Moisés y la batalla final contra el faraón de Egipto

MOISES Y LA BATALLA FINAL CONTRA EL FARAON DE EGIPTO
Reflexión sobre Éxodo 11 y 12

Los procesos revolucionarios, al igual que la vida misma, atraviesan por diversas fases. La fase del surgimiento, la fase de la resistencia, la fase de los primeros enfrentamientos, la fase de consolidación y la fase de los combates decisivos para alcanzar la victoria, aunque no siempre se alcanza el triunfo y muchas veces los oprimidos experimentan la derrota y la necesidad de volver a comenzar el ciclo de lucha popular y revolucionaria.

Esto ha sido así desde el surgimiento del estado, de la propiedad privada y la lucha de clases, y este proceso ha acompañado el surgimiento y ocaso de los grandes imperios y de las pequeñas naciones. Fue así en las 13 colonias británicas que se lanzaron en América del Norte por la independencia y en el antiguo imperio de los hititas; en Vietnam y en El Salvador.

El imperio hitita

La gloria de ciertos imperios, así como sus crímenes y palacios, fueron borrados por la arena del desierto o por la maleza de la selva. El viento de la historia se encargó de silenciar los gritos de la resistencia. De su grandeza solo nos quedan algunas palabras solitarias. Tal es el caso del imperio de los hititas, que subyugaron a muchos pueblos, pero luego desaparecieron ocultando la huella de sus pasos. Su principal rey se llamaba Labarna (1680-1650 AC).

Su cuna se encontraba en el Turquestan, hoy el norte de Anatolia, en Turquía, y hablaban un lenguaje indoeuropeo de la misma familia que el español, el inglés, el ruso y el griego. La escritura era cuneiforme como el sumerio y el acadio. De la numeración hitita sólo se conocen cuatro números: 2 da-, 3 tri-, 4 meiu-, y 7 sipta-.

Sabemos que su capital era Hattusas, o la ciudad de los hititas. Ellos alcanzaron su apogeo entre los años 1600 y 1200 antes de nuestra era y sus fronteras se extendían por toda Asia Menor, Siria, Fenicia y Palestina. Se agotaron como imperio debido a una larga y costosa guerra con otro imperio, con el imperio egipcio.

Ambos gigantes quedaron exhaustos de tanto pelear y ya nunca pudieron recuperar su fuerza anterior. Los hititas fueron una puerta abierta entre el oriente y el occidente. Y también fue una espada de hierro que castigo con su dureza el pecho de muchos pueblos. Y eran muy crueles. Adoraban a un dios solar e incorporaban a su religión a los dioses de los pueblos que conquistaban. Las deidades hititas más importantes eran el dios de la Tormenta de Hatti, o dios del tiempo, y la diosa Sol de Harina. Entre los hebreos que eran esclavos en Egipto también había hititas. Y estos se incorporaron a la lucha, formaban parte de la resistencia popular.

Sobre la violencia revolucionaria

Y así fue creciendo la lucha en Egipto. Los signos de la resistencia. Hubo grandes huelgas y demostraciones, manifiestos y protestas. La gente escribía Moisés en las paredes. Y la represión del faraón también golpeó y hubo cárcel y destierro, desapariciones y asesinatos. Donde hay represión hay resistencia. Luego de largos años de lucha los sectores populares aumentaron su fuerza hasta desafiar la dominación imperial y emprender la batalla final contra el faraón de Egipto, la batalla de las batallas.

Fue una batalla muy violenta. Los opresores imponen y pretenden eternizar su violento sistema de explotación económica que defienden con la represión del estado y la ideología de la religión. A los explotados la religión y la educación los socializa en la resignación y el fatalismo. Les inculcan que la opresión es el llamado de los dioses y la verdad de la vida. Cuando los oprimidos utilizan la violencia se les llama terroristas. Cuando los opresores imponen la violencia se les califica como defensores de la ley y el orden.

