde murió en 1922.

En el momento en que se forma el PCM, los anarquistas mantienen aún considerable influencia en el movimiento sindical que se resiste al predominio creciente del llamado moronismo17, que defiende la independencia de los agrupamientos de los trabajadores y sostiene la abstención en la lucha política electoral. Todas esas posiciones eran compartidas entonces por los comunistas18.

En medio de un claro ascenso de la lucha huelguística de los obreros, juntos, anarquistas y comunistas, impulsaron en agosto de 1920 la formación de la Federación Comunista del Proletariado Mexicano, la cual unos meses después (en febrero de 1921) daría vida a la Confederación General de Trabajadores (CGT), que se afilió “en principio” a la Internacional Sindical Roja.

Sin embargo, este esfuerzo por agrupar a los sindicalistas independientes sería el último esfuerzo importante que harían juntas estas dos corrientes, pues las discrepancias que empezaron a existir sobre la lucha política se acrecentaron con los conflictos que enfrentaron a estas dos corrientes en el seno de la revolución rusa.

Los dirigentes anarquistas de la CGT, la cual había reconocido al PCM como el único partido revolucionario afín a sus objetivos y que en esa calidad le daba derecho a actuar en su seno y estar representado en sus congresos (lo cual duró poco más de año y medio), enfilaron sus baterías contra los jóvenes comunistas al punto de que éstos decidieron dejar esta agrupación. Era ya el momento en el que los anarquistas realizaban una campaña internacional contra los bolcheviques, la cual se tradujo en México en la escisión del único agrupamiento de obreros que hacía frente a la ofensiva gubernamental y al sindicalismo amarillo.

Cuando, en su II Congreso realizado en 1923, el PCM decide participar en las elecciones presidenciales apoyando la candidatura de Plutarco Elías Calles, otro de los caudillos revolucionarios, la separación entre anarquistas y comunistas quedó sellada. En 1925, el ingreso a sus filas de varios diputados le hizo tener lo que podría llamarse su primer grupo parlamentario19 y, hasta 1928, el PCM no participará con un candidato propio a la presidencia.

De cualquier forma, en la lucha en el seno de los trabajadores, la fuerza de los anarquistas iba eclipsándose. Por su parte, una vez fuera de la CGT, los comunistas centraron su actividad en otros sectores que en esos años entran en la escena política y, particularmente, en el movimiento campesino. En 1926, logran realizar el congreso de unificación campesina, impulsado por las Ligas de Comunidades Agrarias que los comunistas habían formado en diversos estados de la república, del que nacerá la Liga Nacional Campesina.

En su trabajo obrero, el PCM procuró acciones unitarias entre las dos centrales existentes, la propia CGT y la CROM. Sin embargo, cada vez era más difícil para los comunistas su actuación en los sindicatos, principalmente en aquéllos agrupados por esta última central. Sólo en el sindicato ferrocarrilero, que se mantenía independiente, mantuvieron cierta fuerza desde la huelga que éste realizó en 1921.

En realidad, tanto en el periodo cardenista como en el inmediatamente posterior, la acción gubernamental por controlar y someter a la tutela estatal a las organizaciones obreras representó una colosal obra que ninguna fuerza pudo contrarrestar, pese a los enormes combates que se libraron.

De la ilegalidad a la lucha de masas

A partir de 1929, el PCM enfrentará un complejo proceso de reacción política que provoca un cambio brusco de su situación, en la que repentinamente pasa, por primera vez, a la condición de partido proscrito legalmente y perseguido, con la clara intención de hacerlo desaparecer de la escena nacional, situación de la que se recuperará sólo cinco años después, con el ascenso de la lucha social que se produjo bajo la presidencia de Lázaro Cárdenas, y llega a ser un partido con importante fuerza de masas.

Como preámbulo de la represión y como resultado de la exitosa presión que el gobierno ejerció sobre importantes líderes del PCM y de los agrupamientos que éste dirigía, para que cesara toda oposición en el curso de la lucha armada contra la sublevación escobarista, se produjo una importante división en las filas de los comunistas, la cual afectaría a la Liga Nacional Campesina que entonces éstos dirigían y al Bloque Obrero y Campesino que se había formado para unir a diversas fuerzas progresistas en una iniciativa electoral independiente del callismo.

