El socialismo del Siglo 21,
Nueva teorización de viejas ideas antimarxistas
Por: Alejandro Ríos
Introducción
Poco más de una década duró la ofensiva que intentó convencer a los trabajadores y al mundo que la época del socialismo llegó a su fin. En medio de la debacle política a la que el revisionismo llevó a los países de Europa Oriental, Francis Fukuyama pretendiendo contrariar las leyes del desarrollo histórico de la humanidad, habló de la eternidad de la sociedad burguesa al manifestar que se había llegado al fin de la historia. Hace poco, forzado por las circunstancias que vive el planeta, Fukuyama tuvo que reconocer su equivocación.
No hubo ingenuidad en su error, el planteamiento formaba parte del arsenal ideológico utilizado por el imperialismo estadounidense para combatir a las fuerzas revolucionarias e imponer su dominio mundial. Aquel se convirtió en el sustento ideológico—político de las fuerzas anticomunistas en su lucha en contra de la revolución mundial, cuyo efecto se sintió en el movimiento popular y revolucionario, en algunos intelectuales progresistas y de izquierda que se convencieron de aquello y engrosaron las filas de la reacción o, en el mejor de los casos, en medio del desencanto buscaron la forma de “armar” propuestas que hagan del capitalismo un sistema menos salvaje, en evidente demostración de su estado de derrota.
La afectación al movimiento obrero internacional fue grande. Los partidos revisionistas, que en algunos países y regiones poseían una significativa influencia en el movimiento de masas, organizaciones pequeño burguesas de izquierda y aún partidos marxista leninistas que se encontraban debilitados ideológica y políticamente, y otras fuerzas actuantes en el movimiento revolucionario y democrático a escala mundial sucumbieron ante la embestida. El desconcierto ganó terreno y pocos fueron los partidos y organizaciones que entendieron la transitoriedad del proceso político que vivía la humanidad. Nuestro Partido fue uno de ellos, nunca bajó las banderas de la revolución y el socialismo, no obstante ser blanco del ataque de la burguesía, de organizaciones y gente que se decían de “izquierda” —una izquierda light, moderada y “moderna”— que acusaban al PCMLE de “tradicionalista”, “conservador”, “cavernario”…
En esas circunstancias, el escenario político internacional se dibujaba bajo el dominio absoluto de las fuerzas de derecha y con la pérdida de la iniciativa política del movimiento obrero. Sin embargo, el mismo capitalismo se encargó de desmentir las falacias de la burguesía, sus contradicciones intrínsecas hicieron que la idolatría al sistema se desgrane. Una vez más los hechos dieron la razón a las fuerzas revolucionarias; el supuesto boyante capitalismo, que crecía y lograba abrazar todos los confines del planeta, no pudo ocultar su crisis y menos aún los nefastos efectos sociales escondidos tras las cifras macro económicas. Bajo el ejercicio del “modelo neoliberal” la pobreza y la riqueza se polarizaron aún más en todo el planeta, no solo entre los países imperialistas y dependientes, sino también al interior de los primeros. Tres mil millones de personas en el mundo que viven en la pobreza, de las que mil millones sufren hambre, mientras en los países capitalistas desarrollados los alimentos se encuentran embodegados o el subsidio que los Estados europeos otorgan a la paralización de los campos fértiles, son pocas demostraciones de la insalvable inequidad que alimenta el sistema.
El enseñoramiento del capital produjo lo inevitable: el descontento y la protesta de los trabajadores, de la juventud y de los pueblos en general. Los años en que el movimiento obrero bajó ostensiblemente su lucha de resistencia quedaron atrás (la época del reflujo) y desde hace algo más de un lustro es evidente la reanimación del movimiento de masas a nivel internacional, con las lógicas diferencias en uno y otro país, en una y otra región. En algunos sitios la reanimación fue anterior y ahora está presente en todo lado.
De esta manera, la prédica de la lozanía del capitalismo, de la imposibilidad de superarlo —y menos aún por medios revolucionarios— ha ido perdiendo piso, ha sido derrotada por los combates de la clase obrera y los pueblos. Particularmente en América Latina la lucha en contra de los programas de ajuste neoliberal y sus negativas secuelas económicas y sociales ha permitido desarrollar la conciencia de las masas, afirmar el anhelo de cambio y la certeza de que éste es posible alcanzarlo. Al calor del combate, en varios países las fuerzas neoliberales han sido arrinconadas, produciéndose en la actualidad un cambio en la correlación de las fuerzas sociales y políticas.
Expresión de ello es el desarrollo de las fuerzas y movimientos políticos que levantan planteamientos progresistas y de izquierda que, inclusive en algunos países, han obtenido importantes victorias electorales enarbolando las banderas del antineoliberalismo, y alimentan la esperanza de los pueblos de derrotar políticamente a sus enemigos de clase.
En este contexto las ideas de izquierda han ganado terreno, por lo que hablar de socialismo ya no resulta extraño, inclusive hay jefes de Estado que dicen asumirlo como su objetivo. Mas, se promueve con fuerza un planteamiento calificado como socialismo del siglo XXI —que hace todos los esfuerzos por mostrarse distinto al socialismo marxista leninista—, que sería “más democrático y humano” que el conocido por la historia, recordándonos algunas teorizaciones formuladas en el pasado por viejos revisionistas.
Socialismo sin pensamiento socialista
El 15 de diciembre de 2006, el presidente venezolano Hugo Chávez pronunció un discurso en el Teatro Teresa Carreño de Caracas, calificado como trascendente; las versiones que sobre él circularon en internet lo titularon como Lineamientos para la construcción del socialismo del siglo XXI, y, de hecho, contiene aspectos que marcan puntos nuevos en la política del gobierno venezolano.
En él, Chávez habla de trabajar por una nueva era, a la que relaciona tres grandes elementos: el tema del socialismo, la formación del partido único y la reforma constitucional. Pero cuando aborda el punto del socialismo empieza por reconocer que carece de un material escrito que defina cómo avanzar hacia la construcción del mismo.
Esto no resulta extraño, puesto que lo “teóricos” y/o los más connotados propugnadores del “socialismo del siglo XXI” siempre han manifestado que está por “inventárselo”.
La base teórica y política de ese socialismo estaría en el pensamiento de varios patriotas latinoamericanos que encabezaron las luchas independentistas y en el de algunos revolucionarios de nuestros días. Los primeros, en su gran mayoría, son personajes liberal burgueses, de los que resulta imposible extraer una doctrina socialista, ya sea porque no la profesaron o porque algunos de ellos históricamente no pudieron concebirla. Buscar en el pensamiento liberal y republicano de inicios del siglo XIX la base ideológica de este “nuevo socialismo” no solo es un absurdo, sobretodo oculta la intención de negar la validez y vigencia universal del marxismo leninismo, como doctrina científica revolucionaria de la clase obrera para la lucha por su emancipación social y la construcción del socialismo. De esa manera se hace el coro a la campaña burguesa que, desde hace muchos años, ha querido enterrar al marxismo leninismo, justamente por el riesgo que para la dominación burguesa significa.
Heinz Dieterich, posiblemente uno de los pocos que reivindica tener una formulación respecto del “socialismo del siglo XXI”, en su texto del mismo nombre afirma que aquel tiene tres componentes: “la democracia participativa, la economía democráticamente planificada de equivalencias, el Estado no clasista y, como consecuencia, el ciudadano racional —ético—estético” . Sobre estos elementos daremos nuestra opinión en el presente artículo, salvo el tema de la economía de equivalencias que lo haremos en un posterior material.
