Equidad de género: ¿Una lucha masculina

Equidad de género:
¿Una lucha masculina?

El cuestionado anhelo de la equidad de género en El Salvador no sólo lo sueñan algunas mujeres. Ahora, un grupo de hombres ha retomado las quejas de “ellas” para convertirlas en el discurso autocrítico que construya una nueva forma de masculinidad. Paradójicamente, según ellos, son las mismas mujeres las que, de alguna manera, bloquean su trabajo. ¿Por qué?

Claudia Zavala
vertice@elsalvador.com

No se definen como “hombres feministas”. Si bien aceptan que el trabajo de ese grupo de mujeres es fundamental para el cambio, avanzar en el proceso de equiparación de oportunidades masculinas y femeninas no pasa por el camino de “voltear la tortilla”, para que “ellas” sean las que tengan ahora el poder.

Los “Hombres por las relaciones igualitarias” aseguran que al menos con la conciencia y voluntad de cambio se inicia. Y aunque su esfuerzo no está etiquetado bajo el amparo de una ONG o una asociación de mayor peso, creen ser los pioneros locales de una evolución que ya ha iniciado en otros países

Sin embargo, los “peros” no les dan tregua. Desde que iniciaron, en 1992, las miradas de desconfianza forman parte de su historia. Porque, según ellos, “las mujeres creen que son las indicadas para trabajar el tema de maltrato y violencia, porque ellas casi siempre son las víctimas”.
Por el momento, la Fiscalía General de la República no cuenta con estadísticas recientes sobre denuncias de maltrato intrafamiliar del año 2002 porque, según su Oficina de Prensa, “se están actualizando”. Al menos hasta julio de 2001, sólo se conocían 10 casos denunciados a nivel nacional.

¿Arrepentimiento?

“Existe un subregistro que no figura en las cifras oficiales y eso lo sabemos nosotros, porque, incluso, lo hemos vivido en carne propia”, expresa Luis Gálvez Trejo, coordinador de esta agrupación masculina.

Gálvez Trejo es sociólogo y labora en el área de investigación de la Sala de lo Civil de la Corte Suprema de Justicia. Explica que, luego de la finalizada la guerra, en la cual él participó, imperaba la lógica de adaptarse a la dinámica de cambio e instauración de la institucionalidad perdida. “Yo daba discursos de democracia social, política y económica… pero en mis relaciones personales era todo un caos”, admite.

Según él, fue en ese momento que inició su “búsqueda” sobre el porqué de su manera de ser especialmente violenta. Coincidió con varios hombres de diferentes profesiones médicos, psicólogos, maestros, ingenieros, empleados públicos en la necesidad de conformar un foro permanente de estudios sobre masculinidad. Se acordó, entonces, establecer un espacio abierto de discusión, flexible, sin estructura orgánica definida. Llegaron a reunirse cerca de cien hombres, “aunque fijos eran sólo unos quince”.

Uno de los participantes fue Ricardo González, médico especializado en salud pública, quien ha trabajado con la Organización Panamericana de Salud, OPS, el tema de violencia intrafamiliar y masculinidad. “El 90 por ciento de los agresores son hombres. Es necesario analizar la violencia intrafamiliar como un problema de salud pública y, por eso, es tan importante la participación de los hombres en este proceso”, indica.

A juicio de González, cuando un hombre se separa de su pareja, pierde el empleo o enfrenta un embarazo inesperado este tipo de tema son más sensibles a ser abordados, “por la situación de vulnerabilidad en que se encuentra”.

González destaca que, hasta ahora, el movimiento feminista ha tratado el tema de violencia intrafamiliar como si fuera sólo problema de mujeres, cuando es realmente un problema de hombres. Para él, esto se ha convertido en un verdadero impase del movimiento feminista, pues han tratado con mujeres maltratadas, concientizándolas en sus derechos y posibilidades, pero han dejado a un lado a quien les origina su dolor. “Muchos hombres están maltratando a las mujeres que aman y no saben por qué”, dice.

La desconfianza

Menciona, además, algo que le parece básico en un hombre para abordar esta temática: Debe existir, indispensablemente, un proceso personal paralelo a la comprensión del discurso. Es decir, que de nada sirve que comprendan racionalmente por qué son violentos si en su vida personal no se esfuerzan por iniciar un cambio real en sus emociones y conductas. Por eso ellos se definen, básicamente, como hombres en proceso de cambio.

“Se necesitan pioneros que sensibilicen, pero la sociedad civil está muy corta, como dormida ante esta tema”, enfatiza.

Pero pocas mujeres creen en la honestidad de ese proceso. Al menos eso es lo que ellos aseguran haberse encontrado en el camino. El caso de Gálvez Trejo, como la cara más conocida de este movimiento, parece ser el más evidente.

El hecho de que hace cinco años su ex compañera de vida lo demandara por violencia física y psicológica es una marca difícilmente de borrar con simples declaraciones de arrepentimiento y deseos de cambio.

“Ella, al igual que yo, también es víctima de la guerra. Creo que eso tiene mucho que ver en nuestra relación. Pero ha habido mujeres feministas que me han dicho directamente: ‘¿Y vos quién sos para hablar de no violencia contra la mujer, si conocemos bien tu historia’”, relata.

Gálvez Trejo, quien asegura haberse sometido a un tratamiento psiquiátrico para “encontrarse a sí mismo”, no oculta los roces que ha tenido con algunas de ellas. Incluso denuncia que alguna de ellas se atrevió a hablar con su jefa, la magistrada Anita de Buitrago, para “pedir su cabeza”. Según él, todo se debe a que, hace un par de años, organismos internacionales les ofrecieron financiamiento para apoyar el movimiento masculinista en el país, con la condición de que conformaran una ONG. La negativa del grupo a recibir el dinero se debió, según explica, a que decidieron fortalecerse internamente, antes de aventurarse en un proyecto de mayor exigencia.

