Islam, imperialismo y resistencia

Desde la revolución de 1978-1979 en Irán, la vida política en Oriente Medio y otros lugares como Pakistán, Indonesia y Magreb, está dominada por los movimientos islamistas. Estos movimientos, que Occidente ha etiquetado de “fundamentalismo islámico”, “islamismo”, “integrismo”, “islam político” o de “renovación islámica”, tienen como objetivo “regenerar” la sociedad volviendo a las enseñanzas originales del profeta Mahoma.

Se han convertido en una fuerza mayoritaria en Irán y Sudán (donde están todavía en el poder), en Egipto, Argelia y Tayikistán (donde libran una violenta lucha armada contra el Estado), en Afganistán (donde, desde el final de la guerra contra el gobierno prosoviético, se enfrentan movimientos islamistas rivales), en los territorios ocupados (donde su compromiso político desafía la hegemonía de la OLP sobre la resistencia palestina), en Pakistán (donde constituyen una parte significativa de la oposición) y en Turquía (donde el Partido del Bienestar llegó a controlar las alcaldías de Estambul, Ankara y otras numerosas ciudades).

El crecimiento de estos movimientos ha causado un enorme choque entre los intelectuales liberales, provocando una oleada de pánico entre los que creían que la “modernización” que siguió a la victoria de las luchas anticoloniales, de los años 1959 y 1960, conduciría inevitablemente a la aparición de sociedades más ilustradas y menos represivas.1

Por el contrario asistieron al desarrollo de fuerzas que parecen inspirarse en una antigua sociedad menos liberal, que impone a las mujeres el aislamiento, utiliza el terror para reprimir el librepensamiento y amenaza con los más bárbaros castigos a quienes desafían sus decretos. En países como Egipto y Argelia, los liberales se ponen del lado del Estado que les persiguió y encarceló en el pasado, en la guerra que lleva a cabo contra los partidos islamistas.

Pero los liberales no son los únicos en haberse sumido en la confusión por el crecimiento del islamismo. Lo mismo le ha sucedido a la izquierda. No sabe cómo reaccionar frente a lo que considera como una doctrina oscurantista, apoyada por fuerzas tradicionalmente reaccionarias y que goza de un cierto éxito entre las capas más pobres de la sociedad. De aquí surgen dos enfoques opuestos.

El primero es el de considerar el islamismo como la encarnación de la reacción, como una forma de fascismo. Esta posición fue la adoptada después de la revolución en Irán por el catedrático de universidad británico Fred Halliday, el cual se consideraba de izquierdas, que daba al régimen iraní el nombre de “islam con rasgos fascistas.“2 Gran parte de la izquierda iraní adoptó este enfoque después de la consolidación del régimen de Jomeini en 1981-1982, enfoque que recupera hoy la izquierda en Egipto y Argelia. Así por ejemplo, un grupo marxista revolucionario argelino sostiene la opinión de que los principios, la ideología y la acción política del FIS “son comparables a los del Frente Nacional en Francia” y que se trata de “una corriente fascista.“3 La conclusión práctica a la que fácilmente conduce tal análisis es a la construcción de alianzas políticas dirigidas a impedir el crecimiento de los fascistas a cualquier precio. Así Halliday deducía que la izquierda en Irán tenía la culpa por no aliarse con la “burguesía liberal” entre 1979 y 1981 para oponerse “a las ideas y a la política reaccionaria de Jomeini.“4 Hoy en Egipto, la izquierda influenciada por la tradición comunista dominante apoya, de hecho, al Estado en su guerra contra los islamistas.

El enfoque opuesto, es el de considerar a los movimientos islamistas como movimientos “progresistas” y “anti-imperialistas” en defensa de los oprimidos. Esta posición fue adoptada por la mayor parte de la izquierda iraní en la fase inicial de la revolución de 1979: el Tudeh, partido influenciado por la URSS; así como gran parte de los Fedayín, organización guerrillera; y los Muyahidín del Pueblo, islamistas de izquierda. Todos ellos calificaban a todas las fuerzas que apoyaban a Jomeini de “pequeña burguesía progresista.” La conclusión de este enfoque es que había que dar a Jomeini un apoyo casi incondicional.5 Un cuarto de siglo antes, los comunistas egipcios habían adoptado momentáneamente esa posición con respecto a los Hermanos Musulmanes, pidiendo que se aliaran con ellos “en una lucha común contra la «dictadura fascista» de Nasser y «sus aliados ingleses y americanos».“6

Quiero demostrar que estas dos posiciones son falsas. No alcanza ni a identificar el carácter de clase del islamismo moderno, ni a definir sus relaciones con el capital, el Estado y el imperialismo.

Chris Harman, otoño de 1994.

Islam, religión e ideología

La confusión empieza, la mayoría de las veces, por una confusión sobre el poder de la religión misma. Los creyentes la consideran como una fuerza histórica de pleno derecho, ya sea para mejor o para peor. Éste es también el punto de vista de la mayoría de los anticlericales burgueses y de los librepensadores. Para ellos, combatir la influencia de las instituciones religiosas y de las ideas oscurantistas constituye en sí mismo la vía hacia la liberación de los pueblos.

Si bien las instituciones y las ideas religiosas juegan evidentemente un rol en la historia, este proceso no puede sin embargo separarse de la realidad material. Las instituciones religiosas, con sus grupos de sacerdotes y profesores, aparecen en una determinada sociedad y están en interacción con ella. Sólo pueden mantenerse, mientras la sociedad cambia, si encuentran alguna manera de cambiar su propia base de apoyo. Así, por ejemplo, una de las más importantes instituciones religiosas del mundo, la Iglesia católica romana, surgió a finales de la antigüedad y sobrevivió adaptándose, primeramente a la sociedad feudal durante un milenio luego, con mucha dificultad, a la sociedad capitalista que sucedió al feudalismo, sin embargo ha debido cambiar gran parte del contenido de su propia doctrina.

Las personas han dado siempre interpretaciones diferentes a sus ideas religiosas, en función de su propia situación material, de sus relaciones con otras personas y de los conflictos en los que se encontraban implicados. La historia está llena de ejemplos de personas que profesan creencias religiosas casi idénticas y que se encuentran en campos opuestos en el momento de grandes conflictos sociales. Este fue el caso durante las convulsiones sociales que sacudieron Europa durante la crisis del feudalismo en los siglos XVI y XVII, cuando Lutero, Calvino, Munzer y otros dirigentes “religiosos” ofrecieron a sus fieles una nueva visión del mundo gracias a una reinterpretación de los textos bíblicos.

Con relación a esto, el islam no difiere en nada de otras religiones. Apareció en un contexto dado; el de las comunidades de mercaderes de las ciudades de Arabia del siglo VII, en una sociedad en la que la sociedad se organizaba todavía, esencialmente, sobre una base tribal. Luego el islam se extendió a través de la sucesión de grandes imperios formados por algunos de aquellos que aceptaban los preceptos musulmanes. Permanece hoy como ideología oficial de numerosos estados capitalistas (Arabia Saudí, Sudán, Pakistán, Irán, etc.), pero también como fuente de inspiración de numerosos movimientos de oposición.

El islam ha conseguido sobrevivir en sociedades tan diferentes porque ha sabido adaptarse a los intereses de las distintas clases. Así, por ejemplo, ha conseguido recursos, para construir sus mezquitas y para pagar a sus predicadores, de comerciantes de Arabia, burócratas, terratenientes y comerciantes de grandes imperios, como de industriales del capitalismo moderno. Pero al mismo tiempo, ha conseguido la fidelidad de las masas, transmitiendo un mensaje adecuado para llevar consuelo a los pobres y a los oprimidos. En cada etapa de su evolución, el discurso del islam ha oscilado siempre entre la promesa de una cierta protección para los oprimidos y la garantía de una protección, contra cualquier cambio revolucionario, para las clases explotadoras.

Así el islam exige que los ricos cumplan con un impuesto islámico del 2,5% (el zakat) para socorrer a los pobres, que los gobernantes actúen justamente y que los maridos no maltraten a sus esposas. Pero al mismo tiempo considera la expropiación de los ricos por los pobres como un robo, afirma que la desobediencia a un gobierno “justo” es un crimen que debe ser castigado duramente y sólo atribuye a las mujeres derechos inferiores a los de los hombres en los ámbitos del matrimonio, la herencia o sobre los hijos, en caso de divorcio. Seduce tanto a los ricos como a los pobres regulando la opresión y levantando una muralla contra una opresión aún más dura, pero también contra una eventual revolución. El islam constituye, al igual que el cristianismo, el hinduismo y el budismo, el corazón de un mundo desprovisto de él y el opio del pueblo.

Pero ningún conjunto de ideas puede encontrar tal eco entre clases tan diferentes, en particular en una sociedad sacudida por convulsiones sociales, a menos que esté llena de ambigüedades. Debe poder permitir interpretaciones diferentes, incluso si esto conduce a sus discípulos a atacarse mutuamente.

El islam demuestra esta condición casi desde sus orígenes. Después de la muerte de Mahoma en el 632 dC, apenas dos años después de la conquista de la Meca por los musulmanes, aparecieron discrepancias entre los discípulos de Abu Bakr, que se convierte en el primer califa (es decir el sucesor de Mahoma como jefe del islam) y Alí, el marido de Fátima, hija del profeta. Alí afirmaba que ciertas decisiones tomadas por Abu Bakr aumentaban la opresión. Estas divergencias aumentaron para, finalmente, desembocar en una batalla entre ejércitos musulmanes rivales, la batalla del Camello, con 10.000 muertos. Estas divergencias provocaron el primer gran cisma, dando lugar a dos versiones del islam, la sunita y la chiíta. Este hecho no fue más que el primero de una larga serie. Se vieron aparecer, de manera recurrente, grupos que denunciaban el sufrimiento que los impíos infligían a los oprimidos y reclamaban un retorno a la “pureza” original del islam, tal como existía en los tiempos del profeta. Como dice Akbar S. Ahmed en su libro Descubriendo el islam:

“A lo largo de toda la historia del islam, los dirigentes musulmanes han predicado un cambio hacia un ideal (…) Se hacían así portavoces de movimientos étnicos, sociales o políticos a menudo confusos (…) Esto abre la vía a todo un abanico cismático que caracteriza el pensamiento islámico, desde el chiísmo, con sus ramificaciones como los ismaelitas, hasta otros movimientos más efímeros (…) La historia musulmana está llena de Mahdis [imanes] dirigiendo revueltas contra el orden establecido, y perdiendo a menudo la vida (…) Estos cabecillas procedían a menudo del pequeño campesinado o de grupos étnicos empobrecidos. La utilización del discurso islámico reforzó su sentimiento de pobreza y consolidó el movimiento.“7

Incluso el islam tradicional no constituye, al menos en sus formas populares, un conjunto de creencias homogéneas. La difusión de esta religión que cubre toda la región, yendo de la costa atlántica del Noroeste de África al golfo de Bengala, implica la incorporación en la sociedad islámica de pueblos que integran al islam muchas de sus antiguas prácticas religiosas, incluso si éstas están en contradicción con algunos de los preceptos originales del islam. Por eso las formas populares del islam incluyen a menudo cultos de santos locales o de santas reliquias, prácticas consideradas sacrílegas por el islam ortodoxo. Es así como prosperan las fraternidades sufíes que, sin constituir rivales de talla para el islam tradicional, ponen el acento sobre la experiencia mística y mágica, lo que numerosos fundamentalistas encuentran inaceptable.8

En esta situación cualquier llamamiento a un retorno a las prácticas del profeta, es de hecho sinónimo, no de conservar el pasado, sino de transformar el comportamiento de la gente hacia algo totalmente nuevo.

