La Bety quiere un celular
Dagoberto Gutierrez
De pequeña estatura y delgada, de ojos vivaces que hablan por ella y dueña de una envidiable energía y voluntad para trabajar y ganarse la vida, todo en ella indica a una mujer vulnerable, pero no es así. Tiene 42 años, se llama Bety, tiene hermanos y hermanas y hace pocos meses se le murió su madre, la niña Rosa.
Ha vivido siempre en el Sitio del Niño y ahí, en los espacios abiertos del Valle descubrió, en un día sin memoria y sin nombre, que para ella no existiría nunca ningún sonido y ningún ruido, que el viento sería el polvo de la calle en remolino, las ramas de los árboles danzando y los papeles volando, también supo que ese artificio mágico llamado palabra, tampoco le produciría sobre saltos, que nunca oiría su nombre pero lo aprendería por el movimiento de los labios de sus interlocutores y algo mas, desarrollaría la capacidad de descubrir en la mirada, más, mucho más, de lo que dicen las palabras.
La Bety tiene un hijo, ella ha luchado tesoneramente para que Luis, de 21 años sea un hombre de bien, el hijo está en el norte y la madre en el Sitio del Niño.
Madre e hijo se aman entrañablemente y aunque nunca han platicando, la Bety sabe que ese hijo contiene todos los sonidos y las palabras del mundo y ese hijo sabe que su madre es la campana más sonora del amor más repiqueteante.
La Bety sigue trabajando, lavando, planchando y haciendo comida pero ahora sabe que periódicamente Luis le envía remesas desde el norte y, de acuerdo a la fecha, ha llegado a adivinar cuando el hijo está llamando al ver el rostro de sus hermanas cuando hablan, por teléfono, con el sobrino, hijo de Bety.
Luis siempre dice, al final de la llamada pásenme a la Bety y la madre sabe muy bien que es su hijo el que la está llamando, no lo escuchará nunca y Luis lo sabe, pero él le habla como si ella lo escuchara; le dice que la quiere, le dice que se cuide, le dice que no se enferme y que no trabaje tanto, la madre siente en su oído el hormigueo encendido de las palabras de su hijo, ella sabe, de algún modo lo sabe, que le está diciendo que la quiere y ella le dice también que lo quiere y que le siga mandando pisto y que sólo se lo mande a ella.
La comunicación es breve pero efectiva, no hay palabras y tampoco miradas, y ella no puede leer el movimiento de los labios; pero se está comunicando con su hijo y, a partir de estas pláticas la Bety está pidiendo a su familia un celular para comunicarse con Luis.
Ante el argumento de que no puede hablar ella les indica que va sentir cuando Luis le esté llamando por la vibración de su teléfono en la cintura y con señas indica el momento de la vibración. La verdad es que Luis, como buen hijo y hombre de bien también ayuda para otras cosas de la familia y por supuesto a su madre, pero la Bety ha descubierto que es necesario controlar esa comunicación y para eso necesita un celular.
Ninguna compañía de las que venden celulares conoce de esta necesidad de la Bety, pero nadie supo como se las arregló para que un día, con mucho viento, polvo y frío, la Bety viajó a San Salvador tal como suele hacerlo cuando lo es necesario, y sin compañía alguna entró al negocio de celulares después de mirar en las vitrinas el aparato que mas le gustaba; le apuntaron los precios en un papel y los empleados medio sorprendidos y medios sonrientes, entraron en una negociación inusual hasta que la Bety decidió cual era el aparato y cual era el precio que mas le convenía.
Nadie supo de su compra, aunque supieron de su viaje a San Salvador y hace quince días cuando Luis, en un barrio de los Ángeles llenos de salvadoreños, cocinaba huevo y frijoles fritos a las diez de la noche, oyó sonar su celular, se alarmó un poco pero sonrío plácidamente cuando supo que la Bety le estaba hablando. En realidad ella lo estaba regañando porque el hijo no la había llamado el día anterior, intercambiaron besos y abrazos por teléfono y una vez mas la comunicación fue rápida pero intensa.
La familia sabe hoy que de todas maneras la Bety tiene su propia comunicación con Luis y Luis sabe que de todas maneras el tiene su propia comunicación con la Bety, y así, un puente de amor de palabras y silencios une dos ríos inagotables.