El tema de la “democracia participativa” es ubicado en un nivel principal, al punto que Dieterich habla de aquella como sinónimo de socialismo del siglo XXI . Por su parte Haiman El Trudi (asesor presidencial del gobierno venezolano), en el libro El salto adelante, al puntualizar algunas características del socialismo que se estaría construyendo en ese país, empieza por aclarar que aquel en nada se parece al capitalismo de Estado ni menos a las lógicas totalitarias que en otras latitudes se reprodujeron en otros tiempos, para luego remarcar que no transgrede las libertades y derechos humanos y que enfoca en el bien común toda su atención. El Trudi no solo busca mostrarse alejado de las tesis marxista leninistas, sino que mantiene coincidencia con la “crítica” burguesa al socialismo revolucionario, que más que crítica es una furibunda campaña de calumnias.
La burguesía internacional ha utilizado como caballo de batalla la burda mentira de que socialismo es sinónimo de represión, de violación de derechos humanos, de falta de libertades públicas y políticas, y ahora El Trudi, Dieterich y otros se hacen eco de aquello. El socialismo realmente existente —dice Dieterich— redujo considerablemente la explotación económica, mas no la dominación (verticalidad) sociopolítica ni la alienación, lo que disminuyó enormemente su atractivo democrático para las sociedades avanzadas. Inclusive señala, más adelante, que ni siquiera se habría desarrollado “la democracia formal y participativa” en aquellas experiencias conocidas por la humanidad.
Desde el primer intento fallido del proletariado por tomar el poder (París, 1872), y luego en las revoluciones triunfantes en Rusia, China, Albania y otros países, junto a la adopción de medidas económicas para acabar con el poder de la burguesía y de los terratenientes y crear los gérmenes de la nueva sociedad, se aplicaron medidas orientadas a garantizar la participación democrática de la clase obrera y demás clases trabajadoras en la definición de las políticas estatales, en la formulación de los planes económicos y políticos, en la aplicación de medidas de control, etc.
Carlos Marx sostiene que, al tomar el proletariado el poder, el Estado burgués será sustituido por una estructura comunal, basada en la “auto—administración de los productores”, dejando en claro el criterio de participación democrática de las masas en la definición de sus destinos. Previo al triunfo de la revolución de noviembre de 1917 en Rusia, surgieron los soviets de obreros, campesinos y soldados que fueron los cimientos sobre los que se levantó el gran Estado socialista y cumplieron el papel de motor para el desarrollo de las tareas revolucionarias. Fueron formas organizativas de las masas, verdaderos parlamentos populares en los que se discutía toda la política estatal, las políticas locales y particulares. En otros países de Democracia Popular se crearon los consejos populares, los comités revolucionarios, etc. con similares funciones que los soviets en muchos casos, pero siempre con el propósito de incorporar a los trabajadores y al pueblo al ejercicio directo del poder, creando una forma nueva de participación democrática, la democracia proletaria, cualitativamente diferente y superior a la democracia representativa o participativa del capitalismo.
La primera Constitución soviética, aprobada tras el triunfo de la revolución, dio un gran salto en el reconocimiento de los derechos políticos de las mujeres y de la juventud, que en los países capitalistas eran negados; aquella fue pionera en el reconocimiento de derechos económicos, sociales y culturales de segunda generación, se avanzó en el reconocimiento de los derechos de comunidades y de grupos nacionales como derechos colectivos.
La participación democrática de la clase obrera y de las clases trabajadoras en el ejercicio del poder hizo que en la ex Unión Soviética y en los países de Democracia Popular las masas se movilicen entusiastamente por la defensa del nuevo sistema que habían conquistado.
De todas maneras, resulta necesario advertir la diferencia existente entre el período inicial de la construcción del socialismo en la URSS y en otros países de Europa Oriental, de la época en la que los revisionistas jrushovistas asaltaron el poder (a mediados de los años 50 del siglo pasado) y abrieron las puertas a la restauración capitalista, lo que en el plano político produjo la restricción de los derechos democráticos, la adopción de mecanismos burocráticos y autoritarios en el ejercicio del poder, la represión a las masas, todo ello a nombre de un supuesto socialismo que en los hechos ya no existía.
El marxismo reivindica la instauración del Estado de dictadura del proletariado, como instrumento obligatorio de la clase obrera para la construcción del socialismo, para prevenir e impedir las acciones restauracionistas que llevará adelante la burguesía nativa e internacional. Dicha forma estatal genera pavor entre los explotadores que en lo más refinado de su crítica condenan al “verticalismo sociopolítico”. La dictadura del proletariado es un régimen de plena democracia para las masas y control y represión a las antiguas clases explotadoras; ésta se levanta en los principios del centralismo democrático, al que “Engels no concibe en modo alguno (…) en el sentido burocrático con que emplean este concepto los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses, incluyendo entre éstos a los anarquistas. Para Engels, el centralismo no excluye, ni mucho menos, esa amplia autonomía local que, teniendo en cuenta que las ‘Comunas’ y las regiones defienden voluntariamente la unidad del Estado, elimina en absoluto todo burocratismo y todo ‘mando’ desde arriba”.
Sin afectar la propiedad privada, no hay socialismo
Si lo anterior ya resulta una tergiversación peligrosa, Dieterich no tiene reparos en ir más allá cuando en otro texto de su autoría invoca a superar “el dogmatismo del discurso de los años treinta que confunde el problema del socialismo con el problema de la forma de la propiedad…” (subrayado nuestro). De ello se desprende dos elementos: a) que el socialismo sería resultado de la adopción de medidas de carácter super estructurales y no de medidas aplicadas en la base de la sociedad: la estructura económica; y, b) como consecuencia de aquello, que el socialismo es posible construirlo en el marco del capitalismo.
¿Cómo puede entenderse un sistema que supere y se diferencie cualitativamente del capitalismo sin cambiar su esencia, la forma cómo se organiza la producción determinada por la forma de propiedad de los medios de producción? ¿Puede concebirse un socialismo que respete la propiedad de la burguesía, y por ende los instrumentos en los que se apoya para la acumulación de sus riquezas vía explotación a la clase obrera?
El socialismo del señor Dieterich, en los hechos, defiende la permanencia de la burguesía —y con ella el capital privado local e internacional, aunque manifieste lo contrario—, no en vano propugna la instauración de un “estado no—clasista”, que nos recuerda la vieja tesis del gobierno de todo el pueblo, con el que los revisionistas soviéticos llevaron a la reinstauración del capitalismo en la ex URSS. Inspirado en ese pensamiento, Hugo Chávez sostiene que propugna un socialismo “que se basa en la solidaridad, en la fraternidad, en el amor, en la libertad y en la igualdad” , caracterización bastante vaga, que no hace diferencia de los preceptos levantados en la revolución francesa de 1789: liberté, egalité, et fraternité. Sí ha sido preciso, en cambio, en señalar que busca “un socialismo que no excluya a la empresa privada” .
No es posible construir el socialismo si se mantiene el fundamento económico del capitalismo: la propiedad privada sobre los medios de producción. El socialismo es tal únicamente a condición de establecer la propiedad social sobre los medios de producción, expresada en la propiedad socialista estatal y la propiedad socialista cooperativa. Esa forma de organización de la economía requiere de un Estado cualitativamente diferente al actual.