Esto ha sido cierto si miramos el resurgimiento islámico a lo largo de este siglo. Surgió, en primer lugar, como un medio para hacer frente a la conquista material y a la transformación cultural de Asia y del Norte de África por parte de la Europa capitalista. Los partidarios de esta renovación de la fe afirmaban que esta transformación nunca habría sido posible sin la corrupción de los valores islámicos, de la que los grandes imperios medievales, por su avidez de bienes materiales, eran responsables. El único medio de regenerar el mundo musulmán era resucitar el espíritu fundador del islam, como fue expresado por los cuatro primeros califas (o, para los chiítas, por Alí). Es lo que, por poner un ejemplo, justifica a los ojos de Jomeini la denuncia de la casi totalidad de la historia del islam desde hace 1.300 años. En su obra Islam y Revolución, Jomeini señalaba:

“Desgraciadamente, el verdadero islam tiene una corta vida. Primeramente los omeyas [la primera dinastía árabe fundada por Alí], después los abasidas [que los conquistaron en el 750 dC], hicieron mucho daño al islam. Más tarde, los monarcas que reinaron sobre Irán continuaron en la misma vía; deformaron completamente el islam, y lo sustituyeron por una cosa muy diferente.“9

Así, mientras que el islamismo puede ser presentado por sus defensores y sus detractores como una doctrina tradicionalista, fundada sobre el rechazo del mundo moderno, las cosas son en realidad bastante más complejas. La aspiración a recrear un pasado mítico corresponde a una voluntad, no de dejar la sociedad existente tal como está, sino de reformarla completamente. Aún más, este deseo de reformar la sociedad no puede tener como meta una copia conforme al islam del siglo VII, puesto que los islamistas no rechazan todos los aspectos de la sociedad actual. Por regla general, aceptan la industria y la tecnología modernas así como una gran parte de la ciencia sobre la que se apoyan, de hecho afirman que el islam, como doctrina más racional y menos influenciada por la superstición que el cristianismo, está mucho más en armonía con la ciencia moderna. Así que los partidarios del resurgimiento del islam intentan crear algo que no había existido anteriormente, fusionar las antiguas tradiciones y las formas modernas de vida social.

En consecuencia, reducir a todos los islamistas a unos “reaccionarios” es un error, tanto como el asimilar el “fundamentalismo islámico” en su conjunto, al fundamentalismo cristiano que es el bastión del ala derecha del Partido Republicano norteamericano. Personajes como Jomeini, los dirigentes de los grupos muyahidines rivales en Afganistán o como los dirigentes del Frente Islámico de Salvación (FIS) en Argelia, utilizan ciertos temas tradicionalistas y juegan con la nostalgia de grupos sociales en vías de desaparición, pero atraen también a corrientes radicales aparecidas con la transformación de la sociedad por el capitalismo. Olivier Roy, en su obra Islam y resistencia en Afganistán, cuando evoca a los islamistas afganos, explica que:

“El fundamentalismo es totalmente diferente [del tradicionalismo]: para el fundamentalismo, es crucial volver a las escrituras y deshacerse del oscurantismo creado por la tradición. El fundamentalismo busca siempre el retorno a un estado de cosas anterior; se caracteriza por una práctica de relectura de los textos y una búsqueda de los orígenes. El enemigo no es la modernidad sino la tradición, mejor dicho, en el contexto del islam, todo lo que no es la tradición del Profeta. He ahí la verdadera reforma.“10

El islam tradicionalista es una ideología que busca perpetuar un orden social minado por el desarrollo del capitalismo, o al menos evocar este orden con el fin de enmascarar la transformación de la vieja clase dirigente en clase capitalista moderna, como en el caso de la familia real de Arabia Saudí. El islamismo es una ideología que, aunque haga un llamamiento a ciertos temas similares, busca transformar la sociedad, no conservarla en el mismo estado. Es por lo que el mismo término de “fundamentalismo” no es verdaderamente apropiado. Como observa Abrahamian en su libro Jomeinismo:

“La denominación de «fundamentalismo» implica la inflexibilidad religiosa, el purismo intelectual, el tradicionalismo político e incluso el conservadurismo social y la centralidad de los principios escriturales-doctrinales. El término «fundamentalismo» implica el rechazo del mundo moderno.“11

De hecho, los movimientos como el de Jomeini en Irán se apoyan en “la adaptabilidad ideológica y la flexibilidad intelectual, acompañadas de una contestación al orden establecido y de la toma en cuenta de los problemas socioeconómicos que alimentan la oposición de masas al status quo.“12

Sin embargo no siempre se distingue claramente lo que diferencia el islamismo del tradicionalismo. Y esto ocurre precisamente porque la noción de regeneración social se presenta bajo la forma de un discurso religioso que es susceptible de diferentes interpretaciones. Esta regeneración puede significar, simplemente, poner fin a las “prácticas degeneradas” mediante el retorno a comportamientos supuestamente anteriores a la “corrupción del islam” por “el imperialismo cultural”. Entonces se hace hincapié en “el pudor” de la mujer y en llevar el velo, en el fin de “la promiscuidad” derivada de la mezcla de sexos en las escuelas y lugares de trabajo, en la oposición a la música Pop occidental y así sucesivamente. Así, uno de los dirigentes más populares del FIS, Alí Belhadj, denuncia la “violencia” hacia los musulmanes debido a “la invasión cultural”:

“Nosotros, musulmanes, creemos firmemente que la forma más grave de violencia que se nos hace no es la violencia física, pues estamos preparados (…) es la violencia que representa el desafío lanzado a los sentimientos de la comunidad musulmana por la imposición de una legislación diabólica, en lugar de la sharia (…)

¿Existe una violencia mayor que la que consiste en propagar y fomentar lo que Dios ha prohibido? Han creado empresas vinícolas, obra del demonio, y los prostíbulos están protegidos por policías! (…)

Se puede concebir violencia mayor que la de esta mujer que quema su velo en una plaza pública, a la vista de todos, diciendo que el actual código de familia castiga a la mujer, y encuentra afeminados, semi-hombres o transexuales para apoyarla en su aberración (…)

¿Es violencia exigir que la mujer permanezca en su casa, en una atmósfera de castidad, de discreción y de humildad, y que no salga más que en los casos establecidos por el Legislador? (…) ¿Exigir la separación de sexos entre los estudiantes y los profesores, y la ausencia de esa mezcla insoportable causa de la violencia sexual?“13

Pero la regeneración puede ser también sinónimo de cuestionamiento del Estado y de los aspectos de la dominación política del imperialismo. Así los islamistas iraníes cerraron la más importante estación de “escucha” americana en Asia y tomaron el control de la embajada de Estados Unidos. Hezbolá al sur del Líbano, Hamas en Cisjordania y Gaza, han jugado un papel clave en la lucha armada contra Israel. En Argelia el FIS organizó manifestaciones multitudinarias contra la guerra dirigida por EEUU contra Irak, aunque éstas le costaron la pérdida del apoyo financiero de Arabia Saudí.

La noción de regeneración puede incluso significar, en ciertos casos, el apoyo a las luchas contra la explotación de los trabajadores y los campesinos, como fue el caso de los muyahidín iraníes entre 1979 y 1982.

A las diferentes interpretaciones de la idea de regeneración corresponden naturalmente clases sociales diferentes. Pero la fraseología religiosa puede impedir, a quienes concierne, identificar las diferencias que les separan. En el fragor de la lucha, los individuos son susceptibles de mezclar las posiciones, de manera que la lucha contra levantar el velo de las mujeres es vista como una lucha contra las compañías petrolíferas occidentales y contra la miseria extrema de las masas. Así en Argelia, a finales de los 80, el dirigente del FIS, Belhadj:

“se hizo la voz de todos los que no tenían nada que perder (…) Concibiendo el islam según las escrituras más puras, predicó la aplicación estricta de sus mandatos (…) Alí Belhadj partió todos los viernes hacia la guerra contra el mundo entero. Judíos y cristianos, sionistas, comunistas y laicos, liberales y agnósticos, gobernantes del Este y del Oeste, jefes de estados árabes o musulmanes, dirigentes de partidos e intelectuales occidentalizados fueron los blancos favoritos de sus sermones semanales.“14

Sin embargo, bajo la confusión de ideas, existían intereses reales de clase.
La naturaleza de clase del islamismo

El islamismo apareció en sociedades traumatizadas por el impacto del capitalismo, primeramente bajo la forma de una conquista externa por parte del imperialismo, después, y cada vez más, por la transformación de las relaciones sociales internas que acompañan a la aparición de una clase capitalista local y a la formación de un Estado capitalista independiente.

Las antiguas clases sociales fueron reemplazadas por otras nuevas, aunque este cambio no se realizó de forma clara e instantánea, sino que fue producto de lo que Trotski llamaba “un desarrollo desigual y combinado”.

El colonialismo se batió en retirada, pero las grandes potencias imperialistas, en particular EEUU, continuaron utilizando su potencia militar como herramienta de negociación para influir sobre la producción del mayor recurso del Oriente Medio: el petróleo.

En el interior, la intervención del Estado y a menudo la propiedad estatal conduce a la aparición de una gran industria moderna, pero subsisten sectores enteros de la industria “tradicional”, basados en un gran número de pequeños talleres en los que el propietario trabaja a menudo con dos o tres empleados, normalmente miembros de su propia familia. La reforma agraria transformó a algunos campesinos en agricultores capitalistas modernos; pero fue mayor el número de ellos a los que obligó al éxodo, desposeyéndolos o casi, de sus tierras y, forzándolos a buscar recursos en empleos temporales en los talleres o en los mercados de los barrios de chabolas en plena expansión.

La considerable expansión del sistema educativo forma a un gran número de diplomados, pero estos encuentran pocas salidas profesionales en los sectores punta de la economía, por lo que acaban poniendo todas sus esperanzas en el acceso a la burocracia estatal; mientras tanto se buscan la vida con pequeños trabajos en la economía informal: captación de clientes para los comerciantes, servir de guía a los turistas, vender billetes de lotería, conducir taxis, etc.

Las crisis económicas de los últimos 20 años han agravado todas estas contradicciones. La economía nacional ya es demasiado limitada para un funcionamiento eficaz de las industrias modernas, mientras que la economía mundial es demasiado competitiva para permitirles sobrevivir sin la protección del Estado. Las industrias tradicionales no han podido, en general, modernizarse sin el apoyo del Estado y no aportan una solución a la incapacidad de la industria moderna de ofrecer empleo a una población urbana en aumento. Sin embargo algunos sectores han logrado establecer lazos autónomos con el capital internacional y se resienten, cada vez más, la dominación del Estado sobre la economía. Los habitantes más ricos de las ciudades consumen cada vez más los productos de lujo, disponibles en el mercado mundial, creando un descontento creciente entre los trabajadores temporales y parados.

