El fin de la URSS:días que cambiaron al mundo

EL FIN DE LA URSS: DIAS QUE CAMBIARON AL MUNDO

(I)

Jorge Gómez Barata

En fechas en que casi todas las personas encontraban motivos para celebrar, 16 años atrás, en 1991 implotó la Unión Soviética. De un día para otro desapareció una de las dos superpotencias mundiales, el mayor estado y la segunda potencia economía del mundo, culminando el mayor ajuste territorial y geopolítico de la modernidad.

Aunque Estados Unidos proclamó su victoria en la Guerra Fría, su accionar anticomunista respaldado por todo occidente y apoyado por papas, rabinos y ayatolas, no hubieran sido suficientes para frustrar 70 años de esfuerzos para edificar una alternativa socialista.

La andadura que condujo a la debacle comenzó a gestarse en los orígenes mismos, cuando en medio de las urgencias de la lucha, en aras de tareas tácticas y soluciones coyunturales, se introdujeron deformaciones que, a la larga, comprometieron a la revolución. El hecho de que tales pasos se dieran por líderes legítimos, que actuaron de buena fe, es una explicación no una excusa.

Aunque develar las causas de aquella catástrofe es una asignatura pendiente, se puede adelantar que aun cuando se trató de un dilatado proceso histórico en el que convergieron multitud de causales internas y externas, la estocada decisiva vino desde dentro, paradójicamente, de quienes con mayor celo decían defenderla: sus líderes, el partido y su “aparato”.

Aunque difícilmente un hecho de semejante magnitud pueda ser individualizado, los nombres de Iósiv Stalin, Mijail Gorbachov y Boris Yeltsin sobresalen. Ninguno puede evadir sus responsabilidades históricas ni esperar aplauso. Cada uno en su momento, traicionaron a quienes le confiaron su destino y el del país y, aquellos que los usaron, hace mucho tiempo olvidaron sus favores.

Sobre la matriz del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, fundado en 1883 por Georgi Plejanov para la lucha política legal, Lenin creó el Partido Bolchevique que, desde la clandestinidad, el exilio y el destierro, preparó y encabezó la Revolución, condujo la lucha contra la contrarrevolución y la intervención extranjera y avanzó el primer tramo en la construcción del socialismo en la URSS.

Para cumplir la función de estado mayor de la revolución y sobrevivir a la represión zarista, el partido prescindió de elementos esenciales en la vida interna de una entidad política, entre ellos a la democracia, la crítica y el debate, prácticas imprescindibles, a las que renunciaron para, a propuesta de Lenin, adoptar el “centralismo democrático”. Aunque aquella doctrina organizativa aportó ventajas tácticas y evitó que el partido se convirtiera en un “club de discusión”, sembró semillas de burocratismo y autoritarismo.

No obstante, bajo la conducción de Lenin, la democracia y la dirección colectiva no fueron completamente anuladas, entre otras cosas por su estilo de gobernar, basado en la utilización de las palancas del Estado y del gobierno; reservando al partido como entidad política.

Durante su intensa ejecutoria, en el partido, Lenin prescindió de cargos y jerarquías, excepto en lo referido a los órganos de dirección colegiada, cuyos acuerdos respetaba escrupulosamente, incluso cuando las decisiones le eran adversas y naturalmente, la autoridad derivada del reconocimiento de los meritos y experiencias que sustanciaron su propio liderazgo.

El triunfo de la revolución y la guerra civil dieron lugar al explosivo crecimiento del partido, que pasó de unos 25 000 militantes en 1917 a varios millones unos años después, circunstancia que unida a las responsabilidades que implicaban la edificación y conducción del nuevo sistema político, aconsejaron la creación de un aparato integrado por funcionarios profesionales, inicialmente agrupados en el Departamento de Organización, que junto a un secretariado se encargaría de los asuntos del partido.

En aquella coyuntura y asociado al fin de la Guerra Civil y a los ajustes organizativos, algunos miembros de la dirección partidista encabezados por Trotski, insistieron en que había llegado el momento en que el centralismo instalado por necesidades prácticas, cediera en beneficio de una mayor democracia al interior del partido, el gobierno, los soviets e incluso en la sociedad.

Con la muerte de Lenin en 1922, todos los intentos renovadores se paralizaron, planteándose el problema de la sucesión que dividió y enfrentó a la vieja guardia bolchevique, obligada a tomar parte en la feroz lucha desatada entre Trotski y Stalin.

Usando el poder acumulado en el proceso de la construcción del aparato partidista, encargado entre otras cosas de colocar los cuadros en los diferentes cargos, Stalin prevaleció, no sólo sobre Trotski, sino sobre el partido, los soviets, la sociedad e incluso el propio Lenin cuyo testamento ignoró. En aquella confrontación, la primera baja fue la esperanza de una democratización del partido y de una apertura en la sociedad. Tardarían muchos años para que se presentara otra oportunidad.

Desde su retiro, virtualmente en su lecho de muerte, obsesionado por lo que percibía como un crecimiento desmesurado de la burocracia estatal y partidista, en un postrer esfuerzo por salvar la obra a la que había dedicado toda su vida, Lenin encontró fuerzas para clamar por la integración de un mayor número de obreros al Comité Central, tramitar la creación de un órgano de control obrero y campesino que fiscalizara al poder y redactar un testamento. No fue escuchado.

Con la aparición del Stalinismo comenzó la cuenta regresiva del modelo socialista soviético. Luego les cuento

Dejar una respuesta