No puede haber construcción del socialismo si la propiedad privada sobre los medios de producción no es sustituida por la propiedad social y si no se suprime toda forma de explotación del hombre por el hombre. Pero hay que advertir que —a diferencia de formaciones económicas pre capitalistas, en las que el nuevo tipo de economía va madurando en las entrañas del modo de producción anterior—, la economía socialista no puede surgir en las entrañas de la sociedad burguesa, por lo que la vía revolucionaria es la única que conduce al socialismo, y esa vía es la de expropiar a los expropiadores, como señalaba Carlos Marx.
Al establecerse otras formas de propiedad, las relaciones de producción se diferenciarán radicalmente —en su esencia— de las relaciones de producción del capitalismo. Éstas se expresarán por el dominio de la propiedad social sobre los medios de producción; por la emancipación de los trabajadores de toda explotación y el establecimiento de relaciones de colaboración fraternal y mutua ayuda socialista; y, por la distribución de los productos con arreglo a los intereses de los mismos trabajadores en consonancia con el principio de “a cada cual según su trabajo”.
Hemos remarcado todo esto para mostrar la distancia existente entre el marxismo y socialdemocratismo presentado por Dieterich y compañía. Según éste, “la vía para salir del subdesarrollo es la política desarrollista… (que) se mantiene dentro de la economía de mercado y en el marco de la superestructura del Estado burgués” , lo que encierra un elemento político sumamente peligroso, porque eso significaría que la clase obrera y los pueblos deben abandonar la lucha por la conquista del poder y hacer suyas la exigencia de retornar al Estado de bienestar, impulsado seis décadas atrás por la burguesía como mecanismo de acumulación y desarrollo capitalistas para enfrentar la crisis que en ese momento carcomía al sistema y como medida política para hacer frente a un floreciente socialismo que atraía la atención de las masas.
Esa conducta política a su vez demandaría el apoyo de las clases trabajadoras a las burguesías criollas en la ejecución de su programa, hasta alcanzar el desarrollo que permita avanzar al socialismo, sobre la base de una alianza estratégica republicana entre los pueblos y los gobiernos . Según Dieterich solo países como Estados Unidos, China o Japón estarían en condiciones de avanzar hacia el socialismo, el resto deberíamos conformarnos con tener un Estado benefactor y una burguesía que lo maneje rumbo al desarrollo.
En agosto de 2006, Yásser Gómez (de la Revista Mariátegui de Perú) entrevistó a Dieterich respecto de la salida frente al neoliberalismo, y esta fue la respuesta: “La salida estratégica al neoliberalismo es, por supuesto, el socialismo, es decir una civilización post capitalista, pero en estos momentos tu no tienes condiciones para hacer el socialismo, porque en primer lugar no tienes el proyecto histórico del nuevo socialismo divulgado masivamente, … si no tienes la teoría divulgada entre la gente, si no tienes movimientos de masas ni vanguardias para implementarla, será una quimera hablar del socialismo como una alternativa al capitalismo neoliberal. La alternativa inmediata es el keynesianismo, el capitalismo desarrollista de Estado. (el subrayado es nuestro) …se tienen que combinar los dos elementos, porque los campesinos, los desempleados quieren una respuesta inmediata y no puede ser el socialismo la respuesta inmediata. Se tienen que vincular los dos proyectos históricos: el keynesianismo y el Socialismo del Siglo XXI”. Los comentarios sobran, pues, no se trata de un lapsus, porque en la misma entrevista afirma que tanto Bolivia como Venezuela van camino de ese keynesianismo.
Pero esto último no es lo que más llama la atención. El inefable Dieterich (inefable por inexplicable, y no por extraordinario), en otra entrevista, esta vez con Cristina Marcano, publicada en www.aporrea.org, a la pregunta de si existen condiciones para implementar en Venezuela el socialismo del siglo XXI respondió de la siguiente manera: “Sí, ahora sí las hay. Menciono solo algunas. Dos tercios de la población votaron por el Presidente con pleno conocimiento de su bandera del Socialismo del Siglo XXI (sic). Esto es un mandato sustancioso de los ciudadanos. El avance del sistema educativo, económico y de la conciencia del pueblo han sido notables. La integración latinoamericana y la destrucción de la Doctrina Monroe parecen ya imparables. Las Fuerzas Armadas ahora son confiables y tres sectores claves de la economía nacional están en manos del gobierno: el Estado, PdVSA—CVG, y más de cien mil cooperativas”. Hacemos notar que esta respuesta la dio apenas cinco meses después de la brindada a Yasser Gómez y en los días en que Chávez reconocía que carece de material escrito que marque el sendero por el que debía caminarse al socialismo, como señalamos en los primeros párrafos de este material. Podría ocurrir que las cosas hayan madurado tan rápidamente, o también que respondió así para alagar a los lectores de Aporrea, medio electrónico venezolano.
La vía al socialismo es la economía mixta (¿?)
Insistamos un poco más para conocer a este pensador que tiene mareados a unos cuantos intelectuales que perdieron el rumbo cuando el muro de Berlín se desplomó, como si lo hubiera hecho sobre sus cabezas.
Aporrea.org publica con fecha 10 de febrero de este año una entrevista de José Luis Carrillo. El título de esa nota es decidor: “Economía mixta es la vía al socialismo del siglo XXI”, y sintetiza la esencia de la entrevista. Según Carrillo, Dieterich está convencido de que estatizar la propiedad privada no lleva al socialismo, porque “si la propiedad del Estado fuese socialismo, ya con (el rey) Carlos V tendríamos socialismo en América Latina, porque cuando llega la Corona Española a América, toda la propiedad de la tierra, el subsuelo y lo que está arriba es patrimonio del rey, pero eso era feudalismo, no socialismo. La única vía posible es una economía mixta, que tendría tres sujetos, el Estado, la empresa privada y la propiedad social, como cooperativa” sostiene Dieterich.
¿Ingenuidad argumentativa o mala intención? Por supuesto que no hay ingenuidad en el argumento, sino una forma burda de atacar a uno de los pilares fundamentales del socialismo: la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción y la estatización de los mismos.
La propiedad estatal por sí no es sinónimo de socialismo, y efectivamente esta existió en el feudalismo y existe en el capitalismo; pero “olvida” señalar quiénes, qué clases sociales se encuentran al frente del Estado en esas sociedades. En una sociedad en la que los trabajadores se encuentran en el poder, la propiedad estatal no tiene similitud con la existente en el marco del capitalismo, de la que la burguesía y el capital financiero son beneficiarios.
Volvamos a las últimas líneas del texto citado anteriormente y encontraremos que Dieterich es partidario de “una economía mixta con tres sujetos, el Estado, la empresa privada y la propiedad social…” como la vía para ir al socialismo, ubicándolo, en los hechos, como defensor de la propiedad privada.
En ese “socialismo” el papel de la empresa privada estaría condicionado, ni más ni menos, que por la eficiencia, por “la capacidad de administración. Si un ente administra adecuadamente un bien —sostiene Dieterich— no tienes realmente motivo para quitarle la propiedad o posesión, si abusa es otro asunto. Yo asumiría una visión funcional”. Vaya socialismo este, en el que los explotadores, los responsables de las miserables condiciones de vida de los trabajadores y los pueblos se convierten en redentores, gracias a su capacidad de gestión administrativa, olvidando las infranqueables barreras de clase que ubican en posiciones contrapuestas a la clase obrera y clases trabajadoras, por un lado, y la burguesía y el imperialismo, en otro.