El islamismo representa un intento de solucionar estas contradicciones por parte de gente que ha sido educada en el respeto a las ideas islámicas tradicionales. Pero al islamismo no lo apoyan de la misma forma todos los sectores de la sociedad.

Algunos de estos sectores se adhieren a una ideología moderna laica burguesa o nacionalista, mientras que otros giran, más bien, hacia una forma de expresión laica y proletaria. El nuevo islamismo recibe el apoyo de cuatro grupos sociales diferentes, cada uno de los cuales interpreta el islam a su manera.
1.-El islamismo de los antiguos explotadores

En primer lugar, encontramos a los miembros de las clases privilegiadas tradicionales que temen ser los perjudicados por la modernización capitalista de la sociedad, especialmente los propietarios de tierras (incluido el clero cuyo dinero depende de las tierras pertenecientes a fundaciones religiosas), los comerciantes capitalistas tradicionales y, los propietarios de pequeñas tiendas y talleres.

Son estos grupos los que, a menudo, han financiado las mezquitas y los que consideran al islam como un medio para defender su modo de vida y para hacer oír su voz ante los que gestionan el cambio. Así en Irán y Argelia, fue este grupo el que dio al clero los recursos para oponerse al programa de la reforma agraria del Estado, en los años 60 y 70.
2.-El islamismo de los nuevos explotadores

A continuación se encuentran, surgidos a menudo del grupo anterior, ciertos capitalistas que han tenido éxito a pesar de la hostilidad de los grupos vinculados al Estado. En Egipto, por ejemplo, los Hermanos Musulmanes: “se han insertado en el tejido económico del Egipto de Sadat en una época en la que sectores enteros de la economía habían sido entregados al capitalismo salvaje. Uthman Ahmad, el Rockfeller egipcio, no ocultaba su simpatía por los Hermanos Musulmanes.“15

En Turquía, el Partido del Bienestar, dirigido por antiguos miembros del Partido Conservador, goza del apoyo de una gran parte de la clase media. En Irán, entre los comerciantes del bazar que apoyaron a Jomeini contra el sha, encontramos a ricos capitalistas defraudados por la forma en que la política económica favoreció a aquellos que estaban próximos a la corona.
3.- El islamismo de los pobres

El tercer grupo es el de los pobres salidos del mundo rural que han sufrido la expansión de la agricultura capitalista, que se ven forzados al éxodo hacía las ciudades y a la búsqueda desesperada de un empleo.

En Argelia la reforma agraria sólo benefició a 2 de los 8,2 millones de la población rural. Los 6 millones restantes debieron elegir entre quedarse en el campo y ver agravarse su pobreza o partir hacia las ciudades en busca de trabajo.16 Pero en las ciudades:

“el grupo más desprotegido es aquel de parados irreductibles, compuesto de antiguos campesinos desarraigados que llegaron a las ciudades en busca de empleo y mejoras sociales (…) y que se han encontrado separados de la sociedad rural, sin ser, sin embargo, integrados en la sociedad urbana.“17

Han perdido las referencias asociadas a un modo de vida antiguo referencias que identifican con la cultura musulmana tradicional, sin conseguir ninguna seguridad material o modo de vida estable:

“Para millones de argelinos atrapados entre una tradición que ya no les inspira una lealtad total y un modernismo que no puede satisfacer sus necesidades psicológicas y espirituales, especialmente las de los jóvenes, ya no existen normas claras de comportamiento y creencia.“18

En tal situación, incluso la agitación islámica llevada a cabo por los antiguos terratenientes contra la reforma agraria en los años 70, fue susceptible de encontrar eco entre los campesinos y los ex-campesinos. En efecto, la reforma agraria podía convertirse en un símbolo de transformación del campo que, a su vez, provocaría la destrucción de un modo de vida que, aunque miserable, sería sinónimo de seguridad:

“Para los terratenientes establecidos en ciudades y los campesinos sin tierra, los integristas tienen el mismo lenguaje: el Corán condena la expropiación de los bienes del otro; recomienda a los ricos y a los que gobiernan, conforme a la Sunna, ser generosos con los indigentes.“19

El atractivo del islamismo aumentó a lo largo de los 80, a medida que la crisis económica acentuaba la diferencia entre las masas empobrecidas y la élite que representaba un 1% de la población, la que dirigía el Estado y la economía. La riqueza y el estilo de vida, al modo occidental, de los pertenecientes a esta élite encajaba mal con la imagen de herederos de la lucha de liberación nacional contra los franceses, a la que pretendían pertenecer. Para los antiguos campesinos era muy fácil identificar la conducta “no islámica” de esta élite como la causa de su propia miseria.

Lo mismo sucedió en Irán. La transformación capitalista de la agricultura mediante la reforma agraria lanzada por el sha, en los años 60, sólo benefició a una minoría de campesinos, no aportando ninguna mejora, o incluso, agravando la situación económica de los demás. Esto acentuó el antagonismo existente entre los pobres rurales o recién llegados a las ciudades y el Estado. Antagonismo que benefició a las fuerzas islámicas que se habían opuesto a la reforma agraria. Así, por poner un ejemplo, cuando en 1962 el sha envió a las fuerzas del orden contra las grandes figuras del islamismo, sólo consiguió convertirlos en portavoces del descontento popular.

En Egipto, la Infitah, apertura de la economía al mercado mundial gracias a los acuerdos firmados con el Banco Mundial y el FMI a partir de mediados de los 70, agravó sensiblemente la situación de la mayoría de campesinos y ex-campesinos, creando así enormes resentimientos.

En Afganistán las reformas agrarias impuestas después del golpe de Estado del PDPA (Partido Democrático del Pueblo de Afganistán, comunistas), en 1978, condujeron a una serie de levantamientos espontáneos por parte de todos los sectores de la población rural:

“Las reformas han puesto fin a las formas de trabajo tradicionales, fundadas sobre un apoyo e interés mutuo, sin ofrecer ninguna alternativa. Los terratenientes que habían sido desposeídos de sus tierras dejaron de distribuir semillas a sus aparceros; los prestamistas se negaron a prestar dinero. Se hablaba de la creación de una banca para el desarrollo agrícola; de una oficina encargada de supervisar la distribución de las semillas y del forraje, pero nada de esto se concretó cuando las reformas fueron efectivamente aplicadas (…) Así, el simple anuncio de las reformas había privado al campesino de sus provisiones de semillas (…) La reforma no sólo destruyó la estructura económica sino toda la estructura social de la producción (…) No es entonces sorprendente que en lugar de conseguir levantar al 98% de la población contra el 2% de las clases explotadoras, estas reformas causaran una revuelta general del 75% de la población de las zonas rurales. Cuando se dieron cuenta de que el nuevo sistema no era eficaz, incluso los campesinos que al principio habían acogido favorablemente la reforma, consideraron que vivirían mejor si se volviese al antiguo sistema.“20

Pero no es solamente la hostilidad al Estado lo que sensibiliza a los campesinos con el mensaje de los islamistas. Las mezquitas ofrecen un punto de referencia social para la gente perdida en una ciudad nueva y extraña. Las organizaciones caritativas islamistas les ofrecen los servicios sociales indispensables (clínicas, enseñanza, etc.) que el Estado no les asegura. Así en Argelia el crecimiento de las ciudades en los años 70 y 80 fue acompañada de un aumento considerable del número de mezquitas:

“Todo ocurre, en suma, como si la parálisis de la educación y de la arabización, la ausencia de estructuras culturales y de ocio, la falta de espacios públicos libres y el hacinamiento en las viviendas, condujeran a miles de hombres, jóvenes y niños a las mezquitas.“21

De ahí, que el dinero que procedía de personas cuyos intereses eran diametralmente opuestos a los del grueso de la población la vieja clase financiera, los nuevos ricos o el gobierno saudita sirviera para dar a los pobres un refugio material y cultural:

“En la mezquita, cada uno antiguo o nuevo rico, fundamentalista, trabajador de una empresa ve la posibilidad de elaborar o de realizar su propia estrategia, sus sueños y esperanzas.“22

Esto no borra las divisiones de clase dentro de la mezquita. En Argelia, por ejemplo, había en los comités religiosos enormes disputas entre personas de distinto origen social que no veían la construcción de las mezquitas de la misma forma; uno de los temas más polémicos era, por ejemplo, la cuestión de si se debían rehusar los donativos para la mezquita, porque procedían de fuentes impuras (haram):

“En efecto es raro que un comité religioso termine el ciclo de su mandato, fijado en principio en dos años, en la armonía y la concordia recomendadas por el culto de la unidad divina que cantan, incansablemente, los muecines juramentados.“23

Las disputas quedaban ocultas bajo una cobertura religiosa y no impedían la proliferación de mezquitas y la creciente influencia del islamismo.
4.- El islamismo de la nueva clase media

Sea como sea, ni las clases explotadoras “tradicionales” ni las masas empobrecidas suministran el elemento vital que alimenta el islam político, defensor del resurgimiento del islam: el cuerpo de militantes que propagan las doctrinas islamistas y que soportan las agresiones físicas, el encarcelamiento y la muerte en su enfrentamiento con sus enemigos.

Las clases explotadoras tradicionales son por naturaleza conservadoras. Están dispuestas a dar dinero para que otros se peleen, especialmente si es para defender sus intereses materiales. Es lo que hicieron cuando se enfrentaron a la reforma agraria en Argelia, a principios de los años 70, o cuando el régimen ba’atista de Siria atentó contra los intereses de los comerciantes en la primavera de 198024; al igual que cuando los comerciantes y los pequeños empresarios de los bazares iraníes se sintieron atacados por el sha, entre 1976 y 1978, o después amenazados por la izquierda entre 1979 y 1981. Pero se cuidan mucho de no poner sus propios negocios y, sobre todo, sus propias vidas en peligro. Por tanto, no es en estas clases donde se puede identificar la fuerza que ha desgarrado sociedades enteras como en Argelia y Egipto, que provocó el levantamiento de una ciudad entera en Siria, Hama, que recurrió a los atentados suicidas contra norteamericanos e israelitas en el Líbano o que hizo que la revolución iraní tomara un giro bastante más radical del que hubiese querido la burguesía.

Esta fuerza viene, de hecho, de un cuarto sector muy diferente: de una parte de la clase media surgida con la modernización capitalista del Tercer Mundo.

