Los transgénicos y la vida en venta
Dagoberto Gutiérrez
Como era previsible, en el gobierno anterior, los mercaderes aprobaron, con la reforma del artículo 30 de la ley de semillas la libre introducción, transporte, comercialización y uso de los organismos genéticamente modificados (OGM), nombre técnico que abre la puerta a lo que se conoce como transgénicos. Estos son productos vivos que no pueden producirse en la naturaleza y requieren, de tecnología para producirse y aparecer como naturales.
Aquí se cruzan especies vegetales con vegetales y animales también con vegetales, por ejemplo: un gen (expresión genética que contiene la estructura hereditaria decisiva de un ser vivo) de un pez del ártico, es introducido a la estructura genética de un tomate para lograr que este vegetal dure más, sin descomponerse, en los supermercados, lo mismo ocurre con plátanos u otros productos que se caracterizan por un tamaño y color esplendoroso, pero que no tienen el sabor natural de los productos naturales; a todo este trabajo científico se le llama ingeniería genética que es controlada por gigantescas empresas transnacionales que controlan el conocimiento, las semillas y los tóxicos usados en la agricultura, tal es el caso de Monsanto, la gran empresa planetaria que controla el mercado de estos productos.
Aquí tenemos un ejercicio de poder económico, tecnológico y político que permite al mercado, altamente tecnificado, convertir a la naturaleza en mercancía de la misma manera en que el ser humano es convertido en una simple mercancía; aun más, éstas empresas reclaman propiedad intelectual y aseguran la patente, que es el monopolio temporal de los beneficios económicos de su tecnología sobre sus “inventos”.
Los transgénicos han invadido vegetales especiales como el maíz que, al tener una estructura genéticas parecida a la de los humanos, ha sido sometido, a la investigación y modificación más intensa, al grado tal que cuando te estás comiendo una tortilla no podés estar seguro o segura que sea de maíz, más bien has de partir que es de cualquier cosa, menos de maíz.
Esta actividad comercial comprende el control sobre semillas nativas de cada comunidad o país y su sustitución por semillas genéticamente modificadas, propiedad de las grandes empresas, esto quiere decir que los agricultores de cada país y comunidad pierden el control sobre sus propias semillas utilizadas en sus siembras y cosechas y que los productos cosechados dejan de ser determinados por las propias comunidades y sociedades y pasan a depender de las grandes empresas que controlan así los corredores planetarios que determinan la vida en las sociedades y son los mercados los que aseguran qué es lo que las personas deben comer y lo que no deben ingerir, por supuesto que el alimento producido es el que puede ser vendido en los mercados internacionales y no el que la gente necesita para subsistir, no se trata entonces de producir alimentos para que la gente coma, por que a las empresas no les importa que la gente coma sino de producir alimento para los mercados internacionales y para eso, ni se necesita agricultura, agricultores, ni cultura propia para cada país.
Por supuesto que esta actividad mercantil requiere dominio político y los países, dueños de ciencia y tecnología, están en condiciones de establecer, con inteligencia y certeza políticas Nacionales para el uso del conocimiento genético, esto supone adquirir los conocimientos científicos necesarios, involucrar a los centros de estudios, formar profesionales y científicos en el tema, establecer una policía de ordenamiento ambiental del territorio realizar intercambios científicos para finalmente, determinar de acuerdo a realidades geográficas, ambientales, culturales, económicas y humanas, lo que el país necesita y puede o debe hacer en el campo de la ingeniería genética. De otro modo, el uso de esta tecnología solo significará la entrega del país, maniatado, vendado y enmudecido, en manos de estas empresas y de sus socios locales.
En estos momentos, El Salvador no tiene, en rigor una crisis alimentaria, por lo menos no lo dicen así las cifras oficiales porque entre lo producido y lo importado no aparece un quiebre ni desbalance; pero el gobierno si habla de crisis alimentaria para aprovechar la coyuntura y hacer avanzar sus negocios, que son los de las empresas para las cuales gobierna, al amparo de un discurso al servicio, aparente, de la producción de alimento.