En 1874 se adentraba en el territorio congoleño el aventurero norteamericano Henry Stanley, a sueldo alternativamente de uno u otro magnate europeo. El mejor postor resultó ser el rey Leopoldo de Bélgica, cuñado de la reina de Inglaterra, quien, gracias a Stanley y su cuadrilla de facinerosos, se apoderó de una parte del Congo y logró que el congreso colonialista de Berlín, en 15 de noviembre de 1884, le concediera la propiedad de ese vasto territorio, de 2.3444.000 Km², hoy habitado por 40 millones de seres humanos.
Leopoldo fue el único soberano europeo que ejerció un poder exclusivamente personal sobre los territorios africanos conquistados, y lo aprovechó para someter al país a la más despiadada expoliación que registra la historia, al menos la de siglos recientes. El cultivo del caucho, que prosperó poco después gracias al automóvil, acarreó una política del rey consistente en obligar a todas las poblaciones de su «estado libre del Congo» a suministrar un número elevado de trabajadores esclavos con otro nombre (pese a que el propio Leopoldo había justificado la conquista con el pretexto de combatir la esclavitud) o alternativamente una cantidad de latex recolectado. Para amedrentar a las poblaciones que no cumplían se cortaban manos a una parte de sus habitantes. Las crueldades de Leopoldo causaron muchos millones de muertos, bastantes más que los que el nazismo mataría unos decenios después en sus campos de exterminio. Se calcula que murió la mitad de la población, seguramente varias decenas de millones de seres humanos.
Inglaterra, Francia etc, que también sometían a las poblaciones sojuzgadas de las nuevas colonias a trabajos forzados, no llegaron sin embargo a usar métodos iguales. Mas no fue ningún escrúpulo humanitario, sino la ambición lo que empujó a los ingleses a desatar una campaña contra las crueldades de Leopoldo. Y es que a la Gran Bretaña se le antojó que quería unir ese vasto territorio a su imperio colonial, igual que también les echó el ojo a las colonias portuguesas. Las cosas evolucionaron de otro modo.
El reino de Bélgica pasó a ser el propietario del Congo, a título de colonia, en 1908, cuando la compañía real se había empeñado hasta el tuétano, porque la voracidad de Leopoldo (sus yates, su palacio de la Costa Azul, sus francachelas) fundían todos los millones habidos y por haber. Comenzó un período de saqueo más racional, usando los métodos normales entonces de someter a las poblaciones a trabajos forzados. Gracias a haber sido invadida por Alemania en 1914, Bélgica conservó en 1918 su inmensa colonia a la que pudo añadir Ruanda y Urundi, que eran alemanas hasta ese momento.
Durante la segunda guerra mundial fue el trabajo forzado de los obreros en semi-servidumbre del Congo (zona de Chabá o Katanga) el que produjo el uranio que usaron los yanquis para la fabricación de las primeras bombas atómicas, las que hicieron estallar en 1945 contra Hiroshima y Nagasaki en Japón.
A partir de los inicios del movimiento africano de afirmación y reivindicación (tímidamente de rebelión antieuropea) en el período de entre-guerras, Bélgica tuvo que entablar una suavización de su política de saqueo colonial; y más tras el surgimiento de los movimientos anticolonialistas de la segunda posguerra mundial.
Sin embargo, a fines del decenio de los cincuenta, el colonialismo europeo dominaba aún la casi totalidad de la masa continental africana, donde sólo había unos pocos países independientes.
Los colonialistas estaban dispuestos a mantener su supremacía y dominación costara lo que costase. Francia proseguía su guerra contra el pueblo argelino levantado en armas. Se atisbaba el próximo comienzo de la guerra de liberación en las colonias portuguesas. El nasserismo se había robustecido en la parte del mundo árabe no sojuzgada por el imperialismo.
Entonces el colonialismo europeo acudió a la combinación de varias tácticas. De un lado, Francia proclamó la incorporación de sus colonias al territorio francés y, finalmente, en 1958 hizo lo que la Cortes de Cádiz habían hecho en España en 1812, otorgar a los territorios de ultramar el estatuto de parte del territorio nacional a todos los efectos. Mas con eso surgió un nuevo peligro: el de que Francia `se convirtiera en una colonia de sus colonias’, —según la voz de alarma de un político francés— o —dicho menos rocambolescamente— que un día decidieran la mayoría en la asamblea nacional francesa las grandes masas de Brazzaville, Abidjan, Madagascar, Dakar, Argel etc. Puestos a eso, era mejor conceder la independencia, siempre que se pusiera en el poder a títeres del propio neocolonialismo europeo.
Olvídase ahora que el Mercado común europeo, que se crea en el Tratado de Roma del 25 de marzo de 1957, tendía, entre otros objetivos, a poner en común, en cierto modo, las inmensas colonias, con la gigantesca riqueza que encerraban, para su explotación mancomunada. (Recordemos que, de 143 diputados comunistas franceses, 143 votaron en contra de la formación del Mercado común europeo.) En enero de 1958 se instala en Bruselas la comisión ejecutiva del mercado común, la que hoy sigue haciendo de las suyas.