En Irán, de este sector proceden los cuadros de los tres movimientos islamistas que dominaron la vida política en el transcurso de los primeros años de la revolución. El siguiente informe muestra el apoyo recibido por el Primer Ministro del periodo post-revolucionario, Bazargan:

“La expansión del sistema educativo iraní en los años 50 y 60 permitió a sectores cada vez mayores de la clase media tradicional, acceder a las universidades. Enfrentados a unas instituciones dominadas por las antiguas élites occidentalizadas, estos recién llegados al mundo universitario sintieron una necesidad urgente de autojustificar su adhesión al islam. Se incorporaron a los círculos de la Asociación de Estudiantes Musulmanes [dirigidos por Bazargan y otros] (…) Cuando entraban en la vida profesional, los nuevos ingenieros se adherían a menudo a la Asociación Islámica de Ingenieros, igualmente fundada por Bazargan. Era esta red de asociaciones la que constituía el verdadero apoyo social organizado a Bazargan y al modernismo islámico (…) El atractivo que suscitaban Bazargan y Talequani consistía en dar a los individuos, salidos de la clase media tradicional, una imagen de dignidad que les permitiera afirmar su identidad, en una sociedad dominada, en el plano político, por lo que consideraban una élite impía, occidentalizada y corrupta.“25

Hablando de los Muyahidín del Pueblo en Irán, Abrahamian destaca que numerosos estudios de los primeros años de la revolución iraní han señalado el atractivo de los oprimidos por el islamismo radical, pero que éstos no formaban la base social de los Muyahidín. Su base era más bien este amplio sector de la nueva clase media, cuyos padres habían pertenecido a la pequeña burguesía tradicional. Este autor analiza las actividades profesionales de los muyahidín arrestados durante el régimen del sha y reprimidos bajo el régimen de Jomeini por difundir sus ideas.26

Aunque la tercera fuerza islámica del país, finalmente victoriosa, el Partido republicano islámico de Jomeini, sea a menudo considerado como un partido dirigido por un clero ligado a los capitalistas tradicionales, los comerciantes o bazaris, Moaddel ha demostrado que más de la mitad de los diputados de este partido pertenecían a profesiones liberales: profesores, funcionarios del gobierno o estudiantes, aún cuando una cuarta parte de ellos procedían de familias bazari.27 Además, Bayat ha observado que en su lucha contra las organizaciones de trabajadores en las fábricas, el régimen podía contar con el apoyo de los ingenieros que trabajaban en ellas.28

Azar Tabari subraya que después de la caída del sha, en las ciudades iraníes, muchas mujeres eligieron llevar el velo y se colocaron al lado de los partidarios de Jomeini y en contra de la izquierda. Según esta escritora, estas mujeres procedían del sector de la clase media que fue la primera generación en conocer un proceso de “integración social”.

A menudo procedían de familias pequeñoburguesas tradicionales sus padres eran comerciantes de bazar, artesanos, etc. pero se habían visto obligadas a estudiar, porque la industrialización acababa con las fuentes de ingresos tradicionales de sus familias. Tenían posibilidades de trabajar como maestras o enfermeras, pero: “Estas mujeres tuvieron que pasar una experiencia, a menudo penosa y traumatizante, de adaptación a la sociedad”.

“Cuando las mujeres procedentes de esas familias llegaron a la universidad o al trabajo en los hospitales, todos sus conceptos tradicionales se vieron atacados por un entorno ajeno al suyo, en el que las mujeres se mezclaban con los hombres, no se llevaba velo y se vestían según el último grito de la moda europea. A menudo estas mujeres se veían divididas entre las costumbres familiares y la presión de este nuevo entorno. No tenían derecho a llevar el velo en su lugar de trabajo y no podían salir de la casa familiar sin él.“29

Una respuesta corriente a estas presiones contradictorias era la de “refugiarse en el islam” y el símbolo de esta respuesta era llevar el velo durante las grandes manifestaciones de masas. Tabari observa un claro contraste entre esta respuesta y la de las mujeres, cuyas familias habían formado parte de la nueva clase media desde hacía dos generaciones. Éstas rehusaban llevar el velo y se identificaban con los liberales o con la izquierda. O. Roy observa que en Afganistán:

“El movimiento islamista nació en el corazón de los sectores modernos de la sociedad y se desarrolló a partir de una crítica a los movimientos populares anteriores (…) Los islamistas son intelectuales y son el producto de enclaves modernistas en el seno de una sociedad tradicional. Sus orígenes sociales se encuentran en lo que denominamos burguesía estatal, dicho de otro modo, son el producto de un sistema de educación gubernamental [un sistema educativo estatal] que conduce exclusivamente a empleos dentro de la maquinaria estatal (…) Muy pocos de entre ellos han hecho estudios de letras. En el campus se mezclan más a menudo con comunistas, a los que se oponen violentamente, que con los ulamas [los universitarios religiosos] hacia los que tienen una actitud más ambivalente. Comparten con los ulamas muchas convicciones, pero el pensamiento islámico se desarrolla en contacto con las grandes ideologías occidentales a las que consideran como portadoras de la llave del desarrollo técnico de occidente. A sus ojos, el problema es desarrollar una ideología política moderna fundada en el islam, que consideran como la única forma de adaptarse al mundo moderno y como el mejor medio para hacer frente al imperialismo extranjero.“30

En Argelia, el FIS recluta a sus militantes, sobre todo, entre los estudiantes árabe hablantes (no francófonos) de institutos y universidades además de entre los numerosos jóvenes que querrían estudiar y que no pudieron acceder a la universidad:

“Los testimonios reconocen la presencia en el seno del FIS, al menos, de tres componentes sociales: los comerciantes, entre ellos algunos que son bastante ricos; una masa de jóvenes sin trabajo y de excluidos de las escuelas, que forman el nuevo lumpenproletariado de los suburbios; y los intelectuales árabe hablantes en ascenso social. Estos últimos grupos, los más numerosos y determinantes, y al mismo tiempo los más determinados, tienen como representantes respectivos a Belhadj y Abassi Madani.“31

Los intelectuales islámicos han hecho carrera gracias a su control de los departamentos universitarios de teología y de lengua árabe, en las universidades. Los han utilizado para acaparar un gran número de puestos de imanes en las mezquitas y de profesores en los institutos. Forman una reserva que se asegura del reclutamiento prioritario de un mayor número de islamistas para tales puestos, permitiéndoles así, inculcar sus ideas a la nueva generación de estudiantes y ejercer su influencia sobre un gran número de jóvenes.

Ahmed Rouadjia explica como los grupos islamistas empezaron a crecer a partir de los años 70 gracias al apoyo de estudiantes árabe hablantes que, debido a su débil dominio del francés, no podían encontrar empleo en la administración, las industrias punta o en puestos de dirección.32 Así, por poner un ejemplo, hubo, en los años 80, un violento conflicto con el director de la Universidad de Constantina: fue acusado de dudar de “la dignidad de la lengua árabe” y de “hacer apología del colonialismo francés” pues mantenía el francés como lengua predominante en los departamentos de ciencias y tecnología.33

“Los diplomados cuya lengua es el árabe se ven, además, imposibilitados a acceder a los sectores punta, sobre todo en las industrias más exigentes en materia de conocimientos técnicos y dominio de lenguas extranjeras (…) Dicho de otra forma, aquellos cuya lengua es el árabe, incluso titulares de diplomas superiores, no encuentran su puesto en la industria moderna; la mayoría acaban por volverse hacia las mezquitas.“34

Los estudiantes, árabe hablantes recientemente diplomados y, sobre todo, los antiguos estudiantes que se encuentran en el paro, crean un puente con la masa de jóvenes fuera de las universidades. En éstos últimos, su cólera aumenta porque no pueden acceder a la enseñanza superior, a pesar de los años pasados en un sistema educativo ineficaz y con bajo presupuesto. Aunque hoy se cuenta con casi un millón de estudiantes en la secundaria, el 80% tienen poca esperanza de obtener el título de bachillerato35. Aguardan entrar en la precariedad al margen del circuito profesional.

“El integrismo toma su fuerza y su influencia de las frustraciones de amplias capas de la sociedad, especialmente la juventud, excluidas del sistema social y económico. Uno de los factores que ha contribuido al éxito del integrismo es la utilización de un lenguaje simple, directo y conciso. Si hay miseria, malestar y frustraciones, es porque los que están en el poder no obtienen su legitimidad de la shura [consulta] sino sólo de la fuerza (…) La restauración del islam de los primeros años haría desaparecer esas desigualdades.“36

Gracias a la influencia que ejerce sobre un amplio conjunto de estudiantes, intelectuales y diplomados desocupados, el islamismo consigue extenderse y controlar la propagación de sus ideas en los barrios pobres y en los suburbios donde viven los antiguos campesinos. No se puede considerar este movimiento como “conservador”. Los jóvenes árabe hablantes cultos no se vuelven hacia el islam porque quieran que las cosas queden como están, sino porque creen que el islam permite un cambio social fundamental.37

En Egipto, el movimiento islamista nació hace unos 65 años, cuando Hassan al-Banna creó a los Hermanos Musulmanes. Este movimiento creció a lo largo de los años 30 y 40, a medida que se evaporaban las ilusiones sobre la capacidad del Partido Nacionalista laico, el Wafd, de combatir a la dominación británica sobre el país. Su base social estaba compuesta principalmente por funcionarios y estudiantes. Tuvo una gran influencia en las manifestaciones estudiantiles de finales de los años 40 y principio de los 50.38 Se extendió rápidamente entre los trabajadores y los campesinos y, en su apogeo, contaba con medio millón de miembros. Para construir su movimiento Hassan al-Banna estuvo dispuesto a colaborar con personas próximas a la monarquía egipcia. El ala derechista del Wafd se interesó en los Hermanos Musulmanes como contrapeso a la influencia comunista en el medio obrero y estudiantil.39

Pero los Hermanos Musulmanes pudieron rivalizar con los comunistas en la conquista de las clases medias empobrecidas (y, a través de ellas, de ciertas capas de desheredados de las ciudades), únicamente porque detrás de su lenguaje religioso existía una promesa de reformas, que iban más allá de lo que deseaban sus aliados de la derecha. Sus objetivos eran “en última instancia incompatibles con el mantenimiento del status quo político, económico y social tan querido por la clase dirigente”. En consecuencia, los “lazos entre los Hermanos Musulmanes y los dirigentes conservadores eran a la vez inestables y frágiles.“40

Cuando el nuevo régimen militar de Abdul Nasser concentró todo el poder en sus manos, a principio de los años 50, la organización de los Hermanos Musulmanes fue casi destruida. Seis dirigentes del movimiento fueron ahorcados en diciembre de 1954 y varios miles de miembros enviados a campos de concentración. La tentativa de relanzar a los Hermanos Musulmanes a mediados de los 60 se saldó con nuevas ejecuciones. Después de la muerte de Nasser, Sadat y después Mubarak autorizaron al movimiento para desarrollar una actividad semi-legal, a condición de que se evitase la confrontación directa con el régimen. La dirección de lo que se denomina a veces “Neo-Hermanos Musulmanes”, se plegó a estas restricciones y adoptó una posición relativamente moderada y “conciliadora”. El movimiento obtenía importantes sumas de dinero de algunos de sus miembros, que se habían exiliado en Arabia Saudí en los años 50 y que habían hecho fortuna gracias al boom petrolífero.41 Los Hermanos Musulmanes pudieron así construir “un modelo alternativo, el de un Estado musulmán” con “sus bancos, sus servicios sociales, sus redes educativas y… sus mezquitas.“42

Esto redujo su influencia sobre una nueva generación de islamistas radicales que habían surgido, como los Hermanos Musulmanes en su origen, de las universidades y de la capa empobrecida de la pequeña burguesía “moderna”. Estos nuevos islamistas radicales asesinaron al Presidente Sadat en 1981 y desde entonces han llevado a cabo una lucha armada contra el Estado y la inteligencia laica:

“Lo que conocemos como fundamentalistas en Egipto, es una minoría de personas que incluso luchan contra los Hermanos Musulmanes (…) Estos grupos están compuestos esencialmente de jóvenes (…) son gente muy pura, dispuestos a sacrificar su vida y darlo todo por la causa (…) Sirven de punta de lanza a los diferentes movimientos; pues son capaces de llevar a cabo acciones terroristas.“43

Las asociaciones islamistas de estudiantes que llegaron a dominar las universidades egipcias durante el mandato del Presidente Sadat, “constituían la verdadera organización de masas del movimiento islámico.“44 Surgieron como reacción a las condiciones en las universidades y a las sombrías perspectivas profesionales, propuestas a los estudiantes que obtenían su diploma:

“El número de estudiantes, poco menos de 200.000 en 1970, superó en 1977 el medio millón (…) La intención loable y democrática de dispensar al máximo número de niños del país una enseñanza superior gratuita, formadora de expertos como la base del desarrollo, tuvo como efecto, por falta de medios, una educación a la baja cuyo coste, en pérdida de tiempo y energía, es ampliamente superior a los beneficios.“45

El hacinamiento es un problema, particularmente agudo, para las estudiantes que se ven sometidas a toda clase de acosos en las aulas y en los autobuses sobrecargados. En respuesta a esta situación:

“Las jama’at islamiyya [asociaciones islámicas] deben su considerable fuerza a su capacidad para identificar estos problemas y dar soluciones inmediatas: la utilización de fondos procedentes de los sindicatos de estudiantes para asegurar un servicio de minibuses para las estudiantes [dando prioridad a las que llevaban velo], llamando a la separación de sexos en las aulas, la organización de grupos [que se reunían en las mezquitas] encargados de revisar los cursos, y de publicar ediciones baratas para que todos pudieran tener acceso a los textos esenciales.“46

Los jóvenes diplomados no escapan a la pobreza endémica que golpea a una gran parte de la sociedad egipcia:

“Todo diplomado tiene derecho en Egipto a un puesto en la función pública. Arma absoluta contra el no-empleo, esta ley es la proveedora por excelencia de un gigantesco paro disfrazado que llena las oficinas de una administración pletórica, donde la productividad del trabajo es tan débil como mal retribuida (…) El servidor del Estado puede ciertamente alimentarse comprando los productos subvencionados por el Estado, de venta en las cooperativas, pero apenas puede rebasar este nivel de subsistencia alimentaria (…) El doble o triple trabajo es el premio de cada funcionario (…) Cuántos administrativos, en alguno de los innumerables departamentos ministeriales o cuántos maestros, no son a partir de medio día, albañiles o conductores de taxi; trabajos que realizan tan mal que podrían ser realizados por analfabetos (…) Una campesina analfabeta que llega a la ciudad y logra colocarse como criada en casa de un khawaga [extranjero] cobra un salario que es más o menos el doble del de un profesor adjunto universitario.“47

La única manera de salir de este aprieto es encontrar un empleo en el extranjero, en particular en Arabia Saudí y en los Países del Golfo. Y esto no es solamente un medio para salir de la pobreza, es para la mayoría de ellos una condición necesaria para el matrimonio, en una sociedad en las que las relaciones sexuales antes del matrimonio no son frecuentes.

Los islamistas supieron articular estos problemas utilizando un discurso religioso. Como escribió Kepel con relación a un dirigente de una de las primeras sectas islamistas, su posición no significa que: “esté a punto de comportarse como un fanático salido de otro siglo (…) sino que incide, a su manera, sobre un problema crucial de la sociedad egipcia contemporánea.“48

Como en Argelia, una vez construida su base de masas en las universidades, los islamistas pueden extender su influencia a un medio más amplio, el de los barrios pobres de las ciudades donde los estudiantes o antiguos estudiantes se mezclan con la masa de desheredados buscando desesperadamente sobrevivir. Esta nueva implantación comenzó después de la violenta represión, llevada a cabo por el régimen, contra el movimiento islamista en las universidades, después de las negociaciones de paz con Israel a finales de los 70.

“Es el punto de partida de la expansión al mundo no estudiantil de la predicación de los jama’at islamiyya. Cuadros y agitadores islamistas van a predicar al pueblo para reclutar nuevos adeptos en los barrios populares. Sea lo que sea, este acoso, lejos de detener a los jama’a, les da un segundo aliento (…) El mensaje de los jama’a comienza a oírse más allá del mundo estudiantil. Los cuadros y los agitadores islamistas se fueron a predicar a los barrios obreros.“49

El islam radical como movimiento social

La base de clase del islamismo es similar a la del fascismo clásico y a la del fundamentalismo hindú del BJP, del Shiv Sena y del RSS en la India. Todos estos movimientos han reclutado a sus miembros tanto en el seno de la clase media de “cuello blanco” y en el medio estudiantil, como entre los comerciantes y los miembros de profesiones liberales de la pequeña burguesía tradicional. Este aspecto, unido a la hostilidad de la mayoría de los movimientos islamistas hacia la izquierda, los derechos de la mujer y las ideas laicas, ha llevado a muchos socialistas y liberales a denunciar a estos movimientos como fascistas. Esto es un grave error.

La base social pequeñoburguesa no ha sido patrimonio del fascismo, es igualmente una característica del jacobismo, de los nacionalistas del Tercer Mundo, del estalinismo maoísta y del peronismo. Los movimientos pequeñoburgueses sólo se convierten en fascistas cuando aparecen en una fase precisa de la lucha de clases y juegan un rol específico. Este rol no es solamente el de movilizar a la pequeña burguesía, sino el de explotar la amargura que se experimenta ante la crisis que el sistema les hace soportar, transformándola en bandas de violentos, dispuestos a servir al capital en su proyecto de destrucción de las organizaciones obreras.

Es por eso que los movimientos hitleriano y mussoliniano eran fascistas, mientras que por ejemplo el movimiento peronista en Argentina no lo era. Si bien Perón cogió prestados ciertos temas de la iconografía fascista, tomó el poder en circunstancias excepcionales que le permitieron incorporar y corromper las organizaciones de trabajadores, utilizando la intervención del Estado para desviar las ganancias de los grandes capitalistas financieros hacia la expansión industrial. Durante los seis primeros años de su reinado, un conjunto específico de circunstancias permitieron que los salarios reales aumentaran aproximadamente un 60%. Es todo lo contrario a lo que se hubiera producido bajo un régimen verdaderamente fascista. Sin embargo, la intelectualidad liberal y el Partido Comunista argentino continúan calificando al régimen de “peronismo nazi”, que es lo que hace hoy la mayor parte de la izquierda respecto al islamismo.50

Los movimientos de masas islamistas, en Argelia o en Egipto, desempeñan un papel diferente al del fascismo. No están prioritariamente dirigidos contra las organizaciones obreras y, no ofrecen sus servicios a los sectores dominantes del capital para resolver sus problemas, a costa de los trabajadores. Están a menudo implicados en enfrentamientos armados contra las fuerzas del Estado, lo que raramente sucede en el caso de los partidos fascistas. Lejos de ser los agentes directos del imperialismo, estos movimientos han adoptado eslóganes y emprendido acciones antiimperialistas que han perjudicado, considerablemente, los importantes intereses de capitalistas nacionales e internacionales (en Argelia durante la guerra del Golfo, en Egipto contra “la paz” con Israel, en Irán contra la presencia norteamericana después del derrocamiento del sha).

A finales de los 70, la CIA había conseguido la colaboración de los servicios secretos paquistaníes, así como de los Estados pro-occidentales de Oriente Medio con el fin de armar a miles de voluntarios, salidos de esta región, para combatir a los soviéticos en Afganistán. Cuando estos voluntarios regresaron a sus países, se dieron cuenta de que habían combatido por los intereses de EEUU cuando creían combatir “por el islam”. Constituyen ahora un núcleo duro de oponentes a casi todos los gobiernos que los empujaron a luchar. Incluso en Arabia Saudí, donde el Estado utiliza todos sus medios para imponer la interpretación wahabista ultra-puritana de la sharia islámica (la ley religiosa), la oposición reivindica hoy el apoyo de “los miles de combatientes afganos”, asqueados de la hipocresía de una familia real, cada vez más integrada en la clase capitalista dominante internacional. La familia real saudí se ha vuelto contra los que apoyaba en el pasado, ha suspendido toda ayuda financiera al FIS argelino por apoyar a Irak durante la Guerra del Golfo, al igual que ha deportado al millonario saudí Bin Laden por financiar a los islamistas egipcios.

Quienes, en la izquierda, no ven en el islamismo más que a un movimiento “fascista” no tiene en cuenta el efecto desestabilizador de los movimientos islamistas sobre los intereses capitalistas en Oriente Medio y, acaban por colocarse al lado de los Estados, que son los aliados más fieles del imperialismo y del capitalismo local. Es la actitud que adoptaron, en particular, quienes dentro de la izquierda egipcia estaban influenciados por los vestigios del stalinismo. Fue, igualmente, el caso de gran parte de la izquierda en Irán, en la fase final de la guerra entre Irán e Irak, cuando el imperialismo americano envió su flota para combatir a Irán al lado de Irak. Y existe el peligro de que le ocurra a la izquierda laica en Argelia, donde una guerra civil está a punto de estallar entre los islamistas y el Estado.

Pero si bien es falso caracterizar los movimientos islamistas de “fascistas”, también es incorrecto calificarlos pura y simplemente de “antiimperialistas” o “antiestatales”. No se conforman con combatir a las clases y a los Estados que explotan y dominan a la mayoría de la población, sino que igualmente luchan contra la laicidad, las mujeres que rechazan doblegarse a la noción islámica de “pudor”, contra la izquierda y, en ciertos casos muy importantes, contra las minorías étnicas o religiosas. Los islamistas argelinos establecieron su influencia sobre las universidades a finales de los 70 y principios de los 80 organizando, con la complicidad de la policía, “expediciones de castigo” contra la izquierda. La primera persona a la que asesinaron no era un representante del Estado, sino un militante trotskista. Con motivo de la feria del libro de 1985, denunciaron el Hard-Rock Magazine, la homosexualidad, las drogas y la música punk. En las ciudades argelinas donde establecieron sus feudos, organizaron ataques contra las mujeres que osaban enseñar una pequeña parte de su piel. La primera manifestación del FIS en 1989 fue en respuesta a las manifestaciones “feministas” y “laicas”, denunciando la violencia islámica, de la que las mujeres eran las principales víctimas.51 Su hostilidad no se manifiesta solamente contra el Estado y el capital extranjero, sino también contra más de un millón de ciudadanos argelinos que, por la educación recibida, de la que no son responsables, tienen como primera lengua el francés, y también contra el 10% de la población que habla bereber en lugar de árabe.

