Lunes, 05 de Septiembre de 2011 / 11:02 h
Los alumnos del Insa
Dagoberto Gutiérrez
Hace 50 años, cuando recién empezaba la década de los años 60, Santa Ana era un pueblo tranquilo, y nosotros los estudiantes de bachillerato de entonces, teníamos la cabeza y el corazón llenos de pájaros, de nidos y de mariposas. Veníamos de Chalchuapa, de Atiquizaya, de Candelaria La Frontera, Texistepeque, Metapán, y por supuesto, de la ciudad de Santa Ana. Éramos inmensamente jóvenes e inmensamente estudiantes, y el Instituto Nacional de Santa Ana lucía nuevo y refrescante.
Había sido construido en la década de los 50, cuando el capital acumulado en la actividad cafetalera pasaba a la actividad industrial, y se iniciaba la formación de una mano de obra calificada, enfatizando en la educación. Es el periodo que siguió al golpe de Estado de los Mayores de 1948, que le dio continuidad al proceso abierto tras el derrocamiento de Maximiliano Hernández Martínez. Los centros escolares eran grandes, cómodos, acogedores, y sus estudiantes éramos dueños de sueños irrenunciables.
El grupo nuestro era como todos, unos eran taciturnos y otros francamente parlanchines, unos abiertamente tímidos y otros tremendamente dedicados. Unos con una gran creatividad para la broma y el humor. En fin, un grupo profundamente humano e intensamente joven.
Los profesores eran muy dedicados a su trabajo y a su estudio y nos trataban con bastante rigor académico, entregándose en sus clases y enseñándonos que el conocimiento requiere disciplina. Esperábamos las clases de Don Víctor Polanco, las del Doctor Jiménez, las de Don Cayo Fuentes, las de Yolanda Martínez de Denneri, las Matemáticas de Dora Calderón y Roberto Moreno, la Filosofía de Don Alberto Corado, la Literatura de Don Chepe Alas, y la disciplinada dirección del Director del Instituto, Migdonio Díaz Orellana.
En realidad, eran tiempos agitados, como casi todos, y adentro de los sueños estudiantiles, algunos cultivábamos otros sueños, y pensábamos otras cosas que iban más allá del estudio y llegaban al diseño de la sociedad en que vivíamos. Para ese momento, yo estaba plenamente convencido que era necesario, sobre todas las cosas, entender cómo funcionaba el mundo en que vivíamos y como se ejercía el poder de los fuertes sobre los débiles. Por eso éramos fervientes seguidores de la Revolución Cubana que recién acababa de triunfar. Hay que recordar que esa década de los años 60 se inicia la democratización de la Universidad de El Salvador, y sus puertas se abren a los estudiantes, con vocación de estudio, y se termina con la elite de los años anteriores. Es en estos años en que se sientan las bases de la radicalización posterior que definirán los acontecimientos de la década siguiente, en los años 70.
El INSA vibraba de vida y se inundaba de risas, de sueños y aspiraciones, era un centro de estudios y los que estudiábamos bachillerato éramos algo así como la cabeza estudiantil.
Nuestro grupo tomó distintos caminos en la vida, tal como ocurre siempre, con diferentes profesiones y quehaceres. Unos y unas nos hicimos profesionales, médicos, abogados, arquitectos, economistas, ingenieros, otros y otras, comerciantes, agricultores, pero todos hombres y mujeres de bien. De nuestro grupo han salido profesores universitarios, y también han caminado algunos hacia la luz mortecina del atardecer de la vida. Acompañamos en su pesar a las familias de Mario Duarte y de Miriam Sánchez. Todos, sin excepción, sabemos con la única certeza que vamos al mismo punto al que estos dos chinitos se nos adelantaron. Han pasado 50 años, muy veloces pero muy largos, densos y pesados años, hemos vivido guerra y una paz con guerra.
Los estudiantes de bachillerato de esa promoción nos preparamos para celebrar nuestros 50 años de graduados. Esperamos involucrar a las actuales autoridades del Instituto, a sus profesores, estudiantes y padres y madres de familia, porque los estudiantes de ayer luchamos por seguir siendo los estudiantes de hoy. Y, si algo nos enseñó el INSA, es que siempre los seres humanos debemos y podemos y tenemos que mantenernos en una actitud de ser siempre estudiantes, atentos y sensibles ante la realidad, aprendiendo de ella, y aprehendiéndola a ella. Dispuestos siempre a transformarla y a ser transformados en el proceso. Nosotros y nosotras, los alumnos de ayer, llevamos al INSA en nuestros corazones porque somos consientes que en el proceso de conocimiento es necesario pensar y sentir, porque la sensibilidad es la puerta de entrada al conocimiento.
Estamos ante los 50 años de nuestra graduación, se dice rápido pero es toda una vida, y de repente más de una vida. Nosotros, los estudiantes de entonces, ya no somos los mismos pero seguimos siendo los mismos, somos muy conscientes que los cambios que la vida nos ha impuesto son simplemente acentos para seguir siendo lo que siempre hemos sido, y acudimos a los 50 años de nuestra graduación como los de entonces, jóvenes y soñadores, llenos de entusiasmo y llenos de vida, con voluntad de vivir y de luchar por construir una vida mejor para todos y todas.
Nos veremos de nuevo en los corredores de nuestro instituto, honraremos la memoria de los que ya no están, y saludaremos el empeño, el esfuerzo y la determinación por una vida nueva.