La Navidad, mercado, política y fe
Dagoberto Gutiérrez
Todos los imperios imponen a sus súbditos su economía, sus leyes, sus tradiciones y sus dioses.
Los romanos que construyeron el imperio más conocido hasta ahora, adoptaron, sin embargo, las creencias y sistemas religiosos de una de sus provincias. Esto ocurre en los momentos de crisis imperial y cuando Constantino, emperador de ese momento, establece, en el edicto de Milán, (320 después de Cristo) el cristianismo como la religión oficial del estado romano.
Su genio político supo que la cohesión ideológica de los cristianos catacúmbicos fortalecería al decadente imperio romano y el 325 d.C, en el concilio de Nicea (Turquía), se montó el imperio sobre el cristianismo, aquí muere el cristianismo y nace la cristiandad como religión estatal.
Luego vendría la deificación de Jesucristo, la concepción trinitaria, el obispado de Roma y el nacimiento de Jesús. Ayer como hoy no se tiene dato exacto, pero los romanos celebraban al final del año las fiestas saturnales en honor a Saturno el Dios de la Agricultura y la vida, eran bacanales que duraban semanas y el imperio hizo coincidir esta fiesta con la natividad, hizo de una celebración pagana una fiesta cristiana, también adaptó el credo cristiano a la cultura imperial e hizo aparecer a las diosas, que no existían en la cultura hebrea de la misma manera hicieron a la madre de Jesús, una humilde mujer Judía, la reina del cielo, porque todo lo relacionado con la nueva religión imperial tenia que ser magnificente. Aquí nace también el catolicismo, del latín Catolic (Universal) porque la religión del imperio tenía que ser, por fuerza, la religión de todo el universo.
La Navidad, así decidida, fue completándose lentamente y viene a nuestras tierras en la punta de las espadas de los invasores hace 500 años; de las culturas nórdicas se le agrega el árbol de navidad y la nieve y de la empresa Coca Cola se le incorpora, en la primera mitad del siglo pasado, la figura de Santa Claus cuyo uniforme ostenta, justamente, los colores emblemáticos de esta empresa.
Con Santa Claus, la navidad entra, totalmente en los patios y corredores del mercado capitalista y el juego del intercambio de obsequios hace de la fecha el mercado persa adecuado para explotar, mercantilmente, la fe cristiana que considera el nacimiento de Jesús como el advenimiento del mesías que derrotará la explotación e impondrá la justicia.
En realidad, diciembre es el mes mercantil por excelencia y es la época en que el Jesucristo que se enfrentó a los mercaderes del templo en Jerusalén, es usado por éstos como una mercancía más y así, en nombre de los valores cristianos, que perviven, pese a Roma, los cristianos actuales, creyentes o ateos, son convertidos en consumidores, en una conversión muy distante a la de Pablo en el camino de Damasco.
La Navidad es entonces un teatro de operaciones que confronta la política y la economía con la fe cristiana y sus valores.
Las familias salvadoreñas son amenazadas en sus economías por la propaganda mercantil, porque una vez borrada la diferencia entre lo que se necesita y lo que se desea, el ser humano, en plena Navidad, es convertido en una mercancía que adquiere lo que desea aunque no lo necesite y pasa así, de ser comprador a ser consumidor.
La Navidad es actualmente, el escenario de la conversión anterior y aquellos templos en los que Jesús se enfrentó al imperio romano, son los que se levantan hoy sobre Jesús, como bancos, centro comerciales y edificios ostentosos, sin duda que se trata de un mal momento para todo lo que tiene que ver con cristianismo, con Jesucristo y con fe cristiana.
Los cristianos comprometidos con el hombre de Galilea deben salvar de la época la figura de la natividad, porque, más allá de la exactitud histórica, es una buena noticia para la humanidad y este hecho se acompañará del mensaje justiciero, comprometido y justo del Galileo que sacrificado por los poderosos sigue siendo voz, aliento y estímulo de los débiles que deciden ser libres y de aquellos que resuelven ser justos.