Igualmente, en Egipto, los grupos islamistas armados asesinan laicos e islamistas que están en profundo desacuerdo con ellos. Animan a los musulmanes al odio comunitario, intentando alentar pogromos, contra la minoría copta, que representa el 10% de la población. En Irán, entre 1979 y 1981, el ala jomeinista del islamismo ejecutó a más de 100 personas por “crímenes sexuales”, como la homosexualidad y el adulterio. Sus seguidores excluyeron a las mujeres del sistema judicial y organizaron bandas de asesinos, los Hezbolá, para atacar a las mujeres sin velo y a los militantes de izquierda. La represión que dirigieron contra los islamistas de izquierda, los Muyahidín del Pueblo, provocó miles de víctimas. En Afganistán, las organizaciones islamistas que habían mantenido una larga y sangrienta guerra contra la ocupación soviética, se masacraron entre ellas con armamento pesado después de la salida de los rusos. Zonas enteras de Kabul fueron totalmente destruidas.

Incluso cuando los islamistas destacan su “antiimperialismo”, a menudo no dan en el blanco. El imperialismo de hoy no se identifica con una dominación directa de las potencias occidentales sobre el Tercer Mundo, sino que es un sistema mundial de clases capitalistas independientes (“privadas” y Estatales), integradas en un mercado mundial único. Ciertas clases dominantes son más potentes que otras. El control que ejercen sobre el acceso a los intercambios comerciales y sobre el sistema bancario y a veces la fuerza pura y simple les permite imponer sus propias condiciones. Estas clases dominantes están a la cabeza del sistema de explotación, pero justo por debajo se encuentran las clases dominantes de los países menos ricos, las cuales están arraigadas en su economía nacional. Éstas también se benefician del sistema, integrándose cada vez más en las dominantes redes multinacionales, e invirtiendo en las economías de países avanzados (aunque a veces se revuelven contra los “de arriba”).

El sufrimiento que soporta la gran mayoría de la población, no es debido, únicamente, a las grandes potencias imperialistas y a sus agentes como el Banco Mundial y el FMI; también es el resultado de la participación entusiasta en la explotación de capitalistas menos poderosos y de sus Estados, que son directamente responsables de la introducción de medidas que empobrecen a la gente y le destrozan la vida. Bajo su responsabilidad la policía y las prisiones son utilizadas para aplastar a todo tipo de resistencia.

La diferencia respecto al imperialismo clásico de los imperios coloniales, cuando los colonos occidentales controlaban el Estado y tenían la responsabilidad de la represión, es grande. Las clases explotadoras autóctonas oscilaban entonces entre la resistencia al Estado (cuando éste intentaba atentar contra sus intereses) y la colaboración con él (como muralla contra esos que ellos mismos explotaban). No estaban, necesariamente, en los puestos de vanguardia en la defensa del sistema de explotación contra la revolución. Lo están hoy. Forman parte del sistema, a pesar de sus disputas ocasionales. No jugarán, de ahora en adelante, más el rol de oponentes ambivalentes.52

Por consiguiente, toda ideología que se conforme con considerar al imperialismo extranjero como al enemigo a abatir, elude todo cuestionamiento serio del sistema. Expresa la amargura y la frustración de la población, pero desvía el ataque contra sus verdaderos enemigos. Esto es verdad para la mayor parte de las diferentes versiones del islamismo, así como para la mayoría de los diferentes nacionalismos tercermundistas de hoy; designan un enemigo bien real, el sistema mundial y se enfrentan a veces violentamente al Estado, pero ocultan las responsabilidades de la mayoría de la burguesía local que es, sin embargo, el compañero más perdurable del imperialismo.

Un estudio llevado a cabo por Abrahamian, sobre el jomeinismo en Irán, compara a éste con el peronismo y sus formas similares de “populismo”:

“Jomeini retomó los temas más radicales (…) en algún momento parecía incluso más radical que los marxistas, pero continuaba defendiendo la propiedad pequeñoburguesa. Este radicalismo pequeñoburgués lo aproximaba a los populismos latinoamericanos y en particular al peronismo.“53

Abrahamian prosigue:

“Por «populismo» entiendo un movimiento de clases medias poseedoras que moviliza a las clases inferiores, en particular a los pobres de las ciudades, gracias a una retórica radical dirigida contra el imperialismo, el capitalismo extranjero y el establishment político (…) Los movimientos populistas prometen aumentar considerablemente el nivel de vida y convertir al país en independiente de las potencias extranjeras. Lo que es más importante todavía, al atacar al status quo mediante esta retórica radical, intencionadamente no llegan a amenazar a la pequeña burguesía ni al principio de propiedad privada. Los movimientos populistas insisten pues, inevitablemente sobre la importancia, no de una revolución socioeconómica, sino sobre una reconstrucción cultural, nacional y política.“54

Los mencionados movimientos suelen confundir los problemas, al sustituir una lucha real contra el imperialismo, por una lucha puramente ideológica contra lo que ven como sus efectos culturales. Para ellos, es el “imperialismo cultural” y no la explotación lo que es la fuente de los problemas. La lucha no va dirigida contra las fuerzas que están realmente implicadas en el empobrecimiento de la gente, sino contra los que hablan lenguas “extranjeras”, los que aceptan otras religiones o los que rechazan los modos de vida supuestamente “tradicionales”.

Esto viene bien a ciertos sectores de la clase capitalista local, a los que no les importa practicar “la cultura autóctona”, al menos en público. Beneficia igualmente a miembros de la clase media que, purgando a una parte de la antigua oficialidad, hacen avanzar su propia carrera. Pero todo esto limita el peligro que representan tales movimientos para el imperialismo como sistema.

El islamismo moviliza la ira popular, pero también la ahoga. Alienta la voluntad de actuar pero la orienta hacia un callejón sin salida. Desestabiliza la máquina estatal, al tiempo que frena la lucha real contra el Estado.

El carácter contradictorio del islamismo procede de la base social de sus principales cuadros. La pequeña burguesía, como clase, no puede tener una política independiente y coherente. Esto ha sido aplicable a la pequeña burguesía tradicional: comerciantes y miembros de profesiones liberales que trabajan por su cuenta, que han estado siempre atenazados entre un deseo de seguridad, que los impulsaba hacia el conservadurismo y la esperanza de un cambio radical, que los beneficiara individualmente. Pero actualmente esto también es cierto para la nueva clase pequeñoburguesa empobrecida o para la potencial clase media integrada por estudiantes desocupados, aún más pobres en los países menos avanzados económicamente. Éstos pueden soñar con la edad de oro de épocas anteriores. Pueden pensar que su futuro depende del progreso social provocado por una transformación revolucionaria. Pero también pueden echar la culpa a otros sectores de la población que se benefician de un dominio “injusto” sobre los empleos de la clase media, impidiendo así realizar sus aspiraciones: los sectores en el punto de mira son esencialmente las minorías étnicas y religiosas, los que hablan una lengua diferente y las mujeres trabajadoras que hacen caso omiso al “respeto por la tradición”.

La posición que estas clases medias adopten, no depende solamente de factores materiales inmediatos, sino que depende también de las luchas a escala nacional e internacional. Así, en los años 50 y 60, los combates anticolonialistas inspiraron a la mayoría de la potencial clase media del Tercer Mundo. Era comúnmente aceptado que la vía a seguir era un desarrollo económico controlado por el Estado. La izquierda laica, o al menos sus tendencias nacionalistas y estalinistas, representaba esta visión de las cosas y ejercía cierta hegemonía en las universidades. En este estado de cosas, incluso los que habían tenido, inicialmente, una orientación religiosa fueron atraídos por lo que era considerado como la izquierda por ejemplo la guerra del Vietnam contra los americanos o la denominada revolución cultural en China y comenzaron a rechazar el pensamiento religioso tradicional, especialmente sobre la cuestión de las mujeres. Es lo que sucedió con las teologías de la liberación católicas en América Latina y con los Muyahidín del Pueblo en Irán. Incluso en Afganistán, los estudiantes islamistas:

“Organizaron manifestaciones antisionistas durante la guerra de los seis días, contra la política americana en Vietnam y los privilegios de la clase dominante. Se oponían violentamente a ciertas personalidades tradicionalistas, al Rey y sobre todo a su primo Daud (…) Protestaban contra la influencia que el extranjero tanto la Unión Soviética como Occidente ejercía sobre Afganistán, así como contra los que habían especulado durante la hambruna de 1972, pidiendo que el enriquecimiento personal fuera controlado.“55

El final de la década de los 70 y el comienzo de los 80, estuvieron marcados por un cambio de clima político.

Por una parte, las masacres en Camboya, la miniguerra entre Vietnam y China, el deslizamiento de ésta hacia el campo americano, provocaron una desilusión general con respecto al pretendido modelo “socialista” encarnado por los Estados de la Europa del Este. Los acontecimientos de finales de los 80 en los países del Este y en la URSS no hicieron más que aumentar esta desilusión.

La decepción fue todavía más brutal en algunos países de Oriente Medio. Los regímenes locales habían pretendido construir versiones nacionales de “socialismo”, más o menos calcadas del modelo de los países del Este. Incluso los que desde la izquierda criticaban a sus gobiernos, tenían tendencia a aceptar este proyecto y a identificarse con él. Así en las universidades argelinas a comienzos de los 70, la izquierda se ofreció voluntaria para ayudar en la implantación de la reforma agraria en los campos, a pesar de que el régimen ya había reprimido una organización de estudiantes de izquierda y que mantenía un control policial sobre las universidades. En Egipto, los comunistas continuaban viendo en Nasser a un socialista, incluso después de que los hubiese enviado a prisión. Para muchos, la desilusión respecto al régimen se volvió, igualmente, una desilusión con respecto a la izquierda.

Por otra parte, asistimos al surgimiento de algunos Estados islámicos como fuerza política; la toma del poder por Gadafi en Libia, el embargo petrolífero decretado por Arabia Saudí contra Occidente después de la guerra árabe-israelí de 1973 y, después, la espectacular puesta en escena revolucionaria de la República Islámica iraní, en 1979.

Los mismos sectores de estudiantes y de jóvenes que durante cierto tiempo habían girado hacia la izquierda, comenzaron a sentirse atraídos por el islamismo. En Argelia, por ejemplo: “Jomeini ocupa de repente el lugar de Lenin, Mao o Guevara, en la imaginación de cierta juventud musulmana.“56

El cambio inminente y radical que parecían proponer los movimientos islamistas les valdría un enorme apoyo. Los dirigentes de estos movimientos triunfaron.

Sin embargo, las contradicciones del islamismo no desaparecieron, sino que surgieron con fuerza en el siguiente decenio. El islamismo, lejos de ser invencible, es víctima de sus propias tensiones internas, que en varias ocasiones han enfrentado a sus partidarios. La historia del islamismo en los años 80 y 90, como la del stalinismo en Oriente medio en los años 40 y 50, estuvo marcada por los choques, las traiciones, las escisiones y la represión.
Conclusiones

La izquierda ha cometido un error al considerar a los movimientos islamistas ya sea como reaccionarios y “fascistas”, o sea como “anti-imperialistas” y “progresistas”. El islamismo radical, con su proyecto de reconstrucción de la sociedad sobre la base del modelo establecido por Mahoma en la Arabia del siglo VII, es de hecho una “utopía” salida de una fracción desposeída de la pequeña burguesía. Como en toda “utopía pequeñoburguesa”, sus partidarios se ven obligados a elegir entre una lucha heroica, pero desesperada, para imponer esta utopía a quienes dirigen la sociedad o bien comprometerse con ellos, facilitando así un barniz ideológico a la perpetuación de la opresión y la explotación. Esto conduce inevitablemente a escisiones entre el ala radical y terrorista del islamismo, y el ala reformista. Conduce también a un cierto número de radicales a pasar de utilizar las armas, con el fin de crear una sociedad libre de opresores, a utilizar estas mismas armas para imponer a las personas “comportamientos islámicos”.

