La Noche Que Silvio Supo Dónde Cabalgaba Su Unicornio
Por Juan José Dalton
SAN SALVADOR – El avión aterrizó en el aeropuerto “José Martí”; mi madre y yo hicimos los trámites en migración y nos dirigíamos a nuestra casa en el Vedado. Tenía más de dos años de haber dejado La Habana. Mis ojos querían devorar todo lo que veían al paso.
Era el mes de abril de 1982 y había viajado desde la calurosa Managua, a donde había llegado en enero de ese mismo año, después de una peripecia increíble tras mi salida de la cárcel de Mariona, lugar en el que estuve encerrado desde octubre del 81; en Mariona, llamada oficialmente “La Esperanza”, inauguramos el Sector II, especialmente adaptado para los presos políticos.
Llegaba a La Habana incompleto: Roque, mi hermano mayor, estaba desaparecido luego de la ofensiva en Chalatenango (1981); mi cuerpo con tres costillas fracturadas por una bala que me atravesó de lado a lado; el brazo izquierdo casi inmóvil y cicatrices de las torturas… Pero la alegría del sobreviviente es bastante poca entendida.
Mi gente en Cuba, mi hermano Jorge y mi cuñada Tere; mis vecinos del edificio de la calle J, todos me esperaban con “cara de velorio”. Al soltar los pocos bultos que llevaba y al abrazar a todos, mi pregunta fue: ¿Y la botella de ron, dónde está? José Luis gritó entonces: “¡Coño, a este tipo no le ha pasado na´!” De pronto apareció el ron y más tarde hasta una tumbadora…
“…alguien dijo que en casa de Víctor Casaus,
poeta y hermano de siempre,
había una reunión de amigos.
Y decidimos ir en turba”.
Como a las 9 de la noche alguien dijo que en casa de Víctor Casaus, poeta y hermano de siempre, había una reunión de amigos. Y decidimos ir en turba. Al llegar la mayoría de los invitados de Víctor, como él mismo, se sorprendió cuando me vio. Recién había comenzado una campaña de intelectuales latinoamericanos para exigirle al gobierno salvadoreño el respeto a la integridad física y la liberación de los hijos de Roque Dalton.
Entre otros rones y abrazos volví a hacer el cuento de mi captura y de mi posterior liberación a causa de que los victimarios nunca me identificaron.
Un rato después llegó Silvio y se quedó igual de sorprendido. Conversamos más directamente. Me interrogaba como periodista sobre mi hermano, la cárcel, la guerra. Yo le conté entonces que en las montañas de Chalatenango, allá por los filos de Arcatao, había compartido con un rockero salvadoreño: Carlos “El Tamba” Aragón, conocido en la guerrilla como “Sebastián”. “El Tamba” había fundado “La banda del Sol” y su canción famosa era “El planeta de los cerdos”.
Le decía Silvio que “Sebastián” cantaba sus canciones en los actos culturales y en las noches de nostalgia en nuestro campamento del Cascajal. Cantaba siempre “Una mujer con Sombrero”… Le conté que “Sebastián” había muerto en combate, cubriendo una retirada al verse herido.
Después le conté que en las noches, cuando teníamos baterías para un radio, escuchábamos “Radio Habana Cuba”. Y que había oído una canción de él, algo “rara”, con una gran musicalización, pero que nunca lográbamos entender la letra claramente. “¿Será el Unicornio?”, me preguntó. No supe responderle.
Nos despedimos en la madrugada. No recuerdo si fue al día siguiente, pero Silvio tocó la puerta de mi casa, entró y le entregó a mi mamá el texto original de su presentación que aparece en el disco Unicornio y que se titula “Noticia”.
Aquello era mi recompensa de “cien mil o un millón” que me pagó Silvio no por “cualquier información”… Había logrado saber que su Unicornio estaba cabalgando junto a quienes se jugaban la vida tratando de asistir un parto de esperanzas. De otra forma no podría ser.