Los nísperos de la universidad
Dagoberto Gutiérrez
La Universidad Luterana es un bosque en una universidad aunque también puede ser una universidad en un bosque y desde sus aulas, el verde de la arboleda se filtra por la luz, por las ventanas, por las puertas y por todos lados, las cotuzas animalitos pequeños de color rojizo han alcanzado una población creciente y en la noche se oyen correr sobre la hojarasca seca y en el día se cruzan indiferentes del bosque a la universidad y de la universidad al bosque, buscan comida, pero también amoríos entre ellos y más de alguno, de los más atrevidos se asoma a la carretera para regresar de inmediato. Las hojas del bosque caen una tras otra en este verano ardiente, caen indolentes y casi ciegas como si supieran, desde siempre el camino a recorrer.
Las ardillas rodean los árboles más gruesos con su movimiento nervioso e inagotable, se persiguen unas a otras y miran, con frecuencia, a los estudiantes que en el anden cercano al bosque leen, platican, toman café y se enamoran, parecen reírse cuando suben veloces los árboles más altos y se ríen aun más cuando, desde allí dejan caer las zunzas más maduras, estas estallan en el suelo o en las piedras con un ruido seco y metálico y rápidamente las ardillas descienden para comer con prisa y sin dejar de ver a los muchachos y muchachas, de la fruta madura y también de la verde.
Los bejucos descienden indolentes y verdes desde los árboles que rodean la plazoleta de actos frente a la biblioteca, algunas raíces salen de la tierra y como lagartos cansados se extienden bajo el sol mientras los pájaros, en su paraíso verde, danzan, cantan, hacen el amor sin enamorarse y preparan sus nidos.
Frente a la entrada de la universidad hay dos árboles caracterizantes, siempre verdes y lozanos, siempre cubiertos de hojas que se enamoran en el viento y siempre con ardillas que tras correr llenas de nervios como algodón caminante desde la arboleda hasta el árbol de níspero, se instalan en su copa y desde allí se despachan todos los nísperos que se les ocurra, los árboles resuenan con un ruido metálico como si una máquina de escribir escribiera una historia, pero en realidad son los dientes eficientes de las ardillas que agarrando entre sus dos patas la fruta la parte rápidamente y come su carne como quien con un cuchillo filoso partiera, de trozo en trozo y rítmicamente la comida lista para comerse.
En la época de cosecha los árboles de níspero parecen llover cuando pedazos de la fruta caen una y otra vez desde sus copas, y de repente una cola grande y dos ojos saltones cortan los rayos de sol para saltar de rama en rama como rayos o relámpagos que se fugan con prisa de los ojos de los estudiantes que no pueden captar el salto rápido de los comensales de níspero.
Al final de la tarde cuando las aulas están llenas de estudiantes y solo se escucha la voz de los profesores y cuando el sol se oculta con temor huyendo del día como la sangre se fuga de la herida, de las sombras tempranas del bosque aparecen dos, tres, cuatro, cinco o más cotuzas que pintando de rojizo el patio se disponen a comer, como si dispusieran de todo el tiempo de su vida los restos de los nísperos que las ardillas no quisieron comer.
Estos animales color sepia avanzan y se detienen y en la plena tristeza del anochecer se mantienen alertas aun ante predadores inexistentes en la universidad, parecen comer en fila desde el más grande hasta el más chiquito, no se disputan la comida porque hay en abundancia y comen y comen y comen hasta que sin aviso previo salen corriendo presurosos, como si temieran llegar tarde a una cita, al bosque umbrío que los espera.
Este día se iniciaron las clases en la universidad y por todos los rincones los estudiantes llenan el aire, unos van presurosos y otras no muestran prisa, unos miran para todos lados hacia las aulas o hacia el bosque y otras parecen no ver nada ni a nadie, alrededor del árbol de níspero los novios se miran como si se tratara de la primera o de la última vez, se dan nerviosos un beso antes de dirigirse a recibir en aulas diferentes, materias diferentes sus clases de diferentes profesores.
Este día han llegado vendedores y vendedoras que desde el exterior de la universidad ofrecen elotes cocidos, olorosos y modestamente elegantes, otros venden frutas y, en ocasiones especiales, han llegado vendedoras a ofrecer shuco en horas de la noche, en pequeños huacales de morro, con chile, frijoles y pan francés, las ventas abundan más el primer día de clases, pero algunas se mantienen todo el año.
Toda la universidad se llena de risas y estalla la palabra mientras la tiza restalla en la pizarra y la atención estudiantil se concentra y se divaga, sube y baja, unos anotan incansables en sus cuadernos y otras escuchan atentas mientras su mirada viaja de la pizarra al profesor y mientras tanto un viento de verano danza en las ramas del bosque y se mete en las aulas por la ventana y corretea suavemente hasta llegar a la pizarra blanca que agradece la frescura.
Es el primer día de trabajo en una larga jornada de un ciclo entero y los muchachos y muchachas afrontarán sus clases y sus exámenes, aprenderán a pensar, y a encontrar cara a cara a la realidad mientras las ardillas llenas de nervios seguirán saltando de rama en rama en el níspero que siempre las espera.