Los socialistas revolucionarios no podemos considerar a los pequeñoburgueses utópicos como a los principales enemigos. Ellos no son los responsables del sistema capitalista mundial, del sometimiento de millones de personas a la dinámica ciega de la acumulación capitalista, del saqueo de continentes enteros por los bancos o de las maniobras y conspiraciones que han provocado una sucesión de guerras espantosas desde la proclamación del “Nuevo Orden Mundial”. No han sido responsables de los horrores de la guerra entre Irán e Irak que comenzó por la voluntad de Saddam Hussein de hacer un favor a los EEUU y las monarquías del Golfo, y terminó con la intervención americana al lado de Irak. Tampoco de las masacres en el Líbano, con la ofensiva de los falangistas, la intervención siria contra la izquierda y la invasión israelí que crearon las condiciones que dieron nacimiento al militantismo chiíta. No son tampoco responsables de la Guerra del Golfo, con sus “daños quirúrgicos” sobre los hospitales de Bagdad y la masacre de 80.000 personas que huían de Kuwait hacia Basora. La pobreza, la miseria, las persecuciones, la negación de los derechos humanos seguirían existiendo todavía en países como Egipto y Argelia aunque mañana desaparecieran los islamistas.

Por todas estas razones, los socialistas revolucionarios no podemos dar nuestro apoyo al Estado contra los islamistas. Los que le dan su apoyo, justificándolo en la amenaza que los islamistas hacen pesar sobre los valores seculares, no hacen más que facilitarles la tarea de presentar a la izquierda como a un componente de la conspiración, “impía” y “secular”, de los opresores contra los sectores más pobres de la sociedad. Repiten los errores cometidos por la izquierda en Argelia y Egipto, cuando alabaron a los regímenes que no hacían nada por la población, presentándolos como “progresistas”, errores que permitieron a los islamistas crecer. Olvidan que todo apoyo prestado por el Estado a los valores seculares es puramente accidental: cuando le convenga, firmará un acuerdo con los islamitas más conservadores para imponer partes de la sharia en particular las que imponen duros esfuerzos a la población a cambio de su colaboración, con el fin de mantener a distancia a los radicales y destruir su esperanza de acabar con la opresión. Es lo que sucedió en Pakistán bajo Zia y en el Sudán de Nimayri, y es más o menos la solución que la administración Clinton aconsejó a los generales argelinos.

Pero los socialistas revolucionarios no pueden tampoco apoyar a los islamistas. Esto equivaldría a sustituir una forma de opresión por otra, a reaccionar a la violencia estatal con el abandono de la defensa de las minorías religiosas y étnicas, de las mujeres y de los homosexuales; de comprometerse con la práctica de la utilización de chivos expiatorios que permiten continuar con la explotación capitalista sin estorbos, a condición de que adopte formas “islámicas”. Sería abandonar la finalidad de una práctica socialista independiente, basada en la lucha de los trabajadores, arrastrando y organizando a todos los oprimidos y los explotados, por un seguidismo de una utopía pequeñoburguesa que no puede tener éxito.

Los islamistas no son nuestros aliados. Son los representantes de una clase que intenta influir sobre la clase trabajadora y que, cuando lo consigue, atrae a los trabajadores ya sea hacia un aventurismo inútil y desastroso, o sea hacia una capitulación reaccionaria ante el sistema o, como ocurre a menudo, a una cosa tras otra.

Pero esto no quiere decir que podamos tomar una postura abstencionista e indiferente respecto a los islamistas. Éstos surgen de grupos sociales muy numerosos que sufren bajo la sociedad actual. Sus deseos de revolución podrían ser canalizados hacia objetivos progresistas, si estuvieran inspirados por un ascenso de luchas obreras. Incluso cuando el nivel de luchas no crece, muchos de los que se sienten atraídos por versiones radicales del islamismo pueden ser influenciados por los socialistas revolucionarios, siempre y cuando éstos combinen una independencia política, en relación a todas las formas de islamismo, con una voluntad de aprovechar las oportunidades, para atraer a individuos islamistas hacia formas de lucha auténticamente radicales.

El islamismo radical está lleno de contradicciones. La pequeña burguesía se impulsa siempre en dos direcciones. Hacia la rebelión radical contra la sociedad y, hacia el compromiso con ella. Es por lo que el islamismo oscila entre la rebelión dirigida a lograr una insurrección completa de la comunidad musulmana y el compromiso, a fin de imponer reformas “islámicas”. Estas contradicciones se expresan inevitablemente en conflictos agudos, a menudo violentos, en el interior de los grupos islámicos.

Los que consideran al islamismo como un monolito, completamente reaccionario, olvidan que surgieron conflictos entre los islamistas sobre la postura a adoptar cuando Arabia Saudí e Irán estaban en campos opuestos durante la guerra entre Irán e Irak. Divergencias que años después llevaron al FIS argelino a romper con sus patrocinadores sauditas, o a los islamistas de Turquía a organizar manifestaciones pro-iraquíes, organizadas e impulsadas desde las mezquitas, que a su vez fueron financiadas por los sauditas, durante la Guerra del Golfo y están también los violentos enfrentamientos armados entre ejércitos islamistas rivales en Afganistán. Hay divergencias en el seno de la organización Hamas, entre los palestinos, sobre la aceptación o el rechazo de un compromiso con la corrupta administración palestina de Arafat y como consecuencia indirectamente con Israel con relación a la introducción de leyes islámicas. Tales diferencias de actitud surgen, necesariamente, una vez que el islam “reformista” establece acuerdos con Estados integrados en el sistema mundial, pues cada uno de estos Estados es rival de otros y establece sus propias alianzas con los imperialistas dominantes.

Divergencias similares son susceptibles de surgir cada vez que el nivel de luchas obreras crece. Quienes financian las organizaciones islamistas quieren que cesen estas luchas, quieren hacerlas desaparecer. Algunos jóvenes islamistas radicales, por el contrario, apoyarán instintivamente la lucha. Los dirigentes de las organizaciones estarán atados, murmurando sobre la necesidad, para los empresarios de ser caritativos y para los trabajadores de dar muestras de paciencia y perdón.

Finalmente, el desarrollo mismo del capitalismo fuerza a los dirigentes islamistas a hacer malabarismos ideológicos cuando se aproximan al poder. Oponen “valores islámicos” y “valores occidentales”. Pero lo que se llaman valores occidentales no tienen raíces en ninguna cultura europea mítica. Encuentran su origen en el desarrollo del capitalismo de los dos últimos siglos.

Así, hace un siglo y medio, la actitud mayoritaria en el seno de la pequeña burguesía británica con respecto a la sexualidad era muy similar a la predicada hoy por los partidarios del resurgir musulmán (la sexualidad fuera del matrimonio estaba prohibida, y en ciertos aspectos, las mujeres tenían menos derechos de los que garantizan la mayoría de las versiones del islam; la herencia estaba reservada al hijo mayor, mientras que el islam atribuye a la hija la mitad de la parte del chico; no existía derecho al divorcio, mientras que el islam concede este derecho en un número muy limitado de casos). El cambio en las actitudes inglesas no es atribuible ni a elementos inherentes a la psicología occidental, ni a unos pretendidos “valores judeocristianos”, sino al impacto del capitalismo en el desarrollo: la necesidad de la fuerza de trabajo femenino obligó a cambiar ciertas actitudes y, lo que es más importante, colocó a las mujeres en una posición social que les permitió reivindicar cambios más importantes.

Incluso en países donde la Iglesia católica había sido inmensamente poderosa, como en Irlanda, Italia, Polonia o Estado español, tuvo que aceptar, de mala gana, una disminución de su influencia.

Los países donde el islam es la religión del Estado, no podrán inmunizarse de las presiones que les empujan hacia cambios similares, por mucho que se esfuercen.

La experiencia de la República Islámica Iraní nos lo demuestra. A pesar de toda la propaganda oficial que desea que el rol principal de las mujeres sea el de madres y esposas, y a pesar de todas las presiones ejercidas para excluirlas de determinadas profesiones como la justicia, la proporción de mujeres trabajadoras ha aumentado ligeramente. Continúan representando el 28% de los empleados estatales, el mismo porcentaje que había en el momento de la Revolución.57 En este contexto el régimen decidió cambiar su política de control de natalidad; el 23% de las mujeres utilizan anticonceptivos,58 y en ciertos casos se ha suavizado la obligación de llevar velo. Si bien en el ámbito del divorcio y de la familia, las mujeres no tienen iguales derechos que los hombres, conservan el derecho al voto, hay varias diputadas, van a la escuela, disponen de una cuota de plazas universitarias en todas las disciplinas y son incitadas a seguir estudios de medicina y un entrenamiento militar.59

Abrahamian apunta a propósito de Jomeini:

“Sus discípulos más próximos se burlaban a menudo de los «tradicionalistas» a los que calificaban de «chapados a la antigua». Les acusaban de estar obsesionados por la pureza ritual; de impedir a sus hijas ir a la escuela; de imponerles el velo incluso fuera de toda presencia masculina; de rechazar las actividades intelectuales tales como el arte, la música o el ajedrez y, lo peor de todo, a rehusar la utilización de medios como la prensa, radio y televisión.“60

Nada de todo esto nos debería sorprender. Quienes dirigen el capitalismo y el Estado iraníes no pueden prescindir de la mano de obra femenina presente en sectores clave de la economía. Y los sectores de la pequeña burguesía que han constituido la columna vertebral del PRI, habían comenzado, a lo largo de los años 70, a enviar a sus hijas a la universidad y a la búsqueda de empleo, precisamente porque querían disponer de ingresos complementarios, con el fin de aumentar los ingresos de la familia y de facilitar el matrimonio de sus hijas. No están dispuestos, ya en los años 80, a abandonar estos ingresos por motivos religiosos.

Como cualquier otra ideología, el islamismo no puede bloquear el desarrollo económico y social, aunque siempre aparecerán en su seno intentos de este tipo, que encontrarán su expresión en violentos conflictos entre sus partidarios.

Los jóvenes islamistas son, generalmente, los productos inteligentes y sofisticados de la sociedad moderna. Leen libros y periódicos, miran la televisión y están al corriente de todas las divisiones y enfrentamientos que se producen en el interior de sus propios movimientos. Sean cuales sean sus esfuerzos por cerrar filas cuando se enfrentan a los “secularistas” de la izquierda o de la burguesía, han conocido y conocen profundos debates en su seno que han creado dudas dentro del propio movimiento, de la misma forma que los sectores pro-ruso y pro-chino del estalinismo mundial, aparentemente monolítico, los tuvieron hace treinta años.