Es únicamente cuando los oprimidos rompen con el temor a la violencia de los opresores que empiezan a ser libres. Y como enseñaba Lenin, el maestro de los revolucionarios rusos, “sin emplear la violencia contra quienes la ejercen y detentan los instrumentos y órganos de poder, no es posible liberar al pueblo de sus opresores”.

La experiencia revolucionaria de la humanidad, a lo largo de los siglos, en las diversas culturas, nos enseña que por lo general, los oprimidos necesitan de la violencia revolucionaria para romper las cadenas de la opresión y derrotar a los poderosos, que son los dueños de la violencia legalizada desde el estado y sus aparatos represivos, jurídicos e ideológicos.

El uso de la violencia revolucionaria esta determinado por las condiciones de cada país y por el grado de resistencia a los cambios de los poderosos que detentan el uso de la fuerza. La lucha de los oprimidos es una guerra justa. Es un acto de respuesta ante la crueldad y la violencia de los opresores y de los imperios.

Es un legítimo derecho de defensa de los pueblos cuando se han agotado otros medios pacíficos o legales para lograr su liberación. Y este es un aprendizaje que realiza cada pueblo y que va enriqueciendo la lucha global a medida que cada país construye la casa de la resistencia, iluminada por la lámpara de la fe en la justicia y protegida por las paredes de la movilización popular.

La lucha en Egipto

En Egipto al calor de la lucha popular se fueron forjando los perfiles de la identidad hebrea; se fueron construyendo los valores de firmeza y solidaridad, de iniciativa y fe profunda en un Dios liberador que acompañaba a su pueblo en la lucha por la liberación de la opresión.

En el libro del Éxodo hemos seguido los diversos episodios de la lucha popular que Moisés y Aarón desatan contra el sistema del faraón en Egipto. Ante cada acción popular el faraón responde con mayor represión. Y el enfrentamiento ha crecido hasta llegar a su clímax, a su desenlace que fue de la siguiente forma.

Antes de lanzar el golpe final, la ofensiva definitiva, el pueblo egipcio que también estaba oprimido por el faraón, despidió a sus hermanos y hermanos de clase hebreos; les entrego objetos de oro, plata, y ropa para el largo viaje que iban a emprender. Era la unión entre los egipcios pobres y los hebreos pobres. Ambos luchaban contra un enemigo común: el sistema tributario del faraón de Egipto.

Los sectores populares hebreos hicieron la siguiente declaración de guerra: “ a la medianoche pasaré por todo Egipto y morirá el hijo mayor de cada familia egipcia; desde el hijo mayor del faraón que ocupa el trono hasta el hijo mayor de la esclava que trabaja en el molino; también morirán las primeras crías de los animales. En todo Egipto habrá gritos de dolor…”

Y Yahvé les dio instrucciones a la población para conducirse en medio de este acontecimiento. El día diez tomarían un cordero o un cabrito, y e catorce lo matarían al atardecer y con la sangre del animal untarían la puerta de la casa donde lo comieran. Y esa noche comerían la carne asada al fuego, con hierbas amargas y pan sin levadura. ya vestidos y calzados y con el bastón en la mano, comerían de prisa el animal “porque es al Pascua del Señor. Esa noche dictare sentencia contra los dioses de Egipto.”

Y Moisés y sus seguidores se preocuparon por conservar la memoria histórica al indicar y ordenar que “este es un día que ustedes deberán recordar y celebrar con una gran fiesta en honor del Señor.”

Efectivamente, a medianoche el señor hirió de muerte al hijo mayor de cada familia egipcia y hubo grandes gritos de dolor por todo Egipto. Es hasta entonces que ya derrotado, el faraón se rinde y les grita: ¡váyanse! Y fueron muchos los que salieron. El texto nos habla de “gente de toda clase…” Habían vivido en Egipto 430 años. Esta fue la noche del Señor. La noche de la justicia de Dios. La noche de la victoria popular.