El keynesianismo propugnado por los defensores del SS21 buscaría crear las condiciones materiales para el desarrollo del socialismo, y por ello es que —como señalamos líneas arriba— solo las potencias imperialistas tendrían posibilidades de llegar a aquel. Como el mismo Dieterich señala, el desarrollismo invocado se desenvuelve en el marco del mercado capitalista y la institucionalidad burguesa; pero el desarrollo capitalista per se no conduce al socialismo. Lo que genera el capitalismo son algunas condiciones económicas y sociales, gracias al desarrollo que se opera en las fuerzas productivas, a la socialización cada vez mayor del trabajo y la concentración de la producción, pero eso no basta para construir el socialismo si no se produce la expropiación de los medios de producción de la burguesía y se los transfiere a la propiedad colectiva tras la toma del poder por parte de la clase obrera. Esto equivale a decir que, la transición del capitalismo al socialismo solo es posible tras la toma del poder por parte de la clase obrera y en el marco del régimen de dictadura del proletariado.
El socialismo y el período de transición del capitalismo al socialismo tienen diferencias cualitativas. Hasta lograr la afirmación de la propiedad social y la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción, habrá de tomarse medias encaminadas a reconstituir las fuerzas productivas de la sociedad. Aquello “evocaba Lenin cuando declaraba en el Congreso de la Internacional Comunista en 1921, que ‘la base material del socialismo no puede ser otra que la gran industria mecanizada capaz de reorganizar también la agricultura” . Para aquella época eso representaba lo más desarrollado de los instrumentos de producción, ahora deberemos plantearnos la necesidad de utilizar los más avanzados adelantos tecnológicos y el más desarrollado conocimiento científico.
En este período se aplican todas las medidas para liquidar a la burguesía arrancándole poco a poco el capital y centralizando los instrumentos de producción en manos del Estado, y su naturaleza y duración dependerá de las condiciones particulares de cada país.
Eso significa que, en un inicio junto a la propiedad estatal convivirán y se respetarán: a) la pequeña propiedad privada (pequeña producción mercantil generada por campesinos y artesanos); b) elementos de un capitalismo de Estado, surgido de las concesiones y convenios con capitalistas en sectores donde el nuevo Estado no tiene capacidad tecnológica y científica para desarrollar las fuerzas productivas. Pero esto se dará transitoriamente y en el marco de un sistema nuevo, distinto cualitativamente, porque la clase obrera cuenta con el poder en sus manos y ha pasado de ser clase dominada a clase dominante, un Estado en el que se ejerce la dictadura del proletariado y todas las actividades están orientadas a aplastar los vestigios de capitalismo y no, como sostiene Dieterich, a convivir con la burguesía en un Estado no clasista.
Puede parecer que no hay diferencia entre los dos planteamientos en cuanto a la existencia de diversas formas de propiedad, pero el contraste es radical. El socialismo marxista leninista habla de un período de transición del capitalismo al socialismo en una etapa inicial, pero en condiciones en las que la clase obrera ha tomado el poder en sus manos, creando una circunstancia cualitativamente diferente, en un proceso dirigido por el proletariado y su vanguardia política. Dieterich, en cambio, cuando habla de socialismo o de nuevo proyecto histórico lo hace en términos de las etapas más avanzadas. “La realización del NPH (nuevo proyecto histórico) —asevera— se dará en tres etapas: a) la fase final es la sociedad sin economía de mercado, sin Estado y sin cultura excluyente… b) la fase intermedia será un tiempo de coexistencia de elementos heredados de la sociedad global burguesa y de elementos de la nueva sociedad global postburguesa que servirá para la armonización gradual entre los niveles de desarrollo tecnológico, educativo, económico, político, cultural, militar, etc., de los Estados del Primer Mundo y de los Estados neocoloniales… La primera fase (“c”) de superación del capitalismo global es el tiempo que estamos viviendo… y se caracteriza actualmente por el proceso de constitución de la programática de la sociedad posburguesa…” Nótese que en ningún momento hace referencia a las formas de propiedad de los medios de producción; en la fase superior solo hace referencia a la esfera del mercado y a elementos de la superestructura.
Nos vemos obligados a citar en extenso a Dieterich para demostrar que su planteamiento no concibe una ruptura, sino un proceso evolutivo del capitalismo al socialismo, que en el caso de Latinoamérica tendría como esencia la formación de un bloque regional de poder, con base en el MERCOSUR.
“…hoy, —dice Dieterich— como en el siglo XIX, la superación del subdesarrollo en condiciones de una economía global neocolonial, sólo es posible con la estrategia de desarrollo proteccionista empleada por Alemania y Japón; después por los tigres asiáticos y en América Latina, por Cárdenas, Perón y Vargas. Esto con una diferencia vital: ya no se puede aplicar sólo a nivel nacional. El espacio mínimo para su exitosa implementación es un mercado y un Estado regional que pueda defender ante Estados Unidos y la Unión Europea el bloque proteccionista latinoamericano que permitirá el desarrollo de sus industrias, el rescate del campo, la conservación de sus recursos naturales, el fomento de las ciencias y tecnologías de punta y la defensa de una identidad propia”
“En las actuales condiciones políticas latinoamericanas que se caracterizan por el fracaso de la centroderecha y de la centroizquierda en el poder, y la pertinaz insistencia de Washington de seguir exprimiendo la última gota de plusvalor de la Patria Grande, el proyecto bolivariano nacional y regional, es la única esperanza inmediata de cambio. El núcleo de esta Patria Grande solo puede ser el Mercosur que es el único espacio económico regional no controlado directamente por Washington, con incipientes estructuras de un proto—Estado regional. Este bloque regional, por supuesto, es un ente capitalista, tal como fue la Patria Grande planteada por el Libertador, Simón Bolívar. Y habrá ciudadanos que digan que no están dispuestos a luchar por un proyecto capitalista. Acerca de esta interrogante, que es absolutamente legítima, conviene hacer dos reflexiones.”
“En primer lugar, los programas de cambio nacional que se realizarán en coordinación con el bloque regional latinoamericano, son la respuesta inmediata a la situación latinoamericana actual. El horizonte estratégico de Nuestra América, como el de toda la humanidad, es la democracia participativa o el nuevo socialismo. Al integrar este tercer nivel programático del cambio en la lucha nacional y regional, se abre el camino hacia el “reino de la libertad” y se evita estancarse en la política de la cotidianeidad.”
“En segundo lugar, la alternativa actual para los países latinoamericanos no se define entre la implementación del capitalismo regional o del socialismo regional, sino entre la anexión neoliberal a Estados Unidos mediante el ALCA y el Plan Colombia, y la profundización de la balcanización y africanización nacionales que estamos viviendo. Porque, no solo no existe un programa socialista latinoamericano arraigado en las masas, sino tampoco hay sujetos sociales organizados y con capacidad operativa, para realizarlo. No existen confederaciones latinoamericanas de estudiantes que pudieran parar la vida académica de Nuestra América; de trabajadores que consiguieran paralizar la economía regional; de campesinos, que lograran bloquear las carreteras que llevan a las ciudades, de pequeños y medianos empresarios, sindicatos, partidos políticos, etcétera, que pudieran expresar su voluntad política a nivel hemisférico. Por lo tanto, plantear la implantación del socialismo regional hoy como alternativa a la balcanización o la anexión neoliberal a Estados Unidos, no sería más que un deseo. Porque es evidente, que un proyecto político sin programa y sin sujetos sociales, es una quimera.” (subrayado nuestro).