Los socialistas revolucionarios podemos aprovechar estas contradicciones para conseguir que algunos de ellos pongan en duda su apego a las ideas y a organizaciones islamistas, pero solamente si construimos organizaciones independientes, que no puedan ser identificadas ni con los islamistas ni con el Estado.

Sobre determinadas cuestiones estaremos en el mismo campo que los islamistas; contra el imperialismo y contra el Estado. Fue el caso, por ejemplo, de un gran número de países durante la Guerra del Golfo. Debería ser también el caso de países como Francia o Gran Bretaña cuando se trata de combatir el racismo. Allí donde los islamistas están en la oposición, nuestra regla de conducta debe ser: “con los islamistas a veces, con el Estado nunca”.

Pero incluso en este caso, discrepamos de los islamistas en cuestiones fundamentales. Defendemos el derecho a criticar la religión, así como el derecho a practicarla. También defendemos el derecho a no llevar velo, así como el derecho de las jóvenes que viven en países racistas como Francia, a llevarlo si así lo desean. Nos oponemos a las discriminaciones que lleva a cabo el gran capital, en países como Argelia, con respecto a los árabe hablantes pero también nos oponemos a las discriminaciones de las que son víctimas los bereberes, ciertas capas de la clase trabajadora o los sectores más bajos de la pequeña burguesía, que fueron educados en lengua francesa. Sobre todo, nos oponemos a todo acto que enfrente, basándose en cuestiones religiosas o étnicas, a unos sectores de explotados y oprimidos contra otros. Esto significa que lo mismo que defendemos a los islamistas contra el Estado, defendemos a las mujeres, homosexuales, los bereberes o los coptos contra ciertos islamistas.

En el momento en que estemos en el mismo campo que los islamistas, uno de nuestros deberes es el de polemizar con firmeza con ellos, ofrecerles nuestra alternativa, y no solamente sobre la actitud de sus organizaciones hacia la mujer y las minorías, sino también sobre una cuestión fundamental: ¿necesitamos la caridad de los ricos o necesitamos cambiar y destruir las relaciones de clase existentes?

En el pasado, la izquierda ha cometido dos errores frente a los islamistas. El primero ha sido el de considerarlos como fascistas, con los que no tenían nada en común. El segundo considerarlos como unos “progresistas” a los que no habían que criticar.

Estos dos errores han contribuido a que los islamistas crezcan, en detrimento de la izquierda, en la mayoría de los países del Oriente Medio. Hace falta un enfoque diferente; considerar al islamismo como un producto de una profunda crisis social que no puede resolver y, por lo tanto, luchar para ganarse a algunos de sus jóvenes partidarios hacia otra perspectiva muy diferente, independiente y socialista revolucionaria.

Notas

  • La edición castellana fue publicada por Izquierda Revolucionaria, 1ª edición: noviembre de 2001, en forma de folleto. Por razones de espacio, en esa edicion sobre la cual se basa la presente, se omitieron algunas secciones de interés más de tipo histórico. (N. de marxists.org)

1 Un estudio de los Hermanos Musulmanes llega a la conclusión, en 1969, de que el intento de reanimar al movimiento a mediados de los 60 “fue la erupción predecible de las tensiones continuadas causadas por un grupo marginal, en franca decadencia, de activistas que defienden la actitud, de los Hermanos Musulmanes, cada vez menos relevante hacia la sociedad”. R. P. Mitchell, The Society of the Muslim Brothers, Londres 1969, p.vii.

2 Artículo aparecido en New Statesman en 1979. Citado por el propio Fred Halliday en su artículo “The Iranian Revolution and its Implications” en New Left Review 166 (nov-dic 1987).

3 Entrevista al Movimiento Comunista de Argelia, aparecida en Socialisme International, París 1990.

4 Fred Halliday, op. cit p.57.

5 Sobre el apoyo dado por diferentes organizaciones de izquierda a los islamistas, ver P. Marshall, Revolution and Counter Revolution in Iran (Londres 1988), pp.60-68 y pp.89-92; M. Moaddel, Class, Politics and Ideology in the Iranian Revolution (New York 1993), pp.215-218; V. Moghadan, “False Roads in Iran”, New Left Review, 166.

6 R. P. Mitchell, The Society of the Muslim Brothers, Londres 1969.

7 A. S. Ahmed, Discovering Islam,Nueva Delhi, 1990 p.61-64.

8 Para un análisis del sufismo afgano ver O. Roy, Islam and Resistence in Afganistán, Cambridge 1990. Para el sufismo en India y Pakistán ver A. S. Ahmed.

9 I. Jomeini, Islam and Revolution, Berkeley 1981.

10 O. Roy, op. cit p.5.

11 E. Abrahamian, Khomeinism, Londres 1993, p.3.

12 Idem.

13 Qui est responsable de la violence?en “L’Algerie par les islamistes”,M. Al-Ahnaf, B. Botivewau y Frank Frégosi, París, Karthala, 1990.

14 Idem.

15 Gilles Kepel, Le prophete et pharaon. Aux sources des mouvements islamistes, París 1993.

16 Ver por ejemplo K. Pleifer, Agrarian Reform Under State Capitalism in Algeria, Boulder 1985, p.59; C. Andersson, Peasant or Proletarian?, Estocolmo 1986, p.67, asó como M. Raffinot y P. Acquemot, Le capitalisme d’État algerien, París 1977.

17 J. P. Entelis, Algeria, the Institutionalized Revolution, Boulder 1986, p.76.

18 Idem.

19 Ahmed Rouadjia, Les fréres et la mosquée, París 1990, p.33.

20 O. Roy, op. cit, p.88-90.

21 A. Rouadjia, op. cit, p.82.

22 Idem.

23 Idem.

24 Ver D. Hiro, Islamic Fundamentalism, Londres 1989, p.97.

25 H. E. Chehabi, Iranian Politics and Religious Modernism, Londres 1990, p.89.

26 E. Abrahamian, The Iranian Mojahedin, Londres 1989, p.201, 214, 225-226.

27 M. Moaddel, op. cit, p.224-238.

28 A. Bayat, Workers and Revolution in Iran, Londres 1987, p.57.

29 A. Tabari, Islam and the Struggle for Emancipation of Iranian Women, en el libro de Tabari y W. Yeganeh, In the Shadow of Islam: the Women’s Movement in Iran.

30 O. Roy, op. cit, p.68-69.

31 M. Al-Hanaf, B. Botivewau y F. Fregosi, op. cit.

32 A. Rouadia, op. cit.

33 Idem.

34 Idem.

35 En 1989, de 250.000 candidatos que se presentaron a las pruebas de bachillerato, sólo 54.000 obtuvieron el título. Idem.

36 Idem.

37 Idem.

38 R. P. Mitchell, op. cit, p.13.

39 Idem.

40 Idem.

41 M. Hussein, Islamic Radicalism as a Political Protest Movement, Londres 1989.

42 Idem.

43 S. Hitata, East West Relations, op. cit, p.26.

44 Gilles Kepel, Le prophete et le pharaon. Aux sources des mouvements islamistes, París, Seuil 1993, p.139.

45 Idem.

46 Idem.

47 Idem.

48 Idem.

49 Idem.

50 A. Dabat y L. Lorenzo, Conflicto Malvinense y Crisis Nacional, México 1982, p.46-48.

51 M. Al-Ahmaf, Botivewau y Fregosi, op. cit.

52 El artículo de Phil Marshall, “Islamic Fundamentalism: Oppression and Revolution”, aparecido en International Socialism Nº40, es en un sentido muy útil, pero falla precisamente, en que no diferencia entre el antiimperialismo de los movimientos burgueses que se enfrentan al colonialismo y el de los movimientos pequeñoburgueses que se enfrentan a estados capitalistas independientes integrados en el sistema mundial. Todo su énfasis está en el papel que estos movimientos pueden jugar al “expresar la lucha contra el imperialismo”. Esto implica olvidar que el Estado y la burguesía locales son, normalmente, el agente inmediato de la explotación y la opresión en el tercer mundo hoy en día. Esto es algo que algunas corrientes del islamismo radical reconocen, como mínimo a medias (por ejemplo cuando Qutb describe a Estados como Egipto de “no islámicos”).
Tampoco llega a ver que las limitaciones pequeñoburguesas de los movimientos islamistas significan que sus dirigentes, al igual que movimientos anteriores como el peronismo, a menudo utilizan la retórica acerca del “imperialismo” para justificar, más tarde, un trato con el Estado y la clase dominante locales, mientras que desvían la rabia hacia ataques contra las minorías, a las que identifican como a los agentes locales del “imperialismo cultural”. Por tanto Marshall se equivoca al argumentar que los marxistas revolucionarios pueden adoptar la misma actitud hacia el islam que la desarrollada por el Comintern en sus primeros años, antes del estalinismo, respecto a los movimientos anticoloniales en auge a principios de los años 20. Es cierto que debemos aprender del Comintern en sus primeros años que se puede estar en el mismo bando que un cierto movimiento (o incluso Estado) en cuanto que combate al imperialismo, mientras a la vez se intenta derrotar a su liderazgo y se está en desacuerdo con su política, estrategia y táctica. Pero esto no es lo mismo en absoluto que decir que el islamismo burgués y pequeñoburgués de los años 90 sea igual que el anticolonialismo burgués y pequeñoburgués de los años 20.
Si no, podemos caer en el mismo error que cometió la izquierda en países como Argentina, a finales de los años 60 y principios de los 70, cuando apoyaron al nacionalismo de su propia burguesía con el argumento de que vivían en “Estados semicoloniales”.
Como comentan A. Dabat y E. Lorenzano, con toda la razón, “la izquierda nacionalista y la marxista argentinas confundieron… la asociación (de sus propios gobernantes) con los intereses de la burguesía imperialista y su servilismo diplomático frente al ejército y al Estado de EEUU, con la dependencia política (“semicolonialismo”, “colonialismo”), lo que llevó a sus fuerzas más radicales y comprometidas a decidirse a convocar una lucha armada por “la segunda independencia”. En realidad, se enfrentaban a algo muy diferente. El comportamiento de cualquier gobierno de un país capitalista, relativamente débil, por muy independiente que sea su estructura estatal, es necesariamente “conciliador”, capitulacionista en lo que se refiere a hacer cumplir sus intereses… en conseguir concesiones de gobiernos o de empresas imperialistas… o consolidar alianzas… con estos Estados. Este tipo de acción es en esencia el mismo para todos los gobiernos burgueses, por muy nacionalistas que se consideren. Esto no afecta a la estructura del Estado y a su relación con el proceso de autoexpansión y reproducción del capital a escala nacional (el carácter del Estado como una expresión directa de las clases dominantes nacionales y no como una expresión de los estados y las burguesías imperialistas de otros países). Conflicto Malvinense y Crisis Nacional, op. cit, p.70.

53 E. Abrahamian, Khomeinism, op. cit.

54 Idem.

55 O. Roy, op. cit, p.71.

56 L’Algérie par ses islamistes, op. cit, p.27.

57 V. Moghadam, “Women, Work and Ideology in the Islamic Republic”, International Journal of Middle East Studies, 1988, p.230.

58 Idem, p.227.

59 Idem.

60 Abrahamian, op. cit,

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