Mis noches de Pascua

Hay dos noches que experimente de manera especial la ansiedad de la batalla final. Fueron noches largas en las que se comía de prisa y había mucha angustia y temor. La primera fue la noche que asesinaron a Monseñor Romero. El 24 de marzo de 1980. A las cinco de la tarde recibí una llamada telefónica que me dice llorando: ¡Mataron al abuelo! Fue un fuerte golpe al pecho y las lágrimas de dolor y rabia surgieron indetenibles. Me movilice hacia la Policlínica donde lo habían llevado. Allí nos confirman que ha muerto. Se decide trasladar su cuerpo hacia la Basílica. Eran como los ocho de la anoche cuando llegamos. El ataúd esta en medio de la iglesia. Y hay algunas candelas prendidas y algunas flores. Nos reunimos para organizar la velación. En la calle se oyen gritos y disparos…y un silencio de muerte. Han matado a Monseñor. Empiezan a llegar monjas y sacerdotes. Gente que oyó por la radio y nos van a acompañar. Avisan que afuera rondan radiopatrullas. Decidimos cerrar las puertas de la iglesia. Pensamos que nos van a llegar a matar como mataron ya a Monseñor Romero. No sabemos que va a pasar mañana. No hemos traído ropa para cambiarnos. Hay gente que ha traído tamales y pupusas que se comparten. El cura Rogelio Ponseele inicia una procesión dentro de la iglesia y todos y todas nos incorporamos, no podemos detener las lágrimas, cantamos y lloramos, nos han matado a Monseñor… lo vemos en el ataúd y no podemos creerlo todavía…

La segunda noche fue un sábado. El 11 de noviembre de 1989. Era un día que se había venido retrasando de semana en semana. Y al final llegaba. Esa tarde me despedí de Isabel que estaba embarazada de Adela, mi primera hija. Me dolía mucho dejarla. No sabía si iba a verla de nuevo. Si fracasábamos y quedábamos vivo lo más seguro meditaba, era que nos fusilaran. Como en el 32. Nos habíamos levantado en armas. Pero íbamos a ganar. Una noche antes Damián me había dicho que “hay ya cinco mil guerrilleros del FMLN alrededor de San Salvador.“Era la ofensiva final, hasta el tope…Íbamos a topar. Y el enemigo lo sabía y no podía evitarlo. Me correspondía estar en San Marcos. A las 5 de la tarde. Eran las cinco de la tarde de Lorca. Isabel me dejó en el centro. Tome la ruta 11. Llegue al lugar indicado. Empecé a caminar por la calle principal de norte a sur. Y empecé a ver caras conocidas en las paradas de buses. Parecía que toda la U se había venido para San Marcos. Dieron las seis y nada. Dieron las siete y nada. Y doscientas gentes caminando por San Marcos de turistas, metiéndose en las cervecerías, saliendo de las cervecerías.No había otro sitio donde meterse. Dieron los ocho y nada. Dago preguntándome que a que horas empezaba la fiesta. Norma preocupada. A las ocho y media empezó la fiesta. Explosiones por todo San Salvador. No era paja. Y la gente oyendo por la radio lo que pasaba, ataques al ejército en todo el país. Y nosotros. ¿A que horas? No han llegado las armas. No ha llegado la tropa guerrillera. Y a las 9 de la noche decidimos irnos para una casa de seguridad. Todos y todas en un solar de una casa. Oyendo la radio. Benito se comunicaba con Ramón. Y si nos capturan a todos. Era más peligroso estar afuera. Hay que tratar de dormir. Y como con toda esta tronazón…Y así hasta la madrugada que apareció la tropa, venían uniformados, con fusiles, con mochilas, bajamos emocionados a abrazarlos, empezaba la guerra…

Cada pueblo construye sus noches de pascua. A cada persona le es dado participar en las noches de pascua. Es un don y una elección que uno hace. Cuando se asume el compromiso de seguir a Jesús le esperan a uno muchas noches de Pascua en las que el espíritu de Dios que es un espíritu de justicia se revela en toda su gloria. Amén.

Rev. Roberto Pineda

Iglesia Luterana Popular

San Salvador, 4 de diciembre de 2006

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