Luego resume en tres los elementos que la “estrategia del capitalismo proteccionista de Estado” debe cumplir para que sea exitosa: “1. tiene que ser nacional—regional; 2. debe basarse en cuatro polos de crecimiento; y, 3. debe resolver el problema del financiamiento de la acumulación ampliada del capital.” Los polos de desarrollo que hace mención el punto 2 se refieren a: “1. las pequeñas y medianas empresas (PYMES); 2. las corporaciones transnacionales (CTN); 3. las cooperativas y, 4. las empresas estratégicas del Estado”.
Estas son las ideas medulares de Dieterich respecto del período de “transición latinoamericana al nuevo socialismo”, un proceso netamente capitalista y radicalmente distinto a la concepción marxista leninista.
Un elemento final en este aspecto. Al analizar las opciones políticas que tiene América Latina para salir del subdesarrollo, Dieterich no pierde la oportunidad para negar la validez del uso de la violencia organizada para derrotar a las fuerzas del capital. “La tercera opción —dice el mencionado autor—, la guerrilla clásica ha dejado de ser —por múltiples razones, que van desde la urbanización en América Latina hasta la tecnología militar y la imposibilidad de un desarrollo nacional independiente— un acceso estratégico a una sociedad no—capitalista. El uso de las armas sigue siendo legítimo, por supuesto, en la defensa de los intereses de los pueblos, cuando los caminos institucionales democráticos están cerrados.” Este pacifismo burgués, sumado a la concepción evolucionista del capitalismo en socialismo, hace de Dieterich un “pensador” socialdemócrata vestido de socialista.
El estado no—clasista
Retomemos el tema del “estado no—clasista”; pero antes, no está demás refrescar algunos elementos básicos del marxismo que nos servirán de premisas para el análisis.
En la obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels señala que “el Estado no es de ningún modo un poder impuesto desde fuera de la sociedad… Es más bien un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado: es la confesión de que esa sociedad se ha enredado en una irremediable contradicción consigo misma y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna, no se devoren en sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del
Un punto medular de la concepción marxista del Estado implica reconocerlo como resultado y expresión del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, por lo que se concluye que mientras ellas existan, pervivirá el Estado. Otro aspecto fundamental tiene que ver con los roles distintos del Estado como instrumento de dominación de una clase sobre otra, tanto en el capitalismo como en el socialismo. La burguesía no puede ejercer su dominación de clase sin apoyarse en el Estado y en su aparato especial de represión, por lo tanto, sea la forma que lo de, busca los mecanismos de fortalecerlo y desarrollarlo. En contraparte, la clase obrera al tomar el poder adopta una serie de medidas que conducen al debilitamiento y a la final extinción del Estado socialista.
Las inconsistencias y contradicciones que a lo largo de su trabajo se evidencian, en este tema no están ausentes. En un momento habla que un componente de la institucionalidad del SS21 es el Estado no clasista y en otros momentos afirma que éste desaparecerá. En el punto 2.2.3 El Estado clasista, tras pocas palabras argumentativas respecto de las funciones de aquel, se limita a señalar que “desaparecerá con la democracia participativa. En su lugar habrá una nueva autoridad que priorizará los intereses generales y que, al perder sus funciones de clase pierde su identidad represiva”. En este punto el autor no reconoce o no diferencia una etapa inicial y otra avanzada del socialismo; habla de socialismo del siglo XXI en general. Y es lógico que se refiera en esos términos porque, como ya manifestamos, la transición al socialismo la entiende en el marco del capitalismo.
Si con ello Dieterich se refiere al período que el marxismo identifica como la etapa superior de socialismo, entonces, el Estado habría desaparecido, no existiría y no podría hacerse mención a la organización administrativa de la sociedad con este concepto; de hacer alusión a la etapa inicial, entonces estamos frente a un enorme contrabando, pues, en ella perviven las clases y la lucha de clases no ha dejado de ser menos intensa y abierta que en el capitalismo, por lo que la vigencia de una forma estatal es natural e indispensable. Al hablar de Estado tácitamente se reconoce la existencia de clases, por lo que resulta irracional o contradictorio —por decir lo menos— calificar como “Estado no clasista” a la institucionalidad del SS21.
Con ese concepto se daría al Estado la connotación de un órgano de conciliación de clases, mientras los marxistas sostenemos que aquel es un órgano de dominación de clase. “Que el Estado es un órgano de dominación de una determinada clase, la cual no puede conciliarse con su antípoda (con la clase contrapuesta a ella), es algo que la democracia pequeñoburguesa no podrá jamás comprender”, sostiene Lenin en El Estado y la Revolución .
En este punto es necesario recordar la vieja y enconada lucha que desde los tiempos de Marx y Engels se trabó entre el marxismo y el oportunismo, que llevó a Lenin a manifestar que no es marxista quien asume la existencia de las clases sociales, sino quien hace extensivo aquello a la necesidad de la dictadura del proletariado. Marx, en una carta dirigida a Weydenmeyer (marzo de 1852), escribe las siguientes emblemáticas palabras. “Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases…”
El anarquista uruguayo Raúl Zibechi, que también transita por los caminos del SS21, altera la historia al manifestar que Carlos Marx “nunca apostó al Estado como clave de bóveda de la construcción del socialismo, institución que siempre consideró como obstáculo en el camino emancipatorio”. Efectivamente, los marxistas no tenemos como fin el Estado, lo entendemos como instrumento utilizado por las clases para ejercer su poder y que desaparecerá cuando estén creadas las condiciones para llegar al comunismo. Siendo nuestro objetivo la sociedad sin clases —y no la igualdad de las clases—, implícitamente luchamos por acabar con el Estado como instrumento de dominación de una clase sobre otra.
Carlos Marx, en la “Crítica del Programa de Gotha” señala que “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. Y a este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado”, a lo que habría que añadir la siguiente formulación de Lenin: “El marxismo se distingue del anarquismo en que reconoce la necesidad del Estado y del poder estatal durante el período revolucionario, en general, y en la época del tránsito del capitalismo al socialismo, en particular.
… El marxismo se distingue del “socialdemocratismo” pequeñoburgués y oportunista … en que el Estado que considera necesario para esos períodos no es un Estado como la república parlamentaria burguesa corriente, sino un Estado del tipo de la Comuna de París”.
Pero a ese Estado el proletariado lo necesita transitoriamente, puesto que deberá desaparecer y “la forma transitoria para su desaparición (la forma de transición del Estado al no Estado) será ‘el proletariado organizado como clase dominante’” . Por lo tanto, mientras subsista mantendrá una condición de clase.
“Los sujetos de cambio”
Bajo este subtítulo Dieterich analiza las fuerzas y el programa del NPH. Aquí, como en la invención del Estado no—clasista, desconoce el papel de vanguardia que le corresponde cumplir a la clase obrera en la conducción del movimiento anticapitalista, al igual que en el proceso de construcción del socialismo. “El sujeto emancipador está conformado por la comunidad de víctimas del capitalismo neoliberal y de todos aquellos que son solidarios con ella. La clase obrera seguirá siendo un destacamento fundamental dentro de esta comunidad de víctimas, pero probablemente no constituirá su fuerza hegemónica.” Esa forma de negar el papel de la clase obrera también se observa en otro aspecto cuando, líneas antes, sostiene que “Tampoco parecen existir las condiciones para la revolución armada en el sentido tradicional…” Ni “tradicional” ni “moderna”, porque en la lógica de los SS21 el uso de la violencia organizada de las masas es incompatible con la transición del capitalismo desarrollista al “socialismo”.