“Hay ciertas organizaciones de mujeres que se plantean el poder de una forma individualizada, creo que se sintieron amenazadas por nosotros, porque éramos un grupo novedoso en el país, que podía atraer más ayuda”, señala. A juicio de Gálvez Trejo, estas mujeres tienen muchas veces una postura “fundamentalista”, que funciona bajo la lógica de los partidos políticos: “Yo tengo más financiamiento, entonces yo exijo más cuota de poder”, compara.

Al ser consultadas sobre estos supuestos roces, dos representantes del grupo feminista Las Dignas comentaron, sin señalamientos personales, su experiencia con la agrupación enfocándose, sobre todo, en las diferencias de discurso (ver recuadro)

¿Hasta qué punto, en El Salvador, es factible que un movimiento de esta naturaleza prospere y aporte resultados reales? Quizá sólo el tiempo y los resultados de este esfuerzo aporten aristas para plantearse si la factibilidad de una equiparación entre ambos sexos y en diferentes ámbitos es posible. Es probable, incluso, que el tiempo muestre realidades decepcionantes antes las crecientes estadísticas de violencia intrafamiliar. Quizá sólo se trate de justificaciones discursivas para apoyar fallidos proyectos de ONG. O al final sólo queden las cenizas de una “agrupación placebo” para calmar la conciencia de muchos hombres que demuestran, a puño cerrado, el supuesto amor por sus mujeres.

Darles ánimo

Margarita Velado y Gilda Parducci, de Las Dignas, coinciden en que es un error personalizar las supuestas rencillas existentes con algún miembro de “Hombres por las relaciones igualitarias”. Al contrario, al hacer un análisis desapasionado del trabajo que hasta ahora han hecho concluyen en que es un avance importante porque “se están cuestionando la manera en cómo han sido socializados para ser como son”.

Sin embargo, tienen claro que este es un proceso complicado y extenso, muy diferente al camino que deben seguir las mujeres, desde la perspectiva feminista. “Es diferente porque ellos hablan desde la superioridad del poder. Nosotras queremos obtener privilegios y ellos deben cederlos”, explica Parducci. Según ella, para trabajar el tema de la masculinidad es necesario llevar paralelamente un proceso personal de cambio y autocrítica, “sino de nada sirve, porque no habría autenticidad en el planteamiento”.

El caso de Luis Gálvez Trejo parece seguir esa lógica. Al menos eso parece al conocer desde afuera su vida personal. En 1998 fue demandado por su ex compañera de vida por violencia física y psicológica. En diciembre de 2000, le embargaron el sueldo por incumplimiento de cuota alimenticia. En mayo de 2001, fue él el que demandó a su ex compañera por violencia psicológica y solicitó la custodia de su hija, de ocho años de edad. En septiembre de 2002, el Juzgado Tercero de Familia llegó a una resolución salomónica: La menor vivirá seis meses con la madre y seis meses con el padre. La madre ha decidido apelar y se espera la respuesta de la Cámara.

A juicio de Gálvez Trejo, su historial personal es el que ha hecho que algunas mujeres de organismos feministas le tengan poca confianza: “Personalizan las cosas. Algunas me han dicho ‘¿Y vos quién sos para hablar de masculinidad o de cambios? Si yo ejercí violencia, bueno, lo acepto, pero honestamente me esfuerzo por cambiar”, argumenta.

Un movimiento de nivel internacional

El interés de los hombres por reflexionar sobre la discriminación de género y masculinidad es, relativamente, nuevo. De hecho, los países más adelantados en el tema como Estados Unidos y algunas naciones escandinavas iniciaron su trabajo a fines de los setenta.

Hechos de violencia en contra de la mujer han motivado este esfuerzo masculino en diversos países del mundo. En los años ochenta, poco a poco, el movimiento fue expandiéndose entre algunos países de Latinoamérica y regiones de Europa.

En España, Valencia y Sevilla fueron las primeras ciudadanas en consolidar grupos de reflexión, en 1985. Quizá el impulso inicial de mayor peso, a nivel latinoamericano, fue en 1997, cuando se realizó el Primer Encuentro Latinoamericano sobre Género y Masculinidad.

Sin embargo, llama la atención que han sido hechos de violencia en contra de la mujer los que han sido el detonante para que los hombres tomen conciencia de la importancia del tema.
Por ejemplo, en 1989, fueron asesinadas catorce muchachas canadienses por el simple hecho de cursar una carrera destinada a los hombres. Esto generó la denominada “Campaña del lazo blanco”, en ocho países europeos.

El cuestionado anhelo de la equidad de género ya no sólo lo sueñan las mujeres. Un grupo de hombres retomó las quejas de “ellas” para convertirlas en el discurso autocrítico que construyera una nueva forma de masculinidad.

En España, la chispa promotora se expandió por completo en 1998, tras el asesinato de la andaluza Ana Orantes, una mujer de 60 años que acudió a un canal de televisión para relatar los abusos que su esposo la hacía padecer desde siempre.
Cuando ella regresó a casa, su marido la amarró a un radiador, la roció de gasolina y la quemó en plena calle.

La indignación social que sobrevino sirvió de plataforma para crear entidades como la “Asociación de Hombres por la Igualdad de Género”.
La mayoría de estos colectivos están conformados por empleados de delegaciones municipales o ayuntamientos, lo que facilita la realización de talleres de reflexión en instancias gubernamentales y escuelas.
Y nuestro país puede seguir el ejemplo en función de la paz en el hogar.

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