Lunes, 03 de Octubre de 2011 / 11:31 h
La democracia del Banco Mundial y del FMI
Dagoberto Gutiérrez
Sabemos que El Salvador tiene un gobierno democrático porque así los dice la Constitución, pero no siempre sabemos que actualmente las democracias, al ser las sustitutas de anteriores dictaduras en el continente, constituyen, en realidad, los instrumentos neoliberales para producir más neoliberalismo.
Se trata de un proceso de control, de apropiación y de compra, y más bien dicho, es un nuevo colonialismo, en donde no son los Estados ocupantes de los siglos anteriores que ocupaban los territorios a sangre y fuego, sino son poderosos compañías transnacionales que apoyadas por sus Estados compran a las democracias para construir poderosos mercados que sometan a los Estados de las sociedades convertidas en centros de consumo y de producción de consumidores.
El Salvador fue convertido después de la guerra de 20 años, en un laboratorio neoliberal democrático, con dos partidos políticos como pilares institucionales, con clausura de todo movimiento social que protestara o reclamara. Con dos edulcorantes en la realidad: la paz y el acceso al gobierno de la antigua insurgencia.
Este diseño supuso siempre una paz social prolongada y segura y un país controlado y sin estallidos. En definitiva, todo un laboratorio neoliberal, con reino total del mercado, con plena privatización y también con plena quietud social. En cierto modo, esto lo podemos comprobar cuando El Salvador resulta ser la sede más confiable y permanente de eventos internacionales que reúne a mandatarios de la región y del continente, y sede también de reuniones de la OEA y de ramificados organismos internacionales. Todo esto ocurre sin que se dé ninguna protesta ni reclamo.
El gobierno de Funes puede, así, ufanarse de gobernar un país estable, confiable para los organismos internacionales y con una economía que satisface a todos los sectores. Toda esta puesta en escena resulta contradictoria porque las piezas del tablero que han sido magistralmente diseñadas, en realidad chocan una y otra vez con la terca realidad real. Porque esta democracia comprada ha terminado con la buena fe y hasta la inocencia de millones de personas en un país que confió en la paz de celofán y papel de china, que esperó que el fin de la guerra fuera la paz, que celebró victorias electorales de lo que entendió que era la antigua insurgencia heroica y brillante, convertida en un partido político opositor, y finalmente, todo un pueblo que confió en mejorar su vida, en aquel momento en que un partido oficial es derrotado electoralmente, y el poder ejecutivo pasa a ser controlado, por primera vez en la historia de este país, y por vía electoral democrática, por fuerzas que no provenían de la derecha política tradicional.
Como vemos, se trata de todo un proceso objetivo y subjetivo en el que están empeñadas las estructuras políticas y económicas del país tradicional que conocemos, y la subjetividad poderosa de un pueblo que no renuncia a la esperanza, pero que está aprendiendo, a fuerza de desencanto y desengaños, que la única esperanza y garantía seguras es la que nace de las propias entrañas del propio pueblo, y no puede ni debe esperarse que los legítimos anhelos de cambio real, es decir, de cambio de la vida, vengan de arriba.
Puestas así las cosas, estamos asistiendo al agotamiento de un proyecto que, pensado y elaborado en las cabezas imperiales del Banco Mundial y el FMI, hicieron de la democracia una mercancía cara, en nombre de la cual la soberanía del Estado sería entregada, atada y vendada, a los mercados internacionales.
Este desafío al orden impuesto viene de abajo y no de arriba, nace del pueblo organizado y no de los partidos políticos, comprende alianzas políticas y no solo acuerdos electorales, es una lucha por el buen vivir y no por ningún desarrollo diseñado por el Banco Mundial, expresa una nueva visión de relación con la naturaleza, significa una nueva manera de hacer democracia, ya no solo referida al procedimiento democrático sino a la democratización de la vida, de la economía, y de la convivencia humana toda. También, supone una nueva forma de hacer política y de participar en ella, y desde luego, se trata de un desafío que intenta construir una nueva visión del mundo y del poder.
Todo este nuevo contenido presenta y representa a la nueva izquierda que se construye en el país. Este proceso combina la organización de fuerza social y la construcción de pensamiento político, la lucha por reivindicaciones económicas y sociales con la lucha por conquistar posiciones en el aparato estatal. Comprende la construcción de organizaciones de trabajadores dentro y fuera del aparato de Estado, pero sobre todo supone un nuevo sindicalismo a tono con las luchas políticas y reivindicativas que en todo el mundo se llevan a cabo por alcanzar una buen vivir.
En El Salvador, esta lucha comprende el rescate del Estado de las garras del mercado, la liberación de la persona humana de su condición enajenante de consumidor y la construcción de un poderoso y ramificado movimiento social que sea capaz de concertar con diferentes corrientes y diferentes comunidades, los acuerdos políticos fundamentales que permitan la sobrevivencia de nuestro país en la actual situación de crisis planetaria.
Este movimiento social, siendo popular, podrá convertirse en movimiento político, de acuerdo a las condiciones concretas que se presenten en este proceso.