También arremete contra la tesis leninista de la posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país; antes lo hizo en contra la tesis leninista del eslabón débil, al manifestar que solamente los países con alto desarrollo capitalista (como Estados Unidos, Japón, China…) pueden avanzar al socialismo. En la página 61 encontramos lo siguiente: “Ningún proyecto de cambio nacional profundo puede prosperar en la actualidad, si no se conceptualiza y ejecuta como parte integral del proyecto mundial; debido a que las dependencias de las economías nacionales frente a su entorno son tan profundas que la sobrevivencia de un proyecto no—capitalista dentro del propio espacio nacional se vuelve imposible a mediano plazo. En este sentido, la vieja discusión teórica sobre la posibilidad de construir el socialismo en un sólo país ha sido resuelta por la evolución histórica de las últimas décadas (subrayado nuestro). El capitalismo es un problema sistémico, no local —como el cáncer—; por ende, sólo puede ser vencido con una estrategia de defensa y superación sistémica. Por lo mismo, la praxis democratizadora del sujeto mundial de cambio sólo logrará acumular la fuerza para superar al sistema actual, si conceptualiza la lucha a nivel global y regional, para actuar a nivel nacional y local. (Think global, act local)”. Jugando a dos aguas, como también lo hace en otros temas, a renglón seguido afirma que “esto no significa que la transformación tenga que hacerse simultáneamente en toda la aldea global, para que sea viable, (…) el nuevo sistema se establece por lo general, en un sector del sistema dominante para luego expandirse gradualmente y convertirse de subsistema o nuevo orden (heterodoxia) en sistema u orden principal (normal): la nueva ortodoxia. Suponemos, que la transición del capitalismo global contemporáneo hacia la democracia mundial participativa seguirá esta misma lógica evolutiva”.
Como en otros aspectos, Dieterich busca aparentar que su propuesta es íntegramente “innovadora”, no obstante recoger —de refilón— elementos reconocidos desde hace muchos años por el movimiento revolucionario. Desde el aparecimiento del Manifiesto Comunista (1848) se formuló la lucha por el socialismo como un fenómeno “sistémico” —para utilizar las palabras de Dieterich— y no local y menos circunstancial, y esa comprensión se resume en la consigna ¡Proletarios de todos los países, Uníos!, y en los esfuerzos inmediatos que se desarrollaron para la organización internacional del proletariado, que dio origen a la Asociación Internacional de Trabajadores, fundada en 1864 y conocida como la Primera Internacional, cuyos primeros documentos reconocían los principios del comunismo científico, pregonaban la necesidad de la unidad nacional e internacional de la clase obrera y el deber de tomar el poder político para lograr su emancipación.
El marxismo siempre ha postulado que la revolución social del proletariado tiene en su contenido una connotación internacional, porque enfrentamos a un sistema y a una clase que ha logrado el dominio mundial, cuya derrota definitiva está condicionada por su eliminación total. Mas, esta revolución mundial, por su forma tiene carácter nacional, es decir, se expresa en los combates que en cada país levanta la clase obrera para derrotar a “su” burguesía y conquistar el poder. De hecho, los efectos de las revoluciones triunfantes locales no se limitan a sus fronteras, tienen implicaciones internacionales al afectar la cadena de dominación del imperialismo, amén de los efectos ideológicos y políticos en el movimiento revolucionario internacional.
En el análisis que Lenin hace del imperialismo, remarca el desarrollo desigual que se opera en los países capitalistas e imperialistas, concluyendo que el sistema se quebrará en su eslabón más débil y no necesariamente en el país con mayor desarrollo de las fuerzas productivas, y la Revolución Rusa de 1917 confirmó aquello. De ese análisis se desprende la teoría de la posibilidad del triunfo del socialismo en un solo país o en un número limitado de países. Stalin recurre a una cita de Lenin —de agosto de 1915— en la que explica este fenómeno de la siguiente manera: “La desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que la victoria del socialismo empiece por unos cuantos países capitalistas, o incluso por un solo país capitalista. El proletariado triunfante de este país, después de expropiar a los capitalistas y de organizar la producción socialista dentro de sus fronteras, se enfrentará con el resto del mundo, con el mundo capitalista, atrayendo a su lado a las clases oprimidas de los demás países, levantando en ellos la insurrección contra los capitalistas, empleando, en caso necesario, incluso la fuerza de las armas contra las clases explotadoras y sus Estados”
En la ex Unión Soviética se proclamó la victoria del socialismo a inicios de los años 30 del siglo pasado, es decir, que había culminado el período de transición del capitalismo al socialismo, superándose la “contradicción fundamental del período de transición (que) existía entre el socialismo ascendente y las formas de economía capitalista” Sin embargo, años más tarde, ese nuevo orden fue subvertido por los revisionistas jrushovistas.
Debe anotarse que el Partido bolchevique analizó la posibilidad de que dicha victoria no sea definitiva. Stalin previene el peligro que implica estar rodeados de países hostiles al socialismo que pueden intervenir para restaurar el capitalismo, concluyendo que “podemos decir abiertamente y honestamente que la victoria del socialismo en nuestro país no es definitiva” Y efectivamente el capital internacional actuó en contra de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial. Antes, Lenin hizo una advertencia en los siguientes términos: “No vivimos solamente dentro de un Estado, sino dentro de un sistema de Estados, y no se concibe que la República Soviética pueda existir mucho tiempo al lado de los Estados imperialistas. En fin de cuentas, acabará triunfando lo uno o lo otro. Pero antes de que se llegue a esto, es inevitable una serie de choques terribles entre la República Soviética y los Estados burgueses. Esto significa que si la clase dominante, el proletariado, quiere dominar y ha de dominar, tiene que demostrarlo también por medio de su organización militar”
En otra ocasión, y analizando otros condicionantes, el mismo Stalin alertó lo siguiente: “Cuidado, esta victoria no es definitiva hasta tanto el socialismo no sea victorioso más que dentro de un solo país…”. Sin embargo, es un hecho que todas esas advertencias no previeron que la restauración capitalista provendría de un proceso de degeneración interna; siempre pusieron énfasis en elementos externos, como factores que podían poner en riesgo el socialismo que se construía en la ex URSS.
El socialismo fue subvertido desde dentro, por elementos oportunistas y degenerados que para engañar a la clase obrera y al movimiento comunista internacional inicialmente hablaban de conceptos y categorías marxistas y seudo marxistas. La burguesía fue capaz de penetrar con su ideología en el Partido Comunista de la Unión Soviética para desviarlo del camino revolucionario y reinstaurar el capitalismo. Esta amarga lección, en la que el proletariado soviético e internacional sufrieron una derrota transitoria, subraya que la lucha entre ideología socialista e ideología capitalista no solo se produce en la confrontación del movimiento revolucionario con la burguesía, se desenvuelve también al interior del primero.
Desde los albores del marxismo hubo que combatir a corrientes antimarxistas y seudo revolucionarias actuantes en el movimiento obrero, que trabajaban para llevar al movimiento revolucionario a posiciones funcionales al capitalismo. Las teorizaciones del socialismo del siglo XXI no se diferencian de ellas en sus objetivos ideológico—políticos, son una nueva versión del pensamiento burgués socialdemócrata, que busca crear un movimiento aparentemente socialista y anticapitalista, pero en los hechos no hace otra cosa que apuntalar al sistema.