Después de la crisis provocada por el asesinato de Álvaro Obregón y habiendo logrado apaciguar la rebelión cristera20, en medio del periodo de la Gran Depresión, el grupo gobernante iniciará el proceso de institucionalización del régimen presidencialista a través del persistente ejercicio de la fuerza y la violencia política contra sus adversarios. Como primera medida, el gobierno forzó al desarme del movimiento campesino que había logrado derrotar la sublevación reaccionaria e ilegalizó y persiguió a los agrupamientos de los trabajadores y a sus expresiones políticas. El 6 de junio de 1929, con el asalto y clausura de sus oficinas, el PCM pasó a la clandestinidad durante los siguientes cinco años, durante los cuales decenas de sus militantes fueron asesinados y muchos otros presos. Ante la prohibición de su prensa, con grandes esfuerzos mantuvo clandestinamente su periódico El Machete, desde cuyas páginas el PCM mantuvo la denuncia del régimen y alentó la actividad de resistencia de sectores de trabajadores que defendían sus derechos conculcados entonces.

La decisión anticomunista del entonces presidente de la república llegó al extremo, en enero de 1930, de romper relaciones con la Unión Soviética con motivo del llamamiento de la IC a protestar por el trato que estaba dándose a los comunistas mexicanos.

En realidad, la acción contra los comunistas no era sino parte de una actitud más general ante la lucha obrera. En ese periodo, las escasas huelgas fueron aplastadas con energía y se estableció una Ley Federal del Trabajo que constreñía de manera importante el derecho mismo de huelga, al tiempo que se generaban mecanismos para el control estatal de los sindicatos.

En ese momento, el acontecimiento de mayor trascendencia política fue la constitución del Partido Nacional Revolucionario, en marzo de 1929, con lo cual se estableció el principal mecanismo de control corporativo de la sociedad que tuvo desde entonces el régimen político en México.

En esos difíciles momentos, el PCM sufre su primera escisión importante y, con la injerencia directa de la Internacional Comunista, inicia la aplicación de la política estalinista denominada de “bolchevización”, la cual de inmediato significó la aplicación de mecanismos sectarios de “depuración”21 y de sometimiento dogmático a la Unión Soviética, que serían comunes y muy caros a los comunistas de todo el mundo.

No será sino hasta 1934, al iniciarse uno de los periodos más complejos y prometedores del México posrevolucionario, el cardenismo, cuando comienza a observarse un nuevo empuje de las luchas de los trabajadores de la ciudad y el campo. Es entonces cuando, junto a la proliferación de varios movimientos huelguísticos, se forman algunos importantes sindicatos, como el Sindicato Nacional de Mineros y Metalúrgicos. En ese ambiente, el PCM decide lanzar a su máximo dirigente, Hernán Laborde, como candidato a la presidencia frente a Lázaro Cárdenas que era el candidato del PNR y del cual había sido dirigente casi desde su constitución. Con ese acto sin repercusión electoral alguna, los comunistas iniciaban una compleja relación de oposición/colaboración con un gobierno que ante el empuje de la lucha obrera y campesina respondió en forma, por momentos, sorprendente y que realizó actos que marcaron profundamente a la sociedad mexicana.

La política seguida por Cárdenas de respeto a los movimientos huelguísticos, pronto se convirtió en una acción abierta de aliento a la organización sindical. En esa situación, los comunistas impulsaron la formación del proyecto unitario más importante que ha habido en México, la Central de Trabajadores de México (CTM), surgida en 1936, en cuyo programa aparecía el socialismo como objetivo y que en su lema proclamaba: “Por una sociedad sin clases”. Unos meses después de formada la CTM, la huelga de los trabajadores agrícolas de la región de La Laguna, en el centro del país, dirigida por los comunistas, provocó que Cárdenas iniciará la trascendente reforma agraria por la que decenas de miles de personas, la mayoría campesinos, habían perdido la vida en la revolución de 1910.

La creciente y radicalizada movilización de los trabajadores, que permitió al PCM acrecentar rápidamente su fuerza, provocó una fuerte disputa en el interior de la CTM que concluyó con la exclusión de los comunistas de la dirección de esta central, la cual quedó bajo el férreo control de un renovado grupo sindical plegado, desde entonces y por encima de todo, a los gobernantes en turno, con una política corruptora que causó, y causa hasta la fecha, los más grandes estragos a la lucha de los trabajadores.

