ENCUENTRO CON MÍ SER MASCULINO
Quisiera relatar brevemente una experiencia difícil hasta el día de hoy para mí de registrar. Fue prácticamente un rito, una iniciación, un cerrar ciertas puertas en la historia de mi vida y un abrir otras de cara a una existencia más nueva, renovada.
En un encuentro de formación de masculinidades realizado en el Cajón del Maipo tuve la oportunidad de revisar buena parte de mi historia personal, desde mi infancia pasando por mi adolescencia, juventud hasta hoy, mi período de madurez, con mis 41 años, casado y con dos hermosos hijos. En ese encuentro dibuje mi contorno del cuerpo sobre un papel y lentamente fui agregando toda la historia afectiva que he ido escribiendo sobre mi piel, mi carne y mis huesos producto de mi formación, la presencia de mi padre, mi hermano, los varones de mi familia, la inmensa realidad de mi madre con todo lo que ella cargo sobre mis hombros de culpa, y lo que yo fui agregando gratuitamente en la historia de mis afectos, mis búsquedas en relaciones de pareja y también en búsquedas religiosas, místicas, en una comunidad religiosa masculina y con toda la carga moral que ello implica. Evidentemente en esta historia tuvo su rol protagónico mi sexualidad, la trayectoria de mis exploraciones infantiles y mis refugios adolescentes, el reflejo de la disarmonía familiar de padres que no se comunican, el refugio de toda esa fuerza en la fe y la represión vivida con culpa hasta mi enamoramiento siendo religioso y la vivencia de la soledad y el destierro.
Esta trayectoria reflejo y refleja aún un camino escondido, escindido, de desahogo masculino y viril pero también de una inmensa búsqueda afectiva, de soledad y de culpa aún no saneada. De alguna manera he cargado con esta historia durante mucho tiempo y he sabido convivir con ella, he guardado las apariencias y hasta he formado mi familia con quienes he aprendido a sanar parte de mi pasado, pero digamos que nunca me había confrontado tan contundentemente con todos mis dolores y soledades de varón como cuando tuve que recorrer –casi al finalizar la jornada- con la mirada el dibujo donde estaban todos mis dolores, mis soledades, mis afectos no encontrados, mi sexualidad desenfrenada, mi deseo de poder y dominio, ahí estaba tanto el niño que se sentía solo, con ausencia de padre y sobreprotegido por su madre, como también el adolescente ensimismado en la masturbación, como el religioso que se reprimía y auto castigaba, estaba el joven solitario deseoso de una mujer y el que se ufana de haberla encontrado y de tenerla como una posesión, estaban mis pálidos éxitos económicos que durante tanto tiempo he sentido que esta cultura nos impone como también se encontraba mi mirada actual de padre que sigue reproduciendo en sus hijos varones las mismas exigencias y categorías de masculinidad, poder, fuerza, iniciativa sexual, seguridad, éxito, valor, y todo lo que el estereotipo nos impone y que no he sabido desandar.
Así de golpe tuve que mirar todo eso escrito en mi cuerpo sobre un papel. También estaban allí mis raíces indígenas y mis sueños de futuro y de paz, pero ambos estaban con una palidez que se había enmudecido por toda la trayectoria anterior. De alguna manera quede pasmado ante ese espectáculo de mi mismo.
Cuando lo compartí con mis compañeros no pude evitar ensimismarme, encerrarme, amurrarme como siempre, quería llorar y como siempre me ha pasado en mi vida no podía!!! No podía llorar, había atrofiado ese músculo sanador. Fue allí cuando en el ritual de este compartir mis compañeros se acercaron a mi y me recostaron en sus manos para lentamente comenzar a levantarme sobre sus cabezas. Cuando esto estaba aconteciendo sentía que todos ellos levantaban lentamente todo el peso de mi historia, toda mi imagen en el papel, pero no sólo eso, levantaban a mi papa, un mapuche obrero golpeado por la vida, ensimismado y cabizbajo que ahora esta solo, levantaban también a mi abuelo y a mis ancestros, levantaban mis dolores, mis heridas abiertas, mis llagas de vacíos afectivos, mi pene que arrojado tanto tiempo su culpa, levantaban a todos, también a las mujeres con quienes me había desahogado y a quienes también había hecho sentir mal. En definitiva era protagonista de un acto de justicia de amor que sellaba con mi cuerpo. Entonces comencé a llorar, y lloré como años no lo hacía. Como cuando era niño y quería expresar con toda mi alma un dolor. Lloré hecho todo lágrima, hecho completo sollozo y llanto. Lloré hasta que me canse. Hasta cuando sentí que mis compañeros lentamente me acunaban y me dejaban, pasaron mil años, segundos, no lo sé.
Cuando ya quede en el piso y pude remontarme de nuevo, volví en mi. Me sentía extraño, tenía vergüenza y sentía como que había botado una inmensa imagen de mí, una carga, un lastre. Era como un venado recién nacido no sabía como pararme, como mirar, que decir, pero algo además me pasaba, estaba profundamente feliz, no lo podía evitar, tenía ganas de reírme, más aún de gritar, de cantar de abrazar. Por ello creo que el rito continuó cuando comenzamos entre varones a hacer una danza. Nos tomamos de las manos y bailamos ritualmente, rítmicamente y comenzamos a gritar algo así como cantos ancestrales, fue espontáneo, natural, sentía que estaba saliendo un nuevo hombre de todo esto, un nuevo varón que celebra que se repone de su dolor que se encuentra con otros y se refleja en otros y por eso canta, salta, en círculos esta danza ancestral.
Así lentamente fuimos bajando los ritmos. La danza –purrun mapuche- fue calmando sus ánimos después de un tiempo ilimitado, cuanto había pasado, horas, minutos, segundos, no lo sabía. Volvimos del éxtasis, yo más que nadie, pero volvimos transformados, éramos otros varones que habíamos abierto o cerrado un círculo sagrado, hecho con nuestras vidas y nuestros dolores compartidos.
Después de eso nos abrazamos como nunca había sentido el encuentro de otro ser que me comprende. Una alegría profunda, calma, serena, emocionada y permanente ha quedado en mi desde aquellos abrazos que tan sinceramente di y recibí aquella noche en el cajón del Maipú. Desde aquel día intento ser un hombre nuevo, ya no me escandalizo tanto de mi mismo, me culpo menos y me espero más como también exijo menos de los demás, especialmente de la mujer que me ama hoy. Pero –por último-quisiera reconocer que desde aquel día hay una certeza fundamental que me acompaña y no puedo olvidar, no estoy solo en esta lucha. Hay otros varones más que están conmigo y que luchan cada día por encontrarse, renovar su vida y seguir caminando.
Con todo mi afecto para ustedes.
Desde mi ser masculino los bendigo.
M.M. Santiago, Noviembre de 2008.