II PARTE
La denominada economía planificada de equivalencias
Bajo el término de “economía planificada de equivalencias” Heinz Dietercih condensa lo que a su manera de ver constituye la esencia del programa económico del Socialismo del Siglo XXI. Esa sería una “economía en la cual los intercambios y las gratificaciones de los sujetos económicos se hacen sobre valores iguales, es decir, sobre esfuerzos laborales, cantidades de trabajo aportados a la generación de la riqueza social” e implicaría la transición de una economía de mercado a una de satisfacción de necesidades.
Sintéticamente, estas son las premisas fundamentales de su propuesta:
• La economía descansaría sobre la coincidencia (identidad) completa de precio y valor.
• Debe cambiar la teoría sobre el valor del trabajo con el principio de equivalencia.
• El valor estará determinado por la cantidad de trabajo contenido en el producto.
• El salario equivaldrá exactamente al tiempo de trabajo invertido, independientemente de cualquier condición o circunstancia.
• La precondición para la nueva estrategia es el conocimiento del valor objetivo de los productos y servicios.
• Los precios equivalen a los valores y no contienen otra cosa que no sea la absoluta equivalencia del trabajo incorporado en los bienes.
• La economía de valores sustituye a la de precios.
• En la medida en que la economía equivalente venza la economía de mercado, desaparecerá la ganancia y la propiedad privada de los medios de producción perderá su base, se eliminará por sí sola.
• La transición a este tipo de economía ya está realizándose.
Mientras desarrolla esos puntos de vista —en medio de un enredo teórico y una tergiversación histórica— no pierde la oportunidad para echar lodo sobre el marxismo leninismo y la primera experiencia que la humanidad conoció de la construcción del socialismo en la ex Unión Soviética, sin diferenciar el período inicial de esa revolución de la época en que los revisionistas jrushovistas asaltaron el poder e iniciaron la restauración capitalista.
Aunque el autor dice coincidir con las formulaciones teóricas de Marx y Engels, en realidad las recusa y desvalora; menciona a los clásicos para mostrarse como el único que ha estado en capacidad de desarrollar su pensamiento. En su libro “El Socialismo del siglo XXI” encontramos la siguiente formulación, que advertimos leerla con detenimiento: “Marx y Engels dedicaron toda su vida a la creación de esta conciencia de clase y a la organización política-sindical de los actores de cambio. Explicaron y combatieron el efecto de socialización enajenante del trabajo fabril, por una parte, y el impacto de la deformación ideológica deliberada a través de los aparatos ideológicos del sistema, como la iglesia, la escuela, los medios de comunicación, por otra. La superación de ambos tipos de enajenación en los sujetos era un medio; el fin consistía en la acumulación de fuerzas, capaces de producir el cambio radical deseado.
Sin embargo, no pudieron hacer lo mismo con el segundo polo del problema: la lógica de la economía de mercado. No dejaron un programa concreto de una economía socialista, por la simple razón, de que ni el conocimiento científico ni el avance de las fuerzas productivas lo permitieron”. (subrayado nuestro). Entre los dos párrafos transcritos existe un subtítulo por demás concluyente, que lo citamos aparte por su significado “Imposibilidad histórica del proyecto”.
Dieterich sostiene, en consecuencia, que cualquier intento por construir el socialismo ya estaba condenado al fracaso y que solo en la actualidad con su SS21 es posible lograrlo. Ahora bien, la razón para la supuesta carencia de un programa económico estuvo dada por la inexistencia –en la época de Marx- de computadoras y de una “matemática avanzada para calcular en la práctica el valor de un producto…”, lo que además llevó a que el intercambio de productos, en los ex países socialistas, no se realice en “términos de equi-valencias —equidad de valores—, sino en términos de equi—precios —equidad de precios.” Cristóbal García Vera califica a esta postura como “determinismo cientificista”, advirtiendo que Dieterich reproduce “la vieja creencia de que el desarrollo científico—técnico, por sí sólo, podrá resolver todos los problemas y contradicciones de nuestra sociedad”.
La explicación para el fracaso del socialismo en la ex Unión Soviética estaría, según Dieterich, en que allí tampoco había o no hicieron funcionar las computadoras para los cálculos del valor, y no como resultado de la intervención del capitalismo, el imperialismo y la reacción, de la traición revisionista y de los errores políticos, económicos y sociales en los que incurrieran los comunistas en el proceso.
Pero bien, continuando con la lógica del “filósofo alemán”, la clave sería encontrar un teorema operativo, una fórmula matemática que permita dar el salto del capitalismo al socialismo y para eso trabaja un grupo de matemáticos europeos. Lo cierto es que esa formulación capaz de condensar la teoría de valor-trabajo no existe, colocando a la economía de equivalencias como una especulación teórica y no como teoría científica.
La “modestia” de Dieterich Steffan le hace decir que nadie —salvo él, por supuesto— ha podido proporcionar “a la teoría del socialismo revolucionario nuevas fuerzas teóricas comparables a las de los nuevos paradigmas de la física” . Para él, el SS 21 “sería al viejo ‘socialismo teórico clásico’, lo que la teoría de la relatividad, la física cuántica y la teoría de los quarks a la física clásica de Isaac Newton”.
Mas, esa no es la única conclusión, se atreve a sostener que hasta el momento no ha existido un socialismo teórico, que hasta hoy “carecemos de una teoría socialista para el siglo XXI” y que simplemente ha existido una especie de socialismo experimental. Los aportes a la teoría del socialismo formulados por Lenin y Stalin son ignorados, y aún el mismo valor de los principios establecidos por Marx y Engels.
A propósito, no se puede cometer el error de aceptar como cierto que Marx y Engels “no dejaron un programa concreto de una economía socialista”. Allí están “El Manifiesto Comunista”, “La Crítica del Programa de Gotha” para citar apenas dos obras, que desarrollan elementos programáticos para la construcción del socialismo; y está “El Capital” que al desentrañar la esencia de la dinámica del capitalismo, deja al descubierto cómo debe actuar el proletariado para derrotarlo y construir el socialismo.
¿Cómo plantea Marx la equivalencia en el socialismo?
Arno Peters sostiene que en los “países comunistas” los precios de los productos no eran equivalentes a su valor, pues, “no estaban fijados por el tiempo laborado, contenido en ello”, amén que los salarios “no equivalían a los valores que los trabajadores habrían agregado a los productos”. Por lo tanto, allí no se estableció una economía equivalente.
Para sortear esa limitación —dice Peters— se debe combinar la teoría sobre el valor del trabajo con el principio de la equivalencia, con lo que el salario equivaldrá exactamente al tiempo de trabajo invertido, independientemente de cualquier condición o circunstancia. En consecuencia, “los precios equivalen a los valores, y no contienen otra cosa que no sea la absoluta equivalencia del trabajo incorporado en los bienes. De esta manera se cierra el circuito de la economía en valores, que sustituye a la de precios. Se acabó la explotación de los hombres por sus prójimos, es decir, la apropiación de los productos del trabajo de otros, por encima del valor del trabajo propio. Cada ser humano recibe el valor completo que él agregó a los bienes o a los servicios”.
Nos detenemos aquí para observar algunos elementos. Cada ser humano recibe el valor completo que él agregó a los bienes o a los servicios, puntualiza como innovación teórica. Esta idea no es original de Dieterich ni de Peters, Marx ya la combatió en su época.
En mayo de 1875 se celebró el Congreso de Gotha que reunió a las dos corrientes del movimiento obrero alemán: el Partido Obrero Socialdemócrata (dirigido por A. Bebel y W. Liebknecht) y los lassalleanos de la Asociación General de Obreros de Alemania, de él salió el Partido Obrero Socialista de Alemania. Ese congreso aprobó un programa que fue duramente criticado por Marx y Engels, y en el que se dice que “todos los miembros de la sociedad tienen igual derecho a percibir el fruto íntegro del trabajo”.
