La Gran Depresión de 1929 golpeó fuertemente a la economía salvadoreña y profundizó las precarias condiciones de vida de la inmensa mayoría de la población, lo que en los años posteriores fue aprovechado por el Partido Comunista Salvadoreño (PCS) para agitar a los campesinos, quienes terminaron siendo la carne de cañón de la “masacre” de enero de 1932. Los señalamientos siempre han apuntado al régimen de Hernández Martínez, ocultando la otra cara de la moneda. Sin embargo, la verdad salió a la luz, luego del derrumbe del mundo comunista, cuando los archivos secretos rusos fueron liberados.
En el informe “secreto” rendido por los camaradas de El Salvador al Buró del Partido Comunista de la Unión Soviética, Santa Ana, El Salvador, septiembre de 1936, página 2; copia en posesión de la Academia de la Historia de El Salvador, dice: “Anulada la acción cívica del proletariado por la represión gubernamental, las masas, heridas en sus derechos políticos y sociales, y en buena parte en sus ansias de mejoramiento económico y partidarista con la caída tan prematura de su caudillo Araujo del Poder, fueron campo propicio para la difusión rápida de la propaganda comunista hacia la toma del poder político por el proletariado, que culminó el 22 de enero de 1932”.
Efectivamente, las condiciones socioeconómicas de la mayor parte de la población eran precarias y propicias para un levantamiento azuzado por los comunistas. El diario El Día señalaba en 1932: “La alimentación de los campesinos y trabajadores del campo debe ser mejorada… Dos tortillas y un poco de frijoles no es bastante para conservar la plenitud de la vida física… El trabajo sería más eficiente si nuestro pueblo no se desnutre… Habría también que proporcionar habitaciones higiénicas. No es posible la vida normal durmiendo en el suelo, a campo raso o en un infeliz tapesco”.
En ese entorno, los comunistas pugnaron por encabezar la insurrección e imponerle los lineamientos de las Internacionales Socialistas, para derrocar el sistema capitalista y establecer la dictadura del proletariado en El Salvador. Si bien el PCS ha negado reiteradamente su participación, los informes muestran lo contrario. Sus acciones desestabilizadoras se manifiestan en el informe de Ismael Hernández, secretario general, en representación del Comité Ejecutivo Nacional, Sección de El Salvador, del Socorro Rojo Internacional, carta informe nº 234, enviada al Buró del Caribe de la Internacional Comunista, el 22 de noviembre de 1931: “En Sonsonate especialmente los camaradas, solo hablan ya de insurrección, no creemos del caso perder la acción de esa fuerza contenida, sino que esperamos, ligarla más y no hacerla que aborte desconectada… Es de creerse que si el CC contara con 10,000 ó 15,000 dollares, la acción revolucionaria no tardaría dos meses en desatarse”. En carta informe nº 235 de Hernández, del 29 de noviembre de 1931, manifiesta: “Aquí se necesita de fondos, bastantes, suficientes, lo mismo que si es posible deben estudiar algo más efectivo, la benida (sic) de materiales de guerra… Pero como ya… lo hemos hecho notar, que lo que necesitamos es dinero… para ver de no malograr el trabajo con una Insurrección prematura”. Claramente, el PCS tenía organizada la acción subversiva y esperaban iniciar el levantamiento hacia fines de enero de 1932, tal como sucedió.
Lo más revelador del informe de septiembre de 1936, página 3, es el señalamiento de responsabilidades según el PCS: “La responsabilidad de esta horrorosa masacre de 1932, se debió en parte… a la táctica izquierdista de Fernández Anaya (fundador y secretario general del PCS en aquel momento), y en parte al sometimiento disciplinario del camarada (Farabundo) Martí al Comité Ejecutivo del partido… la causa principal de la masacre fueron los errores tácticos del Comité Central Ejecutivo, primero por enviar delegaciones a los departamentos integradas por elementos enfermos de liderismo… (donde) la labor de estos delegados fue más oportunista, toda vez que explotaron la buena fe de los campesinos, vivieron largo tiempo a expensa de éstos, llegando varios de ellos al grado de intentar forzar a las hijas de los referidos camaradas. En esas regiones, para no ser criticados por sus bajas acciones, cambiaron a los camaradas que formaban los comités por compañeros honrados, es cierto, pero que carecieron de preparación revolucionaria, (porque) no fueron capaces de delatarlos”.
Los informes “secretos” de los propios comunistas salvadoreños a su casa matriz, el Buró del Partido Comunista de la Unión Soviética, es totalmente diferente a la que cuentan sus líderes y escritores de izquierda. Con esta información, de ellos mismos, habrá que reescribir la historia de la masacre campesina de 1932.