SAN SALVADOR, 30 de diciembre de 2009 (SIEP) “Ese día observe movimientos extraños, ropa que se buscaba y se guardaba, miradas de complicidad entre mi madre y mi hermana, hoy comprendo que estaban preparando la fuga, estaban conspirando contra el poder establecido…”nos comparte Roberto Pineda.
Vivíamos en la Colonia La Rabida, en el número 1615 de la 10ma. Avenida. Norte. Era un taller de mecánica. Y al final del taller estaba nuestra casa. Una sala que servia como comedor y oficina y una habitación a cada lado. Antes habíamos vivido en la Colonia Mugdan, que fue donde nací.
Mi padre era El Maestro del Taller. Y había sido educado en la práctica del autoritarismo. Su palabra era ley. Su mirada demoledora. En las relaciones familiares predominaba la opresión patriarcal…Era el menor de cuatro hermanos. La mayor era Ester. Trabajaba como secretaria…Se había casado para liberarse de mi padre y descubrió que las cadenas eran también usadas por su esposo. Y se volvió a liberar…
Mi hermano mayor Guillermo luego de desafiar la autoridad paterna también se dio a la fuga. El fútbol de la vida le resolvía la vivienda y la alimentación. Mi otro hermano, Carlos, obtuvo una beca para estudiar ingeniería en el IPN del México de Tlatelolco. Yo era el mas pequeño. Y desde mis ocho años solo observaba lo que pasaba…
Un domingo mi papa, que se llamaba Francisco, informo que ese día estaría fuera en Tamanique reparando un tractor. Vi como el rostro de mi madre Adela se transformaba tratando de disimular su nerviosismo. Le preparo comida y lo despidió. Era el Día D. Unos minutos después me dijo: Armando apúrese, que nos vamos. Ya esta bueno de aguantar…
Anudo un fajo de ropa que ya tenía preparada y nos fuimos. Solo se quedo triste mi perro Ranger, cuidando la casa. Salimos y abordamos la ruta 3 hacia nuestro nuevo hogar en la Colonia Atlacatl, que era el apartamento donde vivía mi hermana que recién había dado a luz a mi sobrino Carlos Ernesto. Era en un tercer piso del edificio con la letra D frente a un parque con la estatua del Indio Atlacatl.
Siempre fui un niño solo que coleccionaba paquines y construía ciudades con cajas de repuestos, o jugaba en los carros del taller. Pero eso cambio. Había muchos niños en ese edificio, incluso Roberto, un compañero de clase. Eran 16 familias por edificio. Estudiaba cuarto grado en la Escuela parroquial Nuestra señora de Fátima. Y me permitieron salir a jugar. Era también mi liberación porque en el Taller no salía a la calle. Hice una pausa para almorzar y por la tarde de nuevo a jugar a la calle.
Esa misma noche llego mi papa enfurecido y por poco me descubre jugando en la calle con mis nuevos amigos. Pero vi el vehiculo y corrí a avisarle a mi mama. Era el momento en que ella iba a enfrentar al faraón y su furia. Mi hermana tenía temor que la opresión internalizada obrara en mi madre y que esta regresara sumisa al hogar patriarcal.
Pero mi madre se mantuvo firme. Lo encaro con todos los maltratos que diariamente y por muchos años había recibido. Si la sopa estaba fría el plato se arrojaba al suelo…si la ropa no estaba almidonada como se requería la ropa se tiraba al suelo…y las múltiples y reiteradas infidelidades.
Mi papa rogó para que “el hogar no se destruyera por tu capricho en no regresar” pero no obtuvo la respuesta que deseaba. Y entonces salí a escena. Mi papa indico que “como vos te quedas yo me llevo al niño.” Y me tomo de la mano y me obligo a acompañarlo. Mi mama se quedo llorando pero firme. Empecé una campaña de protestas y llantos.
Al día siguiente no comí en el desayuno. Y no salí a “estar” en el taller con los mecánicos. Para el almuerzo me llevo a un comedor al centro y tampoco comí. Y no paraba de llorar y suplicarle que me regresara a donde mi mama. Esa tarde cedió y me fue a dejar donde mi madre. Habíamos vencido.
Unos meses después mi hermana se fue para Nueva York. En octubre de ese año vino mi hermano Carlos de vacaciones. Descubrí México…traía periódicos y revistas. Allá todo era diferente, hasta el color de los fósforos. Me impresiono el gesto de los atletas negros en las Olimpiadas de México, alzando el puño de protesta…