Marx refuta aquello señalando que del producto social global hay que deducir: Primero: una parte para reponer los medios de producción consumidos.
Segundo: una parte suplementaria para ampliar la producción.
Tercero: el fondo de reserva o de seguro contra accidentes, trastornos debidos a fenómenos naturales, etc.
Esas deducciones son imprescindibles para garantizar la continuidad y desarrollo del proceso productivo, de sus elementos materiales y también como medidas precautelares. Pero, de la parte restante del producto social global, destinada a servir de medios de consumo, Marx establece que, antes de que llegue al reparto individual, se debe deducir:
“Primero: los gastos generales de administración, no concernientes a la producción…
Segundo: la parte que se destine a satisfacer necesidades colectivas, tales como escuelas, instituciones sanitarias, etc. …
Tercero: los fondos de sostenimiento de las personas no capacitadas para el trabajo, etc.; en una palabra, lo que hoy compete a la llamada beneficencia oficial.
Sólo después de esto podemos proceder al ‘reparto’,… por lo que “el ‘fruto íntegro del trabajo’ se ha transformado ya, imperceptiblemente, en el ‘fruto parcial’, aunque lo que se le quite al productor en calidad de individuo vuelva a él, directa o indirectamente, en calidad de miembros de la sociedad”.
Con esta explicación se desvirtúa también que el salario debe equivaler directa y absolutamente al tiempo laborado, porque la sociedad retribuye con el salario solamente tras realizar las deducciones antes mencionadas.
En la fase primera de la sociedad socialista (tómese en cuenta que Dieterich nunca habla de una fase inicial y otra superior, y su economía de equivalencias se aplicaría en todo momento), el productor individual obtiene de la sociedad lo equivalente a su cuota individual de trabajo. “La sociedad le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que rindió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de esta bajo otra distinta.” En cierto sentido funciona el mismo principio que en el intercambio de mercancías equivalentes: “se cambia una cantidad de trabajo, bajo una forma, por otra cantidad igual de trabajo, bajo otra forma distinta”.
De esa forma se aplica el conocido principio socialista: “cada uno según su capacidad, a cada uno según su trabajo”, lo que aparece como una acción justa, pero no lo es plenamente.
Debe tenerse en cuenta que la sociedad comunista no “surge” directa y solidamente, le antecede un período de convivencia (en condiciones de lucha a muerte) entre las iniciales formas socialistas de propiedad y las sobrevivientes formas capitalistas, lo que impide la realización —en esa etapa inicial— de la justicia plena. Mientras esa realidad objetiva se mantiene existen diferencias de clase, contradicciones entre el trabajo manual e intelectual, entre el campo y la ciudad, y más. El Estado proletario trabaja por desarrollar las formas de propiedad y producción socialistas y superar ese período.
Pero retomemos la idea de la retribución “equivalente, directa y absoluta del tiempo laborado”. Ese aparente comportamiento de justicia social tiene su raíz en el derecho burgués. La base de la igualdad, o la medida para determinarla, estarían en el tiempo laborado, pero no se toma en cuenta, por ejemplo, que por las diferencias físicas e intelectuales existentes entre los seres humanos, unos rinden más que otros en la misma unidad de tiempo, o que el valor agregado en el mismo tiempo difiere de acuerdo a las ramas de producción y aún dentro de la misma por el desigual desarrollo de los instrumentos de trabajo. Conclusión: la aparente igualdad deviene en desigualdad.
Esa retribución no toma en cuenta que, aunque desde el punto de vista de clase, todos los obreros son iguales, resulta que unos son casados y otros solteros; unos tienen más hijos que otros. Por lo tanto, ese principio de retribución igual en función del tiempo laborado conduce a que unos se aprovechen más que otros del fondo social, unos sean más ricos que otros.
Eso que dijimos es permisible en la primera fase del socialismo, posteriormente no es admisible. “En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!”
Los panegiristas de Dieterich aducirán que su “ideólogo”, al tiempo de pregonar la equivalencia exacta del salario con el tiempo de trabajo invertido, sostiene que lo esencial es determinar el valor en función de la cantidad de trabajo contenido en los productos, pero aún si encontrara esa fórmula mágica, quien agrega más valor recibiría más beneficios materiales porque toma como unidad de medida el tiempo.
Economía equivalente en el capitalismo
En la parte primera de este artículo hicimos notar que la vía al SS21 era el camino del keynesianismo desarrollista, como paso previo y evolutivo al socialismo. Con esa lógica, los ciber-socialistas del siglo XXI apuestan iniciar su economía de equivalencias en los países capitalistas.
La forma de propiedad en los medios de producción, sostiene Dieterich, no tiene mayor importancia para la realización del principio de equivalencia para una primera fase en la transición hacia la economía equivalente, y que “en la medida en que la economía equivalente venza la economía de mercado, desaparecerá la ganancia y la propiedad privada de los medios de producción perderá su base, se eliminará por sí sola”. (subrayado nuestro). En otras palabras, desde la esfera del intercambio se aniquilará a la propiedad privada; no hace falta tomar al poder, simplemente se debe persuadir a los capitalistas que introduzcan en sus computadoras la fórmula matemática de Peters y compañía y que en adelante fijen en las vitrinas los valores y no los precios de los productos.
Así como para los neoliberales el libre mercado era el centro del desarrollo y armonía social, el mercado equivalente de Heinz y Arno resuelve la satisfacción de las necesidades del ser humano. Ellos no creen en la sentencia marxista de expropiar a los expropiadores, pues, han “descubierto” que la explotación al trabajo no está sujeta a la propiedad privada de los medios de producción. Si eso fuera cierto, sostienen, los “directores de banco… que solo viven de la venta de su fuerza laboral, formarían parte de los explotados; por el contrario… (los) albañiles, como propietarios de sus medios de producción… si emplean a un ayudante… por un salario, serían explotadores” . No es broma… escrito está.
En otra parte del mencionado documento insisten que para lograr la justicia, históricamente se han tratado dos caminos: la redistribución de la riqueza, vía el Estado (socialdemocracia, CEPAL, keynesianismo) y la estatización de los medios de producción (socialismo histórico), frente a los que surge una tercera estrategia mediante el intercambio equivalente en productos y servicios. Es decir, la clave está en el intercambio. Ah, y en algo más: en la informática, pues, la transición hacia la economía equivalente es facilitada y activada por la rápida computación de la economía, administración y vida privada.
¿De qué clase de socialismo se habla, si se mantiene la propiedad privada sobre los medios de producción? Lo medular no está en cómo se intercambian los productos, sino cómo se producen, es decir, bajo qué tipo de relaciones sociales de producción. En el marco del sistema capitalista no es posible eliminar la plusvalía (fuente de acumulación capitalista), por lo tanto ¿Cómo pretende Dieterich establecer un sistema de equivalencias, respetando la plusvalía? Las utilidades de la burguesía no desaparecen estableciendo un sistema de intercambio equivalente, sino eliminando la propiedad privada sobre los medios de producción.
El la propuesta del Socialismo del Siglo XXI no encontramos ninguna rigurosidad científica como pretenden sus autores, es, por el contrario una especulación teórica antimarxista elaborada por representantes políticos de la burguesía, que tienen el interés de confundir a la clase obrera y a los pueblos, frente al despertar que en ellos surge por conquistar el socialismo.