En esas condiciones, tanto la organización sindical obrera como la de los campesinos, junto a los militares, fueron incorporadas por Cárdenas a la estructura del partido gobernante que, a iniciativa de él mismo se reformó y cambió su nombre, a fines de 1937, por el de Partido de la Revolución Mexicana (PRM)22.

De inmediato y ante una creciente explosión social, tan rica en acontecimientos23 y de tan contradictorios resultados, el PCM, que recientemente había roto con la dirección de la CTM, inicia un proceso errático, en el que en muchos sentidos pierde su postura independiente y desarrolla una política que lo llevaría a la pérdida de su influencia de masas y a una grave crisis interna.

Entre otras cosas, de su postura crítica ante Cárdenas y la confianza plena de que sólo con la movilización de los trabajadores de la ciudad y el campo se alcanzarían las reformas planteadas, el PCM pasa a estar dispuesto a incorporarse al partido estatal que comanda el presidente de la república, al tiempo que, pese a haber sido expulsados de la dirección sindical, llama a sus afiliados a la “unidad a toda costa”, con lo cual abandonaba su larga lucha contra la corriente que sometería a los obreros y los entregaría al control corporativo.

A partir de ese momento, el PCM se divide de nueva cuenta y entra en una grave crisis que perdurará durante los siguientes dos decenios. Con la expulsión de los principales dirigentes comunistas, acusados de “trotskistas” tal como gustaban hacer los estalinistas24, realizada en el VIII congreso extraordinario de marzo de 1940, ese partido quedó en manos de un grupo impregnado del más acérrimo dogmatismo, plegado por completo a la política de los comunistas soviéticos (quienes intervinieron directamente en dicho congreso a través de funcionarios de la IC). En esas condiciones, el PCM fue incapaz, durante los oscuros años que siguieron al cardenismo, de remontar su exclusión de las filas del sindicalismo obrero e impedir la desarticulación de las organizaciones independientes de los trabajadores de la ciudad y el campo, varias de las cuales se mantenían bajo su dirección o influencia.

La renovación del PCM

No sería sino hasta fines de los años cincuenta, con las revelaciones del XX congreso del PCUS que cimbraron al mundo comunista y con la reaparición de importantes movimientos obreros y magisteriales contra el control corporativo y las dirigencias gangsteriles de los sindicatos, cuando en el PCM surge una nueva generación de militantes que despliegan una importante lucha interna contra la vieja y anquilosada dirección de ese partido.

Con el nuevo grupo dirigente que emana de esa lucha interna, encabezado por Arnoldo Martínez Verdugo, el PCM, tras reunificar a las fuerzas comunistas25, comenzó lentamente una profunda trasformación que lo llevaría a la búsqueda de las rutas propias para su acción. Convencido de que tras las posiciones sectarias y dogmáticas que habían mantenido los comunistas, existía una profunda desvalorización de la lucha democrática, este partido inicia un largo análisis que le permitirá al cabo del tiempo no sólo incorporar el objetivo de alcanzar la democracia como elemento sustantivo para la transformación social del país, sino como propósito mismo de la lucha del momento y forma de la organización. A partir de ello, el PCM abandona muchos de los esquemas vanguardistas y sectarios del comunismo e inicia una nueva etapa que le permitirá incorporarse de renovada manera a los movimientos sociales que se producen a lo largo de los años sesenta en México.

Particular relevancia tuvo la participación decidida del PCM en la lucha estudiantil de 1968, en el curso de la cual dicho partido fue objeto directo de la represión gubernamental. Desde el 26 de julio mismo y durante los primeros siguientes días del movimiento, sus oficinas e imprenta fueron asaltadas y muchos de sus dirigentes cayeron presos, bajo la acusación de que el PCM había instigado el movimiento juvenil con el propósito de provocar un estallido revolucionario. Pese a todo, el PCM mantuvo una enérgica actividad respaldando las demandas de la lucha estudiantil, reconociendo las formas propias que el movimiento se dio y respetando al CNH, del cual formaron parte varios miembros destacados de la Juventud Comunista, como su legítima dirección.