A pesar del golpe de estado del 13 de mayo de 1958 que llevó al poder a De Gaulle para seguir una política de mano dura en Argelia y mantener así la Argelia francesa, las razones que hemos invocado unos párrafos más atrás hicieron cambiar de rumbo a los líderes de París. Bélgica no podía obcecarse. En abril de 1959 estallan disturbios en la capital de la colonia belga del Congo, Leopoldville (hoy Kinshasa).
Bélgica decide entonces otorgar una independencia precipitada y casi forzada. Tal vez la idea de los colonialistas belgas era imponer esa secesión para poner de rodillas a los congoleños, quienes, sabido es, serían incapaces (¡son negros!) de tener ningún género de organización estatal independiente, y a lo mejor hasta volvían a llamar a los belgas para que volvieran a adueñarse del país. Es difícil saber si eran ésas u otras las intenciones del gobierno de Bruselas, mas se comportó como si algo de eso fuera lo que planeaba.
El 30 de junio de 1960 se otorga así la independencia del Congo belga. Las colonias francesas del África negra seguirían ese rumbo en los primeros años 60 y finalmente Francia, con los acuerdos de Evián, se retiró de su preciada colonia argelina.
Mas en 1960 no estaba claro ni qué pretendía Bélgica (seguramente no lo sabía ni siquiera el propio gobierno monárquico de Bruselas) ni que los colonialistas europeos iban a renunciar a su dominación colonial. De momento lo que se quiso fue domar a los congoleños, quienes, aunque pacíficamente, habían osado reclamar la liberación nacional. El líder del movimiento independentista congoleño era Patricio Lumumba, nacido en 1925.
Apenas otorgada la independencia, Bélgica retiró a los especialistas, tratando de provocar la parálisis del país; provocó la sublevación de los gendarmes katangueños, acaudillados por un agente de la compañía minera belga de Katanga, Moisés Tchombé, quien proclamó la secesión de su provincia; provocó otros movimientos secesionistas, como el del «rey» Alberto I de Kassai; manejó los hilos de la política interna del Congo, sus peones el presidente Kasavubu y sobre todo el general Mobutu, hombre de los servicios secretos belgas desde su época de estudiante, y luego agente de la CIA norteamericana. Además Bélgica desembarcó tropas, agrediendo así militarmente al país al que sobre el papel acababa de conceder la independencia, so pretexto de que ciudadanos belgas corrían peligro (no era de extrañar, en medio de todo ese zafarrancho).
La sacrosanta unión del democrático campo occidental hizo que se compincharan todos para acabar con la recién conquistada independencia del Congo. El cabecilla del imperialismo yanqui, Eisenhower, dio la orden de matar a Lumumba, ya en el verano de 1960. Se temía que el líder africano emprendiera un rumbo como el de Fidel Castro en Cuba, quien en esas fechas, y ante el acoso yanqui, empezaba a radicalizar su revolución antiimperialista. Se fraguó una conchabanza yanqui-franco-belga, que de hecho mantuvo al Congo bajo la tutela ternaria de ese trío colonialista hasta la liberación del país en 1997 (caída de la atroz tiranía del general Mobutu y llegada a Kinshasa del Presidente Kabila).
Volviendo a 1960, hay que recordar cómo, teóricamente interponiéndose a título de neutrales, intervinieron tropas de la ONU, que luego facilitarían el asesinato del primer ministro, Patricio Lumumba. Éste tiene lugar el 17 de enero de 1961. Su cuerpo, al parecer, fue descuartizado. Hoy se han revelado detalles macabros. Lo que hoy admiten los historiadores es la complicidad de EE.UU, Francia y Bélgica, pero hubo más complicidades.
Actualmente, la República Democrática del Congo tiene un gobierno independentista encabezado por uno de los en aquellas fechas jóvenes lumumbistas, Laurent Kabila. De nuevo el imperialismo yanqui y sus aliados se han abalanzado contra ese desgraciado y heroico país, esta vez a través de sus testaferros, los regímenes opresores y prooccidentales de Uganda, Ruanda y Burundi (los dos últimos en manos de la minoría tutsi, casta privilegiada). Los invasores ocupan la mitad del país, pero el pueblo congoleño, unido a su gobierno, continúa la lucha por su liberación.
Es difícil exagerar el estremecimiento que provocó en 1961 el asesinato de Patricio Lumumba. En su honor se llamó la Universidad de la Amistad de los Pueblos de Moscú, un vivero de cuadros para muchos países del tercer mundo erguidos en su lucha anticolonialista. Lo que querían los colonialistas europeos fracasó, al menos en buena medida, porque tuvieron que acabar concediendo la independencia, al menos sobre el papel. Del vergonzoso capítulo histórico del rapaz colonialismo europeo en África ha quedado una imagen de la que pocos se sentirán orguHace 40 años era asesinado Patricio Lumumba