Los difíciles años que siguieron a la represión del movimiento estudiantil representaron un reto para la postura independiente y democrática en que se empeñaba el PCM. Entre, por un lado, la reiterada acción represiva del gobierno (como lo mostró el 10 de junio de 1971 y el despliegue de la propia “guerra sucia”) y, por el otro, el discurso y los actos de un gobierno que apoyaba a Salvador Allende y recibía a los exiliados perseguidos por los militares del sur del continente, al tiempo que internamente, entre otras cosas, se enfrentaba con la nacionalización de importante cantidad de tierras del noreste a sectores de la burguesía agraria del país, los dirigentes comunistas eludieron tanto la tentación de la lucha violenta, a la que se sumaron algunos de sus militantes, como el “aperturismo”26 en el que cayó otra parte de la izquierda y un buen número de exponentes de la intelectualidad progresista.

La posición abierta que empieza a recorrer las filas del PCM permitió, entre otras cosas, que este partido, pese a no compartir la forma de lucha armada, fuese de los pocos partidos comunistas de América Latina que no condenó la actividad guerrillera que surge con el impacto de la revolución cubana y, posteriormente, con el ambiente represivo que se instaló en el país tras la masacre y la persecución a los líderes estudiantiles del 68. Esta actitud permitió que más tarde, cuando los grupos armados entraron en una reflexión crítica de sus propias actuaciones y métodos, no pocos de sus miembros se incorporaran o reingresan a las filas del PCM.

De igual forma, la nueva posición del PCM le permite en su último decenio de existencia volver a incorporar a sus filas a una parte importante de la intelectualidad de izquierda y a influir en otros sectores, tales como los obreros agrícolas y los indígenas, entre los cuales ese partido impulsó su organización propia e independiente.

Simultáneamente, a través de frentes electorales que unificaron a una parte de la izquierda, el PCM se planteó entonces reconquistar su reconocimiento legal, del cual carecía desde principios de los cuarenta y que no logrará sino hasta 1978, en que conformó la Coalición de Izquierda.

Los cambios en el PCM también se hicieron sentir en el plano internacional. Cuando se produjo la Revolución Cubana, el PCM expresó una clara postura de apoyo y simpatía pese a mantener importantes diferencias de enfoque respecto a cómo entender la realidad latinoamericana y, particularmente, sobre la idea que entonces impulsaron los dirigentes cubanos, y que tuvo gran eco en la izquierda del continente, de impulsar focos guerrilleros como el camino inaugurado para alcanzar la transformación revolucionaria de la región. Después, ante el cisma chino-soviético, ese partido mantuvo distancia frente a las iniciativas de ambos bandos y promovió con otros partidos latinoamericanos el acercamiento y la búsqueda de soluciones que evitaran la ruptura.

En 1968, el PCM siguió muy de cerca los acontecimientos de Checoslovaquia, frente a los cuales, primero, expresó su identificación con las reformas planteadas por Alexandr Dubcek y, después, condenó abiertamente la intervención de tropas del Pacto de Varsovia, que, en su opinión, tenía el propósito de detener la democratización del régimen. De igual forma, los comunistas mexicanos expresaron su rechazo a la intervención militar soviética en Afganistán. En sus últimos años, el PCM, en concordancia con una actitud cada vez más crítica de la situación del llamado socialismo real y con el propio proceso de acercamiento con diversas fuerzas de izquierda y progresistas del país, estableció relaciones con partidos socialdemócratas europeos lo mismo que con diversas izquierdas latinoamericanas, al tiempo que acrecentaba sus vínculos con los partidos eurocomunistas.

Con todas esas posiciones, que en el concierto comunista y, particularmente, en el de América Latina eran entonces por completo extravagantes, el PCM fue visto con grandes reservas por los comunistas soviéticos, los cuales llegaron, incluso, a promover —sin éxito— escisiones en las filas de ese partido y buscaron apoyarse en otras fuerzas más afines a su política.

Contribuciones de los comunistas

Dos fueron, desde mi perspectiva, las contribuciones más importantes que dio en su última etapa la corriente comunista en México. Por una parte, su concepción y postura democráticas que le permitieron dejar atrás muchos de los esquemas más negativos de dicha corriente y contribuir, de esa forma, a las transformaciones que el país ha vivido en los últimos decenios; y, por otra, su persistente lucha por la unidad de las izquierdas, a la cual dio un aporte sustancial.

En correspondencia con los anhelos de amplios sectores de la sociedad mexicana, sensibilizados por la acción de grandes movimientos (entre ellos, principalmente, el de los estudiantes) que habían puesto en el centro la transformación del régimen autoritario y la conquista de libertades democráticas y venciendo, no sin dificultades, las interpretaciones dogmáticas sobre la democracia que el comunismo del siglo XX mantuvo desde muy temprano y que se contraponían al pensamiento marxista en el que decían sustentar su acción, el PCM emprendió en la segunda mitad de los años setenta una concienzuda revisión que le permitió un amplio despliegue político. El inusitado proceso de elaboración colectiva del nuevo programa de los comunistas que precedió a su penúltimo congreso realizado en 1979, en el que participaron militantes políticos, intelectuales y actores de los nuevos movimientos que se dieron cita entonces (feministas, indígenas, jóvenes, homosexuales, etcétera), expresó el vasto y diverso espacio que abría en México la lucha por la democracia. La discusión franca y abierta, la crítica irrestricta como divisa, el abandono de la pretensión monolitista, llevaron pronto al cuestionamiento propio, a la recuperación crítica de una larga historia y a su superación.

Cuando el PCM propuso en 1980 la creación de un partido unitario no sólo tenía ya pleno reconocimiento legal y un grupo parlamentario que, aunque pequeño, lograba que sus acciones legislativas tuvieran importante repercusión en una sociedad que clamaba por cambios democráticos, sino que había alcanzado alianzas electorales con otros tres agrupamientos de izquierda y una creciente presencia en el ámbito político nacional.

Es importante destacar que la construcción de dos formaciones partidistas sucesivas (el Partido Socialista Unificado de México, PSUM, y el Partido Mexicano Socialista, PMS), hasta la creación en 1989 del actual Partido de la Revolución Democrática, proceso del que participó activamente la corriente comunista y a las cuales proporcionó su registro electoral, no tuvo para ésta la pretensión de crear un partido único de la izquierda, pues partió del reconocimiento del pluralismo democrático, tanto como programa para la sociedad mexicana como norma de acción y organización de la misma izquierda. Para lograr esto, el PCM había tenido que librar fuertes batallas tanto con el gobierno y el oportunismo, como con su propio sectarismo y el del resto de la izquierda radical del país.

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1 Pese al riesgo que implica la utilización de un término paradigmático entre los comunistas, quienes se autodesignaron la vanguardia de la clase obrera, con una serie de consecuencias que no desconozco, aquí lo utilizamos en su connotación precisa y puntual en contraposición a aquella definición genética que adquirió en el seno de esa corriente que describe elementos, algunos de los cuales señalaremos aquí, en los que el comunismo mexicano se adelantó o, dicho de otra forma, con los que el PCM anticipó procesos que apenas se vislumbraban.

2 Entendemos como hecho o momento constitutivo lo que el teórico boliviano René Zavaleta señala como causa originaria fundamental de los hechos sociales. Sobre ello en su trabajo sobre el Estado en América Latina escribe: “…lo que corresponde analizar es de dónde viene este modo de ser de las cosas: las razones originarias. Hay un momento en que las cosas comienzan a ser lo que son y es a eso que llamamos el momento constitutivo ancestral o arcano o sea su causa remota, lo que Marc Bloch llamó ‘la imagen de los orígenes’.” René Zavaleta, El Estado en América Latina, Ed. Los Amigos del Libro, Bolivia, 1990, p.180.

3 Un caso particularmente dramático fue la matanza del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, sobre el que se escucharon en el mundo muy pocas voces de condena.

4 Aproximadamente a mediados de octubre de 1919, llegó a México Mijaíl Borodín, revolucionario ruso que había estado exiliado en Estados Unidos y que, apenas repatriado, le fue encomendada la tarea de regresar al continente americano a tratar de establecer relaciones oficiales de la naciente república soviética y a impulsar la incorporación de los agrupamientos socialistas a la IC. Borodín, tras perder los recursos con los que realizaría su tarea (al parecer unas joyas de la zarina rusa) no llegó más que a México. Aquí contactó a algunos de los dirigentes del recién formado Partido Socialista de México, a los cuales sin dificultad convenció de cambiar el nombre por Partido Comunista de México y que los delegados nombrados asistieran al II Congreso de la Internacional Comunista. Aunque instaló un Buró Latinoamericano de la IC, éste no parece haber tenido realmente existencia práctica.

5 Al inicio de este periodo, destaca la huelga inquilinaria que junto a otros encabezaron los comunistas en Veracruz y la Ciudad de México de marzo a junio de 1922 y que luego se extendió a algunas otras ciudades del país. De las filas de esta lucha, saldrían poco después los organizadores de los agrupamientos campesinos que impulsaron los miembros del PCM. Cf. Paco Ignacio Taibo, Bolshevikis. Historia narrativa de los orígenes del comunismo en México (1919-1925), Joaquín Mortiz, México, 1986, pp. 153-197.

6 Martínez Verdugo señala que para 1925 el número de afiliados era de aproximadamente doscientos; en 1928, de 1500 y en 1929 de 3000. Este último número de miembros del partido, el cual en la situación mexicana era considerado ya de consideración, fue el resultado de la intensa actividad en diferentes frentes de los comunistas, entre ellos la lucha armada contra la sublevación reaccionaria de aquel año. Cf. Arnoldo Martínez Verdugo, Historia del comunismo en México, Grijalbo, México, 1983, p. 74.

7 En diciembre de 1923, frente a la candidatura de otro líder revolucionario del grupo de Obregón, De la Huerta, quien a la muerte de Carranza había asumido el interinato, logra organizar un complejo agrupamiento militar que se sublevó afectando a más de un tercio del país. Pese a que entre los sublevados se encontraban algunos de los líderes de las posiciones más avanzadas de la democracia revolucionaria, los comunistas decidieron oponerse al levantamiento delahuertista y participar en la lucha armada contra éste.

8 Cuando Obregón terminó su primer periodo en 1924, lo sucedió en la presidencia Plutarco Elías Calles, quien había sido uno de sus más cercanos colaboradores y su secretario de Gobernación. Al concluir su periodo, Calles pretendía impulsar a alguno de su equipo, pero Obregón lanzó su candidatura y ganó. Antes de tomar posesión del cargo, el 17 de julio de 1928, Obregón fue asesinado en un restaurante de la Ciudad de México. Gracias a ello, Calles logró imponer la candidatura de Portes Gil, con el que se inicia lo que se conoce como el maximato, ya que Calles era conocido entonces como Jefe Máximo de la Revolución.

9 Diego Rivera (1886-1957) vivió en Europa desde 1907 hasta 1921 y en París se asoció al movimiento cubista, trabando amistad con Derain, Klee, Picasso y otros. Tras una breve estancia en Moscú, donde decoró el teatro de las Fuerzas Armadas, regresó a México y se convirtió en uno de los dirigentes del movimiento artístico revolucionario conocido como muralismo. A su llegada a México, Rivera comienza a organizar lo que se denominaría Grupo Solidario del Movimiento Obrero y que un año después daría vida al Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores, en el que destacaron, además de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Xavier Guerrero, Fermín Revueltas, Jorge Juan Crespo de la Serna, Germán Cueto y otros artistas que habían ya ingresado al PCM, y con el que colaboró también el otro gran pintor mexicano, Clemente Orozco. Cf. Arnoldo Martínez Verdugo, o. c., p. 58.

10 Algunos de los fundadores del Partido Socialista habían mantenido el nombre en un pequeño agrupamiento que, poco después, se incorporó a las filas del PCM.

11 Entre los fundadores del nuevo partido se encontraban algunos destacados slackers, como se conoció en Estados Unidos a los evasores del servicio militar durante la Primera Guerra Mundial. Muchos de ellos cruzaron la frontera mexicana con el fin de evadir a la justicia en su país y guiados por el atractivo de un país en plena convulsión revolucionaria. “Mientras la mayoría de los slackers escribe Paco Ignacio Taibo hizo de México una tierra de destierro temporal, algunos de ellos, los más animosos, los más militantes, evadieron las primeras imágenes, los primeros miedos y se vincularon al movimiento mexicano.” Varios editaron en México diversas publicaciones que contribuyeron a la difusión del pensamiento socialista y de los acontecimientos que entonces ocurrían en Europa. Entre ellos, destacan el hindú Manabendra Nath Roy, los norteamericanos Richard Francis Phillips (conocido en su militancia comunista como Frank Seaman), quien editó la página en inglés del periódico El Heraldo, y Lynn A. E. Gale, editor de la revista Gale’s Magazine, quien pronto se separó del PCM para formar un efímero Partido Comunista de México, tratando de disputarle el reconocimiento de la IC. Además de ellos, el primer secretario general del PCM fue José Allen, también de origen norteamericano, y quien se prestó a ser informante de los servicios de seguridad de su país. Otro extranjero relevante en el PC fue el suizo Edgar Woog (de seudónimo Alfred Stirner), quien también se incorporó más tarde al aparato de la IC. Cf. Paco Ignacio Taibo, o. c., pp. 23-29.

12 Los dos delegados del recién formado PCM al II Congreso de la IC fueron, precisamente, M. N. Roy y R. F. Phillips y, en realidad, ninguno habló a nombre del partido que los había nombrado delegados, sino de sus respectivos países. Roy, incluso, ya no regresó nunca al país que por más de dos años le había dado asilo y se quedó en Moscú como importante funcionario del Komintern. Phillips regresó un año después, junto con el japonés Sen Katayama, en su calidad de funcionario de la IC, con el fin de establecer lo que se llamó Oficina Panamericana de la IC. Años después, en 1924, el norteamericano Bertram D. Wolfe, quien también será miembro de la dirección del PCM a cargo de su labor de prensa, asistió al V Congreso del Comintern representando a los comunistas mexicanos.

13 “Durante los tres años que transcurren escribe Arnoldo Martínez Verdugo desde su llegada a México hasta su asesinato, Mella desplegó una intensa actividad organizadora, teórica y política. Fue el alma de la solidaridad de los mexicanos hacia el pueblo de Cuba y el organizador de la ANERC (Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos); editó periódicos, intervino en numerosas asambleas y mítines; fue un activo impulsor de la Liga Antiimperialista de las Américas y de la solidaridad con Sandino; se integró plenamente en las filas del PCM y durante los meses de junio a septiembre de 1928, cuando el secretario general asistía a los debates del VI Congreso de la Comintern, actuó como secretario general interino. En calidad de tal viajó por distintos lugares del país atendiendo reuniones de comités locales, dirigió circulares con el seudónimo de Juan José Martínez y participó intensamente en la preparación de la asamblea de unificación obrera y campesina. Pero la parte más importante de la actividad de Mella en México fue su labor teórica y propagandística en las páginas de El Machete. A Mella le correspondió revelar en sus inicios el contenido de las concepciones del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del APRA, y dar fundamento al vínculo entre la lucha antiimperialista y el programa nacional de la clase obrera.

“En el momento de su muerte, Mella dirigía la formación de un grupo expedicionario que emprendería la lucha armada contra la dictadura de Machado…” esta fue la razón por la que el dictador envió a México agentes para asesinarlo. AMV, o. c., p. 105.

14 En marzo de 1929 se levantaron en armas varios generales encabezados por Gonzalo Escobar, que lograron agrupar a casi 30 mil militares y controlar cerca de una decena de estados del país. “Esta nueva asonada militar escribe Martínez Verdugo no era un hecho aislado, sino la apertura de un nuevo frente de lucha contra el gobierno. Si tomamos en cuenta que durante estos días se mantenía en actividad la guerra cristera y que poco después estallaría la huelga estudiantil por la autonomía de la universidad, la rebelión de los 44 generales llevaba la crisis política a una agudeza jamás vista desde el asesinato de Venustiano Carranza.” AMV, o. c., p. 99.

15 AMV, o. c., pp. 102-103.

16 “La revolución francesa escribe R. Flores Magón en su escrito Vamos hacia la vida conquistó el derecho de pensar, pero no conquistó el derecho a vivir, y a tomar este derecho se disponen los hombres conscientes de todos los países y de todas las razas. Todos tenemos derecho de vivir, dicen los pensadores, y esta doctrina humana ha llegado al corazón de la gleba como un rocío bienhechor. Vivir, para el hombre, no significa vegetar. Vivir significa ser libre y ser feliz. Tenemos, pues, todos derecho a la libertad y a la felicidad. La desigualdad social murió en teoría al morir la metafísica por la rebeldía del pensamiento. Es necesario que muera en la práctica. A este fin encaminan sus esfuerzos todos los hombres libres de la tierra. He aquí por qué los revolucionarios no vamos en pos de una quimera. No luchamos por abstracciones, sino por materialidades. Queremos tierra para todos, para todos pan. Ya que forzosamente ha de correr sangre, que las conquistas que se obtengan beneficien a todos y no a determinada casta social.”

17 Luis N. Morones fue el dirigente de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) que agrupó a la corriente moderada y posibilista;del sindicalismo mexicano, la cual extrajo de las experiencias de participación de los obreros en el proceso armado la idea de que los agrupamientos de los trabajadores tenían que servir de apoyo a los gobiernos “revolucionarios” (que es como comenzó a denominarse a la nueva burocracia estatal), como manera de obtener beneficios para los trabajadores. Pronto el moronismo aprendió del sindicalismo norteamericano las prácticas gansteriles y corruptoras que se enfilaron de manera violenta contra los anarquistas y los comunistas.

18 En 1920, ante las tesis de la IC sobre la participación parlamentaria, el entonces secretario general del PCM escribió un artículo en el que decía: “No creemos útil utilizar en este país el arma parlamentaria, porque estamos convencidos de que nada podemos hacer con esa arma (…) ¿Para qué nos serviría entrar en instituciones del Estado, si diez años nos han mostrado la facilidad con la que se derrumban esas instituciones…? Las revueltas por adueñarse del poder político y económico cuando triunfan se lo deben a las masas usando armas extraparlamentarias.” Citado en Paco Ignacio Taibo, o. c., p. 73.

19 Aunque ninguno fue electo como miembro del Partido Comunista, Luis G. Monzón, Úrsulo Galván, Francisco I. Moreno, Gregorio Turrubiates y Roberto Calvo Ramírez se incorporaron a ese partido siendo diputados.

20 El movimiento cristero, que debe su nombre a su lema de “Viva Cristo Rey”, fue una sublevación político-religiosa que se inició en 1926 en contra de las medidas anticlericales del entonces presidente Elías Calles. Aunque el siguiente presidente, Portes Gil, logra llegar a acuerdos con la jerarquía eclesial, otorgándole ciertas concesiones, el movimiento se mantendrá hasta 1936.

21 Como parte de la línea sectaria entonces dominante y después de la expulsión del PCM, entre otros, del principal dirigente de la Liga Nacional Campesina, Úrsulo Galván, quien desertó de la lucha anticallista y del pintor Diego Rivera por negarse a suspender sus obras pictóricas en edificios oficiales, el PCM desató una serie de expulsiones con el fin, decían, de “depurar al partido de los oportunistas de derecha”.

22 El Partido de la Revolución Mexicana adoptaría en 1947 el nombre de Partido Revolucionario Institucional, PRI. Es interesante observar que los sucesivos nombres que adoptó ese partido -PNR-PRM-PRI-reflejan, entre otras cosas, la sucesiva apropiación estatal del hecho revolucionario de 1910.

23 Además de la reforma agraria, que abrió paso a la propiedad campesina colectiva, y de la reforma educativa, que proclamó su carácter socialista, en 1938 se realizó la expropiación de las compañías petroleras, entonces en manos del capital norteamericano, lo mismo que los ferrocarriles.

24 Hay que recordar que desde mediados de los años veinte, tras la muerte de Lenin, se produjo la división en el seno del grupo dirigente del partido bolchevique. Stalin, entonces secretario general de los comunistas rusos, tras expulsar a Trotsky del país, inició un largo proceso de exterminio criminal de todos sus contrincantes políticos, acusándolos de ser “trotskistas”. Precisamente en 1940, la mano criminal de Stalin llegó hasta México para asesinar, a través de sus agentes secretos de la NKVD, al viejo bolchevique. Trotsky había sido acogido en su exilio por el gobierno de Cárdenas, ante lo cual el PCM alzó furiosas protestas. Sin embargo, de acuerdo con el testimonio de Valentín Campa, uno de sus entonces dirigentes más destacados, la dirección del PCM se negó a participar en el asesinato, razón por la que él y H. Laborde, entonces secretario general, fueron expulsados acusados de “trotskistas”.

25 Tras las expulsiones de los principales dirigentes del PCM, éstos formaron el Partido Obrero y Campesino de México (POCM), al que se fueron sumando otras corrientes expulsadas del PCM. A principios de los años sesenta, algunos de los principales dirigentes de ese partido reingresaron a las filas del PCM.

26 El entonces presidente Luis Echeverría usó el lema de “apertura democrática” para distinguirse de su antecesor, Díaz Ordaz, por lo que se conoció como “aperturistas” a quienes se sumaron al apoyo al